Olgária Matos: “Náufragos de la modernidad”

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Para la profesora titular de Filosofía de la Universidad de São Paulo (USP) y de la Universidad Federal de São Paulo (UNIFESP), el fenómeno de la aceleración del tiempo está íntimamente ligado al universo de las redes sociales.

En su último libro, Present Shock: When Everything Happens Now (Choque del presente: cuando todo sucede ahora), Douglas Rushkoff, profesor de estudios de los medios en la New School University de Manhattan y columnista de cibercultura del New York Times, afirma que los medios digitales abolirán la idea del mañana. Según su opinión, ¿el tiempo en la sociedad contemporánea dejó de ser un concepto lineal para dar lugar a una especie de “instante prolongado”, tal como lo sostiene el autor en su libro?

En efecto, la experiencia del tiempo subjetivo y objetivo se modificó completamente en el mundo contemporáneo. Y, sin duda, los fenómenos de aceleración del tiempo, de la concentración imaginaria en un presente sin espesor y de un espacio sin lugar, están ligados al universo de los medios digitales. Esa sustitución rápida de información y también nuestro gusto por las cosas nos lleva a un mercado de las novedades y, por lo tanto, nada permanece. Es como si el pasado desapareciera muy rápidamente y el futuro no llegara nunca. No podemos olvidar que necesitamos tiempo para distanciarnos del pasado, construir el presente y así poder imaginar el futuro. Pero, hoy por hoy, como esas barreras se han roto, pareciera que viviéramos en un presente continuo.

Es la utopía del aquí y ahora, como si todo estuviera cerca de la gente, sin las distancias simbólicas, espaciales, temporales, que teníamos en el pasado. Pero, todo eso es una gran ilusión. De hecho, podemos seguir a través del internet lo que está sucediendo al otro lado del mundo las veinticuatro horas del día en tiempo real, pero no tenemos que estar realmente presentes en dichos acontecimientos. Esto sin tomar en cuenta que el capitalismo contemporáneo está definido por la idea de lo descartable y a corto plazo. Nos encontramos en el momento de mayor falta de libertad que ha acontecido en la historia. No somos más libres para decidir el tiempo para hacer las cosas, cómo hacerlas o qué es lo que queremos hacer; y a los no se adaptan a ese ritmo de intensidad creciente los llaman “náufragos de la modernidad”.

Usted dice que hoy vivimos en un tiempo sin experiencia y carente de recuerdos. En este contexto del “aquí y ahora”, ¿cómo queda nuestra relación con el pasado y con el futuro, y cuál es el impacto que tiene en el día a día?

El mayor impacto se encuentra en relación con la construcción de nuestra identidad, porque ésta está hecha a partir de un conjunto de experiencias, entre otros factores. A partir del momento en que no tenemos más una memoria que posibilita el asentamiento de esas experiencias, es como si la gente no tuviera historia, es como si todo en nuestra vida estuviera siempre comenzando desde cero. De ahí esa especie de paradoja existencial, por la cual consideramos que el tiempo corre muy deprisa, y al mismo tiempo tenemos la impresión de que nada ocurre en nuestras vidas. Esa dificultad de transformar una vivencia en una experiencia por la falta de memoria compromete la constitución de nuestra historia personal. Así, no nos diferenciamos en cuanto sujetos, no tenemos más elementos para comparar lo que fuimos, lo que somos y lo que podríamos ser.

 Foto: Arquivo particular Foto: Privatarchiv A toda hora vemos a las personas haciendo fotografías con sus celulares en un sinnúmero de situaciones, muchas de ellas cotidianas, como la foto de un plato que se van a comer en un restaurante, o también haciendo “selfies” –expresión considerada la palabra en inglés más importante del año 2013 por el diccionario Oxford–. ¿Por qué hoy en día tenemos esa necesidad de registrar constantemente el tiempo?

En el siglo pasado, Walter Benjamin ya hablaba sobre la pobreza de la experiencia en el mundo contemporáneo, que es el mundo de las cosas intrascendentes. Con el paso del tiempo, las personas tienen mayor dificultad de diferenciar lo significativo de lo intrascendente. Es como si todas las cosas fueran equivalentes y no se tomara en cuenta que es necesario ver el tiempo en su totalidad, porque cuando no tengamos nada que contar, necesitaremos mostrar. Los selfies son una materialización de la pobreza de experiencias, porque, en general, no hay ninguna historia detrás de esas imágenes que están imbuídas en un narcisismo obsoleto. Ellas revelan el vacío de la experiencia.

¿Las diferencias culturales, e incluso aquellas regionales dentro de un mismo país, tienen la capacidad de influenciar nuestra percepción del tiempo?

¡Sí, sin duda! No hay que olvidar que un período histórico ha sido estructurado en tiempos diferentes. Probablemente los nómades del desierto y los pueblos del bosque, por ejemplo, viven en un tiempo diferente al de un habitante de una ciudad grande. Lo que pasa hoy en día es que tenemos la hegemonía de la temporalidad acelerada de los centros urbanos. Los medios digitales se han difundido y están en casi todas partes. Por ello, incluso quien vive en una pequeña aldea con acceso a los medios digitales termina siendo afectado por esa temporalidad.

Y el resultado es que esas comunidades comienzan a sentirse estresadas, a pesar de que no tienen los elementos de estrés presentes de forma material. Eso sucede porque ven pasar el tiempo, debido a que el material ingresado a la red se mantiene todo el tiempo en línea. Otro ejemplo es cuando se abren una tras otra ventanas en la pantalla de la computadora, creando un estado de dispersión. Pongamos el caso de Groenlandia, cuyo territorio pertenece en un 80 % a Dinamarca, con una población descendiente de los esquimales. Allí, la llegada de la televisión y de internet transtornó el tiempo mental de los jóvenes. Muchos de ellos van a Dinamarca sin suficiente experiencia para vivir en un mundo urbano y acaban cayendo en la marginalidad o en el tedio, porque no saben organizar su tiempo.

¿Por qué ya no aguantamos la espera?

Cuando la espera era una exploración del futuro, se acostumbraba a pensar que los acontecimientos estaban por llegar. En general, la espera se asociaba a una idea de esperanza, de imaginación, de afectos y de construcción de ese tiempo por venir. Hoy en día, como las barreras entre pasado, presente y futuro están diluidas, el tiempo de espera es un tiempo vacío, un tiempo de tedio que se arrastra, un tiempo estancado, sin esperanza. Hoy no compartimos largamente los acontecimientos, porque éstos se suceden todo el tiempo. Hay también un reemplazo muy rápido en el ámbito de las relaciones amorosas, e incluso las relaciones profesionales están fragmentadas. Ya no se trata más de “el” empleo de toda la vida. Todo eso tiene que ver con la cultura del exceso, de la caducidad, que esclaviza las personas. Vivimos un tipo de capitalismo que hace que las personas confundan el vacío como una carencia y la carencia como un objeto faltante, y eso nos conduce a la imposibilidad de convivir con el vacío y ser su artesano.