Logo Goethe-Institut

España Barcelona

Madeleine Thien
Las numerosas amistades de Hannah Arendt

Cartas, postales y telegramas con elaborados preparativos de viaje recorren el mundo a la carrera, mientras ella encaja las visitas de varios días a sus amigos en una agotadora agenda de docencia y ponencias (aunque rara vez parece agotada). Las llamadas telefónicas y las voluminosas cartas mantienen los pasillos bien iluminados y transitados, pero juntarse en persona —para verse y oírse— sigue siendo de primordial importancia.

¿Por qué no escribí antes? La verdad es que no me «sentía bien».
Hannah Arendt a Mary McCarthy, 16 de septiembre de 1963
En sus obras, Arendt reflexiona sobre lo que significaría «amar al mundo lo suficiente como para asumir la responsabilidad por él». El pensamiento y la acción afloran reiteradamente en sus obras, al igual que el desarraigo, la soledad, el perdón, los comienzos y el amor al mundo. Para Arendt, el pensamiento es un diálogo con nosotros mismos, alejado de la mirada pública. Es privado no porque sea indecible o confesional, sino porque la inconclusión, la posibilidad y los comienzos son sus cualidades; este tipo de pensamiento permanente no está motivado por lo que queremos alcanzar o llegar a ser. No tiene fin.

Concibo la soledad como la superficie de una gota de agua. El aire de arriba, la superficie de abajo, la luz, son cruciales, al igual que el mundo y la experiencia son la sustancia de nuestros pensamientos; siempre estamos dentro de ella, y ella está dentro de nosotros. Pero desprovisto de esta superficie, de esta soledad necesaria, el movimiento del pensamiento no tendrá hogar.

Leyendo las cartas de Arendt, se percibe también que la soledad no sería posible sin amistades íntimas: elegir acompañar y ser acompañado en la vida.
Te echo mucho de menos. Corren tiempos pésimos y deberíamos estar más unidas. Mary McCarthy a Hannah Arendt, noviembre de 1966 y febrero de 1968
- Mary McCarthy a Hannah Arendt, noviembre 1966 y febrero1968
Hace poco pude examinar un enorme mapa de faros de China de 1894, del tamaño de una pared, que muestra dieciséis mil kilómetros de costa, así como los vastos tramos de los ríos Amarillo y Yangtsé. Nunca había visto un mapa como este. Parecía completamente vacío, excepto por las marcas de los faros.

El gran poeta de la dinastía Tang, Du Fu, surcó estos ríos. En el siglo viii, él y su familia formaron parte de una marea de refugiados nacionales durante una horrible guerra civil. Sus mil cuatrocientos poemas ahondan en las visitas a los amigos: bebidas, juergas, duelo, darse cobijo unos a otros, proveerse de alimentos y artículos de primera necesidad… Es más que evidente que sin estos puntos de luz no se habría podido hacer vida, y mucho menos, arte.

Mientras leía la correspondencia de Arendt y pensaba en lo que ella llamaba sus «viajes involuntarios por el mundo» —obligada a escapar de la Alemania nazi en 1933, huyó, apátrida y sin papeles, por media docena de países e innumerables residencias temporales, antes de llegar a Nueva York en 1942—, pensé en ese mapa chino. La tierra y el mar son casi indistinguibles. Solo se aprecian grados de iluminación, cúmulos de luz e islas solitarias.

Resultan sorprendentes los inquietos e incesantes desplazamientos de Arendt a través de la Europa de posguerra. Sus puntos de paso no son lugares, sino amigos. Dondequiera que estén, ese es el lugar al que ella regresa continuamente.
Me pesa el corazón. ¿Nos volveremos a ver?

- Los dos sentimos que aún tenemos mucho que decirnos.
Hannah Arendt a Karl Jaspers y su respuesta, 1956
En la aflicción y la fuerte crítica que rodearon la publicación en 1963 de Eichmann en Jerusalén, el carácter de Arendt se convirtió en un blanco tan fácil como el propio libro. La crítica la tachó de arrogante, despectiva, agresiva, ignorante y poseedora de una «animadversión cegadora». Las acusaciones más demoledoras eran de una enormidad tan devastadora —redimir a los nazis y vilipendiar a los millones de judíos asesinados— que no podían hacerse sin juzgar lo más profundo de su carácter.

En las voluminosas cartas accesibles a los lectores de lengua inglesa, Arendt se muestra en todo su esplendor. La voz que unifica Los orígenes del totalitarismo, La condición humana, Hombres en tiempos de oscuridad y Eichmann en Jerusalén aparece aquí en toda su complejidad, pasión, impaciencia, paciencia, irreverencia, innegable brillantez, erudición, ternura y un tono sardónico que a menudo sirve para ocultar su duelo.

Quizá porque soy novelista, siempre me ha interesado la dimensión de la persona que hay detrás de los libros, lo que dejan sin decir. A veces, el escritor que hay detrás es sorprendentemente insustancial, como si todos sus pensamientos y actos estuvieran dirigidos en última instancia hacia el exterior, hacia el autoengrandecimiento. No es el caso de Arendt. Sigo volviendo a sus libros y cartas no para sentirme de acuerdo con ella, ni para imbuirme de sus pensamientos, sino porque su compañía me impulsa a cuestionar el significado de mi propio pensamiento, a detenerme y pensar. En una carta del 27 de junio de 1946, Jaspers escribe una crítica incisiva de uno de los ensayos de Arendt (posiblemente Las semillas de una Internacional fascista, pero los biógrafos no están seguros):
Su ensayo encierra muchas observaciones y planteamientos brillantes y convincentes, por no hablar de la pasión que lo envuelve. No sé qué sugerirle. ¿Sería posible articular las conexiones con más cautela y, por tanto, con más fuerza, es decir, presentarlas de un modo históricamente más correcto y menos visionario?
En esta y en el conjunto de las cuatrocientas treinta y tres cartas de la correspondencia entre Jaspers y Arendt, ambos están continuamente criticando, rebatiendo y enfrentándose a la profundidad del pensamiento del otro. En respuesta a la crítica de Jaspers, la carta de Arendt comienza, de hecho, respondiendo a Die Schuldfrage (La cuestión de la culpa alemana) de Jaspers:
Su definición de la política nazi como crimen («culpabilidad criminal») me parece cuestionable. En mi opinión, los crímenes nazis traspasan los límites de la ley; y eso es precisamente lo que determina su monstruosidad. Ningún castigo es suficientemente severo para estos crímenes. Puede que sea esencial ahorcar a Göring, pero es totalmente inadecuado.
Más adelante en la carta, refiriéndose a su propio ensayo, afirma: «Tiene usted toda la razón: tal como está ahora, no puede ni debe publicarlo».

La misiva concluye con una sorprendente y alegre expresión de gratitud muy arendtiana: «Pero ahora, cuando me debate de esta manera..., parece como si tuviera tierra firme bajo mis pies, como si estuviera de nuevo en el mundo».

Si tuviera que extenderme, me gustaría escribir sobre la preocupación de Arendt por los muertos —por los poetas, y por Rahel Vanhagen e Immanuel Kant— y sobre cómo, según ella, Jaspers habla en su monumental obra Los grandes filósofos con Sócrates, Confucio, Kant, Buda, Nagarjuna, Spinoza y muchos otros: «Los saca de su orden cronológico, y es como si entraras en un palacio enorme en el que los encuentras a todos en algún lugar, en un rincón u otro. Todos son contemporáneos, y él habla con ellos y contra ellos, a veces incluso de forma bastante injusta, como si estuvieran allí».

Para ella y para Jaspers, la amistad es un espacio en el que nos encontramos y escuchamos de verdad, incluso a través del tiempo y el espacio, las lenguas y las culturas. Esta mañana, abatida por mi propio dolor, me senté un rato en compañía de Arendt. Cuando, poco después de visitar a Jaspers y a su esposa Gertrud, recibe la noticia de que Jaspers se está muriendo, Arendt les escribe desde la distancia:
... y ahora lo sé. Y estoy aquí sentada pensando en vosotros dos y en la despedida que nos aguarda ... . No puedo expresar con palabras cómo me siento, sobre todo porque me embarga la gratitud por todo lo que me habéis dado [...].

Con amor,
Vuestra Hannah
 

Autora

Madeleine Thien es autora de la colección de relatos Simple Recipes (2001) y de tres novelas, Certainty (Certezas) (2006); Dogs at the Perimeter (publicada en español con el título El eco de las ciudades vacías) (2011), finalista del Premio Internacional de Literatura de Berlín y ganadora del Literaturpreis 2015, otorgado por la Feria del Libro de Fráncfort, y Don’t say we have nothing (No digáis que no tenemos nada) (2016). Sus libros y relatos se han publicado en Canadá, Estados Unidos, Reino Unido y Australia, y se han traducido a 25 idiomas. No digáis que no tenemos nada recibió el Scotiabank Giller Prize 2016, el Governor General’s Literary Award for Fiction 2016 y el Premio Edward Stanford, y fue finalista del Man Booker Prize 2016, del Baileys Women’s Prize for Fiction 2017 y del Premio The Folio 2017. La novela fue catalogada por la crítica de The New York Times como uno de los mejores libros de 2016 y fue preseleccionada para la Medalla Carnegie. Thien vive en Vancouver, Canadá.
 

Top