Taller
Vila retomada

El pasado 25 de junio los artistas y curadores volvieron a reunirse con los habitantes de Vila Autódromo. Resumen e impresiones del segundo taller. 

Vila texto Foto: © Igor Vidor
El día del segundo taller estaba nublado, ya con las nubes típicas de un final de junio. Precisamente el 25. Por la mañana, el noticiero anunciaba el retraso de los salarios, la fragilidad del gobierno de Temer, un incendio en España. Al llegar a la Vila Autódromo, por ahí a las dos de la tarde, nos intrigó un árbol frutal de los pocos que sobreviven. En la duda entre si era pitanga o acerola, probamos el ácido de la frutica roja sobre un suelo de cemento post-demolición. Las vegetaciones, como se sabe, no tienen el menor respeto por la construcción humana, se van explayando en la urgencia de los territorios, orquestando las mejores salidas. El mamoncito del monte, rastrero, se dibujaba en los límites del cuadrante gris, mientras Ivo contaba que eran comestibles, que los comían en otra época. Nosotros –João, Guga y yo– abrimos el mamoncito para encontrar adentro aquel puñado de semillas rojas, una especie de secreto guardado. Todo ello no muy lejos de las grandes escalas del entorno, la carretera con los carros-bultos veloces, un hotel altísimo, soberano del espacio, toda la gama de plateados y blancos y transparencias de una arquitectura bastante previsible.
 
Las primeras señales eran las de una Vila fértil, la cual nos ofrecía frutos.
 
Al lado, la iglesia que resistió. Iglesia Católica San José Obrero. Su estructura es simple, aunque los frescos de San José son testimonio de una política de celo y de cuidado. Allí algunos moradores ya nos esperaban sobre los bancos. De inmediato, quedó claro que la agenda parroquial local hace mucho más que atender asuntos religiosos. Ese es el punto de encuentro de los habitantes, el cafecito, la tiendita de ropa usada y las posibles conexiones. Me entero por Sandra de que ellos también la usaron para guardar muebles y pertenencias durante las remociones. El padre Fabio, quien coordinaba allí, fue una de las figuras centrales de resistencia durante todo el proceso, lo que le significó un lugar en el Vaticano, por ejemplo. Este domingo, sin embargo, actuaríamos afuera. Nos dirigimos todos hacia el frente de la iglesia, en círculo. Kammal e Iazana tomaron la delantera con un primer proceso de sensibilización. Una ronda de nombres: Dalva, Denise, Baiana, Sandra, Shana, João, Luisa, entre otros. Atención a la respiración. Después, pequeños pasos reconociendo el espacio, yendo, tocando los hombros del otro, la cabeza, todos todavía tímidos, reconociéndose. La típica introversión inicial, entre la timidez y el silencio, iba abriendo camino para el intercambio.
 
Entonces volvimos a la iglesia. Los bancos, ocupados unos minutos antes por cuerpos más disciplinados, parecían un poco más cómodos. Ahí nos acostamos. Los ojos cerrados. Iazana y Kammal iban narrando una especie de relajación para provocar sensaciones y reflexiones en el cuerpo y en las ideas a partir de la trayectoria de cada uno. Mientras tanto, repartían arcilla sobre nuestros cuerpos. Los pedacitos helados se iban conformando anatómicamente en las rodillas, frente, barriga, cuello... Comenzamos entonces a manipularlos, depositando en ellos, según orientaciones de Iazana, toda pena, resentimiento y energía acumulados. La arcilla, como se sabe, tiene esa cualidad absorbente.
 
Salimos de nuevo. Señalizar la Vila, demarcar su existencia legítima para el resto de la ciudad, es una demanda recurrente de los habitantes. Haríamos, por lo tanto, un primer esbozo de eso. Con pequeñas banderas en tela cruda, confeccionadas por Kammal, organizamos una procesión. Seguimos en grupo, cada uno con la suya, hasta un césped cerca de la carretera. Allí, Kammal presentó una serie de palabras sacadas de una carta escrita por los habitantes. Cada uno debía elegir dos de ellas y escribirlas en su bandera. Así surgieron duplas como: "lucha y unión", "diálogo y realidad", "derecho y vivienda", "continuamos y urgencia", entre otras, clavadas poco a poco al pie de un árbol, cerca de unas plántulas nuevas, al borde de la carretera o, como en el caso de Doña Dalva, en el lugar donde antes quedaba su casa.
 
La administración de la memoria es, allí, algo muy particular. A Denise, por ejemplo, no le gusta evocar recuerdos. Es siempre gentil con nosotros, pero prefiere pasar la página. Dalva está siempre contando minucias de una Vila antigua, la costumbre de poner la silla en la calzada en los días calientes; las capibaras que venían en busca de compañía; los cumpleaños, la vecina... Penha y Sandra, por otro lado, asumen una postura más declaradamente política, al articular estrategias de resistencia, reconocimiento y organización del grupo. Son muchas singularidades habitando un conjunto de casas aparentemente iguales (también una lección de los condominios), que poco a poco vemos personalizadas con colores, plantas, objetos en el césped, todo tipo de recursos y subjetividades.
 
En nuestro caso, como visitantes novatos, pensar estrategias de comunicación requiere cierto cuidado. Son meses de visitas, conversaciones e introducciones. Aún así, persiste siempre la demarcación de diferencias. Y, con una historia delicada, algunos a veces mantienen un estado de desconfianza, como si todavía especularan sobre nuestros movimientos e intenciones. Algo absolutamente comprensible y, tal vez por eso, la necesidad de recurrir a prácticas de sensibilización, talleres y dinámicas de grupo que irrumpan en la hegemonía de un discurso objetivo o lineal. Es el intento de crear el lazo que permitirá efectivamente pensar juntos, ensayar juntos y solucionar juntos.
 
Las segundas señales son las de una Vila firme, en reconstrucción.