Miedos colectivos  ¿A qué le temen los latinoamericanos?

 Foto: Pedro Hamdan

Los miedos colectivos son la expresión de amenazas reales e imaginadas. En Latinoamérica predominan temas como la inseguridad cotidiana, los desastres naturales e incluso las enfermedades.

Los miedos colectivos en América Latina han tenido una evolución clara durante las últimas décadas. Por un lado, es general el temor al delito y aquello que suele ser comprendido dentro de la “inseguridad ciudadana”. Esta noción se ha configurado desde una construcción eminentemente patrimonial, lo que implica que remite a los ataques a la propiedad privada, en la cual se incluye la vida misma.

Por el otro, en países como Colombia, Brasil, México o los que conforman el Triángulo Norte de Centroamérica (Honduras, El Salvador y Guatemala) asistimos a la propagación de temores relacionados con formas de violencia que, por volumen y las expresiones que comporta, recuerda de hecho a escenarios de guerra. Éstos tienen como protagonistas a diversas estructuras armadas, entre las que se cuentan cuerpos policiacos que han tendido a la militarización o incluso los mismos ejércitos nacionales. En el otro “bando” se encuentran grupos armados de distinta índole, comúnmente relacionados con la economía criminal y que disputan territorios y poblaciones con objetivos de expoliación. Es lo que ocurre con las facciones de tráfico de drogas y las milicias en Brasil; los “combos” y las bandas criminales (las llamadas BACRIM) en Colombia o las maras en Centroamérica.

Miedos colectivos y control social

Estos miedos son de carácter colectivo y político: inciden de manera trascendental en la configuración de políticas públicas que apuntan hacia el disciplinamiento y el control social. Este control es a menudo reforzado además por grupos armados no pertenecientes al Estado, que regulan formas de comportamiento social en los espacios que ellos controlan.

Para establecer un corte temporal que nos permita esclarecer el proceso reciente, podemos referirnos al periodo de progresiva implementación del llamado neoliberalismo en la región, en las décadas pasadas. Los actuales temores latinoamericanos se han modelado al calor de las reformas estructurales y se relacionan con el carácter patrimonial señalado antes. Desde entonces vivimos en sociedades más polarizadas y desiguales en las que cunde la sensación de abandono.

Las vertientes del temor en América Latina tienen otra característica importante. En algunos casos opera un miedo que no corresponde con los datos duros, lo que se refleja en las tasas de victimización, es decir, qué tan proclive se percibe la población a ser objeto de algún tipo de delito sin que esto se sustente en peligros reales. Resulta elocuente que en países como Argentina, Chile o Uruguay, que cuentan con las tasas más bajas de delitos del continente, también se han instrumentalizado políticas punitivas. En la dirección opuesta, en aquellas regiones y países con altas tasas de asesinato, se observa una cierta “naturalización”, una normalización, no sólo de la pérdida de vidas humanas, sino también de formas de violencia caracterizadas por la sevicia desplegada sobre las víctimas. Esto supone modificaciones culturales de largo alcance, determinadas por la convivencia cotidiana con estos fenómenos, lo cual es especialmente preocupante respecto a las nuevas generaciones. En términos más generales, prejuicios raciales, de clase y de género han conducido a la justificación del abuso sobre sectores sociales específicos.

El capitalismo y otras catástrofes

Los miedos mencionados son los de mayor alcance y trascendencia. Pero hay otros, de carácter acaso más episódico, que también impactan a las sociedades latinoamericanas. Es lo que ocurre con desastres naturales, cada vez más frecuentes y feroces, causados por los abusos ecológicos y el cambio climático, propulsados en gran medida por el capitalismo contemporáneo: huracanes, tormentas y ciclones que de tanto en tanto hacen colapsar regiones costeras del continente. Algo similar ocurre con los terremotos y sus efectos devastadores, siendo especialmente recurrentes en Chile y México, aunque el sismo de enero de 2010 en Haití tuvo efectos sociales nunca vistos en otro lugar del continente. El temor a que haya personas aún sepultadas con vida bajo los escombros, también ha permitido observar invaluables muestras de solidaridad y compromiso social.

También se deben señalar los temores asociados con la propagación de enfermedades. Contamos con el antecedente de la aparición, en 2009, del virus de gripe A (H1N1), cuyo epicentro fue Norteamérica y que después fue considerada pandemia por el alcance de los contagios. En aquel momento, esto permitió llevar a cabo políticas de excepción en México, como la militarización del espacio público, lo cual, habiendo iniciado con la llamada “guerra al narcotráfico”, encontró un nuevo cauce que al mismo tiempo permitía mejorar la imagen de unas Fuerzas Armadas vinculadas con múltiples violaciones a los Derechos Humanos.

Hoy nos encontramos en una coyuntura inédita, propiciada por la aparición de la enfermedad COVID-19, causada por el virus SARS-CoV-2 o coronavirus, y por las medidas adoptadas a nivel internacional para contenerlo. Sin desdeñar la emergencia actual, es necesario señalar que en América Latina y el Caribe, enfermedades curables, especialmente asociadas con infecciones gastrointestinales, o aquellas de carácter tropical, producen miles de muertes todos los años. Esto también tiene que ver con la desigualdad rampante en la región, la inexistencia o desmantelamiento de los sistemas de salud o las condiciones de precariedad material que son parte del escenario regional. A esto se debe agregar que la región cuenta con los mayores índices de violencia letal, procesos masivos de desplazamiento forzado y altísimos niveles de violencia feminicida. Aunque aún es prematuro establecer con precisión los efectos que el coronavirus tendrá en la región, se trata sin duda de un escenario que difiere de lo que hasta el momento se ha observado en otros sitios del planeta.

En América Latina y el Caribe el miedo y la violencia coexisten con la indignación y la vitalidad expresada en luchas socioambientales, antineoliberales, contra las violencias machistas, el racismo y la exclusión. En los próximos meses podremos observar también si el temor que produce el coronavirus logra contrarrestar las expresiones de descontento popular en países como Colombia, Brasil, Bolivia y Chile, y afirma a los gobiernos de derecha, o si tiene efectos contrarios.
 

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