Brasil
Un territorio para las mujeres brasileñas – derechos y no violencia

Un territorio para las mujeres brasileñas
Un territorio para las mujeres brasileñas | Foto: © Angela Macario Shutterstock.com

De Wania Sant´Anna

Brasil es un país tan complejo que no puede ser tratado en unas pocas líneas, y este es un ejercicio aún más desafiante cuando pretendemos poner a las mujeres brasileñas sobre este escenario. Esto se debe a que el historial de ignorar los análisis del país escritos por mujeres es muy largo. El análisis de la realidad y los escenarios políticos, sociales, económicos y culturales han sido, a lo largo del tiempo, una prerrogativa de los hombres, concretamente de los hombres blancos. Son, en la mayoría de las situaciones, los especialistas, los líderes políticos, el grupo "armonioso" llevado al nivel de conocedores de todos los temas y, por lo tanto, los "más cualificados" para dirigir y materializar lo que piensan. Esto no ha funcionado desde el Siglo XVI, pero eso no parece importar mucho. De esta manera continúan "pensando", "formulando" y, lo que es más grave, errando.
 
Territorialmente, el país más grande de Sudamérica, Brasil tiene 207 millones de habitantes (2018), 107 millones de mujeres - 52 por ciento de la población. Pero esto no es todo acerca de este país, su particularidad no yace en su territorio o en su población. Su pasado nos dice mucho más sobre su presente. Fuimos el último país americano en abolir la esclavitud el 13 de mayo de 1888. En más de 350 años de esclavitud, los puertos brasileños habrían recibido 3,6 millones de esclavos, hombres y mujeres, algo así como 4 de cada 10 africanos traficados al continente americano.
 
Después de tres siglos de esclavitud y de protagonismo en la trata transatlántica de esclavos, la ley que abolió esta forma de organización política y económica, fundadora de la sociedad brasileña, solamente tenía, para que conste en la historia, dos artículos y 17 palabras: "La esclavitud en el Brasil se declara extinta desde la fecha de esta ley", "Se revocan las disposiciones que indiquen lo contrario". Es decir, ni una palabra sobre la reparación económica o la inserción de los antiguos esclavos en el nuevo modelo económico y político del país - los negros y la población esclava representaban algo así como el 62 por ciento de la población en esa época (Censo de Brasil, 1872).
 
Así nació en 1889 la República de Brasil, poniendo fin al único país de América que, durante 67 años, de 1822 a 1889, llegó incluso a ostentar una monarquía. Había muchos elementos para marcar este nacimiento con los colores de la desigualdad, el racismo científico y la discriminación racial con consecuencias perversas para los negros, para las mujeres negras y también para las mujeres blancas. Las mujeres adquirirían el derecho a votar en 1932, y las personas que no supieran leer ni escribir, la población negra en su gran mayoría, tendrían este derecho garantizado recién en la actual Constitución, promulgada en 1988.
 
¿Por qué hablo de estos hechos históricos? Porque soy una mujer negra, feminista y activista del movimiento negro y de las mujeres negras en Brasil. Mis impresiones sobre el futuro de las mujeres brasileñas exigen que la lucha contra el racismo se sitúe en una agenda prioritaria en la lucha contra todas las demás formas de discriminación, exclusión, desigualdades y asimetrías.
 
En Brasil, recientemente, se ha vuelto común clasificar las demandas de las mujeres, de las y los negros, de los LGBTQ, de las poblaciones indígenas y de otros segmentos de la población como "políticas de identidad". Se ha producido un ataque frontal a los análisis y enfoques que ven las relaciones y jerarquías de género como la base de las estructuras de poder y subordinación de la mujer en la sociedad.
 
Esta descalificación pública y política trata de ocultar las pruebas que demuestran que las mujeres, los negros, las personas LGBTQ y los pueblos indígenas son los grupos más afectados en sus derechos y libertades civiles. En 2018, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), organización responsable de las estadísticas nacionales, 6,4 millones de mujeres estaban desempleadas en Brasil, de las cuales el 63 por ciento eran negras. Ese mismo año, la espantosa cifra de 52,5 millones de personas en el Brasil tenía un ingreso per cápita de menos de 5,5 $US por día – el umbral que, según el Banco Mundial, caracteriza la pobreza en los países en desarrollo. Y nuevamente, la fuerte desigualdad basada en el género y en la raza es evidente. La proporción de mujeres entre los pobres era del 51,8 por ciento, es decir, 27,2 millones de mujeres que vivían por debajo del umbral de pobreza. Sin embargo, si analizamos esta realidad desde la perspectiva racial y de género, encontramos que entre los pobres la mayoría son mujeres negras, 37,5 por ciento - o 19,7 millones de personas en términos absolutos. En el lado opuesto se encuentran las mujeres blancas con una proporción del 13,5 por ciento, o 7,1 millones de personas.
 
A este desgarrador escenario se añade la situación específica de la violencia contra las mujeres brasileñas, y especialmente el feminicidio. En 2019, según datos del Foro Brasileño de Seguridad Pública y del Centro de Investigación de la Violencia de la Universidad de São Paulo, 1.314 mujeres brasileñas fueron asesinadas por el hecho de ser mujeres - una mujer cada 7 horas.
 
En 2015, Brasil aprobó la Ley sobre el Feminicidio, en la que se definen las características de este delito: violencia doméstica e intrafamiliar, desprecio o discriminación contra la mujer. Los institutos de investigación y las investigadoras de esta temática subrayan la necesidad de capacitar y sensibilizar a la policía y al personal de la justicia penal sobre esta problemática, a fin de que puedan distinguir los feminicidios de otros homicidios. Sin embargo, el hecho es que mujeres de todas las edades y clases sociales siguen siendo asesinadas por sus maridos, parejas y exnovios en todo el país. Los datos disponibles de 2019 muestran un aumento del 7,3 por ciento en el número de mujeres asesinadas por feminicidio en comparación con 2018, año en el que fueron asesinadas 1.225 mujeres.
 
Estos indicadores sobre el trabajo, la pobreza y la violencia muestran la magnitud del desafío que tenemos por delante para garantizar los derechos, superar las desigualdades y romper la discriminación histórica. Con todos estos desafíos actuales, es inaceptable clasificar las demandas del movimiento de mujeres, de las feministas, del movimiento de mujeres negras y del movimiento negro como defensa de "políticas de identidad", y esto es porque estas demandas son, en verdad, esenciales para todo el país. Negarlas es una forma de complicidad con las prácticas sexistas, racistas, homofóbicas y elitistas y la negación de los derechos de las comunidades indígenas y tradicionales.
 
La tarea de escuchar, reconocer, aceptar y, en particular, dar cabida a las demandas de derechos (en plural) y derechos civiles (en su totalidad) que se aborden adecuadamente es de vital importancia para la supervivencia del sistema democrático en Brasil. Sin el reconocimiento y la garantía de los derechos de los indígenas, no habrá democracia en Brasil. La población indígena del Brasil no debe en ningún caso verse amenazada por el genocidio, como sucedió con sus antepasados desde que los primeros colonizadores portugueses anclaron aquí sus veleros y violaron a las mujeres indígenas sin el menor escrúpulo cristiano. Porque es eso lo que realmente sucedió.
 
En Brasil, esta lucha por el reconocimiento como sujeto político forma parte de la historia de la construcción de las organizaciones a las que pertenecen el movimiento de mujeres, el movimiento feminista y el movimiento de mujeres negras. Las mujeres brasileñas políticamente comprometidas han sido sin duda alguna las protagonistas de todas las iniciativas para ampliar los derechos civiles de las mujeres en el país, y debemos seguir ocupando espacios de toma de decisiones y avanzar en la participación política.
 
Por ejemplo, es inaceptable que las mujeres brasileñas sigan estando insuficientemente representadas en el Congreso Nacional. A pesar de la existencia de leyes específicas para ampliar su participación política, sólo el 11,3 por ciento de los 513 delegados federales en 2018 eran mujeres. En el Senado Federal, que consta de 81 senadores, sólo 12 mujeres ocupan una silla, el 14,8 por ciento. En una comparación internacional, en diciembre de 2017, Brasil ocupaba el 152º lugar entre los 190 países que proporcionaron a la Unión Interparlamentaria datos sobre el porcentaje de mujeres que ocupaban escaños parlamentarios a nivel nacional. Y sí, cabe resaltar que este porcentaje es el peor resultado entre los países de América del Sur.
 
Por último, es importante señalar que esta representación insuficiente también contamina otras áreas de representación política y de la administración pública. Esto puede verse claramente cuando se observa el número de alcaldesas en el país. Según el Instituto Alziras, que estudia las carreras de las alcaldesas brasileñas, sólo 649 mujeres gobiernan el 12 por ciento de las ciudades del país. No es una coincidencia que éstas sean en su mayoría las ciudades más pobres con el menor número de habitantes. En lo que respecta a las gobernadoras, la situación es aún más chocante. De los 27 Estados brasileños solamente uno está gobernado por una mujer elegida en 2018: Rio Grande do Norte.
 
En vista de esta situación, parece evidente y claro como el agua que deben cambiar muchas cosas en Brasil para convertirse en un territorio que garantice a las mujeres sus derechos civiles, el respeto y una vida sin violencia ni discriminación de ningún tipo. Esta es la realidad que necesitamos para el siglo XXI y por la que estamos luchando.
 
Wania Sant'Anna es historiadora, feminista y activista del movimiento negro y del movimiento de mujeres negras en Brasil. Es miembro de la Coalición Negra por los Derechos y Vicepresidenta del Consejo de Administración de IBASE (Instituto Brasileño de Análisis Social y Económico). Vive en Río de Janeiro.
 
 
 

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