Medir la prosperidad   En búsqueda de la prosperidad sustentable

Una mujer en postura de yoga sobre una roca en la costa al atardecer de verano. © Shutterstock

Actualmente, el indicador más importante de prosperidad es el Producto Interno Bruto. Frente al cambio climático y la escasez de recursos es tiempo de buscar un reemplazo.
 

¿Son las vacaciones anuales, el automóvil propio y el cambio de smartphone cada dos años? ¿O más bien los viajes a países lejanos, el segundo automóvil y la casa propia? Más allá de cómo se defina la prosperidad, si se trata de personas que viven en países industrializados puede encontrarse un común denominador: la prosperidad tiene que ver con la posesión, con el reaseguro material, con la sensación de “soy lo que tengo”.

Un indicador anacrónico

No es sorprendente. El concepto de prosperidad y su acoplamiento con bienes materiales están profundamente arraigados en las sociedades industrializadas. Esto lo muestra el indicador oficial con el que se mide la prosperidad: el Producto Interno Bruto (PIB). Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial el PIB se convirtió en el índice principal de prosperidad: si aumenta, se habla de crecimiento económico. Si disminuye durante dos trimestres continuos, hay recesión. Sin embargo, no son muchos los que saben qué mide en realidad el PIB: el valor de todas las mercancías y servicios producidos en un país, específicamente el valor de aquellos que no son productos intermedios de otras mercancías o servicios, sino productos finales. Por ejemplo, si se tala un bosque y se construye allí una autopista, eso se reflejará positivamente en el Producto Interno Bruto. Por el contrario, si la región se declara zona protegida, es decir que garantiza mejor un aire de mejor calidad, ofrece esparcimiento a los humanos y un hábitat a animales y plantas, esto no tendrá ninguna relevancia para el Producto Interno Bruto.
 
Con este ejemplo y frente a la crisis climática, la escasez de recursos, la inflación y el desorden en las cadenas de distribución –por nombrar algunos problemas– se torna evidente que un índice tan ciego se ha vuelto anacrónico. Queda planteada la pregunta: ¿qué magnitud o magnitudes podrían funcionar? ¿Qué indicadores tendrían el potencial de captar una prosperidad sustentable y, al mismo tiempo, mostrarían la ductilidad necesaria para que su evolución sirva como noticia en los programas periodísticos nocturnos?

Un sustituto para satisfacer las necesidades

Para responder a esta pregunta vale la pena hacer un pequeño rodeo. Un pequeño rodeo hacia nosotros mismos, y entablar un breve diálogo interno que comience, por ejemplo, con la siguiente pregunta: ¿por qué quiero tener una casa propia? Ese diálogo no debería darse por satisfecho con la primera respuesta que aparezca y que podría ser así: “porque deseo que mis hijos crezcan en un ambiente verde”. En lugar de contentarse con esa respuesta, vale seguir preguntando, igual que un niño de cuatro años, que sólo conoce una expresión: “¿Por qué?” En cualquier caso, al final de esa cadena de preguntas nos encontraremos, en la mayoría de los casos, con el siguiente resultado: la mayor parte de las cosas materiales con que se rodean los seres humanos –el automóvil, la casa propia, el sistema de cine doméstico con beamer incluido–, todas esas cosas son en realidad un sustituto. Un sustituto para satisfacer necesidades.

Eine junge Künstlerin und ein im Auto sitzender Geschäftsmann, jeder feiert auf seinen eigenen Weg Die Vorstellungen von Wohlergehen und Wohlstand gehen weit auseinander und sind von einer riesigen Zahl an kulturellen, persönlichen, politischen, ökonomischen und zunehmend auch von ökologischen Faktoren beeinflusst. Um sie international aussagekräftig vergleichen zu können, reicht längst nicht mehr eine einzige makroökonomische Kennzahl aus. | © Shutterstock, Collage: Goethe-Institut Tomemos el ejemplo de la vivienda propia. En realidad, la necesidad no es tener una casa propia para, tal vez, terminar de pagarla solo cuando ya sea demasiado grande y ya no se corresponda con los requerimientos de accesibilidad que nos plantea la edad. Más bien lo que se esconde detrás es la necesidad de tener un techo arriba de la cabeza, un techo que no dependa de los aumentos de alquiler ni de arrendadores que pueden reclamar el uso propio, ni de contratos de arrendamiento indexados o el miedo latente a perder el trabajo. En el caso del automóvil: aquí se oculta una necesidad de seguridad, la necesidad de tener movilidad en el momento que se quiera. Cuanto menos buses circulan, cuanto más alejadas quedan las estaciones de tren, tanto más crece la necesidad de una solución alternativa.
 
La necesidad de un indicador alternativo de la prosperidad se alimenta, pues, de dos fuentes: por un lado, de la necesidad de volver mensurable y palpable el valor de la sustentabilidad y así también reflejar si una sociedad se encuentra en un sendero en cierto modo sustentable. Y, por otro, de la necesidad de reconocer y abordar políticamente las demandas de los seres humanos, desde un red de transporte público de cercanía bien provisto, pasando por una vivienda accesible y la participación social para todos, hasta un medio ambiente lo más intacto posible.

La concepción individual de la prosperidad

Hay toda una serie de índices que ofrecen un abordaje alternativo que incluye un componente sustentable. Se llaman Better Life Index, Environmental Performance Index, Happy Planet Index o Planetary pressures-adjusted Human Development Index. Miden un gran número de magnitudes, desde la satisfacción de una población con la propia vida, pasando por la huella ecológica y las emisiones de dióxido de carbono, hasta la cohesión social. Permiten establecer rankings con los que se puede comparar a los países y la evolución dentro de un país a lo largo del tiempo. Y esto no deja de tener efecto publicitario en la imagen de los países, como lo muestra el constante buen rendimiento de los países escandinavos en el Better Life Index o el caso de Costa Rica, que por cuarta vez consecutiva lidera el Happy Planet Index.
  Ein Grafik des Better Life Index 2020 Diskussionswürdige Ergebnisse: Das Resultat des Better Life Index von 2020 | © Radom1967, CC BY-SA 4.0 , via Wikimedia Commons No obstante, estos índices también son objeto de crítica, por ejemplo, porque se basan, igual que los otros, en principios utilitarios y así no se salen de la visión tradición de “cuanto más, mejor”: cuantas más zonas verdes, mejor, cuanto más transporte público, mejor, cuanta más educación, mejor. Pero el asunto no es tan sencillo. Las zonas verdes pueden ser de muy diferente calidad si se toma como criterio, por ejemplo, la biodiversidad. Lo que importa en el caso de la educación es que llegue a las personas independientemente de los ingresos, del estatus social y del origen. El transporte público debe organizarse de modo que sirva a las personas. Nos encontramos, otra vez, pues, ante la cuestión de las necesidades. Y las necesidades no se abordan mejor porque haya más cantidad de alguna cosa, sino cuando la cosa se adecua mejor a aquello que necesitan las personas.
 
En este sentido, con su tradición utilitaria, los índices alternativos no son, por supuesto, perfectos. Pero son un primer paso en el camino a un nuevo índice que muestre que la prosperidad es mucho más que el reaseguro material, un índice que mida y refleje otros valores. Por ejemplo, la salud, el aire limpio, el fácil acceso a la educación para todos los grupos etarios, las opciones de participación social, la inclusión o el refrenamiento del cambio climático. En este proceso también se transformará la concepción individual de la prosperidad, en el sentido de vida buena y, al mismo tiempo, sustentable.

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