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El lenguaje, una particularidad del ser humano

Los idiomas se aprenden especialmente bien entre la edad de un año y la pubertad. Después, la capacidad de aprender idiomas disminuye lentamente. Pero incluso los adultos pueden aprender muy bien un nuevo idioma si así lo desean: la investigación científica lo ha demostrado.

Varias regiones del cerebro tienen que colaborar estrechamente para procesar el lenguaje. Algunas son importantes para la estructura de las frases o la gramática; otras, para el significado de las palabras. Esto se puede observar bien en los niños pequeños: los haces de fibras nerviosas que conectan las diferentes áreas del cerebro como autopistas de datos se están desarrollando gradualmente. Es por ello que los niños solo pueden comprender gradualmente las frases difíciles o producirlas ellos mismos. El ritmo de aprendizaje varía: mientras que algunos niños pronuncian sus primeras palabras a partir de los ocho meses, otros no empiezan a hablar hasta pasados los dos años.

El lenguaje hace al ser humano
Para Angela Friederici, directora del Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas y del Cerebro en Leipzig, el lenguaje es lo que define al ser humano. Algunos animales, como los simios o los perros, pueden aprender el significado de las palabras individuales, pero solo los humanos pueden combinar partes del discurso de forma lógica y según reglas fijas. Friederici y sus colegas investigan principalmente la maduración del cerebro, que desempeña un papel decisivo en el desarrollo del lenguaje. Esto se debe a que las áreas individuales del cerebro responsables del lenguaje se desarrollan a ritmos diferentes. Hasta aproximadamente los tres años, la llamada región de Wernicke (comprensión del lenguaje) en el lóbulo temporal es el centro de nuestro lenguaje. Solo entonces se añade gradualmente la segunda región central del lenguaje: el área de Broca (producción del lenguaje) en la zona frontal del cerebro. Ahora se pueden construir frases significativas y cada vez más complicadas. Pero se necesitan muchos años antes de que las vías de conexión entre las dos zonas estén completamente desarrolladas. Solo al final de la pubertad podemos procesar formulaciones complicadas con la misma rapidez que las simples.
 
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Armonía en el lenguaje y la música
La música y el lenguaje tienen mucho en común. Para la neuropsicóloga Daniela Sammler, del Instituto Max Planck de Estética Empírica, esto puede observarse, por ejemplo, cuando una madre le canta una canción a su bebé o le habla de una manera determinada. El niño entiende los sentimientos que transmite esta melodía. Al igual que en el lenguaje, en la música existe una secuencia fija de tonos y armonías en cada cultura, es decir, una «gramática». Cuando los músicos rompen estas reglas, se activan zonas del cerebro similares a las que se activan cuando se comete un error gramatical en una frase.
Con el lenguaje y la música, el ser humano ha desarrollado dos modos de comunicación que ningún otro ser vivo comparte. Daniela Sammler está convencida de que la razón de ello es el procesamiento de la información en el cerebro. Así, su grupo de investigación está estudiando la importancia de la melodía del habla en nuestra comunicación y también cómo percibimos las melodías en la música.
  Pianista en resonancia magnética © Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas y del Cerebro, Leipzig Un pianista toca en un piano especialmente diseñado mientras está tumbado en la resonancia magnética. El científico puede observar su interpretación y su actividad cerebral.

El lenguaje está en los genes
Algunas personas pueden expresarse bien lingüísticamente y aprender lenguas extranjeras con facilidad. Para otras, es mucho más difícil. También depende del entorno, pero el requisito previo para el habla y el lenguaje está en nuestra composición genética. Un papel importante lo desempeña el gen FOXP2, descubierto por Simon Fisher en 1998 y al que a menudo se hace referencia como el «gen del lenguaje». Sin embargo, no puede ser el único requisito para el lenguaje, ya que FOXP2 también se encuentra en monos, roedores, aves e incluso peces. Hoy sabemos que FOXP2 es un «factor de transcripción». Regula la actividad de hasta 1000 otros genes en una red neurobiológica. Por lo tanto, no existe un único «gen del lenguaje»; el lenguaje es muy complejo, incluso a nivel genético. Por ello, los investigadores del departamento de Fisher en el Instituto Max Planck de Psicolingüística quieren descifrar las redes genéticas y neurobiológicas que hacen posible el lenguaje y el habla.
  Kind und Katze © Sarah Richter/Pixabay


 

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