El derecho a la libre expresión es un pilar de la democracia. Pero ¿qué sucede cuando la fuente más importante de información, el espacio más importante de libre expresión –Internet– se utiliza para objetivos antidemocráticos?
¿Las redes sociales constituyen un beneficio o una amenaza para la democracia? ¿Los medios tradicionales son un beneficio o una amenaza? Y la producción de contenidos por medio de la Inteligencia Artificial, ¿es un beneficio o una amenaza?
La respuesta a todas estas preguntas es: sí.
Entonces mejor preguntemos: ¿las personas que viven en las democracias del mundo están dispuestas a reconocer todos los matices que se dan en los debates, cada vez más complejos, sobre la influencia de los “medios” en la sociedad?
La respuesta a esta pregunta todavía no está clara. Hasta ahora nuestra respuesta colectiva ha sido, en el mejor de los casos: tal vez.
Si queremos entender cómo la diversidad de medios caracteriza a la democracia liberal –entendida ésta también como derechos y obligaciones civiles y participación ciudadana–, primero debemos entender cómo han cambiado los medios en las últimas décadas. La transición del mundo análogo al mundo digital ha modificado el debate público y el conocimiento con muchas consecuencias positivas pero también –y lo vimos de modo muy claro con las noticias falsas de motivación política– no pocos efectos negativos.
Democratización de la creación
Internet ha incorporado gran parte de lo que antes llamábamos medios gráficos y radio y televisión. Es verdad, sigue habiendo publicaciones, programas de radio, de televisión, películas y demás, pero cada vez más todo se produce y se difunde de modo digital. Los medios del siglo XX pueden concebirse como un modelo de producción en el que la gente fabrica cosas y las distribuye a consumidores.
El modelo de los medios del siglo XXI es radicalmente distinto. Combina el sistema de producción y distribución ampliándolos de un modo que no sería posible sin Internet, por lo menos no en la dimensión actual. El ascenso de Internet se basa sobre todo en una descentralización de los controles. Los medios ya no son un conjunto de muchas empresas con un sistema de difusión de uno a muchos. El sistema evolucionó y ahora es de muchos a muchos (o de muchos a algunos, de algunos a algunos, de algunos a muchos, etc.). La parte que en el viejo modelo correspondía a la distribución cambió de una manera crucial y hasta ahora poco considerada: hoy nosotros mismos producimos contenidos de medios, los subimos a algún sitio y exhortamos a las personas a llevárselos.
Las herramientas de creación están democratizadas por completo y son cada vez más poderosas.
El concepto clave aquí es “creación”: todos nos hemos vuelto creadores de contenidos de medios. En potencia, podemos transmitir a una enorme cantidad de gente lo que sabemos. Las herramientas de creación están democratizadas por completo y son cada vez más poderosas. Hasta el sencillo acto de compartir a través de las redes sociales es un acto creativo cuyas consecuencia apenas si estamos comenzando a comprender.
La democratización de la creación y del acceso a los contenidos tiene consecuencias sumamente positivas: una de ellas, no menor, es que ahora las personas pueden compartir información vital en pequeños grupos (que tienen en común el lugar de residencia o determinado interés). Dado que en el ámbito local el periodismo tradicional ha disminuido, los grupos de Facebook y otros servicios locales se transformaron en importantes puntos de encuentro a través de los cuales la gente se mantiene informada. Algunos de esos puntos de encuentro online tal vez terminen siendo escenarios de peleas, pero como tantos otros sitios web –Wikipedia es un excelente ejemplo– ante todo nos ofrecen información y conocimientos fácilmente accesibles que no teníamos antes de Internet.
Erosión de la confianza en los medios
Igual que ocurrió con todas las tecnologías a lo largo de la historia, lo mismo sucede con Internet: no sólo los buenos la usan. Las sofisticadas y poderosas herramientas de creación y difusión mediática también son parte del arsenal de hombres peligrosos.
Los actores maliciosos se lanzaron rápidamente a las redes sociales, que se han vuelto para muchas personas la herramienta más importante con que recibir información y comprender el propio mundo. Donde se mire, hay personas con la vista clavada en el celular, en muchos casos para recoger la última noticia de las redes sociales. Es verdad: los contenidos que reciben a través de esas plataformas provienen a menudo de los medios tradicionales, pero qué contenidos terminan apareciendo en las pantallas es algo que deciden las empresas de redes sociales por medio de algoritmos y las personas que difunden información por esas plataformas, a veces con malas intenciones.
Los agentes malvados aprovechan esas herramientas cada vez más dúctiles, para socavar la confianza de las personas en la información de modo general... con la excepción, claro está, de aquello que los demagogos les cuentan a los adeptos de su secta. Son fanáticos y saboteadores, y a veces los apoya el Estado. También ellos tienen derecho a la libertad de expresión... al menos en los Estados Unidos. Cuentan con que las plataformas dominantes, cuyo modelo descansa en la interacción, vacilarán al momento de quitar posteos de usuarios.
Agentes malvados usan esas herramientas cada vez más dúctiles, para socavar la confianza de las personas en la información
Ahora bien, dada la dimensión nunca vista que han alcanzado, las plataformas se han convertido en actores centrales del mundo de los medios, que ahora vuelve a concentrarse. Debemos, pues, preguntarnos: ¿vamos a aceptar como jefes de redacción de Internet a Meta (propietario, entre otros de Facebook, Instagram y WhatsApp), Google (YouTube), Twitter, TikTok y otras empresas gigantescas? Cada vez son más los que lo demandan.
Los administradores de las redes sociales han reaccionado ante esas demandas y, en la mayoría de los casos, borran los contenidos que consideran extremistas o peligrosos. Es su derecho y, según muchos, su obligación. Pero también han quitado contenidos cuya importancia era evidente, por ejemplo, videos que prueban violaciones a los derechos humanos, publicados por activistas y víctimas. Los críticos de las empresas que administran las redes sociales reclaman lo imposible – moderar los contenidos subidos por usuarios con una regla general– y parecen encontrar bastante tolerables los daños colaterales. Sin embargo, todavía sigue siendo bien sencillo encontrar videos de personas mentirosas y malvadas que quieren envenenar el debate público, por no hablar de videos de violencia cruda, por ejemplo, decapitaciones. Los actores malvados tienen otras opciones.
Desde que hay medios y elecciones se ha intentado influir con propaganda y mentiras en la conducta de los electores. Ahora bien, la tecnología pone en las manos de los malvados nuevas herramientas. Por ejemplo, documentos recientemente filtrados a periodistas demuestran la existencia del ahora desacreditado Team Jorge, que se vanagloriaba de haber influido en diversas elecciones con refinadas tácticas de desinformación.
Muy útiles y bastante terroríficas
Y como si esto fuera poco, la “inteligencia artificial generativa” (IAG) –conocida hasta ahora sobre todo por herramientas como ChatGPT, Bing AI y el generador de imágenes DALL-E– ha producido una nueva sacudida en el sistema. Los bots de texto del chat IA apenas si logran que se los comprenda. No pueden pensar de modo autónomo. Sin embargo, pueden –a veces con un estilo de una fluidez inquietante– predecir qué palabra seguirá a otra en una oración. Lo pronostican recurriendo a gigantescos bancos de datos de información proveniente de Internet y otras fuentes, que ingresan a los Modelos Lingüísticos de Gran Tamaño con los que las empresas de IA alimentan sus sistemas y sus herramientas.
Estas herramientas –que producen de modo igualmente convincente y fluido tanto mentiras como verdades– son a la vez entretenidas, muy útiles y bastante terroríficas. En la última categoría entran escenarios probables, como el de que con ayuda de esas herramientas actores malvados generen mentiras más convincentes, recortadas especialmente para cada persona.
Se ha encendido un debate furioso sobre cómo las informaciones falsas y los contenidos maliciosos podrían erosionar algunas normas tradicionales de las democracias liberales y el sistema mismo de libertades civiles. A pesar de esto, las democracias le han prestado muy poca atención al más malvado de los actores: a los consorcios de medios tradicionales. Aunque no son los únicos malhechores, los consorcios de medios de la familia Murdoch, sobre todo, han causado daños impresionantes. Documentos de un proceso judicial por calumnias en los Estados Unidos mostraron sin lugar a dudas lo que los observadores atentos ya sabían: Fox News envenenó intencionalmente el discurso público para obtener dinero y poder.
¿Qué pueden hacer las democracias para evitarlo? La censura draconiana de determinados contenidos podría mejorar la oferta informativa, pero también afectar a personas que tienen cosas importantes para compartir. Sólo sería posible aceptando la pérdida de una libertad fundamental, libertad de expresión.
En la ecuación de oferta y demanda, la demanda es competencia mediática y todavía la mayoría de las democracias no la fomentan de modo suficiente.
abril 2023