Fricciones contra la inercia
“Un futuro con raíces y alas”

Tramas Inercia

Las luchas y los movimientos por fuera de las instituciones surgen como formas posibles de moldear otro futuro. Es necesaria una audacia en el roce y no acotar nuestros sueños a la mediocridad de lo “menos malo”, señala la escritora Helena Silvestre.

De Helena Silvestre

El pensamiento occidental moderno reconoce como válidos para su desarrollo únicamente a los cuestionamientos que se plantean dentro de su propia lógica, con lo cual exhibe una profunda soberbia al respecto de otras cosmogonías, niega otras posibilidades de ciencia y destruye diferencias mediante un supuesto homogeneizador de universalidad que arroja a muchos de nosotros hacia condiciones subhumanas.

Para el desarrollo y la estructuración del pensamiento occidental moderno, fueron fundamentales las elaboraciones en campos como el de la Física, para escrutar la naturaleza como si pudiese traducírsela totalmente en normas y leyes exactas que le permitirían al ser humano dominar la vida por fuera de la suya y ponerla a su disposición. Newton y sus “leyes” fueron de una importancia sin igual en tal sentido.

Pero, ¿y si cuestionáramos esos supuestos? O, mejor dicho, ¿y si tomamos cada una de esas leyes como una más entre las diversas mitologías que le notician a la humanidad acerca del funcionamiento de los universos? ¿Y si pudiésemos dar cabida a esas “leyes” horizontalmente, junto a otras, para relacionarnos con la multiplicidad de las dinámicas sociales? Esa es quizá una postura epistemológicamente más democrática. A lo mejor eso nos ayuda a reinventar la democracia o al menos a renovarla en este presente, cuando la vida humana (y la no humana) se encuentran en riesgo evidente. Vivimos un presente que expone las fracturas y los límites del modelo económico, social y también político que esa misma occidentalidad generalizó desde la violencia colonial.

Instituciones paralizadas

La historia de la democracia moderna no puede ser disociada de la historia de la colonización y, por ende, de la incansable lucha por el derecho a la existencia por parte de quienes quedaron fuera de la historia hegemónica. En este marco, las instituciones surgen siempre como un intento de salvaguardar y mantener lo que se afirmó como victorioso en el embate anterior. Y son por ello esencialmente conservadoras, no necesariamente por ser de derecha, sino porque apuntan a conservar el diseño del mundo que se generó siguiendo el relato de los vencedores.

La contradicción inmanente del Estado consiste en afirmar una supuesta “universalidad”, cuando su funcionamiento se define efectivamente según quien gane. Y esos vencedores son los mismos desde hace siglos, que siempre arrancan victorias basadas en la destrucción de la vida y en el no respeto a las reglas establecidas por ellos mismos durante un ciclo anterior, y haciendo uso de todo tipo de violencias.

Las instituciones siguen esencialmente paralizadas y tienden a seguir así, a menos que una fuerza mayor sea capaz de romper con la inercia, tal como sucede cuando un conflicto genera fricción social, por ejemplo. Es por ende fuera de las instituciones, en otras palabras, donde se define el futuro de la democracia en la lucha entre las fuerzas en movimiento que pueden sacarla de la parálisis. Por eso testimoniamos una verdadera obsesión por encuadrar todas las luchas dentro de los procedimientos sedimentados de la institucionalidad, lo que termina por fortalecer el mantenimiento del statu quo y alimentar la inercia.

Narrar la propia historia

El rumbo de la democracia está disputándose incluso en campos efectivamente ajenos a la institucionalidad. Son conflictos por la defensa de territorios y de la naturaleza, en comunidades que bloquean con sus propios cuerpos el avance genocida del extractivismo o e comunidades urbanas que resisten a los desalojos o desahucios, bloqueando también con sus propios cuerpos el avance de la especulación. El rumbo de la democracia está disputándose en los conflictos que ocurren ahora mismo en territorialidades que no han sido totalmente incorporadas a la lógica institucional, en la disputa por el derecho a narrar la propia historia y a pensar distinto.

En todos esos territorios donde resulta imposible la cooptación completa debido a la parálisis institucional, viven movimientos a los que debe alimentarse, pues constituyen la única fuerza capaz de sacar a las instituciones de la inercia. Son múltiples movimientos que deben mantenerse arraigados, fortalecidos localmente y conectados globalmente. Un futuro comunitario y mundial, con raíces y alas. En el centro de ese reto y de esa posibilidad están las tecnologías (modernas o ancestrales) de conexión y comunicación, que hacen posible una malla única y absolutamente heterogénea. Debemos desafiarnos con audacia en el movimiento, debemos asumir el reto con audacia en la fricción en lugar de acotar nuestros sueños a la mediocridad de lo “menos malo”. Solamente la fricción puede romper con la parálisis de las instituciones y producir otros futuros posibles allende el apocalipsis pandémico del presente.

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