Tras la Segunda Guerra Mundial, Hannah Arendt advirtió que el mal sería una preocupación central del pensamiento. Aunque su predicción pasó inadvertida en la posguerra, hoy, en un mundo marcado por crisis globales, su reflexión cobra plena vigencia. En este contexto, Marco Saavedra explora lo que Arendt entendía por “mal radical” y “banalidad del mal”, para luego abordar sus dimensiones en la guerra contra el crimen organizado en México.
Ante las catástrofes de la Segunda Guerra Mundial y los nefandos crímenes de los totalitarismos nacionalsocialistas y soviéticos, Hannah Arendt afirmó que el mal sería una de las preocupaciones centrales de las y los pensadores en la posguerra. Esta aseveración resultó entonces extemporánea, como sucedió con frecuencia en la vida y obra de la filósofa judeoalemana. Tras el inicio de la guerra fría, el establecimiento de la hegemonía política, económica y cultural global estadounidense, el periodo de reconstrucción de la posguerra y los procesos de descolonización en el llamado Tercer Mundo, el problema del mal no estuvo ni siquiera en la periferia de los debates y la atención de las y los intelectuales. En cambio hoy, medio siglo más tarde y en medio de una dinámica, violenta y destructiva transformación del mundo caracterizada por el terrorismo, guerras interestatales e internas, genocidios, socavamiento de la democracia, resurgimiento del extremismo político, el renacimiento de ambiciones neoimperiales en EE.UU., Rusia y China, el desplazamiento de las coordenadas geopolíticas y económicas globales, la destrucción creciente y sistemática de la naturaleza, migraciones y desplazamientos forzados de grandes masas de población, xenofobia agresiva y beligerante, entre otras cosas, parece que la intempestiva aserción de Arendt adquiere hoy día gran actualidad.A continuación, deseo esbozar lo que, en vista al totalitarismo, Arendt entendía como “mal radical” y “banalidad del mal” para, posteriormente, ocuparme de algunas dimensiones del mal en la guerra contra el crimen organizado en México.
El mal radical
Hannah Arendt fue una de las primeras pensadoras en estudiar el totalitarismo y proponer una comparación entre sus expresiones nacionalsocialista y comunista-estalinista. En el tercer volumen de su magna obra Los Orígenes del Totalitarismo (1951) ofrece una descripción histórica, estructural y funcional del fenómeno. En este libro, en algunos artículos y en sus intercambios epistolares con su mentor y amigo, el filósofo de la existencia Karl Jaspers, calificó el totalitarismo como “mal radical”, utilizando, de una manera más bien libre, el término de Immanuel Kant [1] para explicar la lógica de la dominación totalitaria.Para nuestra autora, el mal radical del totalitarismo consiste en el esfuerzo sistemático de transformar la naturaleza humana aniquilando su individualidad, libertad y pluralidad. Esto supone un proceso acumulativo por el cual se busca destruir al individuo, primero, en términos jurídicos por medio de la privación de sus derechos civiles y políticos –asesinato de la persona jurídica y su expulsión de la comunidad política–, con lo cual a una parte de la población del Estado-nación se le coloca en la condición de apátrida, refugiada, migrante y “enemigo objetivo” sin protección alguna del derecho. Esta destrucción del individuo continúa con su anulación como un ser moral -asesinato de la persona moral– que es incapaz de tomar decisiones libre y hacerse responsable de ellas, porque es puesto en situaciones en las que se ve obligado a “escoger”, sin libre albedrío auténtico, entre cometer un crimen u otro y convertirse, en consecuencia e involuntariamente, en un instrumento del mal totalitario. Con lo anterior, queda borrada toda diferencia entre perpetrador y víctima y toda posibilidad de solidaridad con el resto de las personas. Esta destrucción del individuo deriva, por último, en su transformación en un “ser superfluo” en los campos de exterminio, en donde son aniquilados su individualidad, libertad, capacidad de entablar relaciones solidarias con otras personas y actuar en concierto. Así, es colocado en un abismo entre la vida y la muerte y su existencia es borrada de la memoria humana.
Si bien los campos de exterminio (el Lager nazi y el Gulag soviético) fungen como “laboratorios” para el intento totalitario de cambiar radicalmente la naturaleza humana, sin embargo, en las sociedades bajo un régimen totalitario el resto de la población se encuentra constantemente amenazado de ser convertido en “superfluo” y “desechable”, por medio de diferentes mecanismos de terror, si las necesidades de la dominación totalitaria así lo requieren. De este modo, todo individuo en la sociedad totalitaria participa, directa o indirectamente, como verdugo o víctima, en una gran maquinaria estatal y social de terror y destrucción.
Eichmann y la banalidad del mal
Casi trece años más tarde, Arendt se ocupa de nuevo del tema en su libro Eichmann en Jerusalén (1963). En él examina a un actor central de la llamada “solución final”, es decir, el exterminio sistemático de las y los judíos europeos: Adolf Eichmann. Al describir su comportamiento y sus razones para participar en crímenes de lesa humanidad, Arendt acuñó el término –que no concepto– de “la banalidad del mal”. Ve al agente de la dominación totalitaria ya no desde una mirada estructural, sino a partir de su biografía, motivaciones, decisiones y justificaciones de su conducta. En el juicio por su participación en la comisión de crímenes de guerra y de lesa humanidad, Eichmann, uno de los arquitectos de la organización y logística de la Shoah (término hebreo que significa “catástrofe” y se utiliza para referirse al genocidio del pueblo judío perpetrado por la Alemania nazi) declaraba una y otra vez que él no había matado a nadie y que, en consecuencia, no se sentía ni era culpable de ningún crimen. En todo caso, él había cumplido con rigor su deber como funcionario público, por lo que siempre había respetado la ley y el derecho de su país. Además, afirmaba carecer de alguna animadversión personal o ideológica hacia el pueblo judío. El problema para Eichmann y millones de alemanes “comunes y corrientes” es que la dictadura totalitaria nazi había socavado y pervertido radicalmente la ley, el derecho y la moral, por lo que cumplir órdenes gubernamentales y respetar las normas sociales y legales imperantes en esta sociedad implicaban cooperar, directa o indirectamente, en sus crímenes. Arendt destacó el hecho escandaloso y paradójico de que se podían cometer crímenes atroces –como los del Holocausto– sin tener motivos monstruosos para hacerlo.Con el término de la “banalidad del mal”, la filósofa no quiso indicar que los crímenes de Eichmann no fuesen atroces o que él no era responsable de lo que los jueces en Jerusalén le imputaban. Al contrario, estaba de acuerdo con la sentencia de pena de muerte. Con esta frase polémica Arendt señalaba, más bien, que, en ciertas lógicas y condiciones institucionales y sociales, era posible la comisión de crímenes monstruosos sin saberlo debido a que las complejas mediaciones burocráticas institucionales para llevarlos a cabo contribuían a diluir la conciencia y responsabilidad individuales de lo que se hace, sus efectos y significados. El perpetrador no percibe la relación entre intenciones individuales, motivos banales y acciones rutinarias y la ejecución de crímenes contra la humanidad. La producción de este nuevo tipo de crímenes no requiere siempre de fanáticos ideologizados, sino que pueden ser llevados a cabo, perfectamente, por personas “normales”, que, en términos morales, se han vuelto, sin embargo, “superfluas”, porque literalmente no saben lo que hacen y no reflexionan sobre ello y sus consecuencias. De este modo, renuncian a su libertad y su capacidad de pensar.
En resumen, Arendt ofrece una mirada compleja del mal en el siglo XX: como radical y banal, sin que haya en ello contradicción. [2] En opinión de Susan Neiman, sus reflexiones son “la contribución filosófica al problema del mal más importante del siglo XX” (Neiman, 2012: 346).
Más que definir conceptualmente el mal, Arendt nos enseñó, con su ejemplo, a lidiar con un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad y de naturaleza profundamente ambigua e inefable –el totalitarismo– para el cual nuestra rica tradición intelectual carecía de coordenadas teóricas para aprehender su terrorífica originalidad.
El caso mexicano: Los Cabelleros Templarios
Ahora bien, si en los últimos cuarenta años Auschwitz se ha vuelto el “símbolo del mal absoluto” y el arquetipo de la producción de horror y dolor gratuitos, sería un error reservar el término de “mal” para el Holocausto y privarnos de observarlo, entenderlo y combatirlo en otras de sus expresiones contemporáneas temiendo la opinión de relativizar el exterminio del pueblo judío hace ochenta años.En casi veinte años, la denominada guerra contra el crimen organizado y el narcotráfico iniciada en México 2006 ha producido un poco menos de medio millón de muertes y unos trescientos treinta mil casos de desapariciones forzadas de personas, así como innumerables masacres, violaciones de derechos humanos, corrupción de políticos, funcionarios públicos y miembros de las fuerzas del orden (policías y fuerzas armadas), entre otros horrores. A pesar de la brutalidad de la guerra, el gobierno federal no ha logrado, hasta la fecha, neutralizar a los grupos criminales, contener sus actividades ilícitas o evitar su penetración en la política, la sociedad y la economía de México.
Para ilustrar algunas dimensiones de este “mal”, quiero cerrar estas líneas exponiendo el caso del orden social narco-criminal que se configuró entre los años 2001 y 2012 en la región de Tierra Caliente del estado mexicano de Michoacán. Este orden social fue el resultado de disputas entre diferentes organizaciones del crimen organizado por controlar territorios, producción y tráfico de drogas, la gestión de delitos como la extorsión y el secuestro y la dominación, despojo y expoliación de la población mediante el uso indiscriminado de la violencia.[3] La organización criminal que hacia finales de 2009 se impuso a sus competidores y enemigos en esta región fue la de Los Caballeros Templarios.
La condición de posibilidad de la formación del orden narco-criminal es lo que denomino el orden de la impunidad estatalmente organizada. Su característica central no es la ausencia del Estado en el territorio en conflicto, sino la ausencia del Estado de derecho. En las diferentes regiones del país, en las que se ha conformado un orden narco-criminal, como en el caso de Michoacán, existen determinadas parcelas institucionales (policía, ejército, alcaldías, tribunales, congresos, empresas públicas, órganos autónomos, etcétera), en las que una constelación significativa de sus agentes mantiene una relación de complicidad con actores criminales y sus intereses. Su funcionamiento produce diferentes modos y espacios de impunidad. Estos agentes poseen la capacidad de refuncionalizar precisamente esas parcelas de la administración, políticas y programas públicos en beneficio propio y de los delincuentes, garantizando, por acción u omisión, la reproducción del orden social narco-criminal.
La colaboración de servidores públicos, políticos, pero también, de empresarios y gente común y corriente con la banda criminal era, muchas veces, forzada y conseguida por medio de la violencia. Sin embargo, había quienes también cooperaban con los templarios por los beneficios que obtenían de ellos: por ejemplo, lavando dinero ilícito; obteniendo empleo en algunas de sus empresas –incluso como sicarios–; ganado “prestigio social” en forma de miedo, respeto y admiración por ser miembro visible del cártel; recibiendo ayudas para enfrentar situaciones extraordinarias, como la enfermedad o el desempleo, o en forma de inversión en infraestructura pública en alguna comunidad y de donativos para el festejo de celebraciones religiosas. En suma, muchos de estos “colaboradores” tenían motivos y razones más o menos triviales para obedecer y obtener un beneficio personal de las actividades del grupo criminal pasando por alto sus atrocidades.
Los Caballeros Templarios implementaron mecanismos de expoliación en diferentes cadenas económicas de producción, transporte, venta y consumo de diversos bienes y servicios de la región. Desde el empresario grande y mediano hasta el trabajador más sencillo, pasando por el pequeño comerciante y cualquier empleada o empleado, profesionista, vecino, trabajador ambulante e, inclusive, alumnos de escuelas secundarias, todo ellos se veían expuestos a la extorsión económica y a la venta de protección. Los criminales encontraron también en la amenaza a la seguridad e integridad física de las personas y en el despojo de sus propiedades y bienes un mecanismo más de exacción. Muchas veces con la complicidad de policías estatales y municipales, los delincuentes secuestraban y torturaban a sus víctimas hasta recibir el rescate exigido, aunque pagar el rescate no garantizaba siempre recuperar con vida al ser querido.
En este orden social, los templarios ejercían además formas de masculinidad liberada de cualquier control social y que se expresaba en la satisfacción inmediata de sus deseos y apetitos. Tanto se apropiaban de bienes ajenos, como de cualquier mujer de cualquier edad para violarlas sexualmente y, en muchos casos, asesinarlas.
Los templarios reafirmaban su dominación presentándose ante la sociedad local como los señores de la vida y la muerte. Así lo querían dar a entender tanto con los asesinatos, masacres y secuestros como también con la exhibición frecuente y macabra de cabezas cortadas y cuerpos torturados y mutilados en lugares públicos. Los mensajes ominosos sobre los cuerpos de sus víctimas y también las denominadas “narcomantas” fungían como recordatorios del respeto y obediencia que los criminales esperaban de la población.
Todos estos crímenes y formas de violencia impunes fungían como dispositivos para normalizar la violencia en la vida cotidiana de la población. La finalidad última de este régimen de terror consistió en aislar, atomizar y volver sumisa a la población. El resultado de ello fue una sociedad local indefensa.
En resumen, el mal en la guerra contra el crimen organizado, en general, y el orden social narco-criminal de los templarios, en particular, es muy distinto, sin duda, al de totalitarismo, porque posee su propia forma y se ha configurado en la pequeña acumulación de diferentes actos, más o menos criminales, más o menos intencionales y más o menos banales de un conjunto de individuos, grupos y autoridades. Nada de ello, empero, le quita un ápice de su ignominioso carácter.
Finalmente, la desarticulación del orden narco-criminal de los templarios empezó, cuando, en febrero de 2013, una parte importante de la población de Tierra Caliente se levantó en armas para defender su integridad física, vida y propiedad y reestablecer la paz y el derecho. Los y las integrantes de las autodenominadas “autodefensas” de Michoacán hubieron de superar sus miedo y atomización impuestos por el terror templario para enfrentarlos. Si bien recurrieron a la violencia para este fin, su empresa poseía algo del brillo de la acción en concierto que Arendt considera como una manifestación de la política auténtica.
[1] Para una estupenda exposición del concepto de “mal radical” de Kant, consúltese el primer capítulo del libro de Richard Bernstein (2005).
[2] Para una exposición detallada sobre el tema, véase Estrada Saavedra (2007).
[3] Sobre el tema, consúltese el tercer capítulo de Estrada Saavedra (2025).
Bibliografía
- Arendt, Hannah (2006), Los orígenes del totalitarismo. Vol. III. Totalitarismo, trad. de Guillermo Solana, pról. de Salvador Giner, Madrid, Alianza Editorial, 2006.
- Arendt, Hannah (1999), Eichmann en Jerusalén, un estudio sobre la banalidad del mal, trad. Carlos Ribalta, Barcelona, Lumen.
- Bernstein, Richard J. (2004), El mal radical. Una indagación filosófica, Buenos Aires, Ediciones Lilmond.
- Estrada Saavedra, Marco (2025), Behemoth Violencia colectiva, política y criminal en el México contemporáneo, México, El Colegio de México.
- Estrada Saavedra, Marco (2007), “La normalidad como excepción: la banalidad del mal en la obra de Hannah Arendt”, en Revista mexicana de ciencias políticas y sociales, año XLIX, número 201, septiembre-diciembre, México, UNAM, p. 31-54.
- Neiman, Susan (2012), El mal en el pensamiento moderno. Una historia no convencional de la filosofía, México, Fondo de Cultura Económica.