“La luz”  En busca de la redención

Lars Eidinger y Tala Al Deen en “La luz”. Dirigida por Tom Tykwer
Lars Eidinger y Tala Al Deen en “La luz”. Dirigida por Tom Tykwer Fotografía (detalle): © Frederic Batier / X Verleih AG

Tom Tykwer, director de “Lola corre”, está de vuelta en la pantalla grande. En “La luz”, el director alemán utiliza el ejemplo de una familia de Berlín y su ama de llaves siria para explorar el estado del mundo. Valérie Catil analiza los personajes, las trampas de los clichés y la función de una lámpara mágica.

La figura del “hombre negro mágico” es un motivo muy conocido en el cine: un personaje secundario sabio, a menudo abnegado, que ayuda al protagonista blanco a desarrollarse más o a superar un obstáculo. El ejemplo más famoso de esto es John Coffey de La milla verde. Fue el director Spike Lee quien popularizó el término “magia negra”, consternado por lo común que seguía siendo este cliché en las películas de Hollywood.

En el nuevo largometraje de Tom Tykwer, película inaugural de la Berlinale, Farrah (Tala Al Deen) es la versión alemana del “hombre negro mágico”: la mujer siria mágica. Tom Tykwer ya ha inaugurado la Berlinale dos veces: en 2002 con Heaven y en 2009 con The International. Regresa a la 75 edición del festival y presenta La luz, su primer largometraje en diez años. En esa década, Tykwer se dedicó principalmente a la serie histórica Babylon Berlín.

Sólo una superficie de proyección

Estilísticamente, La luz no es algo inusual para Tykwer: es una película ruidosa, que tiende a o cursi, con metáforas que gritan en tu cara, como el recurrente reloj de arena en el que caen gotas de agua en lugar de granos de arena. Incluso hay escenas cantadas y bailadas que pueden parecer un poco fuera de lugar, pero en las que, sin embargo, las espectadoras y los espectadores pueden sumergirse. Ese no es el problema. El problema, aunque la intención pueda ser buena, es que la siria Farrah en última instancia sigue siendo una mera superficie de proyección: su historia se instrumentaliza para mostrar a los alemanes que, en realidad, las cosas no están tan mal para ellos.

Los alemanes son la familia Engels, una colección de arquetipos disfuncionales de la clase media educada de Berlín: la hija de 17 años, Frieda (Elke Biesendorfer), toma LSD con sus amigos en el club de tecno Kater Blau, es activista y sufre un aborto. Su hermano gemelo, Jon (Julius Gause), pasa la mayor parte del tiempo detrás de gafas de realidad virtual en su desordenada habitación. El padre, Tim (Lars Eidinger), es un ex artista alternativo. Hoy recorre en bicicleta la ciudad, siempre lluviosa, con ropa deportiva y hace tiempo que vendió su alma a su empleador, una empresa de relaciones públicas. Por último, Milena (Nicolette Krebitz), la madre, está constantemente buscando oportunidades de financiación para su proyecto teatral en Nairobi. También tiene un hijo ilegítimo, Dio (Elias Eldrige), con un ex novio keniano. Dio vive con los Engels cada dos semanas.

Mera coexistencia

Nadie habla con nadie en la familia. En este apartamento antiguo repleto de cosas –un lugar que no solo parece sobrecargado, sino también completamente estancado– los protagonistas viven uno al lado del otro. El hijo se atrinchera. La hija politizada se opone a los ideales agotados de sus padres. Y Tim y Milena ya no se quieren más. Cuando los Engels no están discutiendo, se ignoran unos a otros.

Y es en este mundo en el que Farrah irrumpe cuando empieza a trabajar para los Engels como mujer de la limpieza. Y es ella quien trae luz a la historia. Farrah usa esta luz para enfrentar el trauma que experimentó al huir de Siria. Se trata de un dispositivo frente al cual te sientas y que proyecta destellos estroboscópicos sobre tu retina a través de tus párpados cerrados. Se supone que esto libera dimetiltriptamina producida por el propio cuerpo, una sustancia alucinógena que de otro modo sólo se libera al nacer y al morir.

¿Quién cura a quién?

La historia de Farrah es fragmentaria. No se sabe qué le sucedió exactamente. Y así, su trauma sirve más que todo como ruido de fondo. Porque su función real es curar a la familia alemana. Farrah tiene una conexión con todos los Engels: es la única que logra que Jon salga de su caparazón. Frieda le cuenta sobre el aborto. Milena llora en sus brazos. Y Tim, al igual que todos los demás miembros de la familia, será confrotado tarde o temprano por Farrah con la luz.

La película no permite a Farrah convertirse en un personaje real, profundo. Es una mujer misteriosa, plana y buena de corazón. No deja de ser un catalizador, la siria mágica. Hasta el fin de la película, pues al final no es sólo Farrah quien cura a la familia, sino son los Engels quienes también la “salvan”. En una sesión familiar similar a un exorcismo con la luz, los Engels logran que Farrah deje atrás su pasado. Gracias a los alemanes. La luz busca la catarsis, pero sólo logra crear una cruda fantasía de redención.

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