Roger Berkowitz  Volver a aprender a pensar

Illustration of the face of Hannah Arendt. In the background, a hand, mobile phone and screens. Illustration: © Eléonore Roedel

Hannah Arendt advirtió que el pensamiento auténtico exige coraje y soledad. En una era dominada por algoritmos, indignación y temor a expresarse, Roger Berkowitz muestra por qué su voz es hoy más urgente que nunca y se pregunta si Arendt tendría éxito como influencer en la actualidad.

Has dirigido el Centro Hannah Arendt durante casi 20 años. Después de todo este tiempo, ¿qué es lo que aún te atrae hacia ella?

Es la manera en que busca hablar con su propia voz. Tenía seguridad —que algunos confundieron con arrogancia. Especialmente para una mujer en aquella época, se consideraba arrogante decir lo que pensaba sin preocuparse por si coincidía con lo que pensaban las y los demás. Ella tuvo el valor de ser provocadora, de confiar en sí misma. Eso tiene un significado importante para mí.

Cuando me interesa un problema —la tiranía, la inteligencia artificial, la educación— leer a Hannah Arendt me ofrece una visión de pensadores del pasado, pero también su propia opinión, y siempre es sorprendente. Es un estímulo para mi propio pensamiento. Me convierte en un mejor pensador.

Era conocida como una pensadora intrépida: aguda, irónica y segura de sí misma. ¿Por qué crees que pensar de verdad requiere coraje?

En el mundo actual, al menos en los círculos en los que me muevo, el del intelectualismo de izquierda y la academia, la gente tiene miedo a decir lo que piensa. Antes de hablar, siempre hay una revisión interna: “¿Estoy diciendo lo correcto? ¿Se molestará alguien?”. No se le llama totalitarismo, no se le llama terror. Y sin embargo, yo creo que lo es. Es una forma de totalitarismo social, un clima de miedo en el que las personas dudan antes de expresar lo que realmente piensan. Arendt es, probablemente, el mejor antídoto que alguien puede encontrar frente a eso. Me lo he tomado como un desafío personal: decir lo que pienso. ¡Y es difícil! No siempre lo logro, puede que no siempre tenga razón. Pero al menos intento estar a la altura de su ejemplo: el valor de decir lo que uno o una cree.

Hannah Arendt llamó a sus escritos “ejercicios de pensamiento”. ¿Qué quería decir con eso?

Arendt establece distinciones. Pensar, para ella, no es lo mismo que razonar. Razonar busca la verdad: hechos, pruebas, respuestas. Pensar trata sobre el sentido. No ofrece respuestas claras: produce profundidad.

Utilizó un par de metáforas para explicar esto. Una de ellas es lo que llamó el “dos-en-uno”. Cada una y uno de nosotros, al pensar, mantiene una conversación consigo misma o mismo: “¿Debería hacer esto o no? ¿Debería lanzar la bomba nuclear o no?”. Nos desafiamos: “¿Podré vivir conmigo mismo si hago esto?”. Ese diálogo interior es, para Arendt, el acto fundamental de pensar. Y para hacerlo, se necesita lo que ella llama soledad, que es distinta de la sensación de estar sola o solo.

Hannah Arendt insistía en que pensar requiere tiempo y soledad. En una época de notificaciones constantes y reacciones instantáneas, ¿somos todavía capaces de ese tipo de pensamiento?

Recuerdo a Sherry Turkle, socióloga del MIT (Massachusetts Institute of Technology, por sus siglas en inglés), hablando en una de nuestras conferencias del Centro Arendt. Ella estudia a las y los adolescentes y sus formas de usar las redes sociales. Algo sucede, y de inmediato le escriben a sus amistades: “¿Qué piensas?”. Las opiniones se forman en conjunto, al instante. No hay un momento para sentarse en silencio, aunque sea diez minutos, y preguntarse: “¿Qué pienso yo?”. Se convierte en una formación grupal de opinión. Y, por supuesto, hay muchos grupos, pero rara vez se hablan entre sí.

Hannah Arendt explicó en su entrevista de 1964 con Günter Gaus que escribir era, para ella, parte del proceso de comprensión. En la cultura actual, donde la reflexión cede ante el rendimiento medido en “me gusta” y seguidores, ¿la llamarías la antiinfluencer por excelencia?

Ella quería ser escuchada y tomada en serio. Escribía en [los periódicos] The New Yorker o Aufbau, no en polvorientas revistas académicas que nadie lee. Lo que no hacía era modificar lo que escribía para conseguir más personas que la siguieran. Define la comprensión como enfrentarse a la realidad sin premeditación —sin ideas preconcebidas— y resistirla, sin importar lo que sea. Arendt fue una pensadora profundamente antiideológica, alguien que insistía en afrontar la complejidad total de la vida humana y la realidad.

En los debates polarizados de hoy, a menudo dejamos de escuchar en cuanto hemos tomado una postura. ¿Cómo nos impulsaría Arendt a ir más allá?

Ella retoma a Kant y llama a esto erweiterte Denkungsart, la “forma ampliada de pensar”. Si quiero reflexionar sobre un problema —la crisis climática o la situación en Ucrania o Gaza— empiezo desde mi propia perspectiva. Pero luego necesito imaginar tantas otras como sea posible: ¿Qué diría un israelí? ¿Una palestino? ¿Un ruso, una alemana, un chino? Por supuesto, tomaría 5000 años preguntarle a cada persona en el planeta lo que piensa, así que se convierte en un acto de imaginación.

¿Y el objetivo no es estar de acuerdo con todas las personas, sino ampliar tu propia perspectiva?

Exactamente, el objetivo no es adoptar el punto de vista de otra persona, sino ampliar tu propia perspectiva para que tu juicio —aunque no coincida con la mayoría de las opiniones— esté informado por ellas. La meta es entender por qué algo tiene significado para las y los otros. Esto no es empatía; no se trata de sentir lo que las personas sienten. Se trata de pensar lo que ellas piensan.
A partir de ahí, Arendt vincula el pensamiento con la política: el esfuerzo por formar juicios que otras personas puedan compartir. Para ella, la política no se trata de unidad, sino de encontrar aquello en lo que aún podemos estar de acuerdo en medio del desacuerdo.

¿Qué pasa con eso en el mundo digital de hoy?

Las redes sociales crean compartimentos estancos. Ves lo que quieres ver —las cosas con las que estás de acuerdo— y también lo peor de aquello con lo que no estás de acuerdo, lo que te enfurece. Los algoritmos saben que la ira te mantiene enganchada o enganchado. Lo que no ves son comentarios reflexivos que se oponen a tu punto de vista. Así, aparecen publicaciones a favor de Palestina y a favor de Israel que realmente no se ven entre sí. Desde el punto de vista de Arendt, eso es peligroso. Si nunca imaginas el punto de vista de las y los otros, no puedes pensar.
 
Eso es la política: encontrar sentido en el desacuerdo y la pluralidad, aprender a vivir juntas y juntos e incluso disfrutar estando con personas con las que no estás de acuerdo. La gente lo olvida: ¡discrepar es divertido! ¡Discutir es divertido! Necesitamos reavivar esa alegría.
Roger Berkowitz
Has dicho que el problema va más allá, que no se trata solo de compartimentos estancos, sino de que el mundo moderno a menudo se siente incomprensible. ¿Qué quieres decir con eso?

Cada vez más vivimos en un mundo que parece imposible de comprender. Algunas cosas parecen simples —dices en la mesa “necesito zapatos nuevos” y al día siguiente te aparecen anuncios de zapatos. Es impactante. Pero muchas veces el funcionamiento es opaco: no sabes por qué estás recibiendo lo que recibes. Eso es lo que Arendt llama "alienación del mundo". Nos enfrentamos a procesos tecnológicos o burocráticos que la mayoría no entiende. Vuelo en un avión y no sé realmente por qué vuela. Sobre el cambio climático, escucho afirmaciones contradictorias y tengo poca capacidad personal para juzgar. Con la inteligencia artificial es peor: imagina que te dice “deberías bombardear Irán”. No tienes idea de por qué lo está diciendo.

Cuando las personas sienten que el mundo está fuera de control, suceden dos cosas. Primero, nos encerramos en nosotras y nosotros mismos: “Sé lo que creo; no me importa lo demás”. Segundo, buscamos pertenencia en movimientos —ambientales, políticos, incluso totalitarios— que prometen sentido. Esa combinación es políticamente peligrosa.

Si ese es el peligro, ¿cómo creamos espacios para el pensamiento y el juicio reales, especialmente cuando nuestros feeds (o perfiles de redes sociales) empujan en la dirección contraria?

Lo que falta son instituciones donde las personas se reúnan sin saber de antemano qué es la verdad o la justicia y estén realmente interesadas en escuchar. Eso es la política: encontrar sentido en el desacuerdo y la pluralidad, aprender a vivir juntas y juntos e incluso disfrutar estando con personas con las que no estás de acuerdo. La gente lo olvida: ¡discrepar es divertido! ¡Discutir es divertido! Necesitamos reavivar esa alegría.

Un modelo esperanzador son las asambleas ciudadanas: por sorteo, se reúne a entre 25 y 100 personas —plomeras, barrenderos, abogadas, profesores, todos los puntos de vista— que se encuentran durante meses, reciben a personas expertas, escuchan testimonios y deliberan. Los resultados pueden variar, pero el proceso en sí enseña a construir consensos y asumir responsabilidad.

Cuando ves esa entrevista de 1964 con Günter Gaus (en blanco y negro con la imagen granulada, Arendt fumando, haciendo pausas, respondiendo con una mezcla de audacia y humor) parece de otro mundo comparado con los medios actuales. Y sin embargo, ha sido vista más de un millón de veces. Ella nunca persiguió la popularidad, pero ahí está: viral. ¿Qué crees que la gente sigue escuchando en ella?

Arendt se ha convertido en una figura admirada en todo el mundo y su nombre tiene peso. También se la cita mal: circulan por internet frases falsas atribuidas a ella que se vuelven realmente virales y casi todos los días recibo correos preguntando dónde dijo algo que en realidad nunca dijo. Estas citas erróneas reflejan el hambre por sus palabras. Pero cuando escuchas su voz real —audaz pero reflexiva, provocadora y profundamente humana— entiendes por qué la gente sigue recurriendo a ella en busca de claridad: ella nos ayuda a pensar. Lo que muchos oyen en Arendt, creo, es que la política no trata solo de políticas públicas, sino del gozo compartido de hablar, actuar, pensar y juzgar entre todas y todos. 
 

Entrevista a Hannah Arendt por Günter Grass



 

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