Sol a la noche

María Cecilia Barbetta, Nachtleuchten © © S. Fischer Verlage María Cecilia Barbetta, Nachtleuchten © S. Fischer Verlage

(María Cecilia Barbetta: Sol a la noche, Novela, Emecé. Traducción del alemán de Ariel Magnus. Fecha estimada de publicación: septiembre de 2021.)

Cada vez que Álvaro Fatini se paraba delante de la bacha y le echaba una mirada al espejo en el taller mecánico, atrapaba con el rabillo del ojo la foto de Eva Perón en el balcón de la Casa Rosada. Él mismo la había pegado ahí, con cinta de pintor sobre la pared sin revocar, para que cualquiera pudiera percatarse de que ella tenía la Plaza de Mayo entera a sus pies. La retratada alzaba la vista como si quisiera encumbrarse al cielo, los brazos abiertos a modo de alas, el pelo dorado atado en la nuca mediante un rodete, siguiendo las leyes de la aerodinámica. Evita resplandecía porque el pueblo la ponía por las nubes. Sus seguidores creían, tanto ayer como hoy, que ese fenómeno era el sol mismo, elevándose sobre el horizonte e iluminándolos. El sol parecía ser la única reserva inagotable en un país exhausto, la única fuente que desde tiempos inmemoriales calentaba de manera agradable y desinteresada la nación golpeada por la constante alternancia entre regímenes militares y débiles democracias, adormeciendo inevitablemente a una u otra parte de la población.

Álvaro estaba visiblemente cansado después del almuerzo. Al bostezar se estiró también él con fruición. Abrió la canilla, metió las muñecas debajo del chorro, luego los brazos, se refrescó la cara, y como no era hombre de medias tintas, al final introdujo la cabeza completa; en épocas como estas, en las que el país había perdido al que estaba a la suya, lo mejor era mantener la propia fría.

Esforzándose por ahuyentar el desaliento, enfatizado por el bochinche de sirenas que subía desde la calle, volvió a erguirse. Ignorando la toalla, hecha un bollo sobre la mesada junto a la bacha, concluyó el procedimiento sacudiendo sus crenchas salvajes hacia los cuatro puntos cardinales. Todo lo que se encontraba en un radio de un metro terminó bajo la lluvia: Evita, el espejo de don Julio, el equipo de Boca, San Cristóbal, que por haber cruzado el río con el niño Jesús a cuestas se había convertido en el patrono de los automovilistas, el calendario Pirelli, la tabla con los 99 números de la quiniela y sus respectivos sueños […]. Agua hasta donde alcanzara la vista: un pensamiento que a principio de ese siglo se les debía haber venido a la mente a los abuelos de Álvaro, cuando abandonaron la Italia fascista con una mano adelante y otra atrás y se animaron a viajar hacia la promesa de un futuro mejor. En una odisea demoledora atravesaron el océano ilimitado, con el propósito de asentarse en esa tierra de nadie llamada Argentina. Los Fatini estaban acostumbrados a nadar contra la corriente y a poner el lomo, cuando se trataba de sus ideales. Entretanto había transcurrido un año desde que Álvaro visitara al dueño de Autopía con la esperanza de ser incorporado a su equipo.

—Usted me tiene que junar de vista, don Julio —había afirmado sin rodeos, ignorando el silencio perplejo—. Lo que es yo puedo asegurarle que durante mis estudios nunca perdí de vista el letrero de su taller. Para mí fue una especie de faro, una clara señal con la que usted transmitía exactamente lo que yo sentía. Siempre lo supe, don Julio: son los sueños de alto vuelo los que mantienen a cada uno con vida. Aunque tuve que armarme de paciencia hasta juntar mis papeles para presentarme, le di a usted la razón en mi fuero interno permanentemente: el que quiere construirse una existencia digna en Argentina necesita tener visión. Precisamos una utopía, ¡no hay vuelta que darle! Los inmigrantes lo saben por experiencia propia, los italianos, españoles, polacos, rusos, árabes y como quiera que se llamen y de donde quiera que hayan venido. A nosotros, los descendientes, nos han inoculado su admirable espíritu de lucha y de supervivencia. Sin utopía esto no se aguanta, don Julio, póngale la firma. En la escuela técnica capté algunas cosas, y usted estará de acuerdo: nuestra vida se basa en los principios de la mecánica. La existencia, don Julio, se deja calibrar. Se puede acondicionar como un Chevrolet. Hay que bajar un cambio con las pretensiones, de vez en cuando pisar el freno, pero tampoco ahorrar en nafta. Nuestro motor exige que lo cuidemos, para así poder apretar el acelerador en el momento oportuno…. Sé lo que piensa. En Autopía no solo trabajan mecánicos sino además chapistas, porque también la superficie debe lucir bien si uno quiere pulir sus cualidades individuales y mostrar la brillantez de sus razonamientos. En lo que respecta al día a día del taller, intuyo la recomendación que usted quiere hacerle al personal en base a su experiencia y al largo camino recorrido: puesto que en la vida todo es cuestión de tiempo, tanto acá dentro como allá afuera en el calle lo primordial es la autonomía, ese gran arte de la independencia. ¡Hacia ese lado pegamos el volantazo!

Julio El Haddad no quiso interrumpir a Álvaro Fatini, que ya había puesto segunda, y se rascó la cabeza.

—Créame, don Julio —prosiguió viaje el joven aspirante—, estoy convencido de que el hombre, independientemente de la etapa de desarrollo, hace bien en trabajar como un engranaje en la realización de sus nobles pretensiones, de lo contrario los granujas que buscan pincharnos el globo nos terminan desguazando a la primera de cambio… Mire, tome. Échele una miradita a mi boletín. Tercer mejor promedio. Acabo de retirarlo y no vi motivo de peso para seguir escatimándoselo… Aunque no venga a cuento, hay otro asunto que quizá le interese saber: a pesar de no desear nada más fervientemente que empezar a laburar para usted, en mis ratos libres no me gustaría descuidar mi carrera de autor. En lo que se refiere a mi segunda pasión, soy un orgulloso auto… didacta, don Julio. Así es como vuelven a ensamblarse las piezas, si me entiende a lo que voy. Por supuesto que entiende. A fin de cuentas es usted el jefe, el portavoz de Autopía, el vocero oficial que no tiene quién lo iguale. Yo en cambio no hablo mucho si no es necesario. Prefiero escribir. No solo autobiografía. Escribo de cuando en cuando mis líneas, trazo y destrozo en soledad y de esa forma llego a pensamientos sin precedentes, pero como le comentaba, exclusivamente fuera del horario de trabajo y si no hay nada más importante que atender. Por eso ahora deberíamos ponernos en marcha.

Chocho de alegría, Álvaro extendió la mano en dirección a don Julio para que le chocara los cinco.

Autora

María Cecilia Barbetta © Foto: © Markus Höhn María Cecilia Barbetta Foto: © Markus Höhn
María Cecilia Barbetta nace en 1972 en Buenos Aires, Argentina. Profesorado de Alemán. Viaja a Berlín en 1996 con una beca del DAAD. Doctorado en Germanística en la FU Berlin a fines de 2000. Se dedica a la escritura desde 2005 y publica en 2008 su primera novela escrita en idioma alemán.

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