Fenómeno social
“Todos somos la estupidez colectiva”

Puede volverse sumamente difícil salir de una ola cuando se adhiere a ella, señala el gestor público brasileño, para quien el comportamiento de manada puede convertirse en una estrategia de supervivencia.

De Fernando Kleiman

Sinceramente, se hace muy difícil definir esa cosa de la estupidez colectiva. Digo “esa cosa” pues, sociológicamente, puede ser esa una de las mejores maneras de abordar un fenómeno social (tal como lo sugirió alguna vez Émile Durkheim): una cosa. Y de situarse con extrañeza ante una cosa que ya forma parte de nuestras vidas o, más aún, de la cual formamos parte. Al fin y al cabo, al pie de la letra, todos somos la estupidez colectiva. 

Observemos este fenómeno desde afuera: un conjunto de personas pasa a reproducir ideas sin cuestionarse acerca de su validez, su contenido o sus consecuencias. Desde esa óptica, dicho fenómeno parece tener tres características principales: a) es la consecuencia de un conjunto de acciones; b) cada acción de ese conjunto es individual, pero la consiguiente “estupidez” es colectiva; c) al ocurrir, más allá de la cosa en sí misma, otras diversas consecuencias derivan de ella. Rápidamente, vale pensarlas una por una.

La ola y la síntesis

Primeramente, al ser consecuencia de diversas acciones (a), podemos pensar en la estupidez colectiva como una ola. La misma puede conectarse con otras olas, chocarse con estas, producirse aisladamente debido a un hecho esporádico o erigirse como un estado de agitación permanente, como un mar revuelto. Los estudiosos hallarán diversos factores que influyen sobre la formación de “estupideces colectivas”, más fuertes o más débiles. Los arquitectos e ingenieros de la “estupidez colectiva” pueden intentar perfeccionarse para volverlas lo más naturales posibles. Cuando una “estupidez colectiva” se forma, se hace difícil determinar aisladamente cual de las partes la formó. 

Como fenómeno colectivo (b), no es la mera sumatoria sino la síntesis de múltiples interacciones con sentidos diversos que resultan en ese movimiento mayor. La interpretación de la responsabilidad puede hacerse según las conveniencias: si aquella ola dio resultados positivos (destruyó una reputación detestada, por ejemplo), el discurso puede valorar el aporte individual (lacrou! −en portugués−, ¡al ángulo!, touché!, slayed!). De lo contrario, es siempre posible alegarse una cierta ignorancia y decir solamente haberse unido a los actos de los demás. Son diversas las consecuencias de la “estupidez colectiva” (c): al entrarse en ella, se vuelve sumamente difícil salir, incluso químicamente (dopamina). Una ola justifica otra ola contraria y el mar en movimiento queda cada vez más revuelto: el comportamiento de manada puede constituir tan solo una estrategia de supervivencia. 

De la interacción pueden surgir soluciones

Participé en una actividad de grupos internacionales que competían entre sí en una especie de yincana. En un determinado momento, los equipos empezaron con sus regulares gritos de guerra. El primero fue leve e ingenuo: le decían “tonto” al otro grupo. El segundo subió el tono y comparó hechos históricos. El tercero bajó el nivel y ridiculizó a figuras públicas de la otra nacionalidad. Hasta que se produjo el relincho colectivo, que rememoraba un hecho histórico que había resultado en la muerte de muchos ciudadanos del otro país, incluso de parientes de personas que estaban allí presentes en ese “juego”. La cosa solo se interrumpió cuando algunas personas escucharon el llanto de algunos y salieron del trance para llamarles la atención a los demás al respecto de “la estupidez colectiva”.

Me propuse aquí no hablar de las redes sociales, pues estimo que el fenómeno de “la estupidez colectiva” es anterior a nuestro momento tecnológico actual. Las redes sociales amplificaron estos movimientos, pero su origen no está en la tecnología sino en la interacción humana en sí misma. Y si esta interacción es la raíz, también de ella deben provenir las posibles soluciones. Como no soy experto en océanos, en interacción humana o en redes sociales, mi aporte en esto tiende a ser más bien conservador (tendemos a hablar de lo que ya conocemos): a) responsabilizar a toda y cualquier parte por participar en la estupidez colectiva; b) crear fuentes confiables de monitoreo y alerta de esos comportamientos colectivos; c) hallar nuevas fuentes de dopamina para desintoxicar a los individuos adictos. No obstante, utópicamente, las soluciones deberían provenir de otras dimensiones: ¿Y si pudiéramos darlo vuelta del revés al mar? ¿Y pudiéramos cancelar la gravedad? ¿Cuáles serían los efectos de una dopamina inyectable? ¿Y si construyésemos olas mayores aún para contrabalancear a las que ahora nos lastiman? Hay mucho espacio fuera de los moldes para ser creativos y, como diría Ivan Lins, ¡ir más allá!

Carta sobre la estupidez colectiva escrita por Fernando Kleiman y leída durante el workshop del programa Tramas Democráticas, realizado en forma virtual en 2020. 
 

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