Delhi
Urvashi Butalia, Escritora y editora

De Urvashi Butalia

Portraitbild von Urvashi Butalia; sie hat lange schwarz-graue Haare und lächelt in die Kamera © © Urvashi Butalia Urvashi Butalia © Urvashi Butalia
Urvashi Butalia se pregunta qué efectos tiene la crisis en las clases pobres de la India


Es difícil decir algo con certeza sobre cómo serán los efectos a largo plazo de la COVID-19. Es una enfermedad que constituye una emergencia sanitaria mundial y además está muy politizada. ¿No oímos hablar de ella a los líderes políticos más que a los profesionales sanitarios o incluso que a los ministros de salud?

También es una enfermedad alrededor de la cual está circulando una enorme cantidad de información, los números se actualizan todos los días, se debate sobre los respiradores, sobre la edad promedio de los pacientes, etc. Y aun así, no sólo sabemos poco sobre el virus sino que hay un montón de noticias falsas y también ocultamiento de la información.

Para los regímenes totalitarios, y también para los que se presentan como democráticos, esto representa una oportunidad perfecta para disfrazar la verdadera dimensión del problema –como hicieron China los primeros días y más recientemente los Estados Unidos–, para lanzar información disparatada –lo hizo la India hace una semana– como la de que la enfermedad se podría curar con determinadas vibraciones sonoras hechas en determinada fase lunar o bebiendo orina de vaca. O que sólo viene de extranjeros y que no puede propagarse localmente. Esto pasó en Italia al comienzo, cuando se señaló a los chinos. En India esto adoptó una forma diferente, los indios se felicitaron a sí mismos de que no fuera una enfermedad “india” sino “extranjera”. Así, además del impacto físico de la enfermedad, hay otras consecuencias que son profundamente políticas, por ejemplo, el afianzamiento del nacionalismo en un mundo globalizado.

En la India ocurre también algo que revela de modo muy nítido la división en clases. Mientras escribo, cientos de miles de trabajadores informales (gente de la que nosotros, las clases medias y los ricos, dependemos para todo en nuestras vidas, gente dedicada a la albañilería, plomería, servicios a domicilio, reparación de teléfonos, lavado de autos y tantas cosas más) se amontonan en el límite de mi ciudad, Delhi, esperando para volver a sus pueblos. Aquí no tienen trabajo porque todo está paralizado, la gente que les rentaba el lugar para vivir los echó, la que los contrataba desapareció y nadie se preocupa por ellos. No tienen comida ni agua y están expuestos al peligro sin protección alguna porque no hay posibilidad de distancia social y menos de mascarillas. El aislamiento social es un lujo que sólo pueden darse los ricos; para el pobre, no hay nada.

Una cuestión que me viene una y otra vez es la siguiente: ¿puede ser que no haya una manera más humana de hacer esto? ¿El Estado no sabía que pasaría o no le importaba? Seguro que no es tan difícil poner unos buses para que la gente viaje o proporcionarles techo y comida. Está bien, en esta crisis se priorizó la vida humana, eso es importante, pero en nuestro contexto tenemos que preguntarnos también: ¿qué vida?, ¿la vida de quién?

Hay otras cosas en las que también debemos pensar: así como la parálisis de la economía impacta negativamente en los pobres, también la crisis va a tener amplias consecuencias para las mujeres. Datos de China, Malasia e Indonesia muestran que la violencia doméstica está creciendo al mismo tiempo que la tensión y la ansiedad; los servicios de auxilio telefónico se restringieron porque los recursos se necesitan para la emergencia general, de modo que incluso si las mujeres quieren hacer una denuncia es difícil: para todas las mujeres trabajadores que están obligadas a quedarse en casa la carga de trabajo se ha duplicado porque la distribución de tareas rápidamente retorna al antiguo modelo, en el que las mujeres son responsables de la casa.

En todo el mundo, sobre lo que menos estadísticas hay son las mujeres trabajadoras: ¿qué pasará con ellas? Dadas las restricciones de viaje, no podrán volver a sus casas. Y como sus ingresos decaen, no podrán enviar dinero a sus familias. Es bien conocido que el 95% de quienes trabajan en enfermería y asistencia son mujeres. Están en el frente de batalla y son vulnerables. Pero mientras los estados piensan en todo el equipamiento necesario para tratar pacientes, nos olvidamos de preguntar quién cuida a los que cuidan. Y si son importantes las mascarillas y los trajes de protección, también lo son las toallas sanitarias para las enfermeras. ¿Dónde las van a comprar? Las tiendas están cerradas. ¿Por qué nunca se considera esto entre los equipos de emergencia? Con la suspensión de actividades, también cerraron los fabricantes de anticonceptivos, ¿qué implicancias tiene esto para las mujeres?

Creo que hoy somos capaces de hacer esas preguntas porque sabemos más que antes sobre las enfermedades infecciosas, sabemos más sobre la relación entre enfermedad, economía, gobiernos y libertad de expresión. Nunca antes la libertad de expresión fue tan importante, este no es momento para ocultar cosas sino para ser transparente, estar abiertos a la crítica y aprender los unos de los otros. Sí, los gobiernos están hablando entre sí y construyen alianzas, pero las construyen de modo tentativo, temeroso, todavía están atascados en los modelos antiguos de poder.

Para nuestros líderes, muchos de los cuales son autoritarios, esta es la oportunidad perfecta de consolidar el poder, de llevar a cabo una vigilancia más estricta, de hacer que la gente se vuelva obediente. ¿Por qué no hay una discusión abierta al público entre nuestros líderes sobre los diferentes modelos que siguieron los diferentes países, por ejemplo, no se compara el caso de Japón con el Reino Unido o la India? ¿No podemos aprender de esos ejemplos?

Muchos se preguntan si no habrá un cambio en la solidaridad global. No estoy segura. Me gustaría que fuera así pero, francamente, no tengo mucha esperanza. ¡Es raro pensar que un fenómeno que cierra todas las fronteras se convierta en uno que las abra! Sí, todos estamos en el mismo barco, ricos, pobres, blancos, negros, etc. Como me dijo una amiga italiana: “Es la primera vez que mi generación de italianos blancos comienza a intuir qué se siente cuando se sufre el racismo”. De modo que tal vez se esto conduzca a una mejor comprensión de las clases y demás formas de la diferencia. De modo parecido, tal vez este fenómeno nos ayude –especialmente a las clases medias y ricas y pudientes– a cuestionar nuestro consumismo irreflexivo e innecesario, a vivir en mayor consonancia con la naturaleza y con mayor consciencia de nuestros privilegios. Pero dudo de que nuestros líderes dejen de lado sus ambiciones y se enfoquen, aunque sea una vez, en el pueblo. No lo hicieron en todos los años que han gobernado, ¿por qué comenzarían ahora?

Y en el plano de la gente común, reconectarse con la naturaleza, descubrir un balance en nuestras vidas... pienso que, si esto sucede, será a escala pequeña (me encantaría que me demostraran lo contrario). Pienso que poco a poco volveremos a nuestro anterior modo de vida, y las cosas serán peores porque la política de la emergencia influirá en la política cotidiana. Es una gran oportunidad para los regímenes dictatoriales de someter a la gente y llevarla a pensar que cuestionar es un delito y la obediencia lo es todo. Recuerdo que muchos de mis vecinos me preguntaron por qué yo no hice ruido con las cacerolas para “espantar” el virus el día que nuestro primer ministro planteó el aislamiento voluntario. Qué combinación de palabras: “aislamiento” y “voluntario”.

¿La industria renacerá con mayor consciencia? Otra pregunta difícil de responder. Si nos basamos en los antecedentes, parece improbable. Ahora, cuando tienen la gran oportunidad de hacerlo, no han ni siquiera insinuado el tema. Será mucho más improbable que estén dispuestos a hacerlo una vez que pase la crisis.

Lo que sé es que las pequeñas empresas que luchan por sobrevivir, como la nuestra –una editorial independiente–, casi seguramente desaparecerán y, aunque nosotros no somos más que un punto en el total de ganancias, que se pierdan voces como las nuestras representa la pérdida de algo vital para nuestra sociedad y nuestro mundo, la voz pequeña, la voz marginal, la voz que está abierta a la consciencia y que subvierte los discursos dominantes. Un mundo donde sólo prevalecen estos discursos no es un mundo en el que valga la pena vivir.

 

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