Lugares, personas y caminos intelectuales

Ilustración: Hannah Arendt en New York Ilustración: © Eléonore Roedel

Entre el exilio y la llegada, Hannah Arendt encontró en Nueva York no solo refugio, sino también un escenario para su pensamiento. Su travesía intelectual por la ciudad —que se convertiría en el telón de fondo de algunas de sus obras más influyentes— la llevó desde habitaciones estrechas hasta apartamentos con vista al río.

Con la llegada de Hannah Arendt a Nueva York se abrió un nuevo capítulo intelectual en su obra, marcado por el exilio, la inquietud y una ciudad en plena efervescencia.

Ellis Island

El 22 de mayo de 1941, Hannah Arendt y su esposo Heinrich Blücher llegaron como personas en situación de refugio a Ellis Island. En ese momento, es posible que no asociaran la vista de la Estatua de la Libertad con las imágenes habituales de libertad y liberación, sino más bien con la visión de su amigo Walter Benjamin sobre el ángel de la historia. Esta figura contempla el pasado como “una única catástrofe que acumula incansablemente ruina sobre ruina y las arroja a sus pies”, mientras “una tormenta […] lo impulsa de manera imparable hacia el futuro, al que da la espalda, mientras el montón de escombros ante él crece hasta el cielo.” Benjamin concluye con las palabras: “Eso que llamamos progreso es esa tormenta.”

Benjamin había concebido esta metáfora en su ensayo "Tesis sobre la filosofía de la historia", que confió a Arendt como manuscrito inédito antes de su suicidio. El manuscrito se encontraba entre las pocas pertenencias que Arendt logró llevar consigo a América tras su huida breve y dolorosa de Francia. En Nueva York, Arendt encontró un hogar hasta su muerte. Allí investigó incansablemente las fuerzas del mal y del totalitarismo que la habían obligado a huir de Europa y que habían llevado al continente al borde del abismo. En medio de la vibrante metrópolis, se lanzó de lleno a la vida activa de pensadora, investigadora, escritora, profesora y editora, dejándose arrastrar por la tormenta del progreso de Benjamin hacia el siglo XX.

317 West, calle 95

En Nueva York, Arendt y Blücher encontraron su primer alojamiento en un diminuto apartamento en el límite del Upper West Side, en el 317 West, calle 95. Desde noviembre de 1941, Arendt comenzó a escribir columnas en alemán para el periódico multilingüe Aufbau y artículos para otros diarios del exilio. En su barrio vivían muchos residentes judeo-alemanes, entablando amistades con otros y otras germanoparlantes como el historiador Salo Baron, quien enseñaba en la cercana Universidad de Columbia, y el autor moderno Hermann Broch, que vivía en Princeton, Nueva Jersey. Baron incluso le consiguió un empleo en la Commission on European Jewish Reconstruction.

Desde su punto de observación en Manhattan, Hannah Arendt contemplaba cómo el montón de escombros crecía hacia el cielo a medida que avanzaba la guerra. La situación de las personas judías en Europa se volvía cada vez más desesperada. Fue en ese periodo cuando comenzó a trabajar en la obra que, tras el fin de la guerra, publicaría en 1951 en inglés bajo el título Los Orígenes del Totalitarismo, consolidando así su estatus como intelectual pública en Estados Unidos.

130 Morningside Drive

En el año de la publicación de Los Orígenes del Totalitarismo (edición alemana Elemente und Ursprünge totaler Hrrschaft, 1955), Arendt y Blücher se mudaron finalmente a un apartamento propio en Morningside Drive, al norte de la ciudad. Aunque no era grande, Arendt pudo escribir allí incansablemente y recibir a su creciente círculo intelectual. Para entonces, ya publicaba artículos en inglés en muchas de las revistas estadounidenses más importantes. Gracias a sus estrechas amistades con escritores, escritoras e intelectuales estadounidenses como Randall Jarrell y Mary McCarthy, Arendt pudo perfeccionar su dominio del idioma y desarrollar una comprensión más profunda de la vida cotidiana en Estados Unidos. Admiraba los logros políticos de la Revolución Americana, con su fundamento intelectual en la Ilustración, y los exploró más a fondo en su obra On Revolution de 1963 (edición española Sobre la Revolución, 1988 y edición alemana Über die Revolution, 1965). Tras años de apatridia, obtuvo la ciudadanía estadounidense en 1951. Blücher la siguió en 1952. Sin embargo, el clima político cada vez más hostil, que también se extendía al ámbito académico en Estados Unidos, le causaba preocupación. El espectro del macartismo rondaba las universidades estadounidenses, y personas como Blücher, con vínculos pasados con el Partido Comunista, temían por su empleo o incluso por su ciudadanía.

370 Riverside Drive

En 1959, Arendt y Blücher pudieron mudarse a un apartamento más amplio en Riverside Drive, en el Upper West Side. La calle recorre una zona más tranquila de Manhattan, junto a un hermoso parque en el lado oeste de la isla. El barrio, con sus pintorescas residencias, había sido construido originalmente en el siglo XIX para los nuevos ricos junto al Hudson. Pero al final de la guerra, allí vivían también miembros de la clase media menos acomodada y numerosos emigrantes judeo-alemanes como Arendt. El nuevo apartamento, que incluso ofrecía vistas al Hudson, se convirtió para ella en el lugar ideal para trabajar y recibir amistades.

Fue en ese apartamento donde escribió Eichmann en Jerusalén. En 1961 viajó a Jerusalén para cubrir el juicio contra el célebre nazi y SS-Obersturmbannführer (teniente coronel de la Schutzstaffel, la unidad de seguridad paramilitar del partido de Adolf Hitler) Adolf Eichmann. Deseaba ver con sus propios ojos a un criminal nazi. Pero, para su sorpresa, Eichmann no encajaba con la imagen del mal radical ni del gran criminal, sino que parecía más bien un burócrata mediocre, incapaz de usar su propio juicio. A raíz de ese encuentro con un hombre que pudo organizar un asesinato masivo sin ser capaz de reflexionar críticamente sobre sus actos, Arendt desarrolló su célebre tesis de La banalidad del mal. Su cobertura del juicio apareció en 1963 en varias entregas en The New Yorker y luego como libro bajo el título Eichmann en Jerusalén. Se convirtió en una de sus obras más conocidas y también más controvertidas. Se le acusó de relativizar los crímenes de Eichmann e incluso de sentir compasión por él. Otra crítica se dirigió a su afirmación de que los consejos judíos (Judenräte) establecidos por el régimen nazi habían contribuido, mediante su colaboración, a la destrucción de los judíos en Europa. Sin embargo, el libro —y Hannah Arendt como destacada intelectual— lograron resistir a las críticas.

Años posteriores

El apartamento de Arendt seguía siendo un punto de encuentro para algunas de las mentes más fascinantes de su tiempo. Con el paso de los años, también se sumó una generación más joven, como la periodista y escritora neoyorquina Renata Adler y el escritor alemán Uwe Johnson, quien en 1967 se mudó al vecindario, al 247 de Riverside Drive. Arendt continuaba trabajando incansablemente, tanto como profesora (aunque nunca aceptó un puesto fijo) como escritora.

Cada vez con más frecuencia escribía sobre acontecimientos políticos y catástrofes en su país de adopción, que a veces malinterpretaba. Una de sus primeras y más notables interpretaciones erróneas fue el artículo "Reflections on Little Rock", publicado en 1959 en la revista Dissent. En él criticaba la estrategia del movimiento por los derechos civiles para acabar con la segregación escolar, argumentando que se había instrumentalizado a infancias negras con fines políticos, ya que, en su opinión, la educación era un asunto privado (en un intercambio personal con Ralph Ellison, más tarde reconoció que se había equivocado). Sin embargo, también formuló críticas sumamente agudas a la política estadounidense y a sus fracasos, por ejemplo en relación con la guerra de Vietnam y el escándalo de Watergate.

En su último ensayo, "Home to Roost" (200 años de la Revolución Americana), que publicó poco antes de su muerte en 1975, advirtió: “Es perfectamente posible que estemos en uno de esos puntos de inflexión decisivos de la historia que separan épocas enteras. Para nosotros, contemporáneos atrapados en las exigencias implacables de la vida cotidiana, la línea divisoria entre una era y la siguiente probablemente apenas se perciba al cruzarla; solo después de que la humanidad tropieza con ella, esas líneas se elevan como muros tras los cuales el pasado queda irremediablemente atrás.”

William Shawn, editor de The New Yorker, escribió con motivo de su fallecimiento: “El suelo pareció temblar, como si de repente hubiera desaparecido un contrapeso frente a toda la sinrazón y la corrupción del mundo.”

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