El lenguaje en el aula
Cómo dar una clase

Transmitir la información satisfactoriamente
Transmitir la información satisfactoriamente | ©Adobe Stock

¿Es posible guiar mejor a una clase por medio del lenguaje? A continuación, unos consejos para aplicar el lenguaje de forma satisfactoria en clase y tres pautas para dar instrucciones en el aula de forma eficiente.

El lenguaje verbal es, junto con el corporal (o no verbal), uno de los instrumentos más importantes de los que dispone el personal docente para guiar a la clase: semantizar palabras, explicar estructuras lingüísticas y, sobre todo, aclarar a los estudiantes cómo, con quién y por cuánto tiempo se debe hacer algo durante la clase.

No solo el tono dicta la música –a qué hay que prestar atención cuando hablamos

El lenguaje debe de funcionar a dos niveles, complementarios entre sí, para transmitir información con eficacia. El paralenguaje (de naturaleza física) tiene que ver con el volumen y el tono de voz, el tiempo de elocución y la forma de expresarse, y se complementa con un nivel de contenido, es decir, la selección de las palabras, su orden e intención comunicativa. Estos dos niveles fluctúan en un mismo hablante de forma coordinada, aunque no siempre conscientemente. Cuando, por ejemplo, prestamos especial atención a la entonación o al acento léxico y oracional, enseguida nos damos cuenta de que este nivel físico (volumen, tonalidad y ritmo) contribuye al perfecto entendimiento de las palabras articuladas según la intención del emisor.

Cómo utilizar el volumen de voz y el tiempo de elocución de forma satisfactoria

Respecto a los rasgos físicos del lenguaje, no es descabellado dar por sentado que hablar demasiado bajo o alto propicia una percepción negativa, bien porque resulte inaudible o se perciba como descortés o incluso como agresivo. A menudo no se entiende a quien habla deprisa, e incluso puede parecer inseguro. Hablar lento, sin embargo, puede resultar artificial y dar la sensación a los estudiantes de que el docente infravalora a su persona o a su capacidad para comprender la lengua extranjera. Por eso se le aconseja al personal docente de que varíe tanto el tiempo de elocución como el volumen durante la clase, y sobre todo cuando se trate de subrayar un concepto o de captar la atención de los estudiantes (véase Rudolf Heidemann: Körpersprache im Unterricht. Ein Ratgeber für Lehrende, 2009).
Emplear el lenguaje según el receptor Emplear el lenguaje según el receptor | © Adobe Stock

seleccionar el léxico: ¡atención al propósito comunicativo!

En cuanto al contenido lingüístico, hay que tener en cuenta sobre todo la función y el contexto de cada enunciación. Si el personal docente da instrucciones de forma oral, debe de ser consciente de que tienen una clara función en el contexto del aula, y por tanto pueden (o deben) ser formuladas de otra manera que una enunciación del lenguaje cotidiano. El propósito de mandar deberes no tiene que ver con iniciar o mantener una conversación, sino con comunicar a los estudiantes tan clara e inequívocamente como sea posible, qué actividad deben realizar y cómo lo deben de hacer. Se trata de indicaciones concretas.

Se puede atribuir rasgos concretos a la hora de mandar deberes, que ayuden en clase a formular las instrucciones con precisión y eficacia.

Tres pautas para dar instrucciones

Para comunicarse mejor con los estudiantes y aumentar la eficacia, cuando damos instrucciones en clase deberían de ser:

  1. Sucintas. Según la regla de oro “Lo bueno y breve, dos veces bueno”. Por eso, presentaciones tales como “Ahora me gustaría que…” («Jetzt möchte ich, dass ihr...») o “Bien, entonces me gustaría pediros…” («Nun würde ich euch gern darum bitten, ...») son innecesarias e incluso contraproducentes. Hay quien podría argumentar que dichas formas de expresión forman parte de la misma lengua, que demuestran educación y que además pueden servir de ejemplo (estímulo) para que los alumnos aprendan cómo se pide algo. Sin embargo, no se debe olvidar que toda información debe de ser procesada, y cuanto más compleja y extensa sea, más costará escucharla y descifrarla. Hasta la estructura de la frase (por ejemplo, una oración subordinada con el verbo al final) puede contribuir a que se relentice el proceso.   
  2. Comprensible para todo el grupo. Si partimos del supuesto que el idioma de destino es el que se utiliza en clase y, por tanto, con el que se dan las instrucciones, la selección léxica juega un papel decisivo y debería adaptarse al vocabulario receptivo de los alumnos. En caso de no poder prescindir de una palabra desconocida, tendremos que aclararla antes de dar instrucciones con ella con la ayuda de elementos no verbales (imágenes, símbolos, gesticulación o mímica). Resulta importante prestar atención no solo al significado, sino también a su registro lingüístico, para no caer en la tentación de emplear palabras cuyas “equivalencias” sean similares en la primera lengua (u otras lenguas extranjeras) de los estudiantes, pero que los hablantes nativos rara vez, o nunca, utilizan en dicho contexto, como suele ocurrir con los sinónimos latinos.
  3. Estructuras claras. Cuando se dan intrucciones, hay que incluir información que responda a preguntas tales como
    ¿qué?, ¿cómo?, ¿por cuánto tiempo?, ¿hasta cuándo? e incluso ¡mejor en este orden! Antes que nada, los alumnos deben comprender qué se les pide: leer o redactar un texto, subrayar palabras, relacionar palabras con imágenes, etc. Después hay que indicarles si tienen que trabajar solos o en grupo, y solo entonces se les reparte el material necesario (los ejercicios, recortes, etc.)  [véase Ziebell/Schmidjell 2012].
Para asegurar una total comprensión, también resulta de gran importancia hacer pausas de vez en cuando, por si surgen dudas o comentarios de los alumnos.

Referencias bibliográficas

  • Heidermann, Rudolf (2009). Körpersprache im Unterricht, 9ª
    Edición, Editorial Quelle & Meyer, Kempten.
  • Ziebell, B. & Schmidjell, A. (2012). Unterrichtsbeobachtung und kollegiale Beratung NEU, Fernstudieneinheit, Langenscheidt, Vol. 32, Kassel/München.