Imitar el marasmo
Primera parte: Muy lento

Los dos continentes, Laurasia y Gondwana, se aproximan (ilustración) Ilustración: Dominik Wendland

Hay una categoría de cosas que se mueven tan lento que parecen estar en un marasmo total: los glaciares, las babosas, las plantas. En esta breve historia de amor, Savannah Beck explora la tragedia de moverse muy, muy lento desde el punto de vista de dos continentes desesperados por chocar.

Savannah Beck

He soñado con mi gran amor desde que era apenas un cratón que surgía de las profundidades del océano. En ese entonces, todo mundo me decía Laurencia. Vi a otras masas continentales ir a la deriva y chocar durante eones, esperando con paciencia mi gran colisión. Cuando el océano de Jápeto empezó a declinar y terminó por desaparecer por completo en el Periodo Silúrico, supe que había llegado el momento. En ese periodo había cobrado mi forma verdadera: se me había engrosado la corteza y me erguía muy por encima del lecho marino. ¡Por fin podía considerarme un continente! Así que me empecé a comportar como uno y asumí el nombre más sofisticado de Laurasia para reflejar mi recién descubierta madurez.

Mientras buscaba a mi alma gemela terrestre, mi corazón gravitó naturalmente hacia el hemisferio Sur, hogar de Gondwana. Gondwana era todo lo que me había imaginado cuando era un cratón soñador: era fuerte, estable y —lo más importante— el continente más grande de la Tierra: abarcaba desde el polo Sur hasta el Ecuador. Existía desde el Eón Fanerozoico Temprano, y desde su formación, yo no había pasado ni un instante sin pensar en él.

Era obvio que él sentía lo mismo por mí. Nuestra conexión tectónica era palpable, incluso sísmica. Llevaba flotando a la deriva hacia mí desde el Periodo Ordovícico. Sin embargo, no es fácil ser un joven continente enamorado. Al paso al que avanzábamos a la deriva, tardaríamos cien millones de años en estar juntos por fin. Para un observador externo, seguramente parecía que no nos movíamos en absoluto, pero bajo la superficie, nuestras placas tectónicas nos estaban acercando cada vez más. Al final, el amor lo conquista todo, incluidos el tiempo, la distancia y la geografía.
Por fin, un día en la Era Paleozoica Tardía, sucedió. Primero lento y luego de golpe. Nuestras cortezas chocaron y nos convertimos en uno solo: éramos una pareja poderosa, un supercontinente. Ya llevamos juntos cincuenta millones de años, y cada día es tan impactante como el primero. Los terráqueos incluso nos dieron un nuevo apodo: Pangea.

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