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Una fascinación que no termina
Kafka y la literatura latinoamericana

Gabriel Garcia Márquez. Barcelona 1969
Gabriel Garcia Márquez. Barcelona 1969 | Colita; © Archivo Colita Fotografía

Franz Kafka ha sido y sigue siendo una gran influencia en la literatura de Latinoamérica. A continuación, un panorama de su significado para diversos escritores y escritoras de la región.
 

De Hernán D. Caro

La relevancia de Franz Kafka para la literatura latinoamericana es inmensa y variada. Su influencia comenzó ya durante su vida y continúa hasta el presente. “Kafka nos marcó a todos”, dijo alguna vez la escritora argentina Samanta Schweblin. Y así, a menudo se encuentran ecos kafkianos en diferentes obras de autoras y autores latinoamericanos.

Sin duda, cualquier examen del impacto de Kafka en Latinoamérica –y en cualquier otro lugar del mundo– es inevitablemente incompleto. A continuación ofrecemos entonces, en cinco escenas, un acercamiento inicial a esta historia interminable.

1. La liberación de la imaginación

En 1947, Gabriel García Márquez (1927-2014) aún era un estudiante de Derecho obsesionado con la poesía. Entonces, por casualidad, se topó con un pequeño volumen: La metamorfosis de Franz Kafka. En el libro de conversaciones El olor de la guayaba –publicado en 1982, año en que el periodista y escritor colombiano recibió el Premio Nobel de Literatura–, García Márquez cuenta cómo una noche un compañero de cuarto le prestó el libro. “Aún recuerdo la primera línea de memoria: ʻAl despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insectoʼ”. El futuro escritor pensó: “Carajo, de modo que esto se puede hacer.” Kafka, según él, “contaba las cosas de la misma manera que mi abuela”. Con ello, García Márquez se refería a contar una historia en la que ocurren eventos sobrenaturales sin, por así decirlo, sonrojarse, como si estos eventos fueran completamente normales, cotidianos. Precisamente de este modo, en su infancia su abuela le había hablado de las cosas más extrañas.

Como cuenta García Márquez en su autobiografía Vivir para contarla, comprendió que solo “bastaba con que el autor lo hubiera escrito para que fuera verdad, sin más pruebas que el poder de su talento y la autoridad de su voz”. En este principio se basa en gran medida el llamado “realismo mágico”, que luego desarrolló en sus famosas novelas Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera.

Kafka “definió un camino nuevo” para su vida. Un día después de su encuentro con La metamorfosis, García Márquez comenzó a escribir su primer cuento, La tercera resignación, sobre un hombre que enfermó de fiebre tifoidea cuando era niño, por lo que su madre lo metió vivo en un gran ataúd para que pudiera crecer allí. La historia fue publicada en un periódico importante y poco después el estudiante de Derecho abandonó la universidad y se dedicó a la literatura hasta el fin de sus días.

2. Una cucaracha sueña

En alemán, Kafka describe al “monstruoso insecto” en que se ha convertido Gregor Samsa como un “Käfer”, es decir un “escarabajo” o un “Maikäfer, un “escarabajo pelotero”. Sin embargo, en los países de habla hispana, cuando se discute el destino del protagonista de La metamorfosis, se suele utilizar la palabra “cucaracha”. Cualquiera que sea el motivo de esta nueva metamorfosis, en este caso lingüística, no se trata de falta de amor o de respeto frente a Kafka. Todo lo contrario.

Un buen ejemplo de esto lo ofrece Augusto Monterroso (1921-2003). Este autor guatemalteco, que se definía a sí mismo como gran admirador de Kafka, solía escribir textos irónicos breves o brevísimos (algunos de ellos compuestos sólo por una frase muy finamente tejida), muchas veces con animales como protagonistas y que se leen a modo de fábulas.

“La verdad es que Kafka me ha acompañado desde hace mucho tiempo“, leemos en los fragmentos del diario de Monterroso La letra e. Por eso es frecuente encontrar en su obra pequeños homenajes a Kafka. El más famoso se llama La cucaracha soñadora (1969): “Érase una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una cucaracha”.

3. El universo como laberinto

Borges admiraba el inmenso talento de Kafka de describir imágenes y escenas que de hecho muchos de nosotros conocemos en nuestros sueños, o más bien pesadillas, usando un lenguaje preciso. “El destino de Kafka fue transmutar las circunstancias y las agonía en fábulas. Redactó sórdidas pesadillas en un estilo límpido”. Por ello, Kafka es “el gran escritor clásico de nuestro atormentado y extraño siglo”. Por lo demás, los textos de Borges también son se caracterizan por su brillante combinación de brevedad, precisión lingüística y poder narrativo.

Amante de los laberintos, los espejos y las paradojas temporales y espaciales, a Borges le fascinaban algunos de los temas “típicos” de Kafka. Entre ellos se incluyen el motivo del mensaje importante que jamás llegará al destinatario, como ocurre en “Un mensaje imperial” de Kafka; o el vano intento de una persona de superar un obstáculo aparentemente pequeño, como en el breve texto Ante la ley; o la imposibilidad de avanzar a pesar de todos los esfuerzos, por ejemplo de ir de un pueblo a otro o acercarse a un edificio, como ocurre en la novela El castillo.

Por encima de todo, Borges consideraba que un tema era central en la cosmovisión de Kafka: la relación desesperada de una persona con un orden superior cuyas leyes no puede entender, ya sea este orden una corte, el emperador, Dios o simplemente el infinito cosmos. Y es precisamente en torno a este motivo que se aprecia una influencia directa de Kafka en algunos cuentos del autor argentino, como El acercamiento a Almotásim, La biblioteca de Babel, La lotería de Babilonia o El milagro secreto.

4. Viajes imposibles

Existen textos –incluso algunos cuyas autoras o cuyos autores no se conocen entre sí– que se comunican unos con otros de formas misteriosas, que se reflejan mutuamente como espejos a través de los años. Tres cuentos latinoamericanos dialogan entre sí de este modo. Y, a su vez, cada uno de los tres evoca algunos de aquellas sensaciones que conforman lo que hoy llamamos lo “kafkiano”.

El primer cuento apareció en 1952, se llama El guardagujas, y es considerado la mejor narración de Juan José Arreola (1918-2001), un clásico de la literatura mexicana. Se trata de un hombre, un “forastero”, que llega a una estación de tren abandonada. Su tren no arriba. De repente aparece un viejo vestido como empleado del ferrocarril. El viajero pregunta ansiosamente si el tren llegará pronto: “Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo.” El anciano le aconseja alquilar una habitación en una la posada por un mes y comienza a contarle al forastero –quien cada vez está más asombrado y más nervioso–, sobre el extraño sistema ferroviario del país. Los trenes aquí no tienen horarios establecidos; en algunos lugares, los rieles “están sencillamente indicados en el suelo mediante dos rayas”. En otros, las estaciones de tren son “pura apariencia”, simulacros en medio de la selva, y las personas que allí se encuentran son muñecos llenos de aserrín que son “perfecta imagen de la realidad: llevan en el rostro las señales de un cansancio infinito”. Al final del cuento sigue siendo incierto si el forastero podrá salir de allí.

La escritora argentina Ana María Shua (nacida en 1951) es particularmente conocida por sus microrrelatos que se mueven entre lo onírico, lo fantástico y lo aparentemente sin sentido. El texto número 212 de su libro La sueñera (1984) dice: “Esperando la llegada del tren en la mitad del campo, vestidos de domingo, conversando, compartiendo el contenido de las cestas, sin preocuparse por la ausencia de terraplén, de durmientes, de vías, con la gozosa, silenciosa certeza de que ningún absurdo tren vendrá a quebrar las dulzuras de la espera.”

La ya mencionada Samanta Schweblin (nacida en 1978), también argentina, escribió en 2002 Hacia la alegre civilización, un cuento en el que resuenan los mundos de Monterroso y Shua, así como el sonido único de la voz narrativa de Kafka. Schweblin cuenta sobre hombre llamado Gruner, también un extraño en una estación de tren de provincias, que no puede comprar su billete porque, según el empleado del mostrador, no hay cambio. La situación se repite día tras día y Gruner tiene que observar una y otra vez cómo su tren parte sin él a la tan anhelada capital. Por pura impotencia, Gruner se muda al apartamento del empleado del ferrocarril y su esposa, donde conoce a otros hombres que también han naufragado en este lugar en medio de la nada. En algún momento, Gruner finalmente puede subir al tren, pero ¿qué encontrará cuando llegue a su destino?
Ort mitten im Nichts gestrandet sind. Irgendwann kann Gruner endlich in den Zug steigen – doch was wird er finden, wenn er sein Ziel erreicht?

5. La fuente inagotable

Cien años después de su muerte, la fascinación que suscitan los escritos de Kafka parece no tener fin. Jóvenes escritores y escritoras de Latinoamérica siguen encontrando inspiración en los escenarios amenazadores o el estilo preciso de Kafka. Por el momento, solo dos ejemplos:

Pergentino José (nacido en 1981) es un autor mexicano de origen zapoteca que escribe tanto en español como en loxicha, una de las variantes lingüísticas zapotecas de Oaxaca y otros lugares. Las historias de su libro Hormigas rojas (2012) están ambientadas en el mundo zapoteca y combinan viejas leyendas con el presente, realismo con eventos fantasmales. “Me interesa lo kafkiano, estos espacios cerrados en donde se va en busca de un lenguaje interior, absurdo… Soy un fervoroso lector de El castillo”, ha dicho el autor. Y así, es imposible pasar por alto la influencia de Kafka en los concisos e inquietantes textos de José. En uno de ellos, un hombre intenta cruzar un bosque, pero una fuerza desconocida lo detiene; en otro, a alguien se le asigna la ominosa tarea de proteger a un pueblo que no es el suyo; y otra historia trata sobre un joven quien, de noche, espera a la mujer a quien ama y de repente tiene la clara sensación de que su historia terminará violentamente.

Y también de México viene la poeta y escritora Sandra Rosas (nacida en 1977), cuyo libro El mar que no vio mamá se publicó en 2023. Rosas también nombra a Kafka como una importante fuente de inspiración de sus textos, que a menudo combinan reflexiones sobre la relación entre madres e hijas, referencias a la violencia misógina y enigmáticas escenas oníricas. Uno de los textos de Rosas: “El comerciante me muestra diversos pares de aretes y, un par de ellos, son pájaros vivos. Las avecillas llevan un metal en la espalda, un lastre que no les permite volar, pero sí, que funcionen como joyas. El vendedor argumenta que el metal no les lastima. Pero, claro, dice orgulloso, los pájaros no pueden irse. Recargo los aretes-pájaro en la palma de mi mano y sé que lo que él llama ingenio tiene otro nombre. Se lo digo, pero su cuerpo emprende el vuelo cuando mis palabras se hacen silbido.”

* Este artículo fue publicado originalmente en alemán e inglés en la revista “Zeitgeister

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