Reflexión y reconocimiento
La interrupción como progreso

Hombre tumbado en el agua sobre un flotador Foto (detalle): Dirk Vorderstraße © flickr.com

La pandemia de coronavirus obligó el estado neoliberal, completamente en contra de su designación, a prescribir pasividad y consideraciones, es decir ya no sacar los codos y quedarse sentados todos sobre sus traseros. El sobreseimiento temporal de las guerras privadas del día a día impulsado por el estado también escondió potenciales inesperados.
 

Uli Krug

Más que de la actividad de las masas, muchos responsables de política y economía en los países llamados progresivos parecen temer a su pasividad – ya tan sólo por eso la pandemia de coronavirus les pareció muy inoportuna. Las décadas pasadas del neoliberalismo estaban bajo el signo de la activación, los proletarios y pequeños burgueses de los tiempos pasados debían convertirse en empresarios de su propia capacidad productiva, administrarse a sí mismos y no ser administrados por otros; solamente quienes no logran de ninguna manera a consolidarse en el nuevo mundo laboral de los prestadores de servicios en competencia constante -en esta competencia participan académicos, trabajadores temporales, repartidores de pizzas y posgraduados de la misma manera- cae víctima de la administración social que no tiene otra cosa que hacer que activar, prácticamente como finalidad en sí, que a los de por sí excluidos se les exija capacitaciones inútiles y entrenamientos igual de absurdos para mejorar las habilidades interpersonales.

Ese sistema funcionó bien durante bastante tiempo: La amenaza de caer víctima a la administración social aseguró que los trabajadores temporales y los supuestamente independientes no se salieran del redil y que los empleados regulares lucharan de manera encarnizada por empleos cada vez más desagradables. La presión completamente económica se escondía detrás de la promesa cultural e industrial de la autorrealización y de que cada quien es especial, lo que enturbiaba la mirada para reconocer la devaluación global de la mano de obra en general. Y luego sucedió: Sars-CoV-2 obligó el estado neoliberal, completamente en contra de su designación, a prescribir pasividad y consideraciones, es decir ya no sacar los codos y quedarse sentados todos sobre sus traseros.

Una vida sin trabajar

Ahora levantaron la voz aquellos que gritaron por sus “libertades” perdidos, pero silenciosamente y de manera abarcadora inició un proceso contrario: El sobreseimiento temporal de las guerras privadas del día a día impulsado por el estado también escondió potenciales inesperados. En los sectores peor pagados, los empleados abandonaron masivamente las fábricas donde trabajaron en condiciones indignas. En Estados Unidos, 45 millones de empleados renunciaron en su trabajo en 2021, una cantidad nunca antes vista, y al mismo tiempo se jubiló el doble de las personas que se esperaba. En Alemania, trabajadores de los sectores de gastronomía y enfermería abandonaron sus puestos en masa, mientras que ya hay que buscar jornaleros de recolección y traileros en Georgia, un país que está a casi 4,000 kilómetros de distancia – casi siempre bajo promesas falsas. Friedrich Merz, el presidente del partido conservador CDU, expresa públicamente su temor de que “la gente se acostumbre a una vida sin trabajar.“

La dinámica de las décadas neoliberales parece haberse acabado en nada - ha quedado demasiado claro que, de manera inmediata, la exigencia cada vez mayor de la carga de trabajo y de la alienación de las personas de su actividad laboral conlleva cada vez menos ingresos y menos seguridad existencial. Pareciera como si, por el paro objetivamente necesario ocasionado por el coronavirus, el miedo de ya no avanzar o por lo menos no quedarse atrás haya perdido gran parte de su influencia sobre los que poseen la capacidad de trabajo.

El progresar obstaculiza progreso

Evidentemente, la interrupción resultó en reflexión y reconocimiento, como si la observación de Adorno de su famoso ensayo “Sobre estática y dinámica como categorías sociológicas” (1961) hubiera alcanzado plausibilidad en el día a día. Según Adorno, la dinámica que se despliega a partir de la competencia entre los asalariados “doblemente libres”, en el sentido marxista del término, (ya) no puede aportar nada al progreso, sino al contrario: “Hasta ahora, la necesidad de extenderse, de apropiarse de cada vez más sectores, de omitir cada vez menos, ha sido estáticamente invariable. Con ello se reproduce y se extiende la perdición. Para no desmoronarse, cada figura de la sociedad trabaja inconscientemente hacia su propia perdición.” Continua de la siguiente manera: “Sólo un progreso que concluiría la prehistoria sería el fin de tal dinámica”. En otras palabras: El progresar, cuando se reduce a seguir adelante siempre de la misma manera, aunque sea aceleradamente, obstaculiza la perspectiva a lograr aquello que Marx y Adorno entienden como progreso: la posibilidad de que las personas configuren de manera razonable, comprensiva y orientada en sus necesidades tanto la interacción entre ellos mismos como su metabolismo con la naturaleza no humana.

Tal vez, el paro obligado fue un momento que evidenció, por lo menos por un instante, que moverse deliberadamente es una cosa muy diferente que ser movido de manera no deliberada, por la fuerza ciega de la acumulación. Solamente una humanidad que no esté obligada a hacer todo lo que puede hacer, sino bien podría elegir no hacerlo, se saldría de la estática de la dinámica y realmente determinaría su destino y su historia. Para ello sirve, más bien, detenerse, interrumpir, el paro inmediato, porque “el ser dinámico que va en círculos sin llegar a ninguna meta es ahistórico: en el transcurrir imparable no cambia nada” (Adorno).

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