Historias  Lo que nos dicen las historias de Hannah Arendt (en trece palabras)

Fragmento de la novela gráfica "Las tres vidas de Hannah Arendt". Ilustración: © Eléonore Roedel

Ken Krimstein, autor de Las tres vidas de Hannah Arendt, explica cómo las historias sobre Hannah Arendt nos ayudan a comprender mejor su pensamiento.

Cuando me puse a trabajar en una biografía gráfica sobre Hannah Arendt, debo admitir que sentí un respeto enorme. Por supuesto, cuando propuse el proyecto a mi editorial, aseguré que no tenía dudas. Pero al sentarme frente al tablero de dibujo, con la hoja en blanco ante mí, fue como un despertar abrupto: la desalentadora conciencia de que, como caricaturista de The New Yorker y con una licenciatura en Historia, quizá no contaba con las herramientas ideales para escalar las cumbres intelectuales del “Monte Arendt”.

Pero entonces ocurrió algo notable —como tantas veces en los dos años y medio siguientes, durante los cuales investigué, escribí y dibujé Las tres vidas de Hannah Arendt. La voz de Hannah Arendt parecía tomarme de la mano desde el más allá. Encontré una cita suya que pegué en la pared frente a mi tablero de dibujo:
Contar historias revela el significado sin cometer el error de nombrarlo.
Hannah Arendt, Menschen in finsteren Zeiten. Ensayos y otros textos 1955-1975 Ed. por Ursula Ludz, Piper, Múnich 2001
Con esa frase, Arendt me dio permiso para explorar su vida y todo lo que vivió e hizo; para abordar tanto los grandes como los pequeños acontecimientos y dejar que su historia me guiara hacia su pensamiento —y no al revés.

Esas doce palabras me abrieron un mundo en el que pude embarcarme en un viaje de descubrimiento, establecer prioridades y construir una visión de la vida de Hannah Arendt que deseaba compartir con el mundo. Su pensamiento tomó forma viva. Sus problemas, triunfos y derrotas se convirtieron en pistas concretas, en indicios que pude llenar de vida con palabras e imágenes, transformarlos en una experiencia. Su historia.

Aun corriendo el riesgo de caer en lo cliché (una falta grave para Arendt), quiero aprovechar los próximos 3200 caracteres para desmenuzar esas doce palabras y explicar cómo se convirtieron en una guía para mí, revelándome prácticamente todo lo que hoy significa para mí la vida y el pensamiento de Hannah Arendt.

Primera palabra: Geschichtenerzählen (contar historias). Vivimos en la dimensión del tiempo. Existimos como individuos, de muchas maneras aislados unos de otros, detrás de nuestros dos ojos que miran hacia afuera, y somos oyentes. Escuchamos con tanta intensidad como si nuestra vida dependiera de ello —y, de hecho, así es. Tenemos sed de saber quiénes somos. Y según Arendt, la única manera de componer una imagen de ese todo es escuchar las historias que otros cuentan sobre nosotros, para ir formando poco a poco una idea de quiénes somos.

Estas historias pueden hablar de nuestra familia, de nuestro país, de nuestros semejantes, y sin importar de qué traten, las escuchamos con atención porque nos ofrecen pistas: pistas sobre cómo se comportan los demás, cómo nos ven. Nos brindan escenarios, posibilidades e imaginarios que podemos almacenar. Nos ofrecen recursos y guías para nuestra propia conducta —por si acaso.

Así, contar historias no es algo simplemente “acogedor” o “ligero”, “solo para niños”, sino que constituye una parte tan esencial de nosotros como los protones, neutrones, electrones, la gravedad y todo aquello que la ciencia considera fundamental.

En resumen: las historias son lo que nos define

Segunda palabra: Enthüllt (revela). Una palabra poderosa. Nada se falsifica, nada se inventa. La “materia” y la “trama” de una historia no son un engaño ni un maquillaje. Todo lo contrario. Las historias penetran hasta el fondo (en mi libro hablo de las “tablillas del suelo”) y filtran una verdad más profunda que se convierte en una “revelación”. Eso es lo especial: cómo las historias nos conectan con experiencias fundamentales que compartimos con otros seres humanos. Estos valiosos “espacios intermedios” o “umbrales” son los que conforman nuestro mundo humano.

Tercera palabra: Sinn (sentido). Otra palabra de gran peso. Arendt no la escribió a la ligera. Habla de una comprensión profunda que desborda los límites del lenguaje, de una fuente esencial de la que extraemos fuerza para actuar y comportarnos. Incluso cuando lo que ese sentido nos impulsa a hacer no puede justificarse del todo racionalmente. Como el impulso de entrar en un edificio en llamas para salvar a alguien. O enamorarse de una persona determinada. O comprar una nueva raqueta de tenis. Como dijo el director de publicidad y filántropo Bill Bernbach a mediados del siglo XX: “Los hechos no lo son todo”. Porque el sentido más profundo se encuentra en el reino del poeta, no en el del contable. Mientras trabajaba en mi libro, comprendí una y otra vez que, aunque Arendt miraba el mundo con sobriedad, también lo contemplaba deliberadamente a través del filtro del poeta.

Las siguientes cinco palabras: Ohne den Fehler zu begehen (sin cometer el error). Aquí se alza el dedo: sí, hay principios, y hay juicios correctos e incorrectos. Arendt nos anima a “pensar sin barandilla” y nos muestra una y otra vez, a través de sus acciones, que “no hay pensamientos peligrosos; el pensamiento en sí es peligroso”.

Ese peligro no nos exime del deber de, como ella lo llama, “pensar a fondo”.

¿Pensar a fondo hasta dónde? Con “pensar a fondo” se refiere a no cometer errores. A no equivocarse. Y cuanto más leía sobre la “vida en tiempos oscuros” de Hannah Arendt, más comprendía que ese pensar (que es también actuar, aunque ocurra “entre nuestras orejas”) tiene consecuencias. Y que hay una trampa, una señal de advertencia, un “o si no” que marca el punto donde el pensamiento erróneo se revela —ese que obstaculiza el arte de contar historias…

Las tres últimas palabras: Ihn zu benennen (nombrarlo). Arendt pone el punto final perfecto. La vida entre, bajo y en medio de las personas, en un mundo compartido, no ofrece una única “VERDAD” que pueda ejemplificarse y grabarse en piedra. Más bien, del convivir con otros en nuestra realidad común surgen infinitas “VERDADES” que se encuentran, se enfrentan y se disputan en el espacio público, revelando el sentido en un proceso continuo que debemos negociar entre nosotros —juntos, colectivamente y una y otra vez.

Así, aunque 2 + 2 = 4 sea sin duda una “historia” interesante, su contenido de sentido palidece frente a la “historia” de Cenicienta más hermanastras más arbolito, un par de zapatos de cristal y un príncipe, que me da acceso a mis sentimientos sobre la familia, el amor, la traición y demás…
Al final, todo depende de la fuerza expresiva y la tensión de la historia —y de cómo la contamos.

Y ahora, mientras trabajo en mi próximo libro y tengo un tercero en planificación, el papel con las doce palabras de Hannah Arendt sigue colgado en el mismo lugar, sobre mi tablero de dibujo.

Afortunadamente.