Claudia Bacci, socióloga argentina, habla sobre la influencia de las ideas de la pensadora judía alemana Hannah Arendt en Latinoamérica y reflexiona sobre la pregunta de quiénes podrían ser en nuestros tiempos aquellas personas privadas de derechos básicos conocidas como “apátridas”.
La obra de Hannah Arendt –filósofa, historiadora, politóloga, profesora universitaria, escritora y teórica política judía alemana– “habla de nosotros”, dice la socióloga y profesora argentina Claudia Bacci, quien participó como panelista en las "Jornadas Hannah Arendt", organizadas por el Goethe-Institut Buenos Aires en septiembre de 2025. A cincuenta años de la muerte de Arendt, que se cumple el 4 de diciembre de 2025, lectoras y lectores del mundo entero siguen visitando los libros de la filósofa alemana, buscando entender el presente y repensar la historia sin prejuicios conceptuales.¿Qué impacto ha tenido la lectura de Hannah Arendt en Latinoamérica?
Las lecturas más fructíferas se inician en la década de 1980, ligadas a los procesos de redemocratización tras las dictaduras y conflictos armados de las décadas previas, pero sus trabajos circulaban en la región desde bastante antes, con las primeras publicaciones en alemán y traducciones de editores e intelectuales vinculados a la izquierda, al exilio alemán antinazi y también judeo-alemán durante la Segunda Guerra Mundial.
En Brasil fue central la figura del jurista y diplomático Celso Lafer, ex alumno de Arendt en la Universidad de Cornell, quien recuerda discusiones de las décadas de 1970 y 1980 con intelectuales como Antonio Cándido, Hélio Jaguaribe y Francisco Weffort, conectados a la socialdemocracia y la izquierda brasileñas. En el caso de Colombia, el crítico cultural y ensayista Hernando Valencia Goelkel tradujo algunos textos de Arendt en los años 1960 en la revista Eco, que se proponía como puente entre la cultura latinoamericana y la alemana, con el apoyo de la Asociación Inter Nationes. Ellen Spielmann, que estudió la recepción de Arendt en ese país, destaca en un artículo de 2024 la figura de Valencia Goelkel por su rol como asesor del Presidente Belisario Betancur en la década de 1980, quien habría contribuido con una mirada republicana de tono arendtiano en los primeros intentos de establecer diálogos de paz con las guerrillas de izquierda colombianas.
En un trabajo que publiqué en 2022 sobre las lecturas de Arendt en Argentina, se puede ver una recepción muy variable, con discusiones álgidas sobre su libro Eichmann en Jerusalén en revistas de la comunidad argentina-judía en los años 1950-1960, pero también cierta indiferencia ante el análisis arendtiano del totalitarismo e incomprensión ante su particular reivindicación de lo político, considerada elitista, a fines de los sesenta.
El exilio en México y en Francia durante la dictadura militar en Argentina [1976-1983] dio lugar a las primeras lecturas de sus obras entre intelectuales de las izquierdas. Un actor importante fue el politólogo alemán Norbert Lechner, quien desde Chile en los años 1980 influyó en esos debates desde una perspectiva arendtiana. En los años 1990 fueron también relevantes los trabajos de Elizabeth Jelin sobre ciudadanía y derechos humanos; las reflexiones en torno a la responsabilidad por los crímenes del terrorismo de Estado de Horacio González y la centralidad que otorga Héctor Schmucler a los testimonios en la elaboración de memorias sociales sobre ese periodo, así como la lectura arendtiana de Pilar Calveiro sobre el “poder concentracionario”. El jurista Carlos Nino, estudioso de Arendt, asesoró al entonces presidente argentino Raúl Alfonsín en las definiciones del juzgamiento de las Juntas Militares, y Claudia Hilb planteó una lectura crítica sobre la relación entre violencia y política en los años 1960-1970.
¿Qué conceptos pueden aportar las teorías de Arendt a las formas en que se ha pensado el terrorismo de Estado en las dictaduras latinoamericanas?
Los conceptos más referidos son los de “banalidad del mal”, “dominación totalitaria” y “terror totalitario”, así como su mirada sobre el rol de las burocracias en contextos totalitarios y la cuestión de la responsabilidad personal y política ante la violencia. Eichmann en Jerusalén es el libro que, a mi entender, delineó las interpretaciones sobre el terrorismo de Estado y las dictaduras en la región. En la Argentina, Horacio González señaló en 1989 que, si bien Arendt no era una referencia para comprender la violencia revolucionaria previa a la dictadura, la filósofa sí se volvía “casi argentina” para pensar los efectos sociales de la dictadura con su crítica a la “obediencia debida”. Schmucler también abrevó con gran profundidad en el pensamiento de Arendt para juzgar éticamente la continuidad del horror en la figura de la desaparición de los cuerpos de las personas secuestradas por el terrorismo de Estado.
Desde Brasil, Celso Lafer y Cláudia Perrone-Moisés pensaron en los alcances de la justicia de transición y retomaron la perspectiva arendtiana acerca de la dificultad de castigar con los marcos jurídicos existentes los crímenes cometidos por las dictaduras latinoamericanas. Así, recuperaron la perspectiva de esta autora sobre su carácter de “imperdonables” en términos de políticas de justicia, para pensar otras relaciones entre justicia, memoria y verdad ante estos crímenes. En este sentido, diría que Arendt también habla de nosotros, aquí en América Latina.
“Ser apátrida significa estar privado del derecho a tener derechos”, escribió Arendt. ¿Quiénes son los apátridas del siglo XXI?
Pienso que la potencia de esa idea de Arendt, sintetizada en el “derecho a tener derechos” excede hoy el alcance específico que ella le dio en su obra Los orígenes del totalitarismo, donde era resultado del ocaso de los Estados-Nación y la expansión imperialista de fines de siglo XIX y comienzos del XX. Allí, el problema de la privación de la condición de ciudadanía, es decir, de los derechos asegurados por los Estados-Nación, produjo corrientes de refugiados y desplazados en Europa Central, y una nueva categoría de sujetos-sin-derechos, los apátridas.
Las transformaciones mundiales más recientes, geopolíticas, socio-económicas y medioambientales, dan cierta continuidad de los procesos de desplazamientos poblacionales, exilios y migraciones forzadas que, sin recurrir expresamente a la expulsión del estatuto de ciudadanía, suponen la privación de las condiciones de su ejercicio básico. Aunque existen declaraciones internacionales de Derechos Humanos y de Derechos de Refugio y Protección en casos como guerras y otro tipo de conflictos armados, estas instituciones y los propios Estados nacionales parecen impotentes, o incluso renuentes a la hora de reconocer el “derecho a tener derechos”, sea en Europa, África, Oriente Medio o América Latina.
En nuestra región, la gravedad actual de la expulsión económica y social, y de la violencia política y (para)estatal, empuja a las y los ciudadanos a buscar una vida digna aún si eso significa perder sus derechos como ciudadanos de un Estado. Sin ser estrictamente “apátridas”, sufren todos los efectos de la pérdida del “derecho a tener derechos” en el mundo contemporáneo. Las crisis de refugiados y de inmigración, la persecución de defensores de territorios indígenas y activistas contra el extractivismo que atraviesa América Latina llevan décadas, por lo que la demanda por el “derecho a tener derechos” continúa conjugándose en presente.
octubre 2025