Correo libre
Hogar, identidad y nueva diversidad

Portofrei: Nora Bossong und Igor Levit im Gespräch
Grafik: Bernd Struckmeyer

¿Es el lugar natal igual a hogar e igual a identidad? ¿O la globalización corta todas las raíces? Sobre este tema debaten aquí Nora Bosson, escritora, e Igor Levit, pianista. Su correspondencia digital fue un correo libre de franqueo que sigue abierto para que los lectores expresen su opinión, sus objeciones, sus preguntas en el campo de comentarios de esta página o en Twitter y Facebook bajo el hashtag #portofrei. Geraldine de Bastion, que moderó el debate, integró al diálogo los comentarios.

Geraldine de Bastion
Foto: Roger von Heereman / Konnektiv
Geraldine de Bastion: ¿Nuestro hogar está allí donde nos conectamos automáticamente al WIFI? El hogar en el mundo digital. hogar, es como un grabado que va perdiendo color. Sin embargo, en muchos aspectos el concepto tiene más relevancia que antes: muchas personas, expulsadas por la guerra, encuentran entre nosotros una nueva hogar. Otros, sea por la innovación digital, sea por el aspecto diferente de algunas personas o la arquitectura moderna, se sienten inseguros y se aferran nostálgicamente al concepto de hogar.

Yo me cuento entre las personas que se mueven libremente en el mundo digital y análogo. Mi ventana al mundo son los medios sociales y el video chat que me conecta con mis personas queridas. Los recuerdos más importantes, mis canciones favoritas, los libros están –siempre conmigo– en la red.

Muchas de las personas que conozco viven la vida privilegiada del nómade digital: el marco de identificación personal se extiende mucho más que el espacio geográfico en que se vive. Y al mismo tiempo siento un lazo emocional con la ciudad en que vivo y que va más allá de la conexión con sus habitantes. Berlín es hogar. Internet también.

¿Que significados diferentes adopta hoy el concepto de hogar? ¿Significa algo distinto cuando se es uno de esos privilegiados nómades digitales? ¿O cuando apoyados en los almohadones del sofá miramos la calle desde el primer piso? ¿Qué significa hogar para ustedes?
 
Nora Bossong
Foto: Peter-Andreas Hassiepen
Nora Bossong: Hogar es el lugar que uno añora toda la vida y del que cinco minutos después ya se quiere ir, pienso cada vez que llego a la ciudad de mi niñez y miro a mi alrededor: allí los rododendros de verde intenso, aquí la antigua muralla, más allá la esfinge de pechos desnudos, delante del museo. Se despierta viejos recuerdos que se manifiestan más profundos y significativos que todos los que acumulé en años posteriores. El hogar es un sentimiento difuso, la voluntad de querer una especie de lazo, de lazo con nosotros mismos. Quien no lo logre utilizará el concepto de vez en cuando y fácilmente para excluir, como si la delimitación pudiera crear lo que tiene que surgir desde dentro: extraer algo.

Sigo una calle más adelante, la belleza de una niñez abrigada se superpone con primeras sensaciones de pérdida. Después vuelve el anhelo. Al mismo tiempo, la sensación de haber salido de esa ciudad, de esa época, porque ya no soy la de entonces, porque la ciudad no es la de entonces, con sus personas, sus relaciones, sus caminos, sus edificios.

Y esto, aunque a mi ciudad natal no la sacudió nada de lo ocurrido en los últimos treinta años (no estaba en un Estado que dejó de existir, no fue destruida por la guerra, no sufre un régimen que hace peligroso el regreso a ella). ¿Cuán incomparablemente más grande debe ser en tal caso el sentimiento de pérdida?

Pero el hogar, por frágiles o resistente que sean nuestros lugares de origen, nunca es un punto fijo, sino un punto de ficción: un “como si”, no un lugar en el que se está cinco minutos, sino uno que intentamos construir durante toda la vida. No es algo que ata sino que hace desear o, como dice Ernst Bloch, “algo que brilla a nuestros ojos desde la infancia y donde todavía no ha estado nadie”.
 
Igor Levit
Foto: Robbie Lawrence
Igor Levit: Hogar, un concepto difícil. Difícil, porque, así lo sentía yo antes, porque siempre está limitado. Limitado a un lugar, a un espacio relativamente estrecho. Entretanto, me he definido el hogar de modo diferente. El hogar son las personas que quiero, las personas que evito, las personas de las que aprendo, las personas que me piden consejo, las personas que me ayudan, las personas a las que ayudo. Probablemente fue siempre así, pero lo que siempre me inspiró en la vida han sido las personas.

Entre ellas, con ellas, me siento entendido, con ellas me siento abrigado y en casa. Ya desde niño lo único que quería hacer era viajar, pero no para observar la naturaleza, los paisajes o las obras maestras de la arquitectura, no, quería conocer personas. Y fui tomando consciencia de que me encontraba a mí mismo a través de y con la ayuda de otros. Con ayuda de mi familia, de mis amigos. Eso es lo que se volvió hogar para mí, el encuentro, la convivencia, las personas.
 
Geraldine de Bastion
Foto: Roger von Heereman / Konnektiv
Geraldine de Bastion: Hogar. Un constructo que nos limita pero también nos delimita. Lo que para uno significa abrigo, por ejemplo lo permanente, lo inalterable, lo confiable de lo familiar, desencadena en otro sentimientos de angustia.

¿Hogar significa algo distinto cuando se viene del campo o de lugares en los que hay pocos cambios, que cuando se viene de una gran ciudad que se transforma permanentemente? Mi hogar, Berlín, siempre tiene un nuevo rostro. Es un “rostro con pecas”, como dijo alguna vez Hildegard Knef. Mi hogar es un hogar imperfecto, que está marcada por la transformación y no por la permanencia... muy distinto del modo en que siente su hogar Daniela de Oberbayern:
Visto desde el punto de vista geográfico o en relación con las personas: ¿cuán grande es su hogar? ¿Y cuán permanente?

 
Nora Bossong
Foto: Peter-Andreas Hassiepen
Nora Bossong: Una conocida me cuenta sobre el hogar de nuestro ancestros en la Edad de Piedra. El territorio habitado se ampliaba por generación en un radio de un día de marcha. Si se iba más lejos, por motivos de protección o de asegurarse comida, no sólo se llevaban animales de carga y plantas comestibles, sino también plantas de adorno y animales domésticos. Si se quiere hablar de hogar en este contexto, parece ser no sólo lo útil, el lugar que nos asegura la supervivencia sino también lo que nos inspira intimidad.

Hoy, con el auto, se puede atravesar en medio día toda Alemania, incluso se llegaría a un país vecino y con un vuelo directo alcanzamos en menos de veinticuatro horas casi cualquier lugar del mundo. Hablar de un radio cuando éste abarca todo el globo es absurdo.

Quizás por eso eso no puedo determinar el hogar geográficamente. Si bien hay recuerdos de lugar que yo vinculo con el hogar, constituyen un mosaico contradictorio más que una imagen inequívoca. Mi patria se transforma sin cesar, quizás es lo único permanente es que se trata de lugares y encuentros que no sólo me son útiles sino también vuelven posibles una y otra vez la confianza y la intimidad.
 
Igor Levit
Foto: Robbie Lawrence
Igor Levit: Desde siempre mi hogar no tuvo fronteras, ni geográficas ni, sobre todo, emocionales. Fue y es un estado interior. Una emoción, un pensamiento. Por ejemplo, cuando tenía diecisiete años, el piano se me volvió algo extraño. La música no, pero sí el instrumento, mi medio de expresión, mi “hogar”. Sencillamente ya no tenía la sensación de poder expresarme con mi instrumento, algo que para mí era muy importante. Me encontraba en un callejón sin salida. Bach sonaba mal, Beethoven sonaba mal, todos estaba “mal”. Si se quiere, mi hogar interior, artístico estaba sencillamente a punto de desaparecer.

Por una casualidad conocí en esa época a dos músicos extraordinarios: Lajos Rovatkay y Frederic Rzewski. Uno, un genio de la música antigua, un erudito universal por excelencia, que que se convirtió para mí en una especie de espíritu rector; el otro, un tipo muy poco convencional, compositor de música contemporánea, comunista, una gran mente política, una mente tremendamente lúcida pero también fatigosa, estadounidense, un gran compositor. Muy opuestos los dos y a la vez muy cercanos.

Y de pronto mi “hogar” se transformó. Ellos dos se transformaron en mi hogar. Cada uno por separado me dio nuevo aire que respirar. Me inspiraron. Describirlo en detalle excedería le marco de esta charla, pero esas dos personas redefinieron mi hogar desde el fundamento.

A eso me refería en mi primer texto. Mi hogar nunca fue un lugar. Nunca fue una nación. Ni ciudad ni edificio. Siempre fueron personas. Siempre fue enlace, intercambio, estar con el otro, para el otro. Se define de nuevo diariamente. Gracias a Dios. Mi hogar es tan grande como puede y tan libre como yo puedo serlo.

Mi familia es hogar, mis amigos más íntimos Georg, Julia, Sonja, Frederic, Annette, Simon, Maren, Kristin, Martin, Thorsten, Thomas, Oliver, Sam, ellos son hogar, mi último maestros Matti Raekallio, que se convirtió en un maravilloso amigo. El recuerdo del fallecido Hannes Mahler, que era como un hermano para mí y aún llevo en mi corazón. El dolor que siento desde que él no está, el dolor que a veces me desgarra es parte de mi hogar. Me acompañará toda la vida. Por supuesto, la música es hogar.

En este punto me cuesta seguir escribiendo.
 
Geraldine de Bastion
Foto: Roger von Heereman / Konnektiv
Geraldine de Bastion: Un balance provisorio: hogar no es igual a origen. Hogar es intimidad, abrigo, naturalidad. Seres humanos, lengua, música... todo lo que para uno puede ser una casa emocional.

El hotel barato de la esquina de mi casa acoge desde hace dos a refugiados. Delante del edificio juegan los niños de las familias alojadas allí. La semana pasada vi que entre ellos hablan sobre todo en alemán, ya no en árabe: “Me toca a mí. Déjame subir a la bicicleta”. Esos niños perdieron de repente todo lo que les resultaba familiar. ¿Cuáles habrán sido sus primeras impresiones de este lugar extraño que ahora es hogar para ellos? ¿Las impresiones de este país del que nada sabían antes de venir? ¿De un país, cuya lengua ahora hablan, en el que ahora están en casa... aunque sea una habitación de hotel?

Uno de nuestros lectores escribió esta semana en Facebook: “He comprobado que sólo cuando uno está lejos agudiza la mirada para el concepto de hogar”. Yo experimenté lo mismo. Cuando uno viaja aprende sobre la propia cultura por lo menos lo mismo que sobre la ajena. Uno aprende a valorar cosas cotidianas –por ejemplo, poder beber el agua corriente– y a identificar los propios atributos –por ejemplo, que en espacios públicos nos conducimos distinto que la personas de otras culturas–, y uno se da cuenta de lo que no extraña: por ejemplo los malhumorados comentario de la gente en los medios de transporte, en lugar de las sonrisas que uno recibe en muchos países.

¿Qué fue lo último que aprendieron sobre ustedes y su hogar, cuando estaban lejos?
 
Nora Bossong
Foto: Peter-Andreas Hassiepen
Nora Bossong: Siempre que paso un tiempo largo en el extranjero, con las semanas y los meses empiezo a traer cerca de mi lo que normalmente trato de mantener lejos, eso de lo que huí cada vez que pude, por ejemplo, el rasgo de alemana del Norte, que, siempre que recuerdo a Bremen, se me aparece como un corsé hecho de ética protestante, mal tiempo y un comercial rechazo de todo lo que sea derroche o belleza y cabriola intelectual y del deseo, que no se deja calcular y monetizar de inmediato. Cuando viví por un tiempo en Roma, me sumergía cada noche en los Los Buddenbrook, no tanto para por fin leerlo entero, sino para evocar cada día las figuras y el ambiente, para levantar un enclave del norte de Alemania en mi departamento compartido de Roma, seguramente porque me habría sentido un poco perdida en todo eso que yo misma había elegido, la lengua italiana, el catolicismo, las calles de Roma, porque allí sentí lo mucho que somos eso con lo que crecimos, más allá de que después lo queramos o no, más allá de que, si hubiéramos tenido la oportunidad de decidir, lo habríamos elegido o habríamos cortado de una vez por todas con la parquedad del norte.
 
Igor Levit
Foto: Robbie Lawrence
Igor Levit: ¿Qué es identidad? Hace poco hablé con una compositora iraní. Una persona tremendamente inteligente, curiosa, despierta, atenta y, en consecuencia, una música maravillosa. Le pregunté cuál era el papel que creía cumplir en la sociedad de la que formaba parte. Su respuesta fue tan clara: como dolorosa: “Ninguno”. Le pregunté cómo buscaba su identidad, y me contestó de modo muy bello: viajando, con la ayuda de otras personas. Me contó de sus viajes a los Estados Unidos, a Europa, y cómo los viajes la enriquecían, la transformaban, la colmaban . Y después me contó del drama que tantos de nosotros seguimos en las noticias. Como ella es iraní, casi de un día para otro le resultó imposible viajar a los Estados Unidos. De algún modo, a esa mujer le arrancaron gran parte de su hogar interior. Le cerraron delante de la cara la más importante de las puertas.

¿Por qué cuento esto?

Viajo con mucha frecuencia y a veces extraño de modo brutal a mis amigos, el estar en casa. Muchos viajes los hago solo y las llamadas por teléfono, Skype y demás al final del día no son comparables a un encuentro en vivo. Pero me resigno y lo acepto. Rara vez le reprocho algo a mi vida y mis amigos tampoco me lo reprochan. No, mi mirada del hogar no se modifica al viajar. Mi consciencia de cada momento, cada lugar, cada persona... se vuelve más aguda, despierta, curiosa, día tras día.

Pero el hogar, mi hogar, lo llevo siempre conmigo y dentro de mí.
 
Geraldine de Bastion
Foto: Roger von Heereman / Konnektiv
Geraldine de Bastion: Justo este fin de semana, una amiga me contaba que cuando vivía en el extranjero, sólo para sentir un lazo con el hogar, empezó a ver Atortora (Lugar del crimen) y otras series de televisión, que en Alemania jamás habría mirado. “Sólo para oír el idioma”, dijo. Idioma: sentirse entendido, hacer chistes y entenderlos. Sólo se puede maldecir y discutir cuando se domina el idioma. No tener que pensar sobre el idioma significa sentirse en casa.

En nuestra serie Correo Libre, la traducción al ingles de Heimat (hogar) generó un debate. Homeland no es Heimat. Los conceptos tienen connotaciones distintas y despiertan asociaciones diferentes. Según la teoría de la relatividad lingüística, también llamada teoría de Sapir-Whorf, la estructura de una lengua determina la visión del mundo del hablante.

Extendamos el concepto de lengua y relacionémoslo con el de música, ajedrez o lenguas artificiales. ¿Cómo influye su lenguaje en el modo en que ven el mundo?
 
Nora Bossong
Foto: Peter-Andreas Hassiepen
Nora Bossong: La primera semana en Roma, cuando todavía no dominaba ni mucho menos la lengua italiana, en el bus pensaba que la gente a mi alrededor seguro hablaba constantemente de Dante y Da Vinci, como si la belleza aún lejana para mí de la lengua italiana, tan rica en vocales, y la abundancia de arte e historia delante de mi ventana se reflejaran en las charlas de la gente. A medida que fui entendiendo el italiano, me di cuenta de que las conversaciones eran tan triviales como en Alemania. Uno no había lavado los platos, otro estaba llegando tarde, una tercera había peleado con Lucca, porque era un idiota.

Por supuesto, sería extraño suponer que podríamos ver nuestro mundo más allá del lenguaje. “Nuestro mundo” se manifiesta en un ahora singular, que es el vacío entre el pasado y el futuro. A estos dos últimos, el antes y el después, no los podemos percibir, sólo podemos pensarlos, recordarlos, formularlos verbalmente. Y a su vez “nuestro mundo” se muestra, por supuesto, de modo especial en nuestra lengua materna y, en consecuencia, en su amplitud, porque en ninguna otra disponemos tan fácilmente de connotaciones, matices, juegos de palabras, pero también en su estrechez, en su familiaridad, que repite perspectivas que recurren una y otra vez y que se ha ensordecido por los actos de habla profanos, cotidianos, a los que no se les presta atención: “Un viaje, por favor”. “Espera, tengo sesenta centavos en sencillo”.

Por eso cada vez más a menudo voy, o mejor, huyo a un lugar donde se hable otro idioma, por algunos meses, a menudo con la idea de que será para siempre. Naturalmente, es un exilio voluntario y lujoso, que no está impuesto por ninguna necesidad evidente y existencial y que puede anularse con un par de horas de avión. Pero antes de llegar a ese punto, la mayoría de las veces el exilio mismo, que es uno lingüístico, se corrige a sí mismo: cuando me familiarizo tanto con la lengua extranjera que la uso para soñar y pensar y se me vuelve algo corriente y Dante aparece cada vez menos en ella.
 
Igor Levit
Foto: Robbie Lawrence
Igor Levit: Llegamos a Düsseldorf el 4 de diciembre de 1995. Aeropuerto. Pista de aterrizaje, primer día en Alemania. Un mundo nuevo, nuevos ruidos, gran aventura. Desde entonces siento mi vida en esta país como una felicidad que nunca termina, pero también como una felicidad que siempre cuestiono y observo críticamente.

Todo me parecía fabuloso, los colores, la velocidad, lo desconocido, las expectativas... pero lo que más me emocionó y amo hasta hoy desde el fondo de mi corazón fue el idioma. Me enamoré del alemán. Cuando fui a la escuela, todavía vivía en Dortmund, me propuse hablar mejor alemán que todos mi compañeros. Quería aprender alemán, entenderlo, leer y comunicarme en alemán.

Meses después ya lo había logrado. Mi primer libro en alemán. Mi madre me regaló el libro de Joachim Kaiser Große Pianisten unserer Zeit (Grandes pianistas de nuestro tiempo). Esta lengua se convirtió en mi llave maestra. Me abrió las puertas a amistades, relaciones, vivencias musicales, al encuentro conmigo mismo, al enfado, la frustración, la felicidad, la confusión, la claridad... en fin, a todo. Y definió una parte esencial, no de hogar, sino de “regreso”, un regreso a mí mismo. Todavía hoy siento el regreso a la lengua alemana después de largas giras como algo tremendamente bienhechor, algo independiente del espacio, algo atemporal.

Siempre les agradecí (y aún lo hago) a mis padre el habernos traído a mi hermana y a mí a Europa, para poder darnos aquí una vida nueva. La lengua se convirtió en la mejor de las herramientas. La lengua fue y sigue siendo parte esencial de mi idea de hogar.
 
Geraldine de Bastion
Foto: Roger von Heereman / Konnektiv
Geraldine de Bastion: Hogar... al final algo no tan anticuado e insignificante en la época actual, por el contrario, un concepto que para la mayoría de las personas tiene una carga positiva y muchos significados, rico en recuerdos y asociaciones.

Estas últimas semanas nos preguntamos que consecuencias tiene la digitalización en nuestro sentimiento de hogar, qué papel juega la lengua, cómo se condicionan mutuamente el anhelo de estar en casa y de estar lejos y cómo un espacio vital puede convertirse en hogar para personas que se trasladan a un lugar nuevo.

Hemos comprobado que hogar no significa siempre lugar de origen sino más bien lugar donde uno se siente bien, un lugar que le es familiar. Los lugares físicos son menos importantes que la lengua, la comida y, sobre todos, que las personas que uno quiere. “Home is where the heart is”, o como lo dijo Herbert Grönemeyer en su canción Heimat (Hogar): “El hogar no es un lugar. Es un sentimiento”. Así entendí a Igor Levit cuando dijo que su hogar es el amor que siente por las personas cercanas. En los textos de Nora Bossong, admiré el modo lúdico, amoroso con que trata al hogar un poco burgués con el que nos sentimos conectados sólo de modo limitado. .

Mientras escribo el texto de cierre para esta primera entrega de Correo Libre, estoy en un avión y Europa pasa debajo de mí. Y otra vez pienso lo feliz que uno puede considerarse por haber nacido en el momento y en el lugar de donde vengo. No sólo tengo la dicha de provenir de una de las ciudades más estupendas del mundo, sino que además tengo un pasaporte que me permite considerar todo un continente como mi casa y que me abre las puertas del mundo... así soy uno de los pocos privilegiados que de algún modo pueden elegir su hogar.

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