Búsqueda de pistas  “Crecimiento”: ¿metáfora, concepto, ideología?

Der Begriff der Metapher, illustriert von einer Maschine © Dall-E

Desde hace un tiempo, la palabra “crecimiento” está bajo sospecha de ser una metáfora disfrazada. El politólogo Felix Heidenreich sigue los rastros de un concepto complejo y se topa con un núcleo ideológico.
 

Por lo general es fácil distinguir un concepto de una metáfora. En el primer caso, la percepción pasa a un segundo plano y se denomina una cosa con un signo cualquiera; en el otro, tenemos ante nosotros una imagen mental. “Riesgo” es un concepto, pero “terreno resbaladizo” es una metáfora. En ambos casos, se trata de una situación insegura.

Figuras oscilantes

Sin embargo, esta distinción supuestamente clara puede volverse muy problemática. Resulta interesante cómo en la filosofía surgen atractivas innovaciones justamente en esa rara zona gris entre los usos conceptual y metafórico de la lengua. En Ludwig Wittgenstein, Walter Benjamin o Martin Heidegger el lenguaje destella en lugares decisivos. Por ejemplo, en Heidegger, expresiones como Lichtung (“claro del bosque”), Er-eignis (“acontecimiento”) o Holzwege (“caminos de bosque”) designan fenómenos pero al mismo tiempo evocan toda una cadena de asociaciones. Son figuras oscilantes que en todo momento pueden ser ambas cosas, concepto y metáfora. Heidegger las llamó Grundbegriffe (“conceptos fundamentales”), conceptos que “dan fundamento” y así jugaba con el doble significado de Grund (“fundamento”), por un lado, causa abstracta, y por otro, suelo concreto o, en dialecto alemánico, simplemente “tierra”.

Ahora bien, debería servirnos de advertencia el hecho de que en este aspecto haya sido relevante precisamente el uso que hace Heidegger del lenguaje. Pues es evidente que, si bien es interesante desde el punto de vista poético, la oscilación entre el uso conceptual y el metafórico del lenguaje también resulta altamente problemática: puede causar remolinos, puede fascinar como arte verbal, pero también puede llevar a que el pensamiento quede abandonado. El lenguaje, es verdad, se vuelve embriagante, pero a la vez resta claridad a la cosa. Al final ya no se sabe de qué se está hablando y se le prepara el terreno, en el plano discursivo, al delirio político

“Desde hace tiempo también la palabra 'crecimiento' está bajo sospecha de ser una especie de metáfora disfrazada.”

Desde hace tiempo también la palabra “crecimiento” está bajo sospecha de ser una especie de metáfora disfrazada. Según esta tesis, lo que aparece como una categoría objetiva que describe una realidad económica es, en realidad, una imagen mental seductora y distorsionadora. Y su justificación es, a su vez, tan esclarecedora como amplia: el hecho de que la producción y el consumo crezcan de un año para otro significa apenas un plus cuantitativo, pero no un crecimiento. Puede ser que el número de ladrillos apilados aumente, pero el muro no “crece”.

Según esta perspectiva, que desarrolló de modo revelador Bernhard H. F. Taureck¹, la palabra “crecimiento” conlleva de manera más o menos inadvertida una naturalización. Si se dice que el tráfico de bienes aumenta, se describe un hecho. Pero cuando se dice que el tráfico de bienes crece, se cuela la imagen de un proceso natural, es más, en última instancia y de algún modo, se cuela la imagen de un proceso indetenible y por eso legítimo y positivo.

Y en este sentido pseudonatural, ¿el crecimiento no se vincula a menudo con representaciones románticas de una camino de formación? Decimos que la personalidad “madura”, que ha “crecido” para enfrentar tal desafío. También que esta o aquella experiencia permite un “crecimiento personal”. ¿Quién querría entonces –sobre todo en el país de Goethe, el gran teórico de las plantas– aparecer como “crítico del crecimiento”? ¿Acaso no queremos todos crecer? La naturaleza crece y nosotros somos parte de la naturaleza, entonces, queremos crecer, así reza el silogismo habitual.

En este punto se torna claro por qué, desde la visión crítica, cierto uso de la palabra “crecimiento” contiene un núcleo ideológico: al igual que en el caso de las plantas, se presupone que el aumento es natural. Los árboles crecen y las economías nacionales también. A no ser que algo se lo impida de manera artificial.

El producto que encaja con la publicidad

Y precisamente esa naturalización hace que el asunto sea ideológico: toda crítica del crecimiento económico como categoría dominante de la autodescripción social es arrinconada de modo sistemático en una posición defensiva. Los seres humanos, es un hecho, anhelan progresar, mejorar las cosas. Por eso no sólo hay que recibir con aplausos el crecimiento económico, también hay que fomentarlo. El crecimiento, se dice, es la solución, no el problema.

En efecto, gran parte de las diferentes políticas económicas se ocupa de la cuestión de cómo se puede “activar”, “posibilitar”, “estimular” el crecimiento. La metáfora clásica es, en tal caso, la de que la economía es un motor y que está de alguna manera bloqueado y que un paquete de medidas coyunturales estimuladoras “dará impulso” a “la economía” (el singular es cuestionable).

La crítica de tal descripción ya tiene casi medio siglo de antigüedad. En su forma más clara se remite a al carácter doble que adoptan las preferencias de los consumidores. Pues el aumento de la demanda se interpreta como expresión de decisiones auténticas, bien meditadas. Pero su descenso, así se conjetura, es una conducta que sólo puede explicarse por obstáculos externos: en realidad, los hombres preferirían trabajar más para poder consumir más. Por eso, dicen, hay que eliminar las barreras, es decir los impuestos, los tributos, las regulaciones. Consumir menos para tener que trabajar menos no es, en esa visión del mundo, una opción racional.

Desde la perspectiva del francés Serge Latouche, crítico del crecimiento, las economías de los países desarrollados ya se encuentran desde hace décadas en una fase de “sociedades de post-crecimiento con crecimiento”: Latouche dice que hay un pseudocrecimiento que sólo se mantiene con vida gracias a “simulaciones” siempre nuevas, a la demanda artificial, a la obsolescencia programada, es decir, al desperfecto conscientemente integrado para aparecer después de vencida la garantía, y a un sobreconsumo provocado por la publicidad. Paquetes de medidas coyunturales se descargan como golpes eléctricos en un cuerpo ya muerto. Por eso en muchas empresas, los verdaderos centros estratégicos son los departamentos de mercadeo: en muchas empresas no se busca la publicidad adecuada para determinado producto, sino el producto que encaje con determinada publicidad.

¿El “crecimiento” debe convertirse en ideología?

Esa confianza en el crecimiento redentor es problemática debido al desastroso balance ecológico que siguen exhibiendo casi todas las formas del crecimiento económico. A pesar de todas las esperanzas, las formas de crecimiento económico climáticamente neutrales son, hoy como ayer, casi inviables: desacoplar del uso de los recursos la producción y el consumo resulta en extremo difícil y sólo es posible en casos excepcionales. Al final siempre hay algo que transportar, procesar, cocinar, calefaccionar, conectar a la red eléctrica. Lo único que sería aceptablemente respetuoso del medio ambiente sería un crecimiento en las ventas de flautas dulces de madera (por supuesto, hechas con madera producida de modo sustentable), pues quien toca la flauta dulce no come carne de vaca, ni viaja en avión ni conduce un vehículo utilitario deportivo, al menos mientras está tocando la flauta. Por tal razón, desde la perspectiva de la economía tocar la flauta dulce es un desastre, más aun, un acto subversivo.

El filósofo Hans Blumenberg opinó que una metáfora tomada literalmente se convierte en metafísica... y aquí tal vez podríamos traducir “metafísica” por “ideología”. Quien cree de manera efectiva que la economía crece, piensa ideológicamente: toma de manera literal lo que no es más que una metáfora arraigada. Pero ¿el “crecimiento” debe convertirse en ideología?

No necesariamente. Liberarse de un concepto naturalizado de crecimiento volvería posible preguntarse qué cosas, acciones y servicios queremos aumentar en nuestra sociedad. ¿Más flautas dulces, guitarras eléctricas (alimentadas por energía eólica), más cuartetos de cuerda, más poemas? ¿O más autopistas, más vehículos utilitarios deportivos, más fuegos artificiales, más hamburguesas de doble queso? Somos nosotros los que decidimos qué queremos aumentar, no sólo como consumidores y consumidoras sino también mediante el establecimiento de marcos políticos. Del modo en que elijamos vivir dependerá si el “crecimiento” se vuelve “ideología”.

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¹ Bernhard H. F. Taureck: Wachstum über alles. Die Karriere einer Metapher [El crecimiento por sobre todo. La carrera de una metáfora], SWR2, 24 de mayo de 2009.

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