Primavera de 1990
“De pronto aparecieron todos de nuevo”

Festejo de Fin de Año en 1989 junto a la Puerta de Brandeburgo. Exultantes, alemanes orientales y occidentales celebran el Año Nuevo juntos por primera vez en cuatro décadas.
Festejo de Fin de Año en 1989 junto a la Puerta de Brandeburgo. Exultantes, alemanes orientales y occidentales celebran el Año Nuevo juntos por primera vez en cuatro décadas. | Bernd Schmidt © wir-waren-so-frei.de

Un año después de que los berlineses bailaran sobre el muro, Alemania era un solo país. Pero ¿cómo experimentó la reunificación alguien que estuvo detenido en Hohenschönhausen? Sobre churrascos argentinos encontrados en la central de la Stasi, reencuentros inesperados y clubes berlineses.

“De pronto aparecieron todos de nuevo”

El cielo está encapotado. Allí donde por lo general se alzan solitarios los caballos de la cuadriga, bailan entre la niebla de los fuegos artificiales –como ya lo habían hecho el 9 de noviembre– las siluetas de exultantes hombres y mujeres de Berlín Oriental y Occidental. Han trepado a la Puerta de Brandeburgo, que ahora está enmarcada por dos pasos más, que llevan de un estado alemán al otro. Los berlineses y las berlinesas festejan con tanta alegría que la cuadriga debe ser restaurada con paciencia.

Las Navidades han sido apenas unos días atrás. Aunque son una fiesta familiar, en 1989 se convierten en una fecha simbólica, pues ahora los ciudadanos pueden atravesar la frontera sin visa. Hasta mediados de febrero se abrirán sólo en Berlín treinta nuevos pasos de frontera.
El muro delante de la Puerta de Brandeburgo. Mientras otros festejan, la conducción del SED (Partido Socialista Unificado de Alemania) ya está pensando en cómo sacar ganancias de partes del muro El muro delante de la Puerta de Brandeburgo. Mientras otros festejan, la conducción del SED (Partido Socialista Unificado de Alemania) ya está pensando en cómo sacar ganancias de partes del muro | Dagmar Lipper © wir-waren-so-frei.de

Después de más de un año de separación, Mario Röllig celebra las Navidades otra vez con sus padres. Entre las nubes de vapor de un baño termal, durante un viaje a Hungría en 1985, se enamoró... de un político de Berlín Occidental. Se encontraron en Berlín Oriental, una y otra vez, durante dos años en los que siempre aparecía como figurante, como observadora de su amor la agencia de seguridad de Alemania Oriental, la Stasi. Al final Mario Röllig junta fuerzas, intenta llegar a Berlín Occidental a través de Yugoslavia pasando por la verde frontera del sur de Hungría. Fracasa. En el centro de detención Hohenschönhausen, los días de tortura psicológica se extienden hasta el infinito. En 1988 le permitan abandonar la RDA. Para él, la caída del muro y el Fin de Año de 1989 están acompañados de sentimientos ambiguos.

“Lo interesante en mi caso es que por unos días la caída del muro no me causó ninguna alegría, porque de pronto aparecieron de nuevo todos los que me habían hecho la vida tan difícil. Por eso la noche en que el muro cayó no me alegré para nada. Mi padre llamó desde Berlín Oriental y me dijo: ‘Hijo, el muró ha caído’. Yo había tenido un duro día de trabajo, recién me había dormido. Entonces lo primero que le dije fue: ‘¿Estás borracho? ¡No está bien bromear con esas cosas!’ y colgué.” El padre de Mario Röllig vuelve a llamar: “Hijo, el muro cayó. ¡Enciende el televisor!” “Entonces encendí el televisor y aunque esa misma noche crucé por el paso de la Bornholmer Straße, abracé a mis padres por primera vez en casi dos años, al principio no tuve una sensación buena, sencillamente porque el muro no sólo me separaba de mi familia sino también porque me protegía de las personas que me habían hecho la vida tan difícil en la RDA.” El 31 de diciembre, Mario Röllig está festejando en la Puerta de Brandeburgo.

Esa noche los canales de televisión de la RDA y la RFA colaboran entre sí: informan alternadamente de un lado y otro de la Puerta de Brandeburgo. Por la pantalla pasan ondeando una y otra vez banderas de color negro, rojo y dorado. Los historiadores hablan de un “segundo giro” histórico, en el que se impone el deseo de una reunificación de los dos estados alemanes.
El muro es removido. El muro es removido. | Monika Waack © wir-waren-so-frei.de Mientras tanto, la dirigencia de la RDA ya está pensando en qué provecho comercial le puede sacar al muro. El 31 de enero comienza vender segmentos del muro a cambio de divisas. Hoy pueden verse en museos no sólo de Alemania y, partidos en pequeños fragmentos, se venden como souvenirs. Pero también se los usó como material de construcción para calles y autopistas, y así ahora comunican lugares que antes separaban. 

Asalto a la central de la Stasi 

Ya en diciembre, negras nubes de humo se levantan en el cielo de Erfurt. No se trata de festivos fuegos artificio. Las nubes salen de la chimenea de la central de la Stasi. Durante años, las vidas de muchos ciudadanos y ciudadanas de la RDA se repiten aquí en una versión desfigurada: sus costumbres, sus ideas políticas, sus sentimientos, sus relaciones, sus detalles más íntimos son registrados por los empleados y empleadas de la Stasi. Todo murmurado o en notas escritas, o incluso copiado por los propios vecinos, amigos, parientes o personas encontradas casualmente. La Stasi usa sus conocimientos como medio presión contra los propios ciudadanos.


Asalto a la central de la Stasi Asalto a la central de la Stasi | Jan Kornas © wir-waren-so-frei.de La desesperación y la rabia por los victimarios que pueden borrar sus huellas impulsan a las luchadoras por los derechos civiles y de las mujeres Gabriele Stötzer, Claudia Bogenhardt, Sabine Fabian, Tely Büchner y Kerstin Schön. Ellas lideran la ocupación de la central de la Stasi en Erfurt. Le siguen Rostock y Leipzig.
 
Seis semanas más tarde, el 15 de enero de 1990, supuestas fuerzas del Ministerio de Seguridad de Berlín, que ahora se llama Oficina de Seguridad, abren las puertas del lugar. Botas suben ruidosamente las escaleras, minutos después, por fin, los expedientes bajan revoloteando de piso en piso y planeando caen al suelo ante los ojos de los ciudadanos críticos del régimen, y con ellos también caen el miedo a las violentas agresiones de la Stasi y la sensación de impotencia. Este cambio de la impotencia al empoderamiento debe agradecerse sobre todo a las mujeres jóvenes de Erfurt, que anunciaron el final del control de la Stasi sobre los archivos policiales secretos.
 
Hallazgo de carne en la central de la Stasi Hallazgo de carne en la central de la Stasi | © picture-alliance/ ZB | Thomas Uhlemann Gracias a ellas y las personas que en esos días de invierno ocuparon las sedes de Rostock, Leipzig y finalmente Berlín, los archivos –que son pruebas de la violencia y la vigilancia y a la vez instrumento de opresión por parte de la Stasi– no fueron a parar todos a la trituradora de papel o al fuego, como lo había ordenado ya el 6 de noviembre el jefe de la Stasi, Erich Mielke. Si estos documentos se hubieran disuelto en letras y cintas no solo habría significado ocultar lo sistemático y el método del Estado del SED sino que además habría exculpado a los victimarios.

Hallazgos en la central de la Stasi Hallazgos en la central de la Stasi | © picture-alliance/ ZB | Thomas Uhlemann En la central de la Stasi los ocupantes abren bolsas llenas a reventar y encuentran una cantidad increíble de documentos. Después de años de tener que hacer fila para conseguir carne, fruta, azúcar y los productos más cotidianos, encuentran también allí cosas lujosas como carne de vaca argentina y un salón de peluquería propio. Entre las delikatessen acumuladas y la perplejidad, nace el sentimiento de una nueva época.

La ocupación del Ministerio en Berlín es el punto final de este gran proceso que comenzó en Erfurt. Hasta qué punto fue radical la transformación que se dio en ese momento –y lo rápido que la situación podía cambiar– puede verse en la única víctima de ese asalto: un desesperado oficial de la Stasi que se disparó a sí mismo durante la ocupación.

Salón de peluquería en la central de la Stasi Salón de peluquería en la central de la Stasi | © picture-alliance/ ZB | Thomas Uhlemann
Por su parte, los comités de ciudadanos, que ahora controlan las centrales de la Stasi, no saben bien qué ha de pasar con los expedientes. Se siguen destruyendo documentos. La ley de documentos de las Stasi, de finales de 1991, estipula que deben reunirse en un archivo y ser accesibles. Las víctimas pueden ver los expedientes, y los científicos estudiarlos.
 
Una multitud irrumpe en la central de la Stasi Una multitud irrumpe en la central de la Stasi | Jan Kornas © wir-waren-so-frei.de
La apertura de los archivos trae claridad. Las dudas sobre en quién se puede confiar y en quién no se disipan en el alivio o la decepción. Poco antes del giro, la Stasi tenía 190.000 “colaboradores no oficiales”: gente que le entregaba información personal sobre amigos, vecino o alumnos.

Después de que la exultante reunión de octubre animara un enorme sentimiento de libertad, algunos encuentros abren viejas heridas. “Personas que eran ciento por ciento fieles al SED fueron los primeros que estuvieron delante del mostrador de los bancos para recibir los cien marcos occidentales de bienvenida”, recuerda Mario Röllig.


Éxodos y exploraciones

El muro está abierto de par en par. Sobre el paisaje urbano invernal flota una sensación mixta de despedida y nuevo comienzo. Hasta poco antes de Navidad más de 200.000 ciudadanos y ciudadanas de la RDA se han mudado al oeste. Se apretujan, por ejemplo, en el campo de acogida berlinés de Marienfelde. Todos los presentes saben que el campo ya está lleno a más no poder y que probablemente la situación en la RDA se cada vez será más difícil. La falta de mano de obra se calcula en 250.000 trabajadores, los enfermeros y los médicos sólo pueden cuidar de modo precario de sus pacientes. 

En febrero, cuando el sol juega al verano unos días, muchos alemanes occidentales viajan a lugares que sólo conocen por las novelas de Theodor Fontane. Emprenden excursiones por la Marca de Brandeburgo, y acompañados espiritualmente por el señor Ribbeck llegan hasta la localidad del mismo nombre, en el distrito de Havelland. Los que están en el asiento del acompañante buscan en los mapas ciudades con nombres casi mágicos: Stralsund y Wismar para los fanáticos de Störtebeker, Quedlinburg y Görlitz para los aficionados a la historia y, por supuesto, también Leipzig y Dresden. A muchos el país les recuerda el de los años cincuenta, en espera de una época nueva que ha comenzado tiempo atrás. Hace mucho que las puertas de los carteles del Ejército Popular Nacional de la RDA están abiertas, los soldados están pescando... no quedan huellas de la anteriormente habitual severidad de los “órganos armados”. Los turistas del oeste vuelven con el estómago que les cruje, porque los pocos cafés, restaurantes y hoteles, si es que están abiertos en invierno, apenas dan abasto con la avalancha de visitantes.

“En aquel momento me parecía muy bien la isla de Berlín Occidental. Al principio tuve sentimientos confusos y melancólicos... se venía una nueva época. Pero a la vez en poquísimo tiempo y sin grandes proclamas cambiaron muchísimas cosas.” En las casas abandonadas del centro de Berlín Oriental surgieron los primeros clubs. “Se podían hacer muchas cosas sin tener que obtener permisos. Después de veintiocho años de parálisis–también en Berlín Occidental– era momento de festejar la libertad. En Berlín Occidental estábamos como estancados y en el oeste era todavía peor. ¡De pronto todo se ponía en marcha! Era momento de tomar la vida en las propias manos.”

Si antes muchas personas, en un país, jugaban al Monopolio y muchas, en el otro, al Burocratopolio, durante algún tiempo en clubs como el Tresor tienen lugar fiestas no comerciales y sin tanto trámite burocrático. En casas privadas surgen bares ad hoc, los moradores venden cerveza en botella desde las ventanas de la planta baja. La nueva década inspira nueva vida a las casas abandonadas del centro de Berlín Oriental. A sólo unos pasos de distancia de la antigua frontera, las ruinas y los edificios semiderruidos, símbolo de la parálisis, se convierten en lugares donde uno puede ponerse a prueba. “En la cultura de los clubs de aquella época no se trataba de algo económico o de consumo o de ganar dinero rápido, sino sencillamente de probar nuevas cosas y celebrar la libertad.”


Mientras la RDA se desmorona, en Berlín las fiestas se multiplican. Mientras la RDA se desmorona, en Berlín las fiestas se multiplican. | © picture-alliance ZB Manfred Uhlenhut Mario Röllig estaba a favor de la reunificación: “Después de mi fallida huida de la RDA y la detención en el centro Hohenschönhausen de la Stasi pensé: por fin el sistema está cayendo” Sin embargo, relata que en esa primavera desaparece el sentimiento de comunidad en Berlín Oriental y que por mucho tiempo no volvería. A pesar de los sentimientos encontrados, Mario Röllig sigue estando contento por su nuevo comienzo en Berlín Occidental, después de la caída del muro se ha concentrado en su vida personal y en el porvenir. “Por el momento cada uno debía ocuparse de sí mismo y de ver cómo sobrevivir”.

Sólo los posteriores encuentros con viejos compañeros de escuela y con las personas que a mediados de los ochenta habían vivido su coming out como varón gay le hacen revivir aquel sentimiento. “Nos encontrábamos en reuniones, lecturas, mesas redondas y películas y hablábamos de cómo había sido entonces. La liquidación de empresas hizo que muchos de mis amigos y sus familias perdieran toda estructura. Tuvieron que concentrarse en sobrevivir. Para muchos este fue un proceso agotador y triste, porque además percibieron el lado frío de la nueva sociedad.”

Mario Röllig describe cómo esos sentimientos, en algunas personas, se convirtieron en xenofobia. “Tenían miedo de que gente de Vietnam, que quería venir y quedarse en Alemania, de repente pudieran llegar a una posición mejor que la de ellos”. Unos años después, las imágenes más tristes de la Alemania unificada recorrieron la prensa: en las tapas de los periódicos, asilos para inmigrante en llamas.

Nuevas carreras y viejos lastres

Antiguos vecinos de los padres de Röllig, colaboradores de las autoridades del SED, de pronto fueron nombrados en cargos de superiores y directores de sección. “Una mujer que en la sección de Asuntos Interiores rechazaba los pedidos de salida del país, de pronto era jefa de la Oficina de Trabajo de Treptow-Köpenick. Pero gracias a Dios, mucha gente la reconoció y fue separada del puesto. Sin embargo, muchos otros, a través de influencias y contactos lograron ascender en el nuevo país y fueron consejeros municipales y hasta parlamentarios nacionales, ¡y habían sido espías de la Stasi!”

A comienzos de los años noventa Mario Röllig se concentra en sí mismo y a mediados de esa misma década aprueba una formación en comercio en la sección de cigarros del centro comercial Kaufhauses des Westens (KaDeWe). “En realidad todo estaba en orden. Yo tenía un compromiso social y colaboraba con la organización Berliner Aidshilfe, seguía siendo delegado sindical en la empresa pero no participaba activamente de la política. Después de 1989/90, durante muchos años no me interesó saber qué comunistas ejemplares seguían haciendo carrera en la Alemania unificada.” Röllig tomaría consciencia de esto de modo doloroso.

Recuerda bien la época anterior al momento en que, por amor y por la estrechez y moralina, abandonó la RDA pero muchos recuerdos de la detención, aunque están allí, siguen reprimidos. “El 17 de enero de 1999, todavía lo recuerdo bien, llegué por la mañana al trabajo: en el sexto piso monté mi exhibidor de cigarros. De pronto delante de mí hay un hombre de cuarenta años, de traje oscuro, piel bronceada y primero pensé que era alguien famoso. Fue un momento de iluminación: a este lo conozco. Y de pronto se me cayó la venda de los ojos: ¡es el oficial que doce años antes, en 1987, en la cárcel de la Stasi de Hohenschönhausen me humilló, me interrogó y me torturó psíquicamente! Cuando lo reconocí me puse pálido, empecé a temblar.” El antiguo oficial de la Stasi no reconoce a Mario. “Para mí fue como estar mirando a los ojos al mismísimo diablo. A menudo me había preguntado antes: ¿hacia dónde vas a apuntar la pistola si vuelves a ver a alguno de ellos? Pero es verdad, esas cosas sólo se pueden soñar o pensar pero no hacer.” Cuando sucedió en la realidad, otros pensamientos cruzaron como rayos la cabeza de Mario Röllig: “¿Le pegó un puñetazo en la cara? Se lo merece. Pero después pensé: ‘Mejor no, voy a perder el trabajo y un golpe en la cara traerá sólo un momento de satisfacción y no me va ayudar a reconciliarme con el pasado’”. A pesar de todo, Röllig quería saber cómo funcionaba ahora la mente del oficial. “Hasta entonces yo no me había puesto a reflexionar sobre el tema y no conocía a nadie que se hubiera disculpado con sus víctimas.”


En el centro comercial KaDeWe Mario Röllig se encuentra al oficial de la Stasi que lo torturó psicológicamente en la prisión de Hohenschönhausen. En el centro comercial KaDeWe Mario Röllig se encuentra al oficial de la Stasi que lo torturó psicológicamente en la prisión de Hohenschönhausen. | © picture alliance / dpa | dpa Cuando está por irse, Mario Röllig le da un pequeño tirón en la manga a su torturador. “Disculpe, ¡nos conocemos!” Y el hombre dice: “Ah, ¿de dónde?” “Usted era oficial de la Stasi en la prisión de Hohenschönhausen.” Röllig recuerda: “De pronto su cara amable se heló y dijo: ‘¿Sí, ¿y usted qué quiere de mí?’ Nadie me ayudó, probablemente las personas del centro comercial también estaban estupefactas. Le conté quién era, que en 1979 por un intento de fuga me detuvieron y me interrogaron. Que él solicitó entre dos y ocho años de prisión para mí porque, supuestamente, con el intento de fuga había traicionado a mi patria. Y de pronto él empezó a hablar más fuerte y a gritar que si yo no comprendía que había estado en prisión justamente. ¿De qué tenía que disculparse él. El arrepentimiento es para los niños, dijo”. El hombre se dio la vuelta y partió.

En ese momento resurge todo lo vivido, todo lo que Mario Röllig pensaba que ya había procesado: “Es que estaba escondido muy adentro del alma”. Sale al pasillo del sexto piso y comienza a gritar. La enfermera de la empresa le da un tranquilizante y lo manda a casa. “En casa me enfermé de verdad. Tomé una sobredosis de somníferos. Me encontró, rodeado de los frascos vacíos de pastillas, un amigo con el que había quedado en encontrarme esa noche. En el hospital me reanimaron, pero ya no tenía ánimos de vivir porque me preguntaba para qué, si gente como ese oficial de la Stasi tenía una vida tan buena en nuestra Alemania reunificada.”

Röllig no quiere hablar con los médicos. Ellos no saben qué hacer, pues tanto en el mundo personal como en el laboral todo parece estar bien. En una conversación con los padres, el médico principal se entera de que Mario Röllig, de joven, había estado detenido por “fugitivo” en la prisión de la Stasi de Hohenschönhausen. “Sabía que yo tenía un trauma y vino a mi habitación con un folleto del memorial de ese lugar. Me dijo: ‘Muchacho, si no quieres vivir más significará que ellos logaron lo que querían. No para todos pero sí para ti lo mejor es que vayas allí y cuentes lo que viviste. Después te sentirás mejor’. Y eso es lo que hago ya desde hace veinte años”, dice Röllig.