La sátira como protesta  Ensayo sobre la casa del escritor satírico

Collage para el artículo La sátira como forma de protesta © Ricardo Roa

En el otoño de 2009, estuve por primera vez en el balcón superior de la casa del satirista Hans Zippert, con cuya hija mantenía una estrecha amistad. Junto a su esposa Carla, me interrogó sobre las circunstancias de mi vida. Me dio vergüenza y luego desayunamos. Inmediatamente tuve claro que no hay nadie ante quien uno deba avergonzarse más de sus propias circunstancias de vida que ante un escritor satírico de profesión.
 

Durante el desayuno, Zippert le entregó a su hija su nuevo libro titulado ¿Qué hace este Zippert todo el día? Me pareció que, junto conmigo, toda la familia se hacía la misma pregunta. Le quité el libro a mi amiga después del desayuno, pero no quedaba realmente claro qué hacía todo el día ese Zippert. Tampoco pude descubrirlo mediante mi observación de su hogar.

Zippert fue redactor en jefe de la revista satírica Titanic de 1990 a 1995 y, desde 1999, ha escrito casi diez mil columnas para el periódico Die Welt (El mundo). Durante el día, para su hija y para mí no había posibilidad de retirarnos dentro de la casa debido al voto de productividad que había hecho ante la editorial Springer, porque él se sentaba a escribir en el piso más alto y nos vigilaba. Pero la mayoría de las veces ya había terminado su columna antes del almuerzo y escuchaba discos a todo volumen o le preparaba té a su esposa.

En aquellos días en los que entraba y salía con frecuencia de la casa adosada, conocí a muchos colegas del satirista e hice las siguientes observaciones: 
 
  1. El satirista es hombre y a menudo tiene el pelo abundante hasta una edad avanzada, si es que alcanza una edad avanzada.
  2. Cuando se deja fotografiar, pone una cara como la de Bart Simpson cuando Homero lo estrangula.
  3. Lleva camisas de colores con dibujos divertidos sin excepción. Parece su propia caricatura.
  4. Suele ser heterosexual y rara vez soltero. Casi siempre tiene a su lado una mujer más atractiva que el promedio, quien se ríe mucho y en voz alta de sus chistes.
  5. Entiende las perversiones del mundo y en los tiempos más serios es especialmente impopular, porque entonces es cuando más se le necesita (algo que nadie quiere admitir). Y, por supuesto, nadie entiende qué hace todo el día.
  6. Nunca soltaría la sopa, incluso si los títulos de sus libros lo prometieran.
  7. Su rostro extraño tras las gruesas gafas haría que lo absolvieran sonriendo en la sala del tribunal. (Nota: No funciona si los jueces se llaman Saïd y Chérif Kouachi. Pero seguro que funciona si el demandante es Christian Lindner).

El escritor satírico es, así pues, un loco colorido guiado y castigado por un montón de dioses confusos. Es humorístico y hace comedia. Así que no es, como mucha gente piensa al principio, que el satirista sea por naturaleza un tipo gracioso. La comicidad de su persona se trabaja, obedece a un cierto esquema y aparece junto con sus textos y dibujos. Las observaciones anteriores no serían posibles en personas naturalmente graciosas.

Una satirista no sólo es guiada por los dioses, sino que es ella misma una diosa; un satirista es un dios. Pero en la vida burguesa y en el día a día se produce una cierta caída de los dioses. Observé estas caídas en Hans Zippert durante años. Ya no podía desprenderse de la comicidad que tanto le había costado conseguir, era demasiado gracioso para las tareas cotidianas. En la llamada vida burguesa, se castiga a alguien por lo que hace en exceso, mientras que las leyes de la sátira añaden un nuevo principio: castigar al satirista por lo que hace muy poco o no hace. En su profesión, prácticamente no puede callarse la boca, sin importar lo que piense. Esta ley la lleva a su vida cotidiana, donde empieza a convertir la vida de su familia, sus amigos y sus asesores bancarios en una vida cómica, igual que se ha convertido a sí mismo en objeto de comicidad.

El precio que debe pagar por ello es la incomprensión, el muro contra el que choca cada día. El muro que han levantado los que se toman las cosas en serio.

Sin embargo, el proceso más radical es apartarse del cinismo y convertirse a sí mismo en un ser cómico. Una protesta contra lo cotidiano, contra la aridez y la seriedad. Como hacen los escritores satíricos. Les muestran a quienes se toman las cosas en serio que ellos también podrían convertirse en seres cómicos. Y eso se encuentra con una gran resistencia.

Cuando me di cuenta de esto, Zippert pasó rápidamente a ser uno de mis mentores. Era el alborotador más eficaz de lo cotidiano, y todos sus colegas formaban un gran grupo de rebeldes. Sus órganos, las revistas satíricas —las Titanic, las The Onion, las Charlie Hebdo del mundo—, son los verdaderos órganos de la protesta subversiva; para todos los que se toman las cosas en serio, son el verdadero eje del mal.

Por desgracia, una barrera protectora invisible me impidió ver realmente el secreto de cómo convertir en cómica a la propia persona y a la vida cotidiana. Pasé tres años en una de las estaciones secretas de la sátira, al borde del bosque, cerca de las secuoyas de Oberursel y la antigua mina de oro, y tenía claro que seguiría avergonzándome hasta haber alcanzado el ideal de convertirme en un ser cómico. La humanidad, por su parte, se avergonzará hasta que pueda señalarse a sí misma riendo.

Me gusta recordar la estación secreta. Era una casa alegre a la que no volví, pero que nunca olvidaré.
 

Más sobre el tema