Entre un orden multipolar y un mundo descentralizado

En la política mundial, las relaciones de poder existentes desde hace siglos están siendo reconfiguradas. En busca de un nuevo orden mundial multipolar, Brasil es uno de los estados que estimula la cooperación sur-sur. Pero, más allá de los esfuerzos oficiales, se están creando redes de la sociedad civil que abogan por un orden político mundial más horizontal e igualitario.

La Pax de Westfalia de 1648 estableció el orden de los estados nacionales, que hasta hace algunas décadas determinaron las relaciones de poder en la política mundial. Ésta se vio confirmada y reforzada de alguna manera a partir de la creación de los bloques de estados durante la Guerra Fría. A fines del siglo veinte se establece la Pax Americana, mediante la cual se reconfiguraron las relaciones de poder en la política mundial, con la hegemonía incuestionable de los Estados Unidos. Sin embargo, el dominio imperial norteamericano se mostró, como se sabe, menos estable y duradero de lo que se creía.

La Pax Americana fracasó, en gran medida, debido a sus propias contradicciones internas. En lugar de orientarse hacia la anunciada racionalidad, que tenía como fin de garantizar la paz mundial y el entendimiento entre los pueblos, el compromiso global norteamericano se reveló como caprichoso y errático. Fue motivado principalmente por intereses inmediatos de un complejo militar-industrial, en vez de por los objetivos declarados de difundir en el mundo la democracia y los valores humanitarios.

El balance es aterrador: en las pocas décadas de vigencia de la Pax Americana se produjeron nuevas guerras y formas antes no imaginadas de violación de los derechos humanos –tales como las prisiones de Guantánamo o Abu Ghraib, el fusilamiento sumario con drones, el espionaje en masa, entre otros– y un ahondamiento de las diferencias entre potenciales aliados.

Proyectos críticos

Las fisuras de la Pax Americana alimentaron proyectos políticos críticos, que buscaron establecer un orden mundial, que estuviera libre tanto de la división entre este y oeste como de la hegemonía del imperio americano. Aunque son múltiples y diversos entre sí, estos proyectos críticos pueden ser divididos en dos grandes grupos: por un lado, están aquellos que defienden un orden mundial multipolar, en el cual los diferentes países y bloques de países se dividen entre sí el control de la política mundial; por otro lado, están los que prefieren apostar por un mundo descentralizado, en el cual las fuerzas y los diversos actores –y no únicamente los estados nacionales– se controlan y se equilibran mutuamente.

Los defensores del orden multipolar se encuentran en distintas regiones del mundo y pueden tener como referencia principal, tanto a los bloques más recientes como BRICS (conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), así como también a la propia Unión Europea. Sobre ésta última, el conocido filósofo social alemán Jürgen Habermas, considera a la “vieja Europa” como fuente de legitimidad y poder para contener el belicisimo norteamericano. Los visionarios del mundo descentralizado se encuentran con mayor facilidad en el llamado “Sur global” y están dispersos en una multiplicidad de organizaciones no gubernamentales, instituciones académicas y think tanks.

Cooperación sur-sur

Pero, ¿cuál es el lugar que ocupa Brasil y cuáles son las oportunidades y posibilidades que se abren para que el país se afirme en estos dos escenarios – tanto en el multipolar como en el descentralizado? La respuesta, ciertamente, no es simple y aquí únicamente podemos dar un indicio para estimular futuras discusiones.

Desde el primer gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, iniciado en 2003, se puso mucho empeño en reposicionar a Brasil en el orden multipolar. Aquí se destaca la participación continuada e intensa de Brasil en los bloques comerciales y políticos latinoamericanos (sobre todo MERCOSUR y UNASUR), las presiones para el fortalecimento del G-20, el compromiso junto a los BRICS y los esfuerzos para establecer foros de cooperación con el IBAS (un grupo conformado por India, Brasil y Sudáfrica). Igualmente relevante fue el esfuerzo de Brasil por fomentar la cooperación sur-sur, ofreciendo fondos para financiar proyectos de desarollo, sobre todo en países africanos y en los vecinos estados latinoamericanos más necesitados.

Este esfuerzo de Brasil por construir un orden multipolar y al mismo tiempo buscar una posición relevante en el interior del mismo, no está exento de contratiempos. En primer lugar, implica una aproximación y un compromiso con socios como Rusia y China que, a pesar de ser aliados estratégicos desde el punto de vista político y económico, son amigos bastante incómodos cuando se trata de defender la democracia, la libertad y los derechos humanos. Más allá de eso, la importancia de Brasil en los bloques que configuran el orden multipolar depende directamente de su desarrollo económico, político y diplomático.

Mientras Brasil tenía una tasa de crecimiento anual de hasta un 7%, con Lula da Silva como presidente, un político reconocido internacionalmente, no fue difícil que Brasil mantuviera una elevada cotización en la política mundial. Pero, con Dilma Rousseff al mando, las acciones brasileñas en esta metafórica bolsa de valores simbólicos se desplomó. Las causas son evidentes: dificultades políticas internas, crecimiento económico mediocre y la incapacidad –o tal vez desinterés– de Rousseff para mantener el nivel de compromiso y exposición internacional alcanzado por Lula.

Redes y movimentos sociales

Por otra parte, si pensamos en las posibilidades de construcción de un mundo descentralizado en el cual no hay apenas estados y bloques de países, sino también actores de la sociedad civil, artistas, iglesias, comunidades científicas que definen los temas y las prioridades de la agenda global, el papel de Brasil continúa siendo crucial. Como ejemplo, podemos mencionar que la contribución de Brasil para luchar contra las asimetrías de poder en la política global es de gran importancia.

Pensemos en temas como el medio ambiente, la lucha contra el racismo, la igualdad de género o la calidad de vida en las ciudades. En todos estos casos, en los últimos años se han constituido en Brasil impresionantes redes de movimientos sociales, reuniendo a activistas, científicos, grupos indígenas y otros sectores tradicionales de la población. A partir de sus articulaciones transnacionales, estos movimientos vienen mostrando una gran capacidad para influenciar la agenda global, defendiendo posiciones mucho más avanzadas y progresistas que aquellas asumidas por el estado brasileño. Estas redes son parte fundamental de las tramas y los nexos de aquello que podría constituirse como un orden político mundial más horizontal e igualitario.