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Cine independiente de Hamburgo
La libertad de imaginar nuevos horizontes

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© Helena Wittmann

Con motivo del ciclo de cine online “Constelaciones colectivas: el nuevo cine independiente de Hamburgo”, la periodista Astrid Riehn conversó con algunos de los exponentes del cine más experimental e independiente de la ciudad portuaria del norte de Alemania. 

De Astrid Riehn

Cualquiera que haya jugado al juego de las sillas sabe que, para ganar, es necesario manejar dos tiempos: uno más lento y controlado, que permite rodear las sillas dispuestas en círculo sin perderlas de vista, y uno más rápido y apremiante, para asegurarnos una de ellas cuando la música se detiene. En una de las escenas de su documental El tiempo pasa como un león rugiendo, el cineasta alemán Philipp Hartmann filma a un grupo de niños y adultos jugando al juego de las sillas. Todo un acierto, porque lo que parece un simple entretenimiento para amenizar el cumpleaños de un niño ilustra a la perfección la cualidad multifacética del tiempo. Según revela Hartmann a lo largo de distintos fragmentos que componen su película –en el diálogo con la viuda de un relojero de Buenos Aires o en el de sus amigos de la adolescencia en Alemania, en el recuerdo de su padre muerto o en el de la imagen de un cementerio de trenes abandonado en Bolivia-, los tiempos se superponen. Porque el tiempo ordena en unidades de medida preestablecidas lo externo, pero también se trata de una percepción interna, mucho más compleja, que trata de responder custiones  como: ¿cuándo dejamos de ser jóvenes y pasamos a ser adultos? ¿Cómo pasan los días cuando nos hacemos muy mayores? times goes by ©Philipp Hartmann_ La película de Hartmann formó parte del ciclo online “Constelaciones colectivas – El nuevo cine independiente de Hamburgo”, organizado por el Goethe-Institut de Buenos Aires y la Sala Leopoldo Lugones, en el que pudieron verse nueve películas de cineastas de la ciudad portuaria alemana. “Esta película es una especie de interrupción autobiográfica, una toma de conciencia de cómo yo era conmigo mismo y mi mismedad, cuando en mitad de la vida me entró el pánico porque el tiempo corría demasiado rápido abocado hacia la muerte”, dice Hartmann en diálogo con Página/12 de Hamburgo, a quien a los 38 años le diagnosticaron cronofobia, es decir, miedo al paso del tiempo.

“En general, el cine siempre trata de capturar algo y ‘salvarlo para la eternidad’, pero al mismo tiempo, por su propia naturaleza lineal, el cine es algo así como una finitud de 90 minutos. Empieza y poco después termina. Quizá por eso disfruto tanto viendo películas especialmente largas, como la argentina La Flor, de 14 horas, porque entonces se tiene la sensación  -también físicamente, por permanecer tanto tiempo sentado- de estar haciendo algo  quizá esencial para frenar el tiempo: permitirnos ensimismarnos en las cosas y percibirlas conscientemente”, asegura el director, que conoce muy bien Argentina, Bolivia y Brasil, y cuyas películas se han proyectado en festivales como el Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires (FIDBA) o el Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín (FICIC). El tiempo pasa como un león rugiendo (2013) incluye escenas filmadas en Buenos Aires.

Al igual que muchos de los cineastas cuyas películas integraron este ciclo – Luise Donschen, Helena Wittmann, Bernd Schoch y Maya Connors, entre otros-, Hartmann estudió cine en la Universidad de Bellas Artes de Hamburgo (HfBK). “Para mí era muy importante estudiar expresamente en una universidad artística donde el cine se entiendese como arte y no como un oficio que hay que aprender para poder trabajar después en la llamada industria del cine. En ese sentido, la HfBK fue perfecta para mí, además había mucha libertad, no mandaban deberes ni había reglas, más bien existía una relación colaborativa -quizá colectiva- entre alumnos y profesores”, cuenta. De esa época surge la amistad con los otros directores que integran el ciclo y que se tradujo en numerosas colaboraciones cinematográficas (Wittmann hizo la fotografía en el film de Hartmann, mientras que Donschen brindó asesoramiento en el montaje y Schoch actuó, por ejemplo). casanovagen ©Helena Wittmann “Está genial trabajar de forma colectiva en una película”, señala la alemana Luise Donschen, que participó en el ciclo “Constelaciones colectivas” con su película Casanovagen, estrenada en la sección Forum de la Berlinale y ganadora ex aequo del premio a la mejor película del Festival Internacional de Cine de Mar de Plata de 2018 en la competencia “Estados alterados”. “Como directora, siempre trato de dar la libertad para que cada cual para trabaje forma óptima, y luego ensamblo todo para lograr la película que imaginé”, afirma la cineasta, que suele colaborar con Helena Wittmann.

La película de Donschen, un original ensayo cinematográfico sobre el deseo, comparte con la de Hartmann su cualidad fragmentaria. “El punto de partida fue un artículo del periódico sobre el ‘gen Casanova’ de los pinzones. Yo era escéptica en cuanto al enfoque biologicista del deseo, pero tras ir al Instituto Max Planck de Ornitología, salí siendo todo ojos y oídos para el goce y el placer y seguí avanzando en el tema: del gen Casanova a la figura de Casanova, y de ahí a Venecia y etcétera”, afirma.

De esta forma, Donschen crea un universo cinematográfico en el que coexisten un pinzón macho que persigue incansable a una hembra dentro de una pequeña jaula, enigmáticos enmascarados de los carnavales de Venecia, una dominatrix dominada por hipnosis y un grupo de jóvenes flirteando en un bar (el final incluye un homenaje al inolvidable baile final de Denis Lavant en Beau Travail, de Claire Denis, solo que en esta ocasión no suena Rhythm of the Night de Corona, sino Wuthering Heights de Kate Bush). Las escenas –incluyendo un delicioso diálogo entre la directora y el actor estadounidense John Malkovich, quien interpretó al seductor veneciano en la obra de teatro y la película de mismo nombre Casanova—, no guardan una continuidad explícita entre sí, pero tras ver la película, el público quizá pueda vislumbrar algunas de las tantas capas que conforman el deseo, una pulsión que poco o nada tiene de intelectual. “Me gustaría que el espectador se dejase llevar por la historia  y no tratara de sacar conclusiones o de aprender”, explica Donschen. “Mi película no es una declaración de principios, sino una experiencia cinematográfica. He tratado de traducir en imágenes y sonidos mis  experiencias y las de los protagonistas. Luego fui entretejiendo la película con ayuda de motivos recurrentes, el vestuario y el movimiento”, añade.

El crítico de cine Roger Koza conoció a Hartmann y a sus amigos en la ciudad hanseática, donde estos asistían sin falta a las funciones de la sección “Vitrina” de cine iberoamericano, que el argentino programa para el Filmfest Hamburg desde 2006. “Hartmann es un cineasta magnífico, curioso como pocos, habla más de cinco idiomas y tenía su hipótesis sobre mi trabajo como programador. Desde entonces, y no me da ningún pudor decirlo, he tratado de dar a conocer su trabajo en Argentina, México y Austria, los países en los que trabajo como programador. Mucho después, nos hicimos amigos”, comenta Koza, quien protagoniza una de sus últimas películas, El Argentino, aún sin estrenar.

Koza estuvo a cargo de la charla inaugural del ciclo. “A diferencia de la generación de cineastas formados recientemente en Berlín, como Julian Radlmaier, todos los cineastas de Hamburgo parecen sentir el deseo de filmar en otras latitudes: Connors en Estados Unidos, Hartmann en América del Sur, Wittmann en Francia y Argelia, Donschen en Italia y Schoch en Rumania”, afirma. “Otro rasgo común que les une es su  ostensible renuncia a una dramaturgia lineal. Todos ellos parecen seguir al pie de la letra la pretérita lucha de Raúl Ruiz de suprimir el conflicto central. Ninguno de sus relatos participa de la tradición aristotélica, aún vigente en el imaginario occidental y fundamento del cine contemporáneo, incluso cuando se trata de películas de superhéroes”, señala.

Sin embargo, en poco más coinciden. En opinión de Koza, el trabajo de estos cineastas no se puede definir como un movimiento o un colectivo estético y político con un objetivo concreto. “Coincidieron en un ámbito universitario muy particular por pura casualidad, extrañamente libre, si se tiene en cuenta la idiosincrasia alemana, siempre orientada a domar el azar y a planificarlo todo, hasta la libertad. En ese espacio sin coacciones creativas, Hartmann, Wittmann, Donschen, Schoch y Connors, entre otr@s, se asociaron afectivamente con unos intereses estéticos similares, aunque no necesariamente equivalentes. No siempre, pero muy a menudo, se ayudan entre ellos para filmar, aunque tampoco se trata de una condición preestablecida”, aclara.

El programador del Festival Internacional de Cine de Viena y director artístico de festivales locales como el FICIC y el DocBuenosAires menciona otro punto en común: el “reconocimiento y amor incondicional” que profesan por un profesor de la HfBK, Gerd Roscher. “De hecho, le he conocido personalmente y he visto sus películas. Tiene mucho que ver con la tradición de Thoreau y de cierto cine alemán de la década de los 60: su ética es la desobediencia, y su norma estética sería impensable sin su profunda conexión con la naturaleza; eso de la desobedencia ha calado en los cineastas de Hamburgo. Suelen ir a visitarlo a su casa de la montaña, junto a un lago; y generalmente  en verano, porque se celebra un festival de cine al aire libre al que asisten casi todos los cineastas que han estudiado con él”, comenta.

Roscher es, de hecho, el protagonista de una de las escenas clave de El tiempo pasa como un león rugiendo, en la que el profesor le cuenta a su alumno y amigo Hartmann que, cuando el cineasta Richard Leacock, uno de los pioneros del cine directo, visitó la HfBK en los años 90, no sacó la cámara durante su ponencia, tal y como esperaban todos los alumnos, sino que el británico empezó a filmar en cuanto abandonaron la sala. “Entonces aprendí que era importante dejar pasar el tiempo vacío, era necesario dejarse tiempo para que ocurriese lo inesperado”, confiesa Roscher en la película. Una lección que su discípulo no parece tomarse a la ligera.

“Y posiblemente mi trabajo se fundamente precisamente en eso”, opina Hartmann, quien asegura que planifica sus películas lo menos posible para dejar que ocurra lo desconocido e inesperado. “Las películas predecibles o que tratan de confirmar algo que ya sé suelen aburrirme, por lo tanto hacerlas también me aburriría. En otras palabras, casi siempre me resulta más interesante la experiencia de hacer mis películas, y quizá por eso también más importante, que el resultado en sí, es decir, la película terminada. Y trato de transmitir esa experiencia al público durante el proceso de montaje, en tanto que dejo espacios libres, para que el espectador tenga la libertad de descubrir y plantear preguntas, más que encontrar respuestas”, indica.

En El tiempo pasa como un león rugiendo, Hartmann se pregunta cuándo se produce la transición entre la juventud y, como lo define una de sus amigas en la misma película, la “dimensión existencial de la vida”, que por lo visto ocurre pasados los cuarenta. Quizá entonces no esté de más preguntarse, si existe también en el cine algo así como un espectador adulto, que se responsabiliza de cómo experimenta una película.

“¡Me encanta esa idea! Con mi película invito a la reflexión, no pretendo transmitir un mensaje ni explicar nada. En ese aspecto, conecto también con la idea de Julio Cortázar acerca del lector activo. Quiero espectadores activos y maduros que piensen”, afirma. “Por el contrario, también creo, que es necesario cierto grado de inocencia o ingenuidad infantil en el proceso de búsqueda de una película. O quizá mejor cierta curiosidad, más propia de los niños que de los adultos demasiado adultos, y no en el sentido de ‘mayoría de edad’, sino en el de ‘pereza mental’. Visto así, entonces un adulto sería quien conservó la libertad de ser curioso como un niño o para descubrir el mundo por sí mismo”.


Adaptación del artículo publicado en Página/12 el 6 de abril de 2021.

 

detalles del ciclo

El ciclo “Constelaciones colectivas – El nuevo cine independiente de Hamburgo”, con acceso libre y gratuito, estuvo integrado por una selección de nueve películas de los exponentes del cine más experimental e independiente de la ciudad portuaria del norte de Alemania.

Largometrajes:
El tiempo pasa como un león rugiendo de Philipp Hartmann (2013)
Casanovagen de Luise Donschen (2018)
Olanda de Bernd Schoch (2019)

Cortometrajes:
Los búhos crecieron tan grandes como la media luna de Maya Connors (2014)
La maleza satánica - TRES de Willy Hans (2017) 
Ada Kaleh de Helena Wittmann (2018)
Primero en entrar, primero en salir de Zacharias Zitouni (2019)
Cuerpos flexibles de Louis Fried (2019)
Después de dos horas, habían pasado diez minutos de Steffen Goldkamp (2020)

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