El eco de Thomas Mann en Latinoamérica   Lecturas desde el margen

 © Alessandra Weber

Aunque la obra de Thomas Mann pueda parecer lejana al contexto latinoamericano, escritores como Carlos Fuentes, Julieta Campos o Blas Matamoro lo leyeron con atención y encontraron en él un modelo, un desafío, un referente. A través de estas lecturas, nos acercamos a un diálogo sutil entre dos mundos que, aunque distantes, se reconocen y se interpelan.

No cabe duda de que Thomas Mann es una de las figuras más grandes de la literatura europea del siglo XX. Aunque su obra parece lejana al contexto latinoamericano, varios escritores de la región —como Carlos Fuentes, Julieta Campos, Blas Matamoro y Juan García Ponce— lo leyeron con atención y encontraron en él un modelo, un desafío, un referente. Más que una influencia directa, Mann dejó huella en sus ideas sobre el papel del escritor en la sociedad, la tensión entre arte y moral, así como la herencia cultural europea vista desde Latinoamérica. A través de estas lecturas, nos acercamos a un diálogo sutil entre dos mundos que, aunque distantes, se reconocen y se interpelan.

Ni la novelista cubana Julieta Campos (1932-2007) ni el escritor argentino Blas Matamoro (1942) estuvieron cerca de conocerlo, pero ambos confesaron la enorme influencia que tuvieron los textos de Mann en los propios; Juan García Ponce (1932-2003), escritor mexicano, le dedicó un homenaje; y Carlos Fuentes (1928-2012), también escritor mexicano, incluso lo conoció, pero a la distancia. En cierto sentido, la relación de varios escritores latinoamericanos con Thomas Mann recuerda a la de Aschenbach con Tadzio en La Muerte en Venecia (1912): una mezcla de admiración, distancia y deseo de alcanzar algo que parece representar la perfección. Pero también —como en esa historia— hay un momento en que la mirada se vuelve reflexión, y el objeto admirado deja de ser solo modelo para convertirse en interlocutor.

En cambio, la relación de Thomas Mann con México es, en el mejor de los casos, lejana. Durante su exilio en Estados Unidos, Mann vivió en el barrio angelino de Pacific Palisades, a poco más de 200 km de Tijuana. Sin embargo, no hay constancia de que haya viajado a México ni a ningún otro país latinoamericano. Ni siquiera la sangre fue más fuerte que la geografía. Su madre, Julia da Silva Bruhns, de origen alemán, nació en Paraty, Brasil, donde vivió hasta los siete años. Y aunque Thomas Mann estaba consciente de esa “sangre latinoamericana” que corría por sus venas, nunca puso un pie en esa tierra del sur.

Un modelo de ética, estilo y figura del escritor

A pesar de ello, la figura de Thomas Mann —intelectual comprometido, estilista riguroso y símbolo de resistencia frente al totalitarismo— se convirtió en un modelo para varios escritores latinoamericanos del siglo XX. Julieta Campos, novelista cubana, identifica a Mann como una de las dos grandes voces literarias que marcaron su propia carrera artística. Campos rescata Los Buddenbrook, Doctor Faustus y, sobre todo, La montaña mágica como las obras que edificaron su perspectiva literaria:
 
La lectura de Thomas Mann me descubrió otra perspectiva que acabó por abrirse paso en mi trabajo literario mucho después.
Julieta Campo, en Letras Libres, 2012.
En Argentina, donde las traducciones de las novelas de Mann empezaron a aparecer tan temprano como 1930, el escritor y traductor Blas Matamoro ha sido un ávido lector y promotor de Mann en nuestra región. Buena parte de su trabajo se ha ceñido al estudio de los diarios de Mann, así como su relación con la literatura en español y lo mucho que le había encantado el Quijote. Su ensayo “Thomas Mann y la música” (2009) explora cómo la música no solo ambienta, sino que estructura y simboliza aspectos fundamentales de la narrativa de Mann. Analiza obras como Doctor Faustus, donde la música se convierte en una metáfora del alma alemana y sus conflictos.

Por su parte, el escritor mexicano Juan García Ponce es, entre muchas cosas, recordado por introducir al público mexicano a autores europeos hasta entonces conocidos como Robert Musil, Georges Bataille y el propio Thomas Mann, a quien rindió homenaje con el ensayo “Thomas Mann vivo” (1972). Unos años antes, en 1965, le dedicó unas palabras con motivo del décimo aniversario de su muerte. En ese texto, García Ponce se rinde ante el poder conmovedor de sus cuentos y novelas, y concluye que la verdadera magia de Mann radica en la capacidad de trascender fronteras —físicas, lingüísticas, culturales—, porque su literatura toca las fibras más profundas del ser humano:
 
Detrás de todas esa literatura enorme y grandiosa, se oculta la voluntad de mantener la posibilidad de la creación, en el más alto sentido de la palabra y por encima de todos los elementos críticos disolventes que la amenazan insinuando su imposibilidad como una obligación moral, esa obligación que es la única que conduce al artista del campo del espíritu puro al de la vida.
Juan García Ponce
Pero probablemente el punto álgido entre la Alemania de Mann y Latinoamérica ocurrió, de hecho, algunos años antes. En 1950, Carlos Fuentes tuvo un fugaz encuentro con el autor alemán en Zúrich. Fuentes, de entonces 21 años, coincidió con Mann —ya en el ocaso de su vida—, y aunque solamente lo observó desde lejos, reconoció en él su grandeza literaria y su profunda influencia en la literatura universal:
De “Los Buddenbrook” a las grandes novelas cortas a “La montaña mágica”, Thomas Mann había sido el amarre más seguro de nuestra atracción literaria latinoamericana hacia Europa.
Carlos Fuentes
Décadas después, Fuentes recordaría ese episodio en su ensayo “Un encuentro lejano con Thomas Mann”, publicado en El País en 1998. En el texto, relata cómo, mientras estudiaba en Suiza, vio a Thomas Mann cenando a lo lejos. Aunque no se atrevió a acercarse, ese momento lo marcaría profundamente. Mann encarnaba para él no solo una ética literaria, sino también una forma de estar en el mundo:
 
[…] no podía sino sentir que, a pesar de las vastas diferencias entre su cultura y la nuestra, en ambas —Europa, la América Latina; Zúrich, la ciudad de México— la literatura al cabo se afirmaba a sí misma a través de una relación entre los mundos visibles e invisibles de la narrativa, entre la nación y la narración.
Fuentes proyectó sobre Mann no solo admiración, sino también un ideal del escritor como conciencia crítica de su tiempo. Pero esa admiración no fue solo personal: también dejó huella en su obra. En La muerte de Artemio Cruz, publicada en 1962, resuenan varios de los temas que obsesionaron a Mann —la decadencia, la enfermedad, la memoria, el poder y la culpa—, así como un estilo que no teme al monólogo interior, a los juegos de tiempos narrativos ni a la construcción de personajes que encarnan una tensión entre lo individual y lo histórico. Como La montaña mágica o La muerte en Venecia, Artemio Cruz es también el relato de una descomposición: la de un cuerpo, la de una clase social, y acaso la de un país entero.

Modernidad y decadencia

En La muerte de Artemio Cruz, Carlos Fuentes recoge varias de las preocupaciones centrales de Thomas Mann y las traslada al contexto mexicano con una mirada crítica. Como en La montaña mágica, la enfermedad no es solo una condición física, sino una metáfora de una sociedad en crisis. Artemio Cruz, postrado en su lecho de muerte, rememora su vida desde un cuerpo que se descompone, del mismo modo en que el sanatorio de Davos se convertía en símbolo de una Europa decadente y en tránsito hacia el desastre. Además, al igual que en La muerte en Venecia, el protagonista es una figura ambigua, atrapada entre el deseo, la culpa y el deterioro físico, cuya historia personal se funde con el ocaso de una época. En ambas obras, el paso del tiempo no es lineal: se fragmenta, se recuerda, se vuelve sobre sí mismo. Fuentes adopta ese juego temporal —marca distintiva de Mann— para construir un relato en el que la memoria se convierte en campo de batalla moral e ideológico. Así, más que una imitación, Artemio Cruz es una reescritura desde el sur: toma el legado de Mann y lo transforma en una herramienta para pensar la historia convulsa de México.

La recepción e influencia de la obra de Thomas Mann en autores latinoamericanos es un testimonio del poder duradero de su literatura, pero también del diálogo complejo que Latinoamérica ha sostenido con el imaginario europeo. Más que una influencia directa, Mann opera como una figura de resonancia cultural: su obra despierta admiración, pero también invita a una lectura crítica desde el margen. En ese espejo se refleja tanto lo que Latinoamérica ha querido heredar como lo que busca transformar. Así, la literatura se vuelve un puente —pero también una frontera— entre tiempos, culturas y visiones del mundo.
 

También le puede interesar