Debate
“Es fundamental repensar el botón de ‘me gusta’”

© Agência Molde​

Activistas e investigadores de los procesos digitales contemporáneos analizan sus efectos en la política y en el seno la sociedad en el marco de un panel del proyecto Tramas Democráticas.

De Tânia Caliari

“Cuando escuchas ‘estupidez colectiva’, ¿que se te viene a la cabeza?” Con esta pregunta, Caio Werneck, curador del proyecto Tramas Democráticas, abrió el primero de una serie de diálogos con activistas y gente vinculada a la investigación de organizaciones de América del Sur y de Alemania. El evento congregó a figuras comprometidas con los desafíos que surgen a partir de la interacción entre la tecnología y la política en busca de innovaciones en el área de la democracia digital.

De este primer encuentro, realizado en octubre en el canal de Youtube del Goethe-São Paulo, participaron Debora Albu, del Instituto Tecnologia Social (ITS) de Río de Janeiro,  Marek Tuszynski, de Tactical Tech de Berlín, y Pablo Ortellado, coordinador del Grupo de Investigaciones en Políticas Públicas para el Acceso a la Información de la Universidad de São Paulo, con la mediación de Gabi Juns, quien coordina el programa de fortalecimiento de la innovación política del Instituto Update, colaborador en esta fase del proyecto Tramas Democráticas.
 

Conceptos poco usuales

La propuesta de Werneck consiste en abordar temas importantes para la esfera pública y la democracia con base en conceptos poco usuales: hablar de estupidez colectiva para reflexionar sobre la inteligencia cívica, abordar la opacidad para revelar algo sobre la transparencia en los procesos político-digitales, y destacar la inercia en busca de la movilización social tan necesaria ante los fenómenos digitales.

“Creo que cabe pensar la estupidez casi como un delay, una diferencia de tiempo entre las transformaciones sociales, culturales, políticas y económicas y el tiempo que tardamos para traducirlas. Hay ciertas transformaciones que ocurren demasiado rápido sin que podamos seguirlas”, consideró Albu, en resonancia con Ortellado: “Es una incitación pertinente, pues estamos viviendo algunos procesos en los cuales, en lugar capacitarnos, la interacción a través de la tecnología nos está perjudicando, cuando nos obliga a adoptar conductas automáticas sin reflexión”.

Influencias ocultas

Para Tuszynski, genera una cierta irritación el supuesto de que existan personas más estúpidas que otras. “Es importante pensar que la sociedad y los grupos de individuos anhelan ese ambiente increíble [el de las plataformas digitales], pues, por una parte, tenemos un modelo de negocio que crea diferentes máquinas, bots, scripts y otros sistemas que están siempre incitando nuestra actuación. Y que, por otra parte, están ofreciendo datos para que alguien influya sobre los individuos sin que estos sepan que están en la mira. Esto achica el espacio del debate democrático, pues no estamos observando las mismas cosas. Cada uno observa aquello que se le selecciona específicamente con base en los datos conductuales que él mismo produce”.

Como uno de los efectos de la comunicación por la vía de las plataformas digitales, Ortellado destaca nuestro comportamiento hiperpolitizado en la red, que él señala como un tanto estúpido, es decir, como un comportamiento de manada, provocado por lo que caracteriza como un colapso contextual. Al no permitir que las publicaciones de distintas esferas de nuestra vida se dirijan a públicos determinados, Facebook mezcla las diversas personalidades que nos componen y genera una competencia entre ellas y un colapso de representación.

Y en este embate, es nuestra dimensión política la que ha cobrado preponderancia, sobreestimulada por el sistema de ‘me gusta’, en detrimento de nuestras expresiones afectivas, laborales, filosóficas o reflexivas. “Tenemos entonces una hiperpolitización de la sociedad que no es autónoma, reflexiva, libertaria, sino una politización en la cual estamos cada vez más integrados a la dinámica de grupos y procesos de masas que nos llevan a esta situación sumamente polarizada que vivimos en los días actuales”. Según Ortellado, desde 2010 en adelante, las identidades políticas en Facebook dieron un salto Latinoamérica, y los mensajes que más circulan en la plataforma son aquellos que suscitan sentimientos fuertes, tales como el miedo, la rabia y la indignación.
 

¿Quiénes están por detrás de las pantallas?

A Tuszynski le interesa entender y traducirle a la sociedad quiénes son los players y cuál es el modelo de negocio de las plataformas, cuya dinámica extrapola lo virtual e incide sobre la política, la economía y nuestra vida real. “No caben dudas de que existe un empoderamiento que es fruto del acceso a la información a través de estas tecnologías, a las cuales siempre se las muestra como buenas. Pero, ¿quiénes están por detrás de las pantallas? ¿Quiénes están beneficiándose?”. Según el especialista, nuestro condicionamiento como usuarios transcurre mucho más allá de Facebook, pues nuestros datos son captados a través de internet de las cosas mediante sensores instalados en los teléfonos celulares.

“Las empresas y sus herramientas crean la impresión de que existen beneficios para los usuarios, pero los datos recabados se monetizan, y esto crea situaciones completamente desproporcionales, aparte de enriquecer mucho a esas empresas, que son las más ricas en la historia de la civilización”, sostiene Tuszynski, quien a su vez destaca que el acceso a esos datos se restringe a quienes pueden pagar por ellos y acumularlos para emplearlos como base en la toma de decisiones, y en acciones políticas y de toda índole, con un alto poder de influencia.

La equivalencia entre datos científicos y meras opiniones

Por su parte, Albu cree que atravesamos una transformación paradigmática, en ebullición en la era posmoderna, en la cual cobra relieve el cuestionamiento a los pilares iluministas de la modernidad. “Ponemos la pregunta antes de cualquier cosa, pero es una pregunta ante la cual sabemos la respuesta y pretendemos que la respuesta sea esa y solamente esa”. Los cuestionamientos llegan a temas como el de la forma de la Tierra y son impulsados por los procesos digitales, donde existe una fuerte reivindicación de una equivalencia entre datos científicos y meras opiniones.

¿Y cuál sería el rol de los gobiernos en esta situación? Para Ortellado, los gobiernos deben regular las plataformas: “¿Tiene sentido que tengamos una plataforma que constituye hoy en día el principal medio de debate en el seno de la sociedad, y que privilegia y estimula un determinado tipo de mensajes en detrimento de otros? Pienso que debemos enfrentar esto con una regulación estatal y apartarnos un poco de la idea antigua, de la década de 1990, de que internet es un espacio de libertad, y de que la regulación es mala. En ausencia de regulación, gobiernan las plataformas”.

¿Quiénes deben controlar a quiénes?

Tuszynski coincide acerca de la necesidad de que haya regulación, pero sostiene que no le agradaría que los gobiernos estuvieran a cargo de ella. Prefiere que lo hagan instituciones preparadas, con conocimiento del funcionamiento de las plataformas. Para Albu, la solución debe ser multiestratégica y multisectorial, y abarcar a los gobiernos, a la sociedad civil y a las plataformas. “El diseño de estas plataformas es algo que tiene que ver con ese modelo de negocio que no se piensa para la construcción de una esfera pública saludable. Las plataformas tienen el deber de repensar sus diseños. Resulta fundamental repensar el botón de ‘me gusta’”.

Vivimos una situación bastante paradójica: hay una sociedad “en busca de libertad por encima de todo, pero que al mismo tiempo no cuenta con posibilidades como para hacer sus elecciones”, pues no visualiza muy bien qué está sucediendo en medio de la opacidad de los procesos, culminó la mediadora del debate, Gabi Juns, apuntando así hacia el tema del próximo panel de Tramas Democráticas.

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