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La tecnología y el desorden
“La mayor amenaza para las democracias del siglo XXI”

Para el politólogo brasileño, la estupidez colectiva constituye la mayor amenaza que enfrentan las democracias del siglo XXI, y se erige como un obstáculo para la libertad de expresión y el libre debate de ideas.

De Marco Konopack

En el transcurso de la década de 2010, la humanidad entró a una sala con un ruido ensordecedor que limitó su capacidad de escucha y sofocó sus expresiones individuales. Ese ruido es el resultado de un impresionante desorden informacional provocado por actores que, al disputar la opinión pública, la destruyeron. Lo que emerge de los destrozos es la estupidez colectiva, signada por la masificación de opiniones sin ningún compromiso con la racionalidad, que se propaga por contagio e hipnotiza a la multitud congregada por las nuevas formas de socialización a través de la comunicación digital.

La estupidez colectiva constituye sin lugar a dudas la mayor amenaza que enfrentan las democracias del siglo XXI. Es un atentado contra los imperativos democráticos de la libertad de expresión y el libre debate de ideas. Algunos estudiosos del tema llegaron a imaginar que el desorden informacional puede ser una consecuencia de la abundancia de expresiones facilitada por las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. En ese caso, el mismo se erigiría como un desafío para el perfeccionamiento de las democracias con miras a acomodar la diversidad de voces. No obstante, al observar más de cerca este fenómeno, se nota que el desorden informacional es a decir verdad el monocultivo intensivo aplicado a la disputa de la opinión pública.

Un campo de conflicto sin compromiso ético

En Multitud, Michael Hardt y Antonio Negri argumentan que la comunicación digital ayudó a los ya poderosos conglomerados de medios de comunicación a concentrar las escasas fuentes de información y a articular una opinión pública global, hegemónica. Con ella se decreta la muerte de la opinión pública como sujeto político y como productora de subjetividades diversas e identidad social por la vía de la conjugación de las múltiples expresiones de la sociedad. La reducción de la opinión pública a un mero campo de conflicto autoriza a que se utilicen las armas que sean necesarias en su disputa, sin ningún compromiso ético democrático.

En este terreno, los grupos de poder han desarrollado ingeniosas estrategias de desinformación para llevar adelante esta disputa. Las categorías descritas en la psicología de las masas teorizada por Gustave Le Bon y Sigmund Freud adquirieron nuevas herramientas y nuevo ropaje cien años después. Ahora, las multitudes ya no están en las calles sino desterritorializadas en un espacio móvil y volátil, cuya fuente de unidad la constituyen los líderes carismáticos que se dedican a hacer la política de la relevancia. 

En otras palabras, esos líderes identifican los temas que pueden activar emociones primitivas en el público para fortalecer la empatía por ellos. Mientras tanto, el análisis de grandes volúmenes de datos individuales, que hace posible la personalización en masa mediante el perfilamiento psicométrico de la población, se encarga de crear el discurso justo para la persona cierta y a la hora precisa para mantener la conexión entre el líder carismático y su público. La identidad fabricada con el discurso se encarga de la sugestión que forma ejércitos para compartir y defender la propaganda, y que contribuyen para mantener los instintos primitivos pujantes, imponiéndose sobre cualquier intento racional de reflexión acerca de la realidad.

La estupidez colectiva no puede admitirse en ambientes democráticos. Tampoco puede entendérsela como la libertad de expresión de ciertos sectores de la sociedad. Al alistarse en la disputa de la opinión pública como campo de conflicto, esta no anhela otro objetivo a no ser la hegemonía en ese campo y la supresión de la diversidad. En la estupidez colectiva no hay libertad de expresión, pues la única expresión admitida es la repetición del mensaje al unísono de la multitud hipnotizada por su líder. La estupidez colectiva es un proyecto totalitario de subordinación de los individuos a comunidades fetichizadas donde la racionalidad y la crítica son enemigas inmanentes de su proyecto totalizador.

Carta sobre la estupidez colectiva escrita por Marco Konopacki y leída durante el workshop del programa Tramas Democráticas, realizado en forma virtual en 2020. 

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