¿Se puede ser leal a alguien que se alineó con los nazis? Hannah Arendt lo hizo y, en el proceso, escribió un capítulo discreto de la historia alemana de la posguerra. La relación entre Arendt y Martin Heidegger puso a prueba los límites del pensamiento y la moral.
Nadie lo sabía: ni la esposa engañada, ni las amistades más cercanas de la joven estudiante de Königsberg, ni nadie más. Hannah Arendt, de 18 años, y Martin Heidegger, profesor de filosofía de 35, se esforzaron al máximo por ocultar su íntimo secreto en la pequeña ciudad universitaria de Marburgo, donde mantuvieron una relación clandestina entre 1924 y 1926. Señales cuidadosamente diseñadas –luces encendidas o apagadas en una habitación–, cartas secretas, mensajes y encuentros furtivos en diferentes lugares aseguraron que nadie supiera de ellos. Y esto fue una suerte, porque si alguien lo hubiera descubierto, habría estallado un gran escándalo. El verdadero escándalo se agravó cuando se corrió la voz mucho después, mucho después de la muerte de ambos, de que el mundialmente famoso filósofo y rector universitario nazi y la internacionalmente reconocida teórica política judía habían sido amantes antes de que sus carreras internacionales hubieran comenzado (la de él después de 1927, la de ella después de 1950).En busca del pensamiento radical en una época convulsa
Pero empecemos por el principio. La joven Hannah Arendt eligió Marburgo como lugar de estudio tras una cuidadosa deliberación. En aquel entonces, la pequeña ciudad aún conservaba el mismo aspecto que en el siglo XIX, cuando el espíritu alemán florecía en ciudades universitarias de provincia como Gotinga, Jena y Tubinga. Pero lo que la atrajo fue la presencia de un joven profesor que, en los círculos académicos, ya gozaba de reputación como fuerza disruptiva e innovadora en filosofía. “Se conocía poco más que un nombre, pero ese nombre se extendió por toda Alemania como el rumor de un rey secreto”, escribió Arendt sobre el joven Martin Heidegger, de quien se decían cosas extraordinarias: “Hay un maestro; quizá se pueda aprender a pensar”. Esto era exactamente lo que ansiaba la joven generación académica: una generación que buscaba alternativas radicales después de los trastornos de la Primera Guerra Mundial. Arendt y sus amistades formaban parte de un grupo de jóvenes filósofas y filósofos prometedores que recibieron su bautismo intelectual bajo este apasionante joven profesor en Marburgo, y que continuarían dando forma a la filosofía alemana en la siguiente generación.La relación, evidentemente, se desarrolló de forma muy rápida. En una conferencia que Heidegger impartió en octubre de 1924, las miradas del profesor y la estudiante se cruzaron por primera vez (un momento que él recordó en una carta 25 años después). Poco después, ella apareció en su oficina y él comenzó a cortejarla con una intención inequívoca. La fascinación de Heidegger por la impactante y cautivadora estudiante es quizás menos sorprendente que la inmediata e incondicional devoción de ella por el hombre mayor, casado y padre de dos hijos.
Hoy en día es casi imposible imaginar la fuerza magnética de la presencia y del discurso de Heidegger.
Hoy en día es casi imposible imaginar la fuerza magnética de la presencia y el discurso de Heidegger. Su alumno Hans-Georg Gadamer se refirió a él como “un acontecimiento elemental, no solo para mí, sino para la ciudad de Marburgo en aquel entonces”, y para muchas y muchos estudiantes “un intoxicante”. El filósofo Hans Jonas recordó el secreto de su impacto: “Uno caía bajo su hechizo incluso antes de comprenderlo”. Y añadió: “He aquí un hombre que pensaba antes que sus alumnos. En lugar de presentar ideas acabadas, realizaba el acto mismo de pensar en su presencia. Y eso era inquietante”. Otro alumno, Karl Löwith, lo describió como “mitad hombre de ciencia, la otra mitad, quizás mayor, un personaje inconformista y un predicador”. Gran parte de la fascinación de Heidegger parece provenir de su método: la deliberada oscuridad y mistificación de su pensamiento, combinadas con la promesa de una simplicidad radical. Se trataba de un proceso menos analítico y más parecido a una escalada de montaña que llevaba a las y los estudiantes a esferas intelectuales nuevas y cada vez más elevadas, tan desafiante que quienes lo seguían a menudo perdían de vista a su maestro en constante avance.
Del despertar intelectual a la aberración política
Arendt, al igual que sus compañeras y compañeros de estudios, abrazó con pasión este mundo intelectual aparentemente irresistible. Se convirtió en la amante del joven profeta y accedió sin reservas a su exigencia de estricto secreto. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no podía sostener esta aventura emocional e intelectual indefinidamente. Aunque seguía profundamente comprometida, puso fin a la relación en la primavera de 1926 y se trasladó a Heidelberg para trabajar en una tesis sobre el concepto de amor en los escritos de San Agustín bajo la guía del filósofo Karl Jaspers, amigo íntimo de Heidegger. Arendt y Heidegger mantuvieron una correspondencia intensa e íntima y se vieron en algunas ocasiones, pero la relación nunca se reanudó.En 1927, la obra magna de Heidegger, Ser y tiempo –que según el filósofo le aseguró a Arendt en cartas, había sido profundamente influenciada por su encuentro– irrumpió en la escena filosófica, transformándolo de un profesor de Marburgo poco conocido en una estrella mundial. Decidió regresar a su universidad natal, Friburgo, en lugar de aceptar una cátedra en Berlín, para observar desde las provincias los esfuerzos de la élite conservadora y nacionalsocialista por desmantelar la República de Weimar. Sin embargo, con la llegada de Hitler al poder, abandonó abruptamente este cargo y fue elegido rector de la universidad en abril de 1933. En mayo, se unió al NSDAP, el partido nazi, en una acción muy publicitada, y en el famoso “Discurso del Rector” del 27 de mayo de 1933, se presentó como un devoto partidario del Führer y ejecutor de la orientación etnonacionalista de la Universidad de Friburgo.
Heidegger, el innovador radical del pensamiento, se había convertido en el teórico ontológico de la toma del poder por los nazis.
Durante los últimos y angustiosos años de la República de Weimar, el camino de Arendt la condujo al movimiento sionista, primero en Alemania, luego en el exilio en París. Tras separarse de su primer marido, Günther Stern (quien habría de ser conocido después de la guerra como el autor filosófico Günther Anders), huyó con su nueva pareja, Heinrich Blücher, a Nueva York, donde rehizo su vida como periodista política y ensayista. Pasaron 17 años antes de que volviera a pisar suelo alemán, durante un viaje a Europa en el invierno de 1949. Para entonces, por supuesto, todo contacto con Heidegger había cesado. Sin embargo, estaba bien informada sobre sus actividades nazis, en particular a través de su maestro Karl Jaspers, quien, suspendido de su cátedra por estar casado con una mujer judía, por pura suerte había sobrevivido al Tercer Reich y había reanudado una intensa correspondencia con Arendt inmediatamente después de la guerra. En una carta de 1946, expresó su enojo hacia su ex amante, escribiendo que no podía hacer nada más que “considerar a Heidegger como un asesino en potencia”.
Culpa y lealtad
Pero entonces ocurrió lo increíble: Arendt viajó a Friburgo y la noche del 7 de febrero de 1950 se reunió con Heidegger para una primera, larga conversación. La continuaron al día siguiente en presencia de la esposa de Heidegger, una nacionalsocialista comprometida, acostumbrada a soportar las numerosas aventuras sexuales de su marido y, para entonces, plenamente consciente del antiguo romance. ¿Cómo pudo suceder esto? ¿Cómo pudo Arendt, tan astuta en su análisis de la situación alemana, anteponer una relación personal y su reconciliación (posteriormente, ambos reanudaron su correspondencia, reafirmaron sus profundos y duraderos sentimientos mutuos y se reencontraron en los años siguientes) a cualquier juicio racional tras lo que parecía una ruptura irreparable?Arendt ofrece una explicación en una carta que escribió a Heidegger inmediatamente después de su reencuentro, señalando que fue una “compulsión graciosa” la que le impidió cometer “la única traición verdaderamente imperdonable” y, por lo tanto, “arruinar su vida”. Su motivación es simple y profunda: lealtad. Lealtad a una persona como una compulsión interna, una a la que no puede resistirse, aunque es plenamente consciente de a quién le está siendo leal. Comprendió la naturaleza escandalosa del asunto, pues no se hacía ilusiones sobre Heidegger ni sobre el estado de Alemania. En su informe de viaje Visitando Alemania, escrito tras regresar a Estados Unidos, lanza una mirada implacable e incisiva sobre la gente del país devastado, retratando a un colectivo obstinadamente inconsciente, autocompasivo y totalmente evasivo de la responsabilidad, enmarcando agresivamente su propio sufrimiento como una desgracia inmerecida infligida por poderes superiores, en lugar de confrontar los orígenes alemanes de su miseria. Esta mezcla de desviar la culpa y regodearse en las pérdidas personales era –Arendt seguramente lo reconoció– exactamente la postura que el propio Heidegger había adoptado. Desde el final de la guerra, se había refugiado en los elevados dominios de la poesía clásica de Friedrich Hölderlin, negándose a afrontar la realidad de una nación derrotada. Desde allí, intentó explicar la catástrofe alemana en términos fundamentalmente ontológicos, presentándola en cambio como un desenlace existencial del destino
El escándalo radica en la cobardía y deslealtad de un arribista corrompido por el poder.
Radicalismo y jerga: el caso Heidegger
El debate sobre el “caso Heidegger” continuó preocupando al público después de su muerte en 1976. Inicialmente, voces como las de Gadamer dominaron, y toda una generación de estudiantes de Heidegger defendió con firmeza el pensamiento “genuino” del filósofo, supuestamente libre del espíritu nazi, desestimando su implicación nazi como un breve error político. Las respuestas críticas, como las de Karl Löwith –moldeado por la herencia judía y el exilio–, quien identificó tempranamente paralelismos estructurales entre la ideología nazi y las ideas de Heidegger, permanecieron minoritarias. Sin embargo, estas críticas se complementaron con análisis productivos del lenguaje de Heidegger, en particular el de Theodor W. Adorno, quien en 1964 lo deconstruyó como la “jerga de la autenticidad” y una contribución a la ideología alemana. ¿Podría ser que el inmenso impacto del “maestro de Alemania” (Rüdiger Safranski) en generaciones de seguidores aparentemente más receptivos se basara en gran medida en su lenguaje y estilo erráticos o –dependiendo de la perspectiva– enrevesados, que transmiten profundidad y radicalismo más a través de la invocación que de la argumentación razonada?Comparado con el radicalismo de Arendt, que ésta vivió en su trayectoria personal e intelectual (como una energía que llega a la raíz misma de las cosas), el de Heidegger resulta poco más que una simple pretensión. Tras todas las luchas que enfrentó en su vida privada y pública, tras los feroces ataques que sufrió repetidamente –ya sea por sus análisis críticos del sionismo desde fuera o por su libro sobre el asesino de masas nazi Eichmann y su “banalidad” personal (que sus críticos interpretaron erróneamente como trivialización en lugar de reconocer la verdadera monstruosidad de los hechos)–, no obstante, le brinda su amistad al anciano de Friburgo, quien una vez fue su amante.
Muchos negaron con la cabeza ante esto, pero nadie la había obligado; era su profunda lealtad. Uno podría incluso preguntarse si era lealtad a Heidegger, o más bien lealtad a sí misma: la mujer adulta que honraba la versión de sí misma que había sido tantos años atrás en Marburgo. El escándalo en esta historia no fue el que nunca ocurrió en la pequeña ciudad universitaria, ni la aparentemente imposible reunión de posguerra. El verdadero escándalo reside en la cobardía y la deslealtad de un arribista corrompido por el poder, frente a cuyo fracaso la valentía inquebrantable y la grandeza humana de Hannah Arendt se destacan aún más claramente.
octubre 2025