Entrevista con Rosane Borges  "El racismo es un dínamo del capitalismo"

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Para la teórica brasileña Rosane Borges, el “giro operado por Marx” no concibe cuestiones ligadas a la naturaleza, como raza y género, como elementos vitales o esenciales para pensar la dinámica del capitalismo.

¿Consideró Carlos Marx (1818-1833) la cuestión racial un factor determinante para las relaciones de explotación del trabajo? Rosane Borges, posdoctora en Ciencias de la Comunicación de la Escuela de Comunicación y Artes de la Universidad de São Paulo, dice que no. La autora de numerosos libros ve como “deuda” de la teoría marxista no haber pensado concomitantemente la instauración de las desigualdades y jerarquías en relación con el racismo y el sexismo.

¿Cómo se inserta la cuestión del racismo en la explotación de clase y en la estructura de reproducción del capitalismo?

El racismo es parte integrante de todas las formas de explotación. Por eso el capitalismo establece jerarquías raciales y depende de ellas para profundizar la expropiación de la que se beneficia. El filósofo francés Gilles Deleuze afirma que el concepto de raza estimula el delirio. La raza es la causa de devastaciones físicas inauditas e incalculables, crímenes y matanzas. El motivo de tanta ruina, nos enseña la historia, está en las formas de sometimiento y dominación.

El pensador camerunés Achille Mbembe, profesor del Instituto de Investigación Social y Económica de la Universidad de Witwatersrand, de Sudáfrica, recuerda que al inicio del capitalismo, el tráfico del Atlántico del siglo XV al XIX produjo “predaciones” de toda clase, el despojo de la autodeterminación de las personas negras transformadas en hombres-objeto, hombres-mercancíay hombres-moneda.
 

En Brasil, los negros ocupan los puestos de trabajo de menor prestigio, y habitan largamente el lugar de los que no tienen nada, a pesar de los significativos cambios de las últimas décadas.

Rosane Borges


 
En fin, ese cambio violento de cuerpos y subjetividades es el principio ordenador del capitalismo, que adopta y profundiza el paradigma del sometimiento, un modelo de explotación y depredación que se oculta bajo los lienzos del tiempo. Cuando analizamos con un mínimo de atención el papel de los no blancos en el mundo, veremos la posición relegada, de clase, que la raza les atribuye en la dinámica de explotación capitalista. En Brasil, los negros ocupan los puestos de trabajo de menor prestigio, y habitan largamente el lugar de los que no tienen nada, a pesar de los significativos cambios de las últimas décadas. El racismo es, por lo tanto, un dínamo del capitalismo.
 
¿Cómo considera esta cuestión la teoría marxista?
 
La teoría marxista opera un giro esencial: saca del dominio de la teología, del derecho divino y de la biologíala clave explicativa de las desigualdades y jerarquías. El campo de la teoría social y económica, el tronco de donde afloran los postulados marxista, alejó de la categoría de clase cualquier vínculo con el mundo natural, y esto es una de las principales característica de las sociedades modernas. Todo esto se refleja en nuevas formas de concepción del sujeto. El discurso del reconocimiento y de la identidad es obra de nuestra aventura moderna. En el Antiguo Régimen, la honra estaba vinculada a exclusiones, estaba intrínsecamente ligada a desigualdades: para que algunos tuvieran honra era preciso que no todos la tuvieran. Recordemos la descripción de la monarquía que hace Montesquieu y veremos el carácter selectivo de la honra.

El discurso moderno descarta la noción de honra y legitima la de dignidad, usada en un sentido universalista e igualitario: a diferencia de la honra, la dignidad supone una participación colectiva de todos, valor compatible con el establecimiento de sociedades democráticas. Con el reconocimiento y la dignidad, surgen en la misma atmósfera política la identidad individual y la autenticidad. En las sociedades jerárquicas, lo que hoy llamamos identidad era fijado por la posición social de cada uno, por las funciones o actividades vinculadas a esa posición. Todos esos cambios, de gran envergadura sin duda, concuerdan con la percepción marxista de que el sistema de producción capitalista y el cambio histórico son los resortes que fundan y orientan el papel de los individuos en la sociedad. En ese giro operado por Marx, como ya señalé, la raza y el género no se consideraban producto de las formaciones sociales, sino que quedaron como cuestiones ligadas a la naturaleza. La religión, como nos lo recuerda el sociólogo brasileño Antonio Sérgio Guimarães, no se consideró propia del sistema capitalista sino de los modos anteriores.
 
¿Usted estaría de acuerdo, entonces, con la idea de que Marx y Engels fueron insensibles a la complejidad de la raza en las contradicciones de la lucha de clases?
 
No diría insensibles, pero como dije, consideraron que el género y la religión estaban relacionados con la naturaleza y por eso no constituían elementos vitales para pensar la dinámica del capitalismo. Obviamente que, como en cualquier teoría expuesta a la prueba de la experiencia histórica, en las reconfiguraciones del marxismo influyó, digámoslo así, en un sentido antihorario, la lucha política antirracista y antisexista. Una comprensión plena de las desigualdades, de la pobreza, de la exclusión, pasa por el lazo indisoluble entre raza, clase y género.
 
¿Cómo podemos entender esa complejidad considerando que sus teorías fueron escritas en la segunda mitad del siglo XIX?
 
En el contexto del siglo XIX, la esclavitud se consideró un obstáculo al proceso civilizatorio, pero sólo en Europa occidental, con Inglaterra y Francia a la cabeza de una nueva forma de organización política de los países europeos. Este mundo burgués expande la explotación del capital y profundiza la esclavitud en África y Asia, donde subsistían modos de producción ya extintos en Occidente, como la esclavitud y la servidumbre de indígenas y africanos. En las sociedades modernas, los arcaísmos raciales y étnicos subsistieron bajo nuevas formas y dinámicas. He aquí una travesura de la historia: el surgimiento de este “hombre nuevo” se dio sin que pudiesen enterrarse los arcaísmos de tiempos pasados. La coexistencia de esos dos mundos hizo que el género y la raza pudiesen tener, tanto desde la teoría social cuando desde la acción política, su presencia indigesta en el juego de la conformación de las desigualdades y jerarquías. Este es uno de los postulados que instaló el feminismo negro.
 
En Feminismo negro e marxismo. Quem deve a quem? (“Feminismo negro y marxismo. ¿Quién le debe a quién?”) usted concluye que es a la teoría marxista que debemos pasar factura por no haber pensado concomitantemente la instauración de las desigualdades y jerarquías en su relación con el racismo y el sexismo. ¿Cuál es la deuda y cómo saldarla?

Hablé de deuda para referirme a ciertas críticas infundadas, supuestamente marxistas. La deuda reside en desatender que la lógica del capital, como bien recordó la antropóloga Lélia González, una de las principales feministas negras brasileñas, se nutre de una realidad histórica innegable: la explotación de clase y la discriminación racial constituyen los elementos básicos de la lucha de los hombres y mujeres pertenecientes a una raza subordinada.

Si es lícito hablar de deudas, malentendidos y reduccionismo, es a la teoría marxista que debemos pasar factura por no haber pensado concomitantemente la instauración de las desigualdades y jerarquías en su relación con el racismo y el sexismo, factores que el capital siempre ha usado para triunfar. Pero como preferimos pensar la cuestión de manera proactiva, nos atrevemos a afirmar que los feminismos negros tienen la potencia de efectuar una influencia en el sentido antihorario, como las grandes obras de la literatura, e instalarse en las brechas abiertas por el recetario marxista ofreciendo herramientas para que fortalecer su diagnósticosobre la estratificación que tenga en cuenta la materia prima (es decir, los racismos y sexismos, principalmente) de una realidad que modela la vida de más de la mitad de la población mundial.
 

Rosane Borges

Es periodista y profesora universitaria. Postdoctorado en Ciencias de la Comunicación por la ECA-USP y autora de diversos libros, entre ellos Esboços de um tempo presente (2016), Espelho infiel: o negro no jornalismo brasileiro (2004), Mídia e racismo (2012).

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