Monika Maron
Monika Maron nace en 1941 en el oeste de Berlín. En 1951 se traslada junto a su familia al Berlín Este. El fracaso del individuo ante las estructuras del poder de la RDA es un tema central y recurrente en la obra de Maron. Maron adopta un cambio de perspectiva puesto que el final de la RDA supone al mismo tiempo una pérdida de identidad y pone en evidencia la inutilidad de construir proyectos de vida.
Monika Maron ha sido galardonada con numerosos premios, entre otros, el Premio Kleist, el Premio Hölderlin y el Premio Nacional Alemán.
Obras traducidas al castellano:
Animal triste
Monika Maron ha sido galardonada con numerosos premios, entre otros, el Premio Kleist, el Premio Hölderlin y el Premio Nacional Alemán.
Obras traducidas al castellano:
Animal triste
Monika Maron nace en 1941 en el oeste de Berlín. En 1951 se traslada junto a su familia al Berlín Este. Su padrastro, Karl Maron, es ministro del interior de la RDA entre los años 1955 y 1963. Al terminar el bachillerato, Maron trabaja un año como fresadora en una fábrica y más tarde dos años en la televisión como ayudante de dirección. En 1962 inició sus estudios de dramaturgia e historia del arte y tras cuatro años aspiró a una plaza académica en la escuela superior de arte dramático de Berlín Este. De 1971 a 1976 trabajó como periodista y a partir de entonces como escritora independiente. En 1988 Monika Maron abandona la RDA gracias a un visado de tres años y se instala con su familia en Hamburgo. En 1992 se traslada definitivamente a Berlín.
En 1981 aparece su primera novela Flugasche que, debido a la crítica que manifiesta ante la contaminación medioambiental existente en la RDA, no se publicó en este país sino en la RFA. Una joven periodista y madre soltera recibe el encargo de escribir un informe sobre la planta de productos químicos en B. y se encuentra atrapada en un angustioso dilema: ¿debe escribir la verdad sobre el entorno contaminado o repetir simplemente los argumentos del partido? El fracaso del individuo ante las estructuras del poder de la RDA es un tema central y recurrente en la obra de Maron, especialmente impactante aparece descrito en la novela Stille Zeile sechs (1991). Una historiadora abandona su trabajo en la función pública y acepta el encargo de escribir las memorias de un alto funcionario del partido. El encuentro se convierte en un amargo ajuste de cuentas con el régimen comunista y termina en catástrofe.
La autora tampoco rehúye enfrentarse a su responsabilidad ante la historia, puesto que ella misma, entre octubre de 1976 y mayo de1978, proporcionó informaciones a la Stasi. Cuando en 1978 Maron interrumpe el contacto con la policía secreta, ésta no deja de vigilarla. En el volumen Quer über die Gleise (2000) se incluyen dos de sus informes escritos durante ese periodo para la Stasi. Tras la reunificación, Maron adopta un cambio de perspectiva puesto que el final de la odiada RDA supone al mismo tiempo una pérdida de identidad y pone en evidencia la inutilidad de construir proyectos de vida.
En Animal triste (1996) la narradora lamenta un amor perdido y se retira del mundo. Endmoränen (2002) cuenta la historia de una mujer que parece haber perdido el tren de su vida y se plantea el sentido del tiempo que le queda por vivir. También la obra Zwischenspiel (2013) reflexiona sobre correctas y equivocadas decisiones vitales, y se pregunta si puede existir una vida sin culpa.
Monika Maron ha sido galardonada con numerosos premios, entre otros, el Premio Heinrich-von-Kleist (1992), el Premio Hölderlin (2003) y el Premio Nacional Alemán (2009).
Copyright: Goethe-Institut Barcelona
Texto: Ilka Haederle/ Traducción: Rosina Nogales Tudela
En 1981 aparece su primera novela Flugasche que, debido a la crítica que manifiesta ante la contaminación medioambiental existente en la RDA, no se publicó en este país sino en la RFA. Una joven periodista y madre soltera recibe el encargo de escribir un informe sobre la planta de productos químicos en B. y se encuentra atrapada en un angustioso dilema: ¿debe escribir la verdad sobre el entorno contaminado o repetir simplemente los argumentos del partido? El fracaso del individuo ante las estructuras del poder de la RDA es un tema central y recurrente en la obra de Maron, especialmente impactante aparece descrito en la novela Stille Zeile sechs (1991). Una historiadora abandona su trabajo en la función pública y acepta el encargo de escribir las memorias de un alto funcionario del partido. El encuentro se convierte en un amargo ajuste de cuentas con el régimen comunista y termina en catástrofe.
La autora tampoco rehúye enfrentarse a su responsabilidad ante la historia, puesto que ella misma, entre octubre de 1976 y mayo de1978, proporcionó informaciones a la Stasi. Cuando en 1978 Maron interrumpe el contacto con la policía secreta, ésta no deja de vigilarla. En el volumen Quer über die Gleise (2000) se incluyen dos de sus informes escritos durante ese periodo para la Stasi. Tras la reunificación, Maron adopta un cambio de perspectiva puesto que el final de la odiada RDA supone al mismo tiempo una pérdida de identidad y pone en evidencia la inutilidad de construir proyectos de vida.
En Animal triste (1996) la narradora lamenta un amor perdido y se retira del mundo. Endmoränen (2002) cuenta la historia de una mujer que parece haber perdido el tren de su vida y se plantea el sentido del tiempo que le queda por vivir. También la obra Zwischenspiel (2013) reflexiona sobre correctas y equivocadas decisiones vitales, y se pregunta si puede existir una vida sin culpa.
Monika Maron ha sido galardonada con numerosos premios, entre otros, el Premio Heinrich-von-Kleist (1992), el Premio Hölderlin (2003) y el Premio Nacional Alemán (2009).
Copyright: Goethe-Institut Barcelona
Texto: Ilka Haederle/ Traducción: Rosina Nogales Tudela
TRADUCIDO AL CASTELLANO
Animal triste
Trad. de Claudia Cabrera
Herder Editorial, Barcelona 2005
EN LENGUA ALEMANA
Novelas
Zwischenspiel
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2013
Ach Glück
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2007
Endmoränen
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2002
Animal triste
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1996
Stille Zeile sechs
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1991
Die Überläuferin
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1986
Flugasche
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1981
Narraciones
Krähengekrächz
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2016
Herr Aurich
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2001
Pawels Briefe.
Eine Familiengeschichte
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1999
Ensayos
Bitterfelder Bogen. Ein Bericht
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2009
Wie ich ein Buch nicht schreiben kann und es trotzdem versuche.
Frankfurter Poetikvorlesung
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2005
Geburtsort Berlin
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2003
quer über die Gleise
Essays, Artikel, Zwischenrufe.
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2000
Nach Maßgabe meiner Befreiungskraft
Artikel und Essays.
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1993
Trotzdem herzliche Grüße.
Ein deutsch-deutscher Briefwechsel mit Joseph von Westphalen.
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1988
Das Mißverständnis. Vier Erzählungen und ein Stück
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1982
Animal triste
Trad. de Claudia Cabrera
Herder Editorial, Barcelona 2005
EN LENGUA ALEMANA
Novelas
Zwischenspiel
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2013
Ach Glück
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2007
Endmoränen
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2002
Animal triste
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1996
Stille Zeile sechs
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1991
Die Überläuferin
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1986
Flugasche
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1981
Narraciones
Krähengekrächz
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2016
Herr Aurich
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2001
Pawels Briefe.
Eine Familiengeschichte
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1999
Ensayos
Bitterfelder Bogen. Ein Bericht
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2009
Wie ich ein Buch nicht schreiben kann und es trotzdem versuche.
Frankfurter Poetikvorlesung
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2005
Geburtsort Berlin
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2003
quer über die Gleise
Essays, Artikel, Zwischenrufe.
S. Fischer, Frankfurt a.M. 2000
Nach Maßgabe meiner Befreiungskraft
Artikel und Essays.
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1993
Trotzdem herzliche Grüße.
Ein deutsch-deutscher Briefwechsel mit Joseph von Westphalen.
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1988
Das Mißverständnis. Vier Erzählungen und ein Stück
S. Fischer, Frankfurt a.M. 1982
Nacida el 4 de junio de 1941 en Berlín
1951 | Traslado de la familia de Berlín Occidental a Berlín |
Oriental; actividad laboral como fresadora en la | |
industria; actividad como ayudante de dirección; | |
Estudios de Dramaturgia e Historia del Arte | |
Actividad laboral como periodista | |
1988 | Traslado a la República Federal de Alemania |
1990 | Premio Hermanos Grimm |
1992 | Premio Kleist |
1994 | Premio Roswitha, Premio de Literatura Solothurn |
2003 | Premio Friedrich Hölderlin |
2005 | Profesora de Poética en Frankfurt del Meno |
2009 | Premio Nacional de Alemania |
2010 | Premio Humanista, otorgado por la |
Asociación Alemana de Filólogos Clásicos | |
2011 | Premio Lessing del Estado Libre de Sajonia |
Reside en Berlín |
De: Animal Triste
Franz conocía muchas canciones, algunas también las conocía yo, como por ejemplo la de los cisnes salvajes que migraron y después ya no fueron vistos nunca más. O la canción en la que una chica llama a su amado diciendo: "Amor mío, ¿estás muerto?", porque el jardín con el que había soñado era un cementerio, y el parterre de flores, una tumba. Había aprendido las canciones en la escuela, cosa que sorprendió a Franz. No se podía imaginar que otra época, distinta y más antigua, haya podido sobrevivir en estos tiempos tan extraños que vivimos.
Y eso que las hogueras de campamento de la Asociación de Alpinistas de Franz debían de ser muy parecidas a las nuestras, sólo que las canciones eran distintas. Nosotros cantábamos "El cielo de España extiende sus estrellas sobre nuestras trincheras" y "Katjuschka", mientras que Franz y su Asociación de Alpinistas se dedicaban a cantar a varias voces las bellezas del valle del Ziller y del edelweiss: "Valle del Ziller, tú eres mi mayor placer" y "La florecilla más hermosa de la montaña es el edelweiss".
Pero "Ahora cruzaremos el lago, el lago" y "Laurentia, querida Laurentia mía" y "Anita de Tharau" y "La verdadera amistad" las cantábamos todos, y eso es algo que, a diferencia de Franz, yo siempre había pensado que sería así.
Sólo las canciones de iglesia, ésas no te las sabes, me dijo Franz.
Lo que Franz tiene de especial es que no me recuerda a nadie. Pero si no me he encontrado nunca con un hombre comparable a Franz, y si, aun así, Franz me resulta más familiar que ningún otro hombre al que haya conocido más tiempo y mejor que a él, eso sólo puede querer decir que, ya antes de encontrarme con Franz, debí de haberme formado una imagen de él. No una imagen del propio Franz, el investigador de himenópteros de Ulm, sino de un hombre que un día se me iba a revelar, que tenía que revelárseme, como el sentido último de toda esa añoranza clamorosa que sentía, porque de lo contrario toda esa diligente esperanza no habría sido más que una estafa de la naturaleza, un espejismo paradisíaco en el desértico camino que lleva a la inanición.
Le admito que no conozco canciones de iglesia, pero a cambio ofrezco cantarle el himno a Stalin en ruso. Franz se ríe. O bien no se cree que sé cantar el himno a Stalin en ruso, o bien le parece cómico que sepa hacerlo. Yo me incorporo sobre las rodillas, aprieto el cinturón de mi bata y canto con el mismo fervor con que aprendí a hacerlo antaño en la escuela, cuando tenía once o doce años:
Creo que fue un error cantarle a Franz esta canción, o, al menos, cantársela tal como lo hice: de un modo doblemente terrible, corrompida en mi fe y desenfrenada en mi traición. Ya mientras se la cantaba a Franz tuve la sensación de que, aunque se mostraba animado, surgió algo en él que seguramente sería exagerado denominar despectivo, pero que me quedaría corta si llamara sólo extraño.
Quizá había esperado de mí más vergüenza por el descarrío de mi convicción y, ya que no me avergonzaba, al menos que no me mofara así de mí misma. Puede que Franz pensara que alguien capaz de poner de tal modo en evidencia sus antiguas convicciones, por equivocadas que fueran, acabaría poniéndolo en evidencia todo; que a alguien así, como solía decir mi madre, nada le era sagrado. Franz tampoco creía en ese Dios del que cantaba, pero no se burlaba de él; no se burlaba de él, ni de sí mismo. Y es que Franz había tenido la suerte de que le enseñaran las canciones adecuadas. Probablemente hoy día, treinta o cuarenta años después, no queda ningún niño, ni siquiera un niño ruso, que conozca el himno a Stalin, pero las canciones de iglesia vuelven a aprenderse una y otra vez. Una vez que Franz, casi invisible, cantó en voz queda, a la sombra de la noche y perceptible sólo como una voz: "Entonces toma mis manos y guíame, hasta mi venturoso final y para siempre", yo pensaba que, de todos modos, sólo se estaba refiriendo a mí.
Esa misma noche en que canté el himno a Stalin para Franz, olvidé enseguida la incipiente sospecha que había creído percibir en sus pequeños ojos grises como un lucio. Sólo más adelante, cuando Franz ya hubo desaparecido y yo evocaba cada frase, cada mirada, cada gesto para buscar en ellos los primeros signos de la traición, recordé mi pequeño malestar, del que finalmente hasta hoy sigo sin saber exactamente si no procedería enteramente de mí misma, si no sería que yo pensaba que Franz tenía que sospechar de mí sólo porque yo ya no estaba segura de si esa deliberada mofa de mí misma no era más que un noble intento de esconder esa nada que mi inocente y grandioso error había dejado tras de sí en mi alma.
Con los muchos años que han transcurrido desde entonces, me resulta cada vez más difícil conservar mi primer recuerdo. A veces temo no conocerlos ya. Los recuerdos son como el cuerpo extraño en el interior de una perla: al principio sólo son un intruso molesto en la carne del molusco, al que éste rodea con su manto epitelial y deja que crezca una capa de nácar tras otra a su alrededor, hasta que surge una formación irisada y redonda de superficie lisa. En realidad se trata de una enfermedad que los hombres han elevado a la categoría de algo valioso. Lo único que sé con seguridad es que esa noche Franz estuvo conmigo, y que yo, de rodillas en la cama, le canté el himno a Stalin, que un tiempo indeterminado después, en una noche de otoño en la que no llovía, abandonó mi casa y ya no volvió nunca más. Que entre estos dos sucesos exista una relación causal puede ser cierto o simplemente el resultado de mi continuo rememorar en busca de un sentido.
Animal triste, p. 103-107. Trad. de Claudia Cabrera
© Herder, México 2005
Franz conocía muchas canciones, algunas también las conocía yo, como por ejemplo la de los cisnes salvajes que migraron y después ya no fueron vistos nunca más. O la canción en la que una chica llama a su amado diciendo: "Amor mío, ¿estás muerto?", porque el jardín con el que había soñado era un cementerio, y el parterre de flores, una tumba. Había aprendido las canciones en la escuela, cosa que sorprendió a Franz. No se podía imaginar que otra época, distinta y más antigua, haya podido sobrevivir en estos tiempos tan extraños que vivimos.
Y eso que las hogueras de campamento de la Asociación de Alpinistas de Franz debían de ser muy parecidas a las nuestras, sólo que las canciones eran distintas. Nosotros cantábamos "El cielo de España extiende sus estrellas sobre nuestras trincheras" y "Katjuschka", mientras que Franz y su Asociación de Alpinistas se dedicaban a cantar a varias voces las bellezas del valle del Ziller y del edelweiss: "Valle del Ziller, tú eres mi mayor placer" y "La florecilla más hermosa de la montaña es el edelweiss".
Pero "Ahora cruzaremos el lago, el lago" y "Laurentia, querida Laurentia mía" y "Anita de Tharau" y "La verdadera amistad" las cantábamos todos, y eso es algo que, a diferencia de Franz, yo siempre había pensado que sería así.
Sólo las canciones de iglesia, ésas no te las sabes, me dijo Franz.
Lo que Franz tiene de especial es que no me recuerda a nadie. Pero si no me he encontrado nunca con un hombre comparable a Franz, y si, aun así, Franz me resulta más familiar que ningún otro hombre al que haya conocido más tiempo y mejor que a él, eso sólo puede querer decir que, ya antes de encontrarme con Franz, debí de haberme formado una imagen de él. No una imagen del propio Franz, el investigador de himenópteros de Ulm, sino de un hombre que un día se me iba a revelar, que tenía que revelárseme, como el sentido último de toda esa añoranza clamorosa que sentía, porque de lo contrario toda esa diligente esperanza no habría sido más que una estafa de la naturaleza, un espejismo paradisíaco en el desértico camino que lleva a la inanición.
Le admito que no conozco canciones de iglesia, pero a cambio ofrezco cantarle el himno a Stalin en ruso. Franz se ríe. O bien no se cree que sé cantar el himno a Stalin en ruso, o bien le parece cómico que sepa hacerlo. Yo me incorporo sobre las rodillas, aprieto el cinturón de mi bata y canto con el mismo fervor con que aprendí a hacerlo antaño en la escuela, cuando tenía once o doce años:
Creo que fue un error cantarle a Franz esta canción, o, al menos, cantársela tal como lo hice: de un modo doblemente terrible, corrompida en mi fe y desenfrenada en mi traición. Ya mientras se la cantaba a Franz tuve la sensación de que, aunque se mostraba animado, surgió algo en él que seguramente sería exagerado denominar despectivo, pero que me quedaría corta si llamara sólo extraño.
Quizá había esperado de mí más vergüenza por el descarrío de mi convicción y, ya que no me avergonzaba, al menos que no me mofara así de mí misma. Puede que Franz pensara que alguien capaz de poner de tal modo en evidencia sus antiguas convicciones, por equivocadas que fueran, acabaría poniéndolo en evidencia todo; que a alguien así, como solía decir mi madre, nada le era sagrado. Franz tampoco creía en ese Dios del que cantaba, pero no se burlaba de él; no se burlaba de él, ni de sí mismo. Y es que Franz había tenido la suerte de que le enseñaran las canciones adecuadas. Probablemente hoy día, treinta o cuarenta años después, no queda ningún niño, ni siquiera un niño ruso, que conozca el himno a Stalin, pero las canciones de iglesia vuelven a aprenderse una y otra vez. Una vez que Franz, casi invisible, cantó en voz queda, a la sombra de la noche y perceptible sólo como una voz: "Entonces toma mis manos y guíame, hasta mi venturoso final y para siempre", yo pensaba que, de todos modos, sólo se estaba refiriendo a mí.
Esa misma noche en que canté el himno a Stalin para Franz, olvidé enseguida la incipiente sospecha que había creído percibir en sus pequeños ojos grises como un lucio. Sólo más adelante, cuando Franz ya hubo desaparecido y yo evocaba cada frase, cada mirada, cada gesto para buscar en ellos los primeros signos de la traición, recordé mi pequeño malestar, del que finalmente hasta hoy sigo sin saber exactamente si no procedería enteramente de mí misma, si no sería que yo pensaba que Franz tenía que sospechar de mí sólo porque yo ya no estaba segura de si esa deliberada mofa de mí misma no era más que un noble intento de esconder esa nada que mi inocente y grandioso error había dejado tras de sí en mi alma.
Con los muchos años que han transcurrido desde entonces, me resulta cada vez más difícil conservar mi primer recuerdo. A veces temo no conocerlos ya. Los recuerdos son como el cuerpo extraño en el interior de una perla: al principio sólo son un intruso molesto en la carne del molusco, al que éste rodea con su manto epitelial y deja que crezca una capa de nácar tras otra a su alrededor, hasta que surge una formación irisada y redonda de superficie lisa. En realidad se trata de una enfermedad que los hombres han elevado a la categoría de algo valioso. Lo único que sé con seguridad es que esa noche Franz estuvo conmigo, y que yo, de rodillas en la cama, le canté el himno a Stalin, que un tiempo indeterminado después, en una noche de otoño en la que no llovía, abandonó mi casa y ya no volvió nunca más. Que entre estos dos sucesos exista una relación causal puede ser cierto o simplemente el resultado de mi continuo rememorar en busca de un sentido.
Animal triste, p. 103-107. Trad. de Claudia Cabrera
© Herder, México 2005
Zwischenspiel
No solo es la voz de la difunta Olga, a quien están dando sepultura en el cercano cementerio, la que retumba en la radio del coche de Ruth poco antes de que empiecen a dar las noticias de las once: “ahora sí que vas a llegar tarde a mi entierro”. Ruth ha dejado el coche en el aparcamiento y poco después van apareciendo en el parque público, desierto hace unos instantes, más personajes, tanto vivos como muertos, personajes que alguna vez tuvieron cierta relación con Ruth. Sus historias, lamentos y anécdotas construyen el fantástico coro de esta encantadora narración, en la que, en apenas doscientas páginas, el pasado una y otra vez acude hasta el presente convirtiendo tan pronto lo cómico en trágico como viceversa.
Sandra Kegel, FAZ 2013
Endmoränen
En el floreciente paisaje, uno ya no se da cuenta de que las morrenas terminales fueron alguna vez toda esa gravilla que el glaciar de la era del hielo empujó alguna vez para luego abandonarlo indiferentemente al retirarse. Sin embargo, la nueva novela de Monik Maron, en la ambivalente interpretación del título, nos muestra lo mucho que, a pesar de toda nuestra desconfianza, debería importarnos su selectiva construcción de biografía narrada, analizada según el estado actual del conocimiento humano. Pues sólo bajo la forma de la narración puede medirse qué libertad de movimiento le queda a la percepción y a la acción, precisamente porque hace tiempo que el conocimiento ya no es controlable por un solo individuo y, además, es más voluble que nunca.
Friedmar Apel, Frankfurter Allgemeine Zeitung 2002
Animal triste
[…] Monika Maron desarrolla una historia de amor psicológicamente densa y que atrapa al lector por el modo en la que la cuenta; las escenas eróticas son de una ingrávida naturalidad, el lenguaje fluye con suave ironía. Casi se podría decir que Animal Triste es un pequeño milagro en prosa.
Frank Dietschreit, Mannheimer Morgen, 1996
Stille Zeile sechs
Monika Maron, hijastra del exministro del interior de la RDA Karl Maron, ha escrito, no solo un libro sobre un tal Beerenbaum, sino un libro sobre el conjunto de la camarilla de los padres de RDA, que con su “jovial” crueldad, sus demacradas caras y programados sentimientos se convirtieron para sus hijos en una especie de fantasmas de por vida. Pero la culpa no es solo de los Beerenbaum, con controlado odio Monika Maron escribe una postdata a esos viejos que maltrataron a tantos jóvenes, y quienes tras sus actos entre bastidores, descansan todavía de aquellos “bellos pero duros tiempos”.
Iris Radisch, Die Zeit 1991
Flugasche
Cuando escribe la verdad, intenta captar una experiencia auténtica dentro de la realidad social; se resiste cada vez más a tejer el manido motivo que responde a la lógica del partido. Ella no está simulando una convención, sino que se rebela contra el pensamiento formalizado.
Ria Endres, Die Zeit 1981
No solo es la voz de la difunta Olga, a quien están dando sepultura en el cercano cementerio, la que retumba en la radio del coche de Ruth poco antes de que empiecen a dar las noticias de las once: “ahora sí que vas a llegar tarde a mi entierro”. Ruth ha dejado el coche en el aparcamiento y poco después van apareciendo en el parque público, desierto hace unos instantes, más personajes, tanto vivos como muertos, personajes que alguna vez tuvieron cierta relación con Ruth. Sus historias, lamentos y anécdotas construyen el fantástico coro de esta encantadora narración, en la que, en apenas doscientas páginas, el pasado una y otra vez acude hasta el presente convirtiendo tan pronto lo cómico en trágico como viceversa.
Sandra Kegel, FAZ 2013
Endmoränen
En el floreciente paisaje, uno ya no se da cuenta de que las morrenas terminales fueron alguna vez toda esa gravilla que el glaciar de la era del hielo empujó alguna vez para luego abandonarlo indiferentemente al retirarse. Sin embargo, la nueva novela de Monik Maron, en la ambivalente interpretación del título, nos muestra lo mucho que, a pesar de toda nuestra desconfianza, debería importarnos su selectiva construcción de biografía narrada, analizada según el estado actual del conocimiento humano. Pues sólo bajo la forma de la narración puede medirse qué libertad de movimiento le queda a la percepción y a la acción, precisamente porque hace tiempo que el conocimiento ya no es controlable por un solo individuo y, además, es más voluble que nunca.
Friedmar Apel, Frankfurter Allgemeine Zeitung 2002
Animal triste
[…] Monika Maron desarrolla una historia de amor psicológicamente densa y que atrapa al lector por el modo en la que la cuenta; las escenas eróticas son de una ingrávida naturalidad, el lenguaje fluye con suave ironía. Casi se podría decir que Animal Triste es un pequeño milagro en prosa.
Frank Dietschreit, Mannheimer Morgen, 1996
Stille Zeile sechs
Monika Maron, hijastra del exministro del interior de la RDA Karl Maron, ha escrito, no solo un libro sobre un tal Beerenbaum, sino un libro sobre el conjunto de la camarilla de los padres de RDA, que con su “jovial” crueldad, sus demacradas caras y programados sentimientos se convirtieron para sus hijos en una especie de fantasmas de por vida. Pero la culpa no es solo de los Beerenbaum, con controlado odio Monika Maron escribe una postdata a esos viejos que maltrataron a tantos jóvenes, y quienes tras sus actos entre bastidores, descansan todavía de aquellos “bellos pero duros tiempos”.
Iris Radisch, Die Zeit 1991
Flugasche
Cuando escribe la verdad, intenta captar una experiencia auténtica dentro de la realidad social; se resiste cada vez más a tejer el manido motivo que responde a la lógica del partido. Ella no está simulando una convención, sino que se rebela contra el pensamiento formalizado.
Ria Endres, Die Zeit 1981