Baile y resistencia  El Voguing y el Ballroom: una apuesta por reivindicar las corporalidades trans

Un collage con un abanico, una bola de discoteca y un tacón de aguja. © Ricardo Roa

El voguing y la cultura ballroom son mucho más que expresión estética: son actos de resistencia, afirmación identitaria y creación de comunidad para las corporalidades trans y queer. En un mundo que castiga su existencia, el baile se convierte en refugio, grito, memoria y forma de vida. Desde las raíces afro y latinas en Harlem hasta las calles de la Ciudad de México, esta escena celebra lo que el sistema intenta borrar: la belleza, fuerza y dignidad de los cuerpos disidentes. Bailar es existir, y existir también es resistir.

A veces me siento como Sísifo, cargando a cuestas el peso de una piedra enorme. Como en ocasiones cansa llevar este cuerpo, imagino que un embrujo me permite habitar el de otrxs. Yo sería un intruso silencioso que se agazapa en un rincón para experimentar el universo desde una piel distinta. Así, cuando una persona a la que admiro bailara o hiciera una acrobacia, podría sentir cada músculo como propio, la tensión y la inercia de cada movimiento.

Lo que intento es describir una extraña añoranza por vivir otras vidas. Cuando comencé a bailar vogue de alguna forma logré vivir aquella fantasía extraña: habitarme en lxs otrxs, pero al mismo tiempo habitarme a mí. Mientras escribo estas palabras paso una mala racha con mi cuerpo. Nos hemos arrancado la piel, a veces no tan metafóricamente. “Quiero que no nos odiemos”, me digo. “Y como te necesito conmigo te saco a bailar”.

Bailar es una tregua con mi cuerpo de puto, mi cuerpo de maricón, cuerpo trans, travesti, cuerpo encendido y mutilado por el miedo, herido, silenciado. Una débil tregua, porque el vogue me pone de cara a mis limitaciones y a mi condición física.

Mi historia comenzó hace cinco años, un 7 de marzo de 2020, en el “Urban Ball” del Museo del Chopo en la Ciudad de México, parte de la exposición internacional Elements of Vogue. Allí vi personas LGBT+ bailando, compitiendo y siendo celebradas. Poco después llegó la pandemia que se tragaría al mundo por más de dos años. Pero en ese momento, el Chopo se sintió como una explosión y una sacudida profunda. Se abría ante mí una cultura tan llena de complejidades y capas.

Ballroom: un paseo breve por su historia

"El Ballroom es una cultura popular producida por sujetos afro, trans y queer durante los años dorados del jazz de los años 30, aunque eclosionaría a partir de los años 80 entre aquellas subculturas que entretejían el Nueva York inmediatamente anterior a la crisis del sida”, se puede leer en el dossier de “Elements of Vogue”. Es precisamente hacia Nueva York a donde quiero llegar, pues el 13 de febrero de 1967, se realizó el Concurso de Belleza Miss All-American Camp, una competencia drag que convocó a personas de todo el país.

Esa noche, Crystal LaBeija, una mujer transgénero de la comunidad negra y latina se quedó sin la corona debido a que, para ese momento, uno de los estándares de los concursos de belleza drag era la blanquitud, por lo que las participantes tenían que aclararse la piel con maquillaje para tener mayores posibilidades de ganar. LaBeija explotó y vociferó con dureza en contra del racismo de dichos concursos y, sin saberlo, estaba haciendo historia.

En 1972, Crystal y Lottie LaBeija presentan: "El 1er Baile Anual de House of LaBeija" en Up the Downstairs Case en Harlem, Nueva York. Era su propio concurso, un espacio para las personas más marginadas entre las marginadas. Ese fue uno de los primeros bailes (balls) de su tipo “en dar la bienvenida a personas de su comunidad, a personas que se parecían a ellas, personas que vivían como ellas, personas que eran ellas: ¡gente de color!”, dice la casa. El Ballroom se consolidó así como un espacio antirracista y anticolonialista (entendiendo que es una forma de cuestionar al sistema colonial sexo-género): una grieta subversiva en el corazón del imperio estadounidense.

La cultura Ballroom se celebra, evoluciona, crece y vive en los balls, concursos de baile en los que existen categorías de moda y pasarela, como: All American Runway, Runway Europeo, Best Dress, Realness, Face, por mencionar algunas. En cada ball, un panel de juezas califica el performance de quienes participan. El objetivo es imitar a los desfiles de alta moda de la década de los 90 y que cada persona presuma lo que usa, proyecte una energía única o cree momentos inolvidables.

La House of LaBeija es considerada la primera casa de Ballroom. En esta cultura, las casas son aquellas agrupaciones de personas que, usualmente bajo la dirección de una figura materna, se organizan para vivir en un mismo espacio, practicar las categorías y luego caminarlas en los balls bajo un mismo apellido. Se dice que se "caminan" las categorías cuando se quiere expresar que una persona concursa, independientemente de si se baila vogue o no. Al final, la persona que gana una categoría no sólo obtiene un trofeo, sino que lleva prestigio a su casa.

Pero las casas son mucho más. Ante el rechazo social de esta comunidad históricamente marginada, muchas de ellas se volvieron las familias elegidas de quienes las integraban. Compartir techo era una forma de sobrevivir a la precariedad economía y la discriminación: una apuesta política. En la Ciudad de México existen, entre muchas otras, la Kiki House of Karn4lx, la Kiki House of Deleite, la Kiki House of Pecadoras o la Kiki House of Millán, mi hogar.

Voguing: Historia corporal trans

El Voguing, una de las categorías que pueden existir dentro de un ball, es una danza antes conocida como Pop spin and dip que nació de imitar poses de modelos como lxs de la revista Vogue (de la que toma el nombre), pero también de esculturas, jeroglíficos egipcios o incluso de marchas militares y marciales al ritmo de la música house y disco.

Sin embargo, las mujeres trans que bailaban los balls, tenían un estilo propio para aquella danza urbana: al dedicarse muchas de ellas al trabajo sexual, impregnaron al vogue (hasta entonces caracterizado de líneas, simetrías y trazos firmes), en un derroche de curvas y sensualidad. Orgullosas de vivir sus transiciones, ellas presumían sus largas uñas, destacaban su cabellera larga y sus caderas. Desde entonces, todo cambió para siempre: la manera clásica de hacer vogue se nombró old way (el viejo camino), mientras que la manera en la que ellas encarnaban el baile pasó a llamarse vogue femme que proviene de la abreviación voguin like a femme queen, donde femme queen es la manera en la que la comunidad subvierte la pirámide social: al nombrar como reinas a las mujeres trans que caminan en la pista, ellas se colocan inevitablemente en la cima.
 
Vivirme desde el vogue femme ha sido una empoderación. Gracias al vogue femme he sabido que puedo ser sexy y sensual. Yo en mi vida me hubiera imaginado salir a la calle con una lencería y con botas o con tacones y bailar casi desnuda en la calle frente a la gente y que no me importara.
Dice Nezahualcóyotl, una transfeminidad de piel morena, con chinos negros y que tiene una personalidad afable y cálida. Ella, que dentro de esta cultura usa como Aka el nombre de Coyote, cuenta que conoció el Ballroom hace algunos años, pero hasta junio de 2024 buscó la forma de entrar a la escena.

Una danza como el Voguing, situada en su contexto, es una forma de experimentar la historia de lxs otrxs. Cada paso y cada elemento es un lenguaje y una forma que encontraron muchas personas antes que yo para decir algo sobre sus vivencias: Soy sexy, soy perra, soy puta, soy trans.
 
Creo que la feminidad puede ser normativa o subversiva, y en la medida que explotamos su potencialidad subversiva, es que puede funcionar como práctica de resistencia, particularmente contra la marginación, los actos de limpieza social, el exterminio, la putofobia, la serofobia, la cisnorma. Eso es el femme, una expresión en tensión entre resistencia y asimilación, y en esa tensión, a veces desborda la belleza existente en las vivencias trans.
Anarka Rotulista Karnalx, vogueadora de la Kiki House of Karn4lxs.
El vogue femme y el old way, entonces, son maneras distintas de posar y posicionarse ante el mundo. El Vogue se volvió una forma de recuperar poder sobre nuestros cuerpos, los cuales siempre han estado en la mira.

Una vogueadita frente a la violencia

Sara Millerey (32 años), inició su transición de género a los 15 años y escogió Millerey como su nombre “porque le encantaban las ‘mirellas’: las brillantinas, la escarcha, lo que iluminara su pelo y ojos”, según cuenta la periodista colombiana Camila Osorio. “Se veía preciosa bailando coreografías de Britney Spears”, relata una de las amigas de Sara, como se puede leer en el texto que Osorio escribió para El País.

Sin embargo, el pasado 4 de abril, en un brutal ataque de odio, a Sara le rompieron sus extremidades, brazos y piernas, y la arrojaron para que se ahogara a La Quebrada, un río que atraviesa el barrio Playa Rica, en el municipio de Bello, Antioquia, en Colombia. Testigos (cómplices del crimen por su indolencia o miedo para actuar), sólo grabaron la escena y la viralizaron en redes sociales.

Sara es una de las víctimas más recientes de un crimen por prejuicio que ha cimbrado a la sociedad colombiana y al resto de América Latina. A México, por su parte, un país colmado de duelos interminables, llegó también la indignación por el transfeminicidio de Sara. Así, el domingo 13 de abril de 2025 colectivos y miembrxs de la comunidad trans y aliadxs realizaron una protesta en la sede de la Embajada de Colombia en la Ciudad de México para exigir justicia.

"No sé si yo soy la próxima, no sé si mis amigas son las próximas. Por eso, el uso de la violencia es legítimo, porque el transodio es más violento que protestar, es más violento que el disturbio, es más violento que la pinta", dijo una mujer trans e integrante de la colectiva Mariposas Negras de la Ciudad de México, mientras otrxs manifestantes realizaban pintas y paste up en la fachada del edificio.

Pienso en lo que le hicieron a Sara Millerey: anular su cuerpo. Fue un crimen aleccionador donde el mensaje era claro: tu corporalidad puede ser y será castigada. Frente a la violencia sistemática hacia nuestros cuerpos, aquel día el Voguing salió de los balls y sucedió en las calles. Un intento por reivindicar los cuerpos trans. Voguear en memoria de Sara fue la consigna y así se hizo. Y es que, sin duda, una de las características de la escena Ballroom en México es que, como Anarkx, se hermana con otras luchas que atraviesan nuestro contexto:
 
El vogue tiene muchas dimensiones como cultura de resistencia, red de apoyo, acto de liberación corporal y sexual. Ahora que hemos establecido alianzas con otras resistencias (como la Comunidad Otomí que tiene Ocupado el INPI, la lucha alimentaria en las universidades públicas, las organizaciones feministas que resisten contra la violencia económica y la lucha contra el genocidio en Palestina), hemos llevado prácticas, muestras y balls a espacios donde no era visible (...), porque aunque el racismo y la transfobia sean manifestaciones diferentes, son dos facetas de un mismo proceso de despojo y exterminio”.
Anarka Rotulista Karnalx

De Berlín a México

Diabla, un hombre gay de 33 años, cuenta que antes de ser padre de la casa Miu Miu en Ciudad de México y formar parte de la Iconic House of Saunt Laurent en Europa, era una persona que enfrentaba la soledad que sólo el migrante conoce. A miles de kilómetros de su patria, viviendo en el corazón de Berlín, en Alemania, un día de trabajo transformó irremediablemente su vida, pues se unió a una clase de voguing en la que, para su sorpresa, llegaron personas trans, gays y queers al salón.

Algún tiempo después Diabla se fue de Alemania, pero, al menos espiritualmente, nunca se fue del ballroom. Cuando regresó de Europa a México, encontró una escena diferente. Las condiciones económicas y sociales le daban un brillo propio a la escena latina: en Alemania, por ejemplo, el glamur, las marcas de lujo y la cultura negra destellaban. Era algo más parecido a lo que se ve en Estados Unidos. En cambio, la escena mexicana es más teatral, quizá hasta cabaretera, y adapta el Ballroom a sus contextos específicos.

Herramienta para la vida

Desde los activismos se ha luchado y priorizado tipificar el transfeminicidio, que el Estado reconozca las violencias específicas que atraviesan las mujeres trans y establezca protocolos de actuación para que las autoridades investiguen dichas muertes violentas. Pero no basta legislar sobre la muerte, sino también sobre la vida. No puedo dejar de pensar que el Ballroom, para muchas personas, es esa herramienta que permite la vida. Así lo comentó Anarkx sobre la potencia política de la comunidad Ballroom:
 
Cuando una hermana trans negra trabajadora sexual periférica hace una práctica pública en la Alameda de la CDMX, y la banda aporta una cooperación voluntaria y después vamos por una quesadilla o un porro, ya ahí hay mucha política. No sólo porque estamos ocupando el espacio público, (...) sino porque estamos creando y sosteniendo una red de apoyo, una comunidad que crea condiciones de supervivencia en esta ciudad hostil.
Comentó Anarkx sobre la potencia política que existe en la comunidad ballroom.
Esta cultura disidente nos recuerda lo más obvio, pero que gran parte del mundo decide ignorar: que los cuerpos trans pueden, como cualquier otro, hacer hazañas y lograr acrobacias. Que merecemos aplausos, celebración y goce. Que nuestros cuerpos no solo deben ser visibles cuando protagonizamos la nota roja.

Los tacones de Neza

“No me imagino ni siquiera ya practicar sin tacones, ¿sabes? Porque los tacones me están empoderando...” y es verdad. Neza entrena en tacones y vestida con una minifalda porque hay ropa que nos da euforia y que al usarla desbloquea en nuestros cuerpos nuevas sensaciones y posibilidades. Una falda, unos tacones, un crop top, lencería, medias, todo puede ser un trampolín hacia la explosión de feminidad que ocurre al bailar Voguing.

Veo que alguien está creciendo en su performance cuando el cuerpo se suelta, que la cabeza no tiene miedo de girar incluso cuando se está cerca del suelo; cuando los movimientos comienzan a fluir más allá de los elementos aprendidos y veo goce. “Me he encontrado mucho con que mi cuerpo es un altar, que lo tengo que cuidar y lo tengo que valorar porque mi cuerpo es lo que me está dando para girar, para caminar, para caer, para lo que sea”, subraya Coyote.

Escuchando siento un vuelco porque esas palabras retumban en mis oídos. ¿Cuántas más tenemos las mismas batallas? “Tengo problemas de la columna, entonces lo más seguro es que en algún momento deje de bailar y agradezco que no sea hoy. Pero voy a seguir agradeciendo y cuidando hasta donde me lo permita”, comparte. Es como si al bailar nos quitáramos cadenas que no sabíamos que teníamos. En mi caso, esa experiencia la viví con mis manos.

Mis manos no binaries

Desde que bailo, mis manos no se quedan quietas. Todo el tiempo están agitando el aire. Una vez una persona me cuestionó que por qué espanto moscas invisibles. Las manos pueden ser muy expresivas y, si algo delató mi identidad disidente desde niñe, antes de conocer cómo era una bandera LGBT+ o de saber qué significaba ser una persona trans, fueron ellas, mis manos no binaries.

La pluma, esa demostración característica de la comunidad gay en su forma de moverse, hablar, o incluso en la manera de vestir, encuentra en las manos una vía para expresarse porque el amaneramiento y la feminidad no pueden esconderse, aunque trate de ocultarse mil veces. Cuando bailo vogue femme mis manos cuentan mi historia, tocan partes de mi cuerpa que quiero resaltar, se agitan extendidas como unos abanicos para presumir el barniz de mis uñas, giran sobre mi rostro cuando quiero que lo vean, sirven como látigos en cada pum, pum, pum del beat. Expresan erotismo o vulnerabilidad. También ira, enojo o rabia.

Y cuando no bailo, en mi día a día, mis manos siguen despiertas, como si una vez abierto el dique, o desbloqueada esa vía corporal gracias al baile, el flujo de mi identidad siguiera corriendo por ahí, más libre. Entonces, naturalmente, salen ademanes y hablo y remarco lo que digo a través de ellas.

El vogue me hace sentir vivx. Abre caminos más transitables y el peso de cargar esa enorme piedra a cuestas disminuye. Entonces puedo sentir que no somos dos sino que soy. Brevemente, soy. Y en esa reafirmación individual que ocurre cuando llego a la pose al final es que el legado de miles antes que yo, sosteniéndome, también vuelven a ser.


 

Más sobre el tema