Respirar está permitido: la obra Nostress’Arte en Salvador



Un flashmob en una concurrida calle de Salvador de Bahía cuestiona el ritmo apresurado en el espacio público y anima a los transeúntes a reflexionar sobre la prisa cotidiana en la ciudad.

Estación Lapa: en la terminal de buses más grande de la ciudad Salvador hay actividad las veinticuatro horas del día. Cada día, quinientos mil pasajeros visitan la estación, la cual recibe un total de quinientos once buses diariamente. Ese fue el lugar donde tuvo lugar el flashmob de Ana Paula Mota, Gisele Lopes, Irênio Junior y William Soares, todos ellos jóvenes de Bahía. Al final, de allí surgió la obra interactiva Nostress’Arte.

La obra fue una de las finalistas de un concurso de Oi Kabum! Salvador – Escola de Arte e Tecnologia, uno de los programas desarrollados en Salvador por la ONG Cipó Comunicação Interativa, y que ofrece cursos de trabajo cultural y artístico para jóvenes de barrios pobres, estudiantes o egresados de las escuelas públicas.

Al comienzo estaba el deseo de crear una intervención en el día a día urbano que produjera confusión: la acción Nostress’Arte creó un embotellamiento de veinte minutos en uno de los pasos peatonales más concurridos del barrio Lapa. La elección del lugar no fue accidental: ningún otro lugar representa la identidad de Salvador mejor que la estación de buses Lapa. Según los jóvenes artistas, el comercio informal y la musicalidad son las características más representativas de este lugar.

“Aquí hay gente que vende de todo”, dicen: “agua, paraguas, palomitas de maíz”. Es un lugar de tránsito, con una fuerte presencia de trabajadores y estudiantes. El ritmo es frenético, y para llamar la atención de los transeúntes, los vendedores anuncian sus productos casi como si estuvieran cantando. La prisa inunda la atmósfera. Como contrapunto, los jóvenes organizadores del flashmob propusieron una pausa, un respiro.

Sí a “perder el tiempo”



En opinión de los artistas, la vida cotidiana es demasiado inflexible, las actividades rutinarias están demarcadas con demasiada claridad. “Queríamos romper la rutina, interrumpir el tiempo, llevar a la gente a perder el tiempo”, explican. La primera reacción del público fue de incomodidad. “Un hombre joven dijo que trabajaba en la alcaldía y que esto tenía que terminar en cinco minutos”, relatan. “Va a terminar”, respondió William Soares sin mostrar inseguridad. Otras personas de detuvieron a prestar atención a lo que estaba sucediendo, permitiéndose así una pausa en su camino.

“Queríamos dialogar con públicos diferentes, y por eso llevamos la propuesta del flashmob a un lugar de la ciudad donde la gente usualmente tiene poco acceso a la producción artística. El resultado fue maravilloso. Algunos reclamaron, diciendo que estábamos interrumpiendo el paso (¿del tiempo?). Otros entraron en el ritmo, acelerando o fluctuando según la música”, relata entusiasmada Ana Paula Mota. Durante el proceso de creación, una de las referencias del grupo fue la escena musical de la ciudad. “En Salvador, el movimiento es muy veloz”, dice William Soares, refiriéndose a los artistas y las canciones que ganan o pierden visibilidad en la escena musical local con mucha rapidez.

Tiempos rítmicos

El flashmob, que dio origen a la obra Nostress’Arte, reunió a un total de treinta jóvenes y cuatro grupos de street dance –Cw crew, Perfeito Amor, Passos y Styllo Black Crew– del Suburbio Ferroviario, región periférica de Salvador donde viven cerca de quinientas mil personas distribuidas en veintidós barrios.

Durante la intervención, los grupos presentaron una serie géneros musicales: break, pagode, vals, pop y axé, con el objetivo de mostrarle al público diversas experiencias de tiempos rítmicos. “Nuestra intención fue jugar con lo contemporáneo, con una mezcla de referencias, recorriendo el camino desde lo delicado hasta lo sensual”, explica Soares.

¿Dilatar el tiempo o vivir el instante?



La obra interactiva Nostress’Arte hizo uso de los lenguajes de la música, la poesía, la performance y la tecnología para dialogar con el público sobre el tiempo como emoción, sensibilidad, sensualidad, intuición y sentido del humor. Compuesta por un reloj dotado con un dispositivo que acelera o disminuye la velocidad de las manecillas, la obra utiliza los cuerpos de las personas como un instrumento de medición. En esta construcción artística, cuando dos cuerpos se aproximan, el tiempo se dilata, se expande o se vuelve más lento. Así, la velocidad de la experiencia humana del encuentro disminuye. La distancia física, por otro lado, acelera el tiempo interior y produce prisa y vértigo.

“Cuando me desperté ayer en la mañana, me di cuenta de que no tenía nada que hacer. ¡Increíble! Por primera vez, me di cuenta de que en las hojas de la palma que está en mi jardín viven abejas y hormigas. En todas partes palpita la vida, pero no nos damos cuenta”, dice con espanto Gisele Lopes. “No suelo pensar mucho más allá del presente. Es una cuestión de supervivencia, de aprovechar el tiempo. Nadie conoce su fecha de caducidad. Le doy mucho valor al instante”, añade. “Todo sucede demasiado rápido y tengo la costumbre de caminar deprisa. Hago todo al mismo tiempo. A veces me olvido hasta de comer. No percibo que respiro, lo hago inconscientemente”, dice Ana Paula Mota sobre sí misma.

“¡No estreses al arte, no te estreses!”. Para Irênio Junior, este lema del trabajo colectivo refleja el proceso de creación de la obra interactiva, concebida ella misma a un ritmo frenético, donde los jóvenes se veían permanentemente frente al desafío de enfrentar la “falta de tiempo” a fin de desarrollar su proceso de creación. “Es una manía de los jóvenes hacer muchas cosas al mismo tiempo. Trabajo en proyectos en lugares diferentes y el tiempo muchas veces en cruel. Voy a la playa cuando quiero descansar, no hacer nada. La playa es el único lugar donde no hay afán”, dice el joven artista.