Thomas Mann nunca se encontró con Kafka, aunque leyó sus obras de modo intensivo. Pero ¿cómo llegó a la obra de Kafka?, ¿cómo la interpretó?, y ¿qué papel jugó un fallido partido de golf? El escritor y filósofo Grzegorz Jankowicz aborda estos temas.
No se sabe exactamente cuándo Thomas Mann se volcó a la obra de Kafka. Los investigadores suelen señalar al actor Ludwig Hardt, que en esa época hacía furor con sus lecturas. También Kafka apreciaba las actuaciones públicas de Hardt y tenía en su biblioteca la antología de Hardt para veladas de recitado. El 9 de marzo de 1921, Hardt leyó por primera vez narraciones de Kafka en la Berliner Meistersaal. Al final, fueron nueve en total las narraciones y parábolas de Kafka, extraídas de los libros Consideración (1912) y Un médico rural (1920), que entraron en esa antología para recitados. En esta también aparecen textos de Thomas Mann. Es posible, entonces, que el último haya tenido noticia de los textos de Kafka por ese medio.Según otra teoría, fue Max Brod quien le llamó la atención a Thomas Mann sobre Kafka. En 1921, Max Brod escribió sobre la obra de su amigo en Die Neue Rundschau. Al año siguiente apareció en la misma revista Un artista del hambre. Allí Mann habría podido toparse con ese texto, aunque esto no pasa de una mera especulación. El 7 de junio de 1925 Brod, que probó su gran destino como mecenas y promotor y supo conciliar partidos opuestos (y así ganar en estima), publicó en el Berliner Tageblatt un artículo en ocasión del 50mo aniversario del nacimiento de Thomas Mann. Allí se dice que su amigo fallecido había sentido gran adoración por el “maestro Mann” y considerado que su estilo era incomparable. Además, decía que ambos escritores –y aquí se vuelve confuso– habían llegado al arte de modo semejante. Después de esto, no es posible que Thoma Mann haya ignorado la obra de Kafka; y, por otro lado, se vio obligado a corregir la interpretación que hacía Brod de su propia obra. En efecto, pueden observarse influencias de estas lecturas –que se juzgan cruciales y al mismo tiempo inamovibles– en manifestaciones posteriores de Mann. (A comienzos de los años treinta, cuando Brod buscaba recursos para la publicación de la obra de Kafka, Mann lo apoyó sin reservas, y cuando la redacción de Die Lebenden le preguntó por nombres de artistas injustamente olvidados, mencionó entre otros a Kafka.
Jugar al golf en traje de baño
En los diarios de Mann, sin embargo, se menciona a Kafka por primera vez en 1935. Son referencias breves, pero realmente entusiastas. Así, por ejemplo, el 4 de abril se dice: “Continué la lectura de La metamorfosis de Kafka. Yo diría que el legado de Kafka constituye la prosa alemana más genial de las últimas décadas. ¿Qué hay escrito alemán que, a su lado, no sea convencionalismo obsecuente?” Palabras fuertes, sin duda, pero a continuación no se encuentra nada más en las anotaciones privadas de Mann. Apenas el 5 de julio de 1935 se habla de una excursión al campo en la que, primero, intentó en vano jugar al golf en traje de baño, y después leyó El castillo.La declaración más amplia en relación con su colega de Praga procede de principios de 1940. El episodio es suficientemente conocido y se ha tratado repetidas veces. Me remito por ello a los hechos esenciales tal como los cita Jürgen Born en su excelente trabajo “Kafkas Bibliothek” (La biblioteca de Kafka).
El prólogo de Mann
En mayo de 1940, Mann recibió una carta de su editor norteamericano, Alfred Knopf, con quien trabajaba hacía años. En ese momento, los dos vivían en los Estados Unidos: Thomas Mann en Princeton y Knopf en Nueva York. Knopf estaba decidido a acercar El castillo de Kafka a los lectores estadounidenses. La primera edición apenas si había tenido eco y no había producido ganancia alguna. Se vendieron solo algunos miles de ejemplares aunque habían aparecido reseñas entusiastas. Knopf, empeñado en tener éxito, estaba convencido de la extraordinaria calidad de El castillo y la contaba entre las mejores obras de Kafka. Así surgió el plan de complementar la novela con un texto de Thomas Mann, que era conocido y admirado en los Estados Unidos y podía convencer al público norteamericano. Thomas Mann no aceptó en seguida; no porque no quisiera volver a Kafka sino porque estaba ocupado con otras cuestiones. Un mes después, el prefacio estaba listo.En el prólogo, Mann sigue el camino ya recorrido por Brod e interpreta todas las metáforas sociales como conceptos religiosos secularizados –o teológicos–, como indagación de los límites entre inmanencia y trascendencia por medio de protagonistas buscadores de la verdad pero débiles y perdidos, que están condenados al fracaso desde el comienzo. Además, sabe apreciar la posición ética de Kafka como artista, su entrega y el ascetismo que cuestiona toda actividad extraliteraria. Según Mann, allí hay una inflexibilidad que rinde honor a los grandes maestros espirituales que, en la búsqueda de la iluminación, desprecian la transitoriedad. Desde la perspectiva actual todo eso puede sonar un poco esquemático o ingenuo, si se tiene en cuenta que Walter Benjamin ya había señalado otros aspectos de Kafka y había criticado la obra de Brod. Benjamin sospechaba que Brod, amigo devoto y hábil patrocinador, había alisado el legado con el objetivo de que sólo quedara aquello que resultara aceptable para un receptor burgués ligeramente snob).
Kafka como mago
Los pasajes esenciales del prólogo de Thomas Mann tratan la lógica onírica de la narración. Así, según esta lectura, las obras de Kafka son en su conjunto una imagen construida según los sueños y en cuanto reproducción de visiones oníricas buscan tener un efecto cómico. Ahora bien, esa crítica, en principio inocente y positiva, distorsiona el proyecto kafkiano. A pesar de toda la intensidad verbal que enriquece el idioma alemán y lo eleva a regiones hasta entonces desconocidas, El proceso y El castillo son en última instancia obras muy raras que en primer lugar interpelan a los conocedores de lo inusual. Para Mann, Kafka es un mago que nos entretiene con prestidigitaciones.Es difícil imaginarse un juicio menos acertado. Por un lado, Kakfa de ningún modo imita el sueño y tampoco intenta poner en práctica una lógica onírica. ¡Más bien así ve la realidad que lo rodea! En sus obras, el mundo se revela como un sueño que ha sobrepasado el reino nocturno y se ha expandido a todas partes. Kafka no torna borrosos los límites entre lo racional y lo irracional, su opción es más radical: está convencido de que ese dualismo no es vinculante y nunca lo fue. Nos hemos acostumbrado a esas categorías y hemos creado una convención social para poder lidiar con el miedo a lo desconocido. Esto dice más sobre nuestras necesidades que sobre la realidad en la que vivimos. Para Mann era imposible aceptar tal concepción, tanto en sentido epistemológico como existencial. Su escritura estaba comprometida con el racionalismo y su estilo narrativo es una formulación exhaustiva, sencilla y elegante de los pensamientos.
Un ser humano se equivoca, tropieza o cae. Pero si se lo observa desde afuera, no cabe duda de qué está pasando. No es que en Kafka el mundo se haya descarrilado: nunca estuvo en sus carriles. De verdad puede ocurrir que un día lo arresten a uno sin decirle los motivos y después escuche que no ha pasado nada grave ni espectacular y que uno puede ir a trabajar tranquilo.
Reírse con Kafka
La risa kafkiana tiene también otra significación. Brod informa que Kafka, al leer en voz alta el primer capítulo de El proceso se habría reído como loco. ¿Esto quiere decir que la historia de Josef K es divertida y no debemos tomarla en serio? ¡Muy por el contrario! La risa de Kafka intenta disfrazar la incomodidad ante aquello que no se puede neutralizar de modo racional. Sus textos no son sentencias herméticas con un sentido inescrutable. Su significado es absolutamente evidente y nada permanece oculto al lector. Más bien intentan arrancar máscaras, revelar, echar luz, demostrar algo o incluso hacer que algo se manifieste. El problema es que el rostro de la realidad desnudado por Kafka es difícil de soportar. No es fácil aceptar que el mundo luce así, funciona así, se desarrolla a ese ritmo y que en él ocurren tantas cosas inauditas. La reacción al témpano que Kafka suelta en nuestro interior puede ser cualquier cosa: llanto, risa, espanto… pero ciertamente no la calma tal como Thomas Mann la exigía en la vida y en el arte. Por eso su relación con Kafka es positiva pero no enteramente aprobatoria.Dedicado a Adam Zagajewski
marzo 2025