Leonhard Emmerling  La actualidad de Hannah Arendt

Illustration: Illustration: Hannah Arendt and her book “The Origins of Totalitarianism” Illustration: © Eléonore Roedel

La preocupante actualidad de la obra de Hannah Arendt es evidente. Esto queda más que claro en los tres volúmenes de Los orígenes del totalitarismo, publicados en 1951.

No es necesario pensar a Hannah Arendt como la filósofa más importante del siglo XX; también se puede adoptar una postura crítica hacia ella, como lo han hecho, por ejemplo, Marie Luise Knott en 370 Riverside Drive, 730 Riverside Drive (Berlín 2022) o David D. Kim en Arendt’s Solidarity (Stanford 2024). Pero de vez en cuando vale la pena consultar sus propios escritos. Por ejemplo, con justa razón, los tres volúmenes de Los orígenes del totalitarismo (Elemente und Ursprünge totaler Herrschaft), publicados por primera vez en 1951. Ahí, Arendt examina el antisemitismo, el imperialismo y el totalitarismo, y es precisamente el tercer volumen sobre el totalitarismo cuya lectura nos deja sin aliento al descubrir los paralelismos con la actualidad. (Estoy exagerando… o quizás no…).

Arendt estudia las formas del totalitarismo bajo Stalin y el régimen nazi y descubre estrategias similares y características de ambos sistemas. Arendt considera irrelevante el hecho de que estas dos dictaduras hayan luchado a muerte, ya que encuentra paralelos en relación con los procesos mediante los cuales se establecieron y se aferraron al poder. Por supuesto, esto invita a trasladar las conclusiones de Arendt a la actualidad. Por ejemplo, cuando se trata de determinar cuál es la nomenclatura más adecuada para nombrar de forma precisa las formas de gobierno occidentales actuales, que suelen reducirse a populismo.

¿Autoritario? ¿Autocrático? ¿Oligárquico? ¿Fascista? ¿Totalitario?

Algunos ejemplos: ¿En qué se piensa cuando se lee que la propaganda de los líderes totalitarios se basa en la evidencia de que no dicen la verdad? (p. 850) ¿Que las mentiras solo tienen éxito cuando son “enormes” y crean un mundo ficticio al incluir todos los hechos en un contexto coherente? (p. 946) ¿Lo que a su vez conduce a que uno se acostumbre a interpretar todo como una conspiración sin importar cuán absurdo sea su contenido? (p. 941) - ¿Qué nombre viene a la mente cuando Arendt escribe que los líderes totalitarios presumen sus errores del pasado —ella pone: “Verbrechen” (“crímenes”)— con una franqueza incomparable? (p. 721) ¿Y sin rodeos proclamar que tienen la intención de seguir haciendo exactamente lo mismo en el futuro? ¿Qué se piensa cuando Arendt escribe que los sistemas totalitarios operan, en esencia, sin un fin político, sino que se embriagan con su propio movimiento? (p. 760)

La “descarga de sustancia” (“Substanzentleerung”, p. 833) y la “libertad de contenido de su propia ideología” (“Freiheit vom Inhalt der eigenen Ideologie”, p. 857) se ocultan operando permanentemente en modo campaña electoral y sumiendo a la opinión pública en una mezcla de conmoción y asombro mediante una avalancha de leyes y decretos (p. 870). Según Arendt, la irrelevancia del significado objetivo de los temas elegido a menudo sorprende (p. 798). También se podría decir que no son las minorías las que empujan a una sociedad al abismo, pero son ideales para establecer un enemigo interno que movilice una y otra vez a los seguidores radicales. Ya que, según Arendt, el movimiento político no conoce un objetivo político, tampoco tiene un final y, por ello, debe justificarse constantemente produciendo un nuevo enemigo al que hay que combatir.

En el torbellino de la locura cotidiana

Una interpretación, como la que aquí presento, en la que establezco relaciones punto por punto, quizás no sea muy elegante. Sin embargo, creo que, si se hace una vez, la actualidad de Arendt resulta sorpresivamente clara, pues es dolorosamente evidente hasta qué punto su análisis, válido para dos sistemas hostiles entre sí y que acababan de desaparecer, son transferibles al presente. De pronto queda clara la función de la hipocresía; queda claro el sentido que tiene mantener al público en movimiento mediante el bombardeo constante de falsedades evidentes, la tergiversación de los hechos y las acusaciones falsas de los adversarios políticos, para adormecerlo con afirmaciones absurdas y privarlo de su capacidad de juicio. Y recordamos algunas creencias fundamentales que corren el riesgo de olvidarse en el torbellino de la locura cotidiana: “La república tiene su esencia en un gobierno constitucional, en el que el poder está en manos del pueblo; se actúa según el principio de la virtud, que se basa en el amor por la igualdad” (“Die Republik hat ihr Wesen in verfassungsmäßiger Regierung, in der die Macht in den Händen des Volkes liegt; gehandelt wird in ihr nach dem Prinzip der Tugend, das auf der Liebe zur Gleichheit beruht”, p. 990). Es difícil encontrar algo mejor que la relación entre la política y la virtud (o la moral).

Recientemente, un conocido me indicó que quienes se reconocen como federalistas identificaban los poderes ejecutivo, legislativo y judicial con las habilidades humanas de la voluntad, la razón y el juicio. Si, como en el presente, se neutraliza el poder legislativo a través del gobierno con decretos y el poder judicial mediante el desacato a los magistrados y solamente prevalece la voluntad del poder ejecutivo, entonces no resta mucho de la razón ni del juicio. Al respecto, Hannah Arendt tenía algo que decir: dedicó un libro entero de su filosofía política a la capacidad de formarse un juicio. El libro de estos tres volúmenes sobre el pensamiento, la voluntad y el juicio es La vida del espíritu (Vom Leben des Geistes). No hay duda de que esta vida también necesita asistencia.


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Los números entre paréntesis son las páginas del libro (en alemán): "Hannah Arendt. Elemente und Ursprünge totaler Herrschaft. Antisemitismus, Imperialismus, Totalitarismus" (1951), Múnich 2023, consultado por el autor.

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