Argentina
Fotos con movimiento: mujeres y feminismos en Argentina

Foto: Sol Avena
Foto: Sol Avena

De Agustina Paz Frontera

La foto de las mujeres argentinas sale movida. Cada vez que se intenta dar un panorama de cuál es la situación que viven, ellas mismas se corren o entran otras personas a cuadro. Escribir sobre mujeres en la actualidad siempre implica forzar la lente. Las mujeres están sobrerrepresentadas en la pobreza, ese es su principal problema. Con el avance del Covid-19 y las consecuentes transformaciones vitales de toda la población, como muchas veces ya se ha dicho, se pusieron en evidencia la vulnerabilidad y desigualdades preexistentes. La pobreza que habita la mitad de las mujeres del país es una ficha de dominó que empuja en cadena a todos sus derechos.  

Cada vez que intentamos usar el significante mujeres para nombrar algo, las feministas preguntamos por reflejo de qué mujeres exactamente estamos hablando. No es lo mismo ser una mujer de clase media urbana, que ser una mujer marrón de un barrio popular, o una mujer indígena de zona rural. Tampoco las experiencias de mujeres trans y cis son homologables. Ni es lo mismo un cuerpo de mujer que transita cómodo por la ciudad, que un cuerpo con dificultades, migrante, gordo, discapacitado. El movimiento compuesto por los feminismos argentinos, uno de los más activos del mundo, incluye la multiplicidad de caras que se cuelan en la foto. Ya no hay una mujer, o un grupo de mujeres, en el centro de la escena. Hay múltiples escenas, colores que antes no se veían, hay personas no mujeres, como travestis, lesbianas y varones trans, y también varones cis. Los feminismos han logrado hacer una panorámica fallida de cómo se intersectan las desigualdades económicas, culturales, generacionales, porque el género solo no explica nada.  

La economía feminista ha dado grandes pasos en los últimos años. Gracias a la tenacidad activista de estudiosas del área y de acciones feministas como las huelgas internacionales hoy es posible reconocer los cuidados como un segmento fundamental de la economía. El primer paro de mujeres se desarrolló en octubre de 2016, tuvo carácter nacional y la centralidad del reclamo fue el pedido de justicia por el femicidio de Lucía Pérez, una joven de 16 años asesinada con saña y crueldad. ¿Por qué una huelga y no solamente una movilización, una marcha, un plantón? Fue decisión del conjunto de la asamblea Ni Una Menos que la violencia fundamental que atraviesan las mujeres es ser trabajadoras y no ser reconocidas como tales. El vínculo se hizo evidente: sin trabajo no hay dinero y sin dinero no hay autonomía para tomar decisiones como salir de un vínculo violento. “Si nuestra vida no vale, produzcan sin nosotras”, “Eso que llaman amor es trabajo no pago”, fueron algunas de las frases que circularon en murales, tuits y banderas. Luego vinieron los paros internacionales feministas de los 8 de marzo de 2017, 2018, 2019, 2020.  

Hoy, cuando la política emanada por el Gobierno nacional de Alberto Fernández es que la cuarentena es obligatoria y la vida se reduce al ámbito doméstico, se hace más evidente aún quiénes son las que realizan las tareas que sostienen la vida y los riesgos que conllevan esas vidas. Limpiar, hacer compras, cuidar a los enfermos, ayudar en las tareas escolares, cocinar y un largo etcétera recae sobre las mujeres, trabajadoras de un empleo que no tiene remuneración ni prestigio. En el 63,7% de las viviendas de los barrios populares la responsable del hogar es una mujer (según el Registro Nacional de Barrios Populares). Las mujeres sostienen la vida, sus principales actividades están en su mayoría vinculadas al hogar y la comunidad. Solo el 31% de las mujeres de los barrios populares tiene un trabajo con ingreso, mientras que el 73% de los varones se encuentran en esta condición. En tanto no se reconozca el cuidado que realizan las mujeres y adolescentes como trabajo, la brecha seguirá existiendo. Hoy en promedio los varones ganan un 27% más que las mujeres.  

Además, no hay suficientes espacios públicos o comunitarios con los que las familias puedan compartir los cuidados y los cuidados pagos recaen caen en mujeres migrantes o racializadas que a la vez deben dejar a sus familias para cuidar a otras. La forma en la que se afronta este déficit en los barrios es a través de sus organizaciones, comedores y espacios sociales, que brindan servicios de cuidados accesibles. Estos espacios son en su gran mayoría organizados por mujeres que ponen a disposición de la comunidad los ingresos que perciben, subsidios y planes del Estado (la población registrada en los programas sociales para cooperativas está conformada en su mayoría por mujeres). El uso discrecional de los ingresos explica también por qué son ellas las que más apoyo del Estado reciben. Es un circuito que no se detendrá en tanto no haya paridad económica y paridad en el cuidado. Y que expone a las mujeres sin acceso al trabajo remunerado y con sobrecarga de cuidados a no tener márgenes de reacción frente a situaciones de violencia. 

 Según datos de organismos estatales, desde que comenzó el Aislamiento Preventivo Social Obligatorio, todos los delitos bajaron. Esto se explica naturalmente por la baja en la circulación social; hay menos hurtos, menos robos. Los únicos delitos que no bajaron fueron los asociados a las violencias machistas. En América del Sur la mayor parte de los femicidios ocurren en los hogares, los perpetradores son en un 70% de los casos personas conocidas. En general son eventos anunciados por una cadena de violencias que muchas personas e instituciones vieron avanzar. Según los números no oficiales, la tasa de femicidios se mantiene estable (una mujer muerta cada 30 horas) y, según registros del Gobierno, los llamados a las líneas de ayuda aumentaron en un 30% durante la cuarentena. 

Los feminismos en la Argentina lograron ser omnipresentes en la agenda cultural, política y mediática. Su potencia deambula en la trama social como parte de la voz pública. Sin embargo, aún falta demasiado para lograr que las vidas que los feminismos tienen como principal motivación logren plenitud. La desigualdad económica es el principal obstáculo. Son necesarias medidas tendientes a reconocer las tareas de cuidado como trabajo, organizar redes comunitarias de cuidados y buscar una distribución más equitativa de ingresos que reduzca la brecha de género. Y además son necesarias la implementación plena de la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) y la sanción de leyes que garanticen derechos sexuales y reproductivos (la de aborto, la principal). En relación a las violencias, se vuelve indispensable implementar la perspectiva de género en el sistema de gestión de la conflictividad y en la prevención de las violencias. La Ley Micaela (de capacitación en género a todas las personas que integran los tres poderes) es un avance fundamental que debe empezar a dar resultados y expandirse a otras áreas. También son necesarios el reconocimiento de las trabajadoras populares (feriantes, trabajadoras sexuales, pequeñas agricultoras, etc.) y crear políticas que reparen los déficits de participación de mujeres, lesbianas y personas trans en la cultura, los medios de comunicación, el deporte, los sindicatos. La división sexual del trabajo en la Argentina brilla reluciente como si fuera vajilla nueva. 

En los barrios populares, donde el feminismo es más practica que bandera, la solución ha sido la organización. En un país en el que el 50% del empleo es informal, las organizaciones sociales tienen un rol clave de articulador entre el Estado y las comunidades, y allí el feminismo es parte fundamental, porque son las mujeres mismas quienes organizan esas comunidades. En el centro, en las ciudades, en las capas medias, queda mucho por aprender de cómo la construcción colectiva puede volver a poner el foco en quiénes somos. ¡Whisky!  

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