Teología política colonial del Muro
Geopolítica del marasmo: expulsar y detener… para despojar

Geopolítica del marasmo © Ilustración: Liz Mevill

Lugar de choque entre frenesí y parálisis, El Muro encarna la geopolítica colonial cuyo pulso es el marasmo.

Silvana Rabinovich

El 9 de noviembre de 1989 el mundo festejó la caída del muro de Berlín. Hoy el 9 de noviembre se considera el “Día Mundial de la Interacción por un Mundo sin Muros”... Pero ¿qué celebramos? Si hacia el final de la segunda gran guerra de Europa se contaban siete vallas fronterizas, en noviembre de 1989 ascendían a quince los muros que herían la tierra. De hecho, ese día quedaron en pie catorce. Sin embargo, hoy las vallas fronterizas se cuentan con un número bíblico: setenta y siete. No faltan razones para calificar como “bíblico” al número 77. Me remito a Génesis 4:23-24:

Y dijo Lémej a sus mujeres: ‘Adá y ‘Sil.lá-, oíd mi voz; mujeres de Lémej, prestad oído a mi dicho: que un hombre he matado por haberme herido, y un mancebo, por mi chichón. Pues si siete veces ha de ser vengado Qayín, Lémej (lo será) setenta y siete veces.

A diferencia del culpable proverbial del primer asesinato, quien no tenía conocimiento de lo que significaba matar (Caín, a quien Dios protegió con una marca, pues si alguien quisiera ajusticiarlo, sería vengado siete veces), Lémej era un asesino confeso y se vanagloriaba de serlo. Él consideraba que su violencia era ejemplar y por eso se arrogaba una protección divina once veces mayor que la de su ancestro. Entre los siete y los setenta y siete muros (de 1945 a nuestros días) opera esa misma arrogancia criminal en tanto teología política colonial.

“El Muro”, con mayúsculas, como dispositivo de control del desplazamiento de personas, contradice flagrantemente el artículo 13 de la Declaración de los Derechos Humanos que debe garantizar la libertad de movimiento y de elección del lugar de residencia. “El Muro” poco tiene que ver con las fronteras. Para despejar otro eufemismo: no se trata de “muros” y no son “fronterizos”. Este dispositivo transnacional de control y discriminación de las mayorías empobrecidas excede las vallas de concreto. Detenta una vigilancia de pretensiones panópticas a través de una amplísima gama tecnológica que comprende cámaras, radares, redes satelitales, sensores e identificadores cada vez más sofisticados.

En general, estas onerosas creaciones de la industria cívico-militar mal llamadas “vallas fronterizas” tampoco se sitúan en las fronteras, sino que suelen erigirse sobre el territorio de aquellos a quienes se busca excluir (tal es el caso del muro que rodea a Palestina dentro de Cisjordania que, además de encerrar y aislar poblaciones, opera para anexar territorio y fuentes de agua).
 

Lugar de choque entre frenesí y parálisis, El Muro encarna la geopolítica colonial cuyo pulso es el marasmo.

Una economía neocolonial de ritmo febril como la que asedia actualmente a la tierra sólo puede sostener su obscena acumulación a través del despojo territorial. Poblaciones enteras se despiertan un día suspendidas en su territorio, que les ha sido arrancado debajo de sus casas y de sus pies, condenadas, así, al “exilio domiciliario”. En la geopolítica del marasmo, la aceleración de una minoría enriquecida exige la detención violenta de grandes mayorías obligadas a buscar refugio. El consumo insaciable de unos pocos se alimenta de la desposesión masiva de los otros. Por un lado, una minoría privilegiada lucra con el erario a fin de erigir vallas inútiles que sólo sirven para dejar sin refugio a la misma población que se encuentra empobrecida por su frenética expoliación (pues está probado que no detienen el flujo de aquello que dicen prohibir para resguardar a su población).

En lugar de proteger la vida, los muros multiplican los peligros y la muerte. Los nuevos colonizadores de tierra, mar y aire se dan el lujo de atravesar los cielos (y hasta la atmósfera) en busca de nuevas fuentes de explotación, a costa de privar de sus libertades, territorios y vida a las mayorías empobrecidas por su codicia. 

La geopolítica del marasmo, cuyo emblema es “El Muro”, es otro nombre de la crisis de refugiados que describe a nuestro mundo. Figura de la autoinmunidad de un sistema que coquetea con el abismo: los enriquecidos se desplazan exaltados y para lograrlo desplazan forzadamente a sus empobrecidos. En el culto de la aporofobia, los primeros buscan suprimir a los segundos, aunque es claro que, sin el sostén de estos últimos, el sistema colapsaría. No se trata de un choque de civilizaciones sino de la imposición de una civilización destructora sobre otras formas de vida. El ritmo desbocado de unos exige la parálisis de los otros: síncope, convulsión.

Desde la perspectiva teológico-política, a semejanza del rito al Móloc, “El Muro” es un ídolo al cual se sacrifican los hijos. En el culto al miedo al otro (al cual se representa como subhumano), al confundir libertad con usurpación, la población que justifica la erección de muros se envilece al sentirse protegida. “El Muro”: ritual mortífero que prolifera encerrando tanto a los de fuera como a los de dentro. Lugar de choque entre frenesí y parálisis, El Muro encarna la geopolítica colonial cuyo pulso es el marasmo.

Volviendo a la pregunta del inicio, en medio de la geopolítica del marasmo, encerrados dentro o fuera de “El Muro” ¿qué celebramos cada 9 de noviembre?
 
Festejamos la irreverencia de los pequeños que ponen en evidencia el carácter grotesco de las fantasías de control y detención de la gigantocracia. Celebramos la desobediencia de ambos lados de los muros: el cultivo de la solidaridad, hospitalidad y r-existencia de aquellos que, en las fauces de una política hiriente, asumen la vulnerabilidad para multiplicar y diseminar vulner(h)habilidades. Cada 9 de noviembre, frente a estos monumentos a la obscena teología política colonial, conmemoramos la inspiración de los profetas que nunca dudaron en confrontar el poder monárquico en nombre de la justicia del Otro (encarnado en el extranjero, el pobre, la viuda y el huérfano).

En suma, cada 9 de noviembre (pero también los 364 días restantes), desde la obstinada afirmación de la vida, es menester refrendar el compromiso con la insumisión a una geopolítica de muerte que se alimenta del amedrentamiento y del despojo cuya insignia es “El Muro”.
Referencias
  • Cf. Élisabeth Vallet, «The World is Witnessing a Rapid Proliferation of Border Walls» en Migration Policy Institute, publ. 2 de marzo de 2022. Allí cita a Trump en Twitter (enero de 2019) : «There are now 77 major or significant Walls built around the world, with 45 countries planning or building Walls. Over 800 miles of Walls have been built in Europe since only 2015. They have all been recognized as close to 100% successful. Stop the Crime at our Southern Border!».
  • Cf. Hjelmgaard, Kim, «From 7 to 77 : There’s been an explosion in building border walls since World War II», USA Today, 24/05/2018. Consulta aquí.
  • Évelyne Ritaine, “La barrière et le checkpoint: mise en politique de l’assymétrie" en Cultures & Conflits [En línea], 73 | printemps 2009, mis en ligne le 30 mars 2010, consultado el 26 noviembre de 2019.
  • Desarrollé el concepto de exilio domiciliario en Rabinovich, Silvana, “Exilio domiciliario: avatares de un destierro diferente”, Revista Athenea digital 15(4), pp. 329-343 (diciembre 2015). Consulta aquí.
  • Cf. As migration is rising, so are border barriers.
  • Cf. Enrique Leff, “Rexistencia”.
  • Desarrollé la noción de “vulner(h)habilidad” en el artículo “Vulner(h)habilidades cosmopolíticas. Polinizando a Levinas en América Latina”, en Revista Motricidades, Revista da sociedade de pesquisa qualitativa em motricidade humana. Vol. 4, Núm. 1 (2020), 27-35.
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Este artículo apareció originalmente en el libro Blickwinkel: marasmo, editado por el Goethe-Institut México y la editorial Pitzilein Books.