Jerarquías sociales
Cómo descubrí que todos somos (un poco) iguales

En Colombia, las jerarquías sociales son aún omnipresentes y muy estrictas. ¿Y en Alemania? Algunas observaciones sobre la vida entre dos mundos.

Vivo en Alemania desde hace casi quince años: prácticamente la mitad de mi vida. En estos años me he adaptado, desadaptado y readaptado una y otra vez a la vida en este país. Lo que al comienzo me desconcertaba sobre el modo de ser de los alemanes, se había convertido un par de años después en algo completamente normal. Pero pasado más tiempo, esas normalidades me volvían a asombrar como en el primer día.

Una de las primeras cosas que me impactó sobre la vida en Alemania es la aparente igualdad entre la gente. Para alguien de Latinoamérica –donde la sociedad es rigurosamente jerárquica y las relaciones interpersonales a menudo están determinadas por la clase social, el origen regional o la apariencia física– la vida en las grandes ciudades alemanas se puede sentir increíblemente libre, emancipada de distinciones estrictas y antipáticas entre las personas.

“¿Y tú de qué colegio saliste?”

Esto se percibe de formas distintas. Recuerdo que en mi primera semana en Alemania tuve que abrir desmesuradamente los ojos por la sorpresa al comprobar que, para la mayoría de alemanes, da igual a qué colegio asistió una persona. En Colombia, la clasificación de la supuesta calidad de los colegios es clara –comenzando por los colegios públicos, muchas veces subestimados, hasta llegar a los colegios privados internacionales, cuya reputación es a veces mejor que su verdadera calidad–, y una de las primeras preguntas que escucho cuando conozco a colombianos es: “¿Y tú de qué colegio saliste?”. Desde que vivo en Alemania, donde la educación pública es el modelo predominante, esa pregunta me parece disparatada.

De modo similar, si bien en cada ciudad alemana hay barrios con arriendos más costosos que en otros, nunca he escuchado que alguien haya sido discriminado o recibido burlas por el simple hecho de vivir en este o aquel barrio, como sucede en ciudades estratificadas como Bogotá. Acaso lo peor que puede pasar en Berlín es, para quien no vive en barrios de moda como Kreuzberg o Neukölln, ser considerado poco “cool”.

Y hay otros ejemplos. Un amigo colombiano me contaba que durante sus primeros meses en Berlín, cuando trabajaba como camarero, sus clientes comentaban a sus espaldas: “Qué tipo tan extraño, ¿por qué es tan tieso y tan servil?”. Él intentaba imitar a los únicos camareros que conocía: a los colombianos. Pero en Berlín no es extraño que los camareros traten de “tú” a los clientes o hagan una pausa para tomar un café frente a ellos. Y otro amigo, pocos días después de llegar a Berlín desde Bogotá, me decía un día, estupefacto, que la cajera del supermercado le había hablado en un volumen muy alto y “atrevido”: algo inimaginable en Colombia.

Así como el pasado colonial de Colombia determinó la estructura vertical de su sociedad, probablemente las tendencias igualitarias alemanas provienen de la tradición ilustrada y protestante, y ante todo el deseo de romper con los órdenes totalitarios impuestos por las dictaduras nacionalsocialistas y comunista que subyugaron a Alemania en el siglo XX.

Jerarquías sutiles

Y sin embargo, con el paso de los años, mi imagen de una Alemania libre de rangos y relaciones de poder se ha relativizado. Jerarquías –sutiles y acaso menos inflexibles– han salido poco a poco a la luz. Dos mundos que conozco bien hacen palpables aquellas sutiles jerarquías.

Quizá en ningún otro país, el prestigio social de los profesores universitarios (“Prof. Dr.”: el grado académico más alto en Alemania) sea mayor que aquí. Esto, en principio, es un lujo para cualquier sociedad. (Exceptuando casos extremos y cómicos como el del académico colombiano que me contaba cómo hace muchos años, cuando escribía su doctorado en Alemania, su “Doktorvater” o director de tesis lo obligaba a que le cargara su maletín todos los días.) Y no obstante, revela la presencia –por leve que ésta sea– de élites con una autoridad inherente. Lo cual a su vez puede llevar al surgimiento de preferencias sutiles: dentro del sistema universitario alemán, por ejemplo, es estadísticamente más improbable para un académico cuyos padres no hayan sido a su vez académicos alcanzar el prestigioso título de “Prof. Dr.”.

Otro caso llamativo son las redacciones periodísticas, en su gran mayoría bastiones de poder masculino. A pesar de que en las escuelas de periodismo se gradúan hoy en día más mujeres que hombres, las posiciones de poder –jefes de sección, columnistas, directores– están ocupadas casi siempre por hombres mayores. En este orden, que se alimenta aún de los ánimos patriarcales tanto de jefes como empleados, siempre es muy claro quién manda. Esta estructura a su vez es representativa para otras muchas instituciones, y por supuesto no solo en Alemania.

Iguales y distintos

Mis años alemanes me han revelado diferencias profundas entre Colombia y Alemania. También cosas en las que parecemos ser iguales. Una de ellas: todos tendemos, consciente o inconscientemente, a crear categorías entre las personas y a elegir, más o menos voluntariamente, la dominación o la subordinación.

Y sin embargo, en Alemania parecería suceder algo digno de mención. Ejemplos de ello son el debate sobre una cuota femenina laboral o la noticia de hace pocos días de que el ministro de Asuntos Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, desea incluir a migrantes en el cuerpo diplomático, una institución bastante tradicionalista.  

Así surge la impresión de que en la Alemania de hoy, la política, la academia y una gran parte la sociedad parecería querer, no estimular las jerarquías tradicionales, sino todo lo contrario: desvirtuarlas. Este es un empeño que, sin duda, sería muy bienvenido en toda Latinoamérica.