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Las burbujas de información y el ocaso de los hechos

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Gráfica: Bernd Struckmeyer

Alguna vez se esperó que Internet democratizara el discurso social: hoy, si el tema es la influencia que ejerce la digitalización en la política, se hablará ante todo de fake news y burbujas de filtro. ¿Qué pueden hacer los periodistas para recuperar la confianza perdida? ¿Y qué pueden hacer los ciudadanos para volver a establecer entre sí un diálogo más consistente? Sobre este tema debatieron aquí los periodistas Robert Misik, de Austria, y Antony Loewenstein, de Australia. Su correspondencia digital estuvo libre de franqueo y los lectores puede seguir dando su opinión en el campo de comentarios de esta página o en Facebook, Twitter e Instagram bajo el hashtag #portofrei. Geraldine de Bastion moderó el debate.

Geraldine de Bastion Foto: Roger von Heereman / Konnektiv
Geraldine de Bastion: El 4 de diciembre de 2009 marcó un cambio de paradigma en Internet: Ese día Google comenzó a crear perfiles personales para cada usuario y a filtrar individualmente los resultados de sus búsquedas. El activista de Internet Eli Pariser lo describió como el comienzo de la era de “visiones del mundo personalizadas” y para eso acuñó el término de “burbuja de información” o “burbuja de filtro" en su libro El filtro burbuja. Cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos.

La progresiva individualización se muestra cuando se nos aparece una publicidad dirigida especialmente a nosotros, algo que también sucede en herramientas supuestamente neutrales, como los motores de búsqueda, que estamos obligados a usar para navegar por el medio informativo número uno, que de otro modo sería inmanejable.

El proceso de customizing es un servicio omnipresente. En lugar de enciclopedia del acontecer mundial, Internet es un special-interest-paper. Por todas partes lo primero que encontramos es de algún modo un “yo especular aritmético”, diagnostica Eli Pariser en su libro. Y eso también en nuestros perfiles de redes sociales, que, se supone, deberían unir en lugar de separar. Gracias a nuestros clics, los algoritmos saben cada vez más sobre nosotros. Y nosotros mismos terminamos enredándonos online cada vez más en nuestras propias tendencias: a los usuarios se les muestra en Internet sólo lo que encaja con su perfil, su visión del mundo, sus firmes convicciones.

Algunos críticos de esta teoría afirman que la “burbuja de filtro” o de “información” no es un fenómeno puramente digital sino que ya está presente en cada ser humano. Uno considera el mundo desde su perspectiva, se rodea de personas que piensan igual y lee sólo lo que confirma su opinión.

¿Cómo perciben la burbuja de filtro? ¿Es un fenómeno online u offline? O incluso, ¿existe la burbuja de filtro?
 
Robert Misik Foto: Helena Wimmer
Robert Misik: Por supuesto que hay burbujas de filtro. No es necesario discutir sobre eso. La cuestión es más bien la interpretación que se les da: ¿las burbujas de filtro nos encapsulan más de lo que ya estábamos? Planteada así, la cuestión se vuelve más compleja.

Las sociedades modernas están compuestas de múltiples subgrupos que se diferencian en el modo de vida, las convicciones políticas, el estilo personal, etc. Zonas urbanas centrales, suburbios proletarios, clase media baja de la periferia, los súper ricos en sus barrios privilegiados, la ciudad grande, la ciudad pequeña, el pueblito... En la vida real, los habitantes de cada una de esas subcomunidades rara vez entran en contacto con los de las otras, y si lo hacen, es de un modo superficial.

Con la comunicación digital, sea en las redes social, sea en los foros u otros medios online, esta lógica se ha reforzado pero también se ha quebrado. Reforzado porque si encajamos con el criterio de una comunidad de opinión somos bombardeados cada vez más con mensajes que fortalecen las opiniones imperantes en esa comunidad. Eso lleva a un endurecimiento de las posiciones, a una mirada más estrecha. Pero, por supuesto, este es solo una aspecto de la verdad. En los medios sociales y en los foros podemos ver diariamente las opiniones de los demás Nos enfrentamos a posiciones que, de otro modo, no percibiríamos. A menudo se desatiende esto cuando se habla de la burbuja de filtro.
 

Antony Loewenstein Foto: Reuben Brand Antony Loewenstein: Una de los aspectos más peligrosos de la sociedad moderna es la falta de empatía con las personas desfavorecidas. Esta enfermedad pudo surgir porque ahora percibimos nuestra vida sólo dentro de nuestra propia burbuja. Lo que sólo leemos online y no vemos con nuestros propios ojos, sumado a lo que vemos y experimentamos en nuestra cotidianidad, disminuye nuestra capacidad de aceptar a las personas que, desde nuestra visión, lucen o suenan extrañas. Por eso resulta muy fácil que alguien esté en contra de recibir refugiados de Medio Oriente o de África, cuando a su alrededor experimenta él mismo la inseguridad económica y el odio racial y cuando el viejo, confiable periódico y el locutor de la televisión o también su amigo le dicen que hay que tener miedo de lo extranjero porque significa una amenaza para nuestra vida. Para resistir a ese impulso hay que ampliar lo que uno consume y valora diariamente. Por cierto, la tendencia ya se daba antes de la época de Internet y los medios sociales, pero es verdad que ahora es mucho más fácil rodearse online únicamente de personas que piensan igual que uno.

Lo he vivido en mi trabajo. Cuando voy como periodista a Gaza y le digo a la gente que no me siento amenazado como judío por los pobladores o el gobierno islámico surge de inmediato una actitud de desconfianza. Al fin y al cabo, durante décadas los medios han difundido que los palestinos son de por sí violentos y los musulmanes quieren matar a todos los judíos. Esta creencia errónea solo puede corregirse explicando una y otra vez la verdad y denunciando la imagen distorsionada que se ha propagado durante décadas.

El ascenso de Donald Trump, el Brexit y, sobre todo el creciente nacionalismo de Europa, Australia y los Estados Unidos me han llevado a leer más, a escuchar más e informar más sobre esos movimientos que causaron este terremoto político. Si en un gesto desdeñoso se despoja a Donald Trump de su cargo, eso no hará que automáticamente desaparezcan sus seguidores. En lo personal no conozco a nadie que haya votado por Trump o por el Brexit, y tampoco tengo nada que ver con los nacionalistas blancos que odian al Islam, pero me parece muy interesante descubrir qué impulsa a esas personas.
 
Geraldine de Bastion Foto: Roger von Heereman / Konnektiv
Geraldine de Bastion: Los últimos meses a menudo intenté salir de mi burbuja de filtro dialogando con conocidos de amigos y seguidores de seguidores. La mayoría de las veces la conversación terminó enseguida, cuando me tiraban por la cabeza “Make Amerika Great Again” u otras consignas. Los argumentos basados en hechos no tenían eco.

También el columnista Sascha Lobo, se arriesgó a sumergirse en lo “otro” para el reporte llamado Manipuliert, que se transmitió en mayo. Su hallazgo: hay un aprovechamiento de las distorsiones de nuestra percepción y nuestra memoria. En Internet es especialmente fuerte el efecto de arrastre así como la “hiperemocionalización”: los medios sociales son medios del sentimiento. En consecuencia, los posts y comentarios indignados se difunden mucho más y mucho más rápido. Su recomendación: usar las plataformas con mayor reflexión y consciencia. Cuanto más sepa alguien sobre el modo de funcionamiento de las tecnologías, menos posibilidades habrá de que sea manipulado.

Lo que intentamos nosotros como individuos lo hace #ichbinhier como colectivo. El grupo de Facebook actúa contra los mensajes de odio y amenazas en Internet. Su actividad consiste en escribir y poner "me gusta" a comentarios respetuosos, de modo de hacer visibles en la red esas posturas. Su intención es mejorar el clima de discusión en Facebook.

¿Qué experiencias han tenido ustedes? ¿Cómo se pueden buscar y sostener discursos constructivos fuera de la burbuja de filtro?
 
Robert Misik Foto: Helena Wimmer
Robert Misik: Hablando con franqueza, no tengo tiempo de establecer y sostener debates online fuera de la burbuja de filtro. Se necesita tiempo para, primero, sacar al interlocutor de la posición agresiva-defensiva, típica del mundo online, y llevarlo a un diálogo basado en la confianza. Y después hay que pasarse medio día escribiendo.

Sin embargo, por experiencia sé que es muy difícil sostener conversaciones online que superen las fronteras del ámbito propio y de las comunidades de opinión. La comunicación basada en la red desencadena agresión, grosería, el placer de la polémica en sí y endurecimiento de las posiciones y no fomenta para nada, por el contrario, la necesidad de cortesía, responsabilidad, o la disposición de ver en el interlocutor algo más que el autor de un texto, es decir de ver en él a una persona en potencia simpática (algo que en la vida “normal” offline resulta natural). Para las personas en general, es decir para usted y para mí, es válido decir: offline somos agradables, pero online somos monstruos. Esto también tiene que ver con que online hablamos no sólo con personas sino delante de personas, es decir que cada acto comunicacional tiene observadores que también leen lo escrito. Ya esto convierte todo diálogo en un combate de exhibición.

Pero tengo claro que también en las redes sociales la comunicación “positiva” puede ser efectiva. Por un lado, es verdad que en las redes sociales uno recibe atención mucho más fácil si actúa de modo negativo, siempre indignado y polémico. Pero a la vez es verdad que con el tiempo esto molesta a muchas personas y que la comunicación positiva puede tener su “efecto contagioso”.
 

Antony Loewenstein Foto: Reuben Brand Antony Loewenstein: Si queremos vivir y trabajar fuera de nuestra burbuja de filtro, primero tenemos que reconocer que hasta ahora nuestro campo visual estuvo limitado y debemos cambiar la perspectiva. Estoy orgulloso de ser liberal, pero no dejo de considerar espantoso el modo arrogante con que algunos miembros de mi sector se conducen en las discusiones políticas.

Tomemos la guerra de Irak de 2003, el conflicto político de mayores consecuencias del siglo XXI. Innumerables periodista, comentaristas y político de todo el mundo, supuestamente serios, apoyaron la invasión ilegal de Irak y la ocupación del país, entre ellos muchas personas de pensamiento progresista. Todos cometieron un error fatal pero ninguno sufrió ninguna consecuencia que tuviera efectos en su carrera política o profesional. Y exactamente estas personas hablan ahora en favor de los bombardeos de Siria, Libia, Irak y Afganistán. De esta experiencia radical aprendí que no sólo debemos desenmascarar las mentiras y el fanatismo de nuestros enemigos sino también poner a prueba nuestra propia postura, tanto en nuestra conducta online como en nuestro ámbito personal.

Decir la verdad puede tener efectos muy amplios. Si Wikileaks hubiera existido en 2003 y se hubieran hecho públicos los diálogos conspirativos, basados en mentiras, entre George W. Bush y Tony Blair sobre la guerra, ¿no se habría logrado, tal vez, impedir la guerra?

La elección de Donald Trump como presidente me llena de horror, pero las noticias falsas no me preocupan más que quince años atrás. Los medios sociales se encargaron de que los que piensan igual se encerraran y se aislaran sistemáticamente de personas que tienen otra opinión. Como sea, pienso que este pensamiento de grupo es mucho más amenazador cuando se trata de la paz o la guerra y de todos los millones de vidas humanas que se han llevado las medidas de seguridad reforzadas y la lucha contra el terrorismo desde el 11 de septiembre.

Nuestra meta debería ser discutir entre nosotros de modo constructivo y esclarecedor evitando las ofensas personales. De ningún modo podemos tener la arrogancia de creer que tenemos alquilada la verdad y que los demás, por ejemplo, los partidarios de Trump, del Brexit o de Marine Le Pen todos sufren de delirio.
 
Geraldine de Bastion Foto: Roger von Heereman / Konnektiv
Geraldine de Bastion: En Internet nos enfrentamos con algoritmos de Facebook y voces fuertes que provienen de la cámara de eco de la derecha. Como lo afirmó Misik, no todos tiene el tiempo y la energía para involucrarse en un intercambio plural de opiniones. ¿Necesitamos nuevas herramientas para asegurarnos un ágora digital?

Vea la contribución semanal completa de la moderadora Geraldine de Bastion en formato de video:
 
Robert Misik Foto: Helena Wimmer
Robert Misik: Para empezar plantearía la cuestión de hasta qué punto la tecnología misma es la que define el tono. Si tenemos la sensación de que en esos debates online algo no funciona como debería... ¿se debe a las personas? ¿Se debe a la época? ¿O se debe a la tecnología misma?

Vea la contribución semanal completa de Robert Misik en formato de video:
 

Antony Loewenstein Foto: Reuben Brand Antony Loewenstein: Siempre tenemos que mirar por fuera de nuestras fronteras políticas. Según mi opinión, la mejor manera de hacerlo es hablar con gente que piense distinto, personalmente y online.

Vea la contribución semanal completa de Antony Loewenstein en formato de video:
 
Geraldine de Bastion Foto: Roger von Heereman / Konnektiv Geraldine de Bastion: Estoy de acuerdo con Antony. Las iniciativas periodísticas surgidas en los últimos diez años, que tienen como principio una concepción de verdad basada en la investigación, son proyectos de avanzada y prometedores, por ejemplo Correctiv, en Alemania, o The Intercept, que ya mencionó Antony en su colaboración de video.

En el mismo principio está basado Bellingcat de Eliott Higgins: una red de investigación que con la ayuda de información disponible online, abierta, analiza, por ejemplo, el uso de armas en la guerra civil de Siria. El equipo evalúa fotos y videos que son accesibles públicamente e intenta esclarecer allí donde otros sólo especulan. Esto podría ser un principio a seguir y también una capacidad que yo desearía tuvieran todos los especialistas y no sólo ellos: la capacidad de cuestionar la información y ponerla en contexto y no sencillamente tomarla sin confirmación.

¿Cómo hacer para que cada vez más usuarios de Internet desarrollen esa competencia? Una condición es, naturalmente, la educación, que siempre lleva a una mejor capacidad para abordar los medios.

También estoy de acuerdo con Antony en que, más allá de todos los justos reparos frente a las burbujas de filtro, hay otro aspecto de los medios sociales que es igual de importante: allí chocan opiniones que en la vida real casi nunca se rozan: en una charla Ted, Megan Phelps-Roper cuenta que creció en la Iglesia Bautista de Westboro y pasó su niñez predicando contra los homosexuales, los judíos y otros grupos que esa iglesia define como malvados. Fue a través de Twitter que ella aprendió a entender poco a poco otras perspectivas y a reflexionar críticamente sobre sus creencias.

Todos los días miro un poco las conversaciones de Twitter y a veces me horrorizo de la perspectiva que tienen los demás... pero también me satisface saber que por lo menos los percibo. Así se muestra la diferente influencia que tienen sobre el discurso las diversas plataformas y su formato: si es raro que en Facebook se produzcan encuentros con con gente que pertenece a otro lugar del espectro político, en Twitter esos encuentros se producen regularmente.

Desde mi perspectiva precisamos tanto las estructuras de los medios, es decir las plataformas, como la competencia para usar esos medios y dar la propia opinión. Robert tiene razón con su escepticismo respecto a la realización de esos principios. Tal vez necesitamos

1. más promoción de plataformas abiertas y más presión sobre plataformas como Facebook

2. más promoción de nuevos principios periodísticos y

3. por fin una correcta educación de medios en las escuelas.

¿Qué demandas plantearían ustedes?
 
Robert Misik Foto: Helena Wimmer Robert Misik: Por supuesto que en muchas cosas coincido con Antony, pero me gustaría plantear algunas objeciones, o algunas pruebas en contrario que no debemos perder de vista.

Obviamente es fantástico que grupos disidentes, insatisfechos y demás funden sus propios medios, y mejor aún es cuando esos medios logran ganar un número relevante de lectores y lectoras. Pero justamente en el contexto de nuestro tema no podemos ignorar que en la mayoría de los casos se trata de medios que llegan a un grupo de destinatarios reducido y que casi siempre de por sí buscaban ese tipo de medios

Lo que hay cada vez menos son medios de masas en el sentido positivo de la expresión, es decir, que tengan un público lector amplio, diverso, que comuniquen distintas partes de la sociedad, porque, idealmente, se encargan de que tengamos una base común de información, de temas establecidos.

Un gran problema, que contribuye a una “cultura de la unidad” en los medios mucho más que los anuncios del sector energético, de los que hablaba Antony, me parece que este otro: lo que solemos ignorar son las obstáculos invisibles que hay en general para convertirse en periodista profesional. Mi impresión es que esos obstáculos son cada vez mayores. La formación es cara, el acceso a un puesto de trabajo se hace esperar mucho tiempo, en muchos países hay que estar dispuesto a hacer prácticas largas, sin salario o con salarios malos. ¿Quién puede afrontar esos costos? Los chicos de la clase alta o de la clase media alta. Entonces, la mayoría de los que llegan a tener una oportunidad son jóvenes, blancos, ricos. Así entre quienes están en condiciones de seguir nuestra realidad con su escritura hay una monocultura. Pueden ser personas encantadoras con las mejores intenciones, pero tienen una perspectiva que les inherente y no es la del hijo del inmigrante que creció con la ayuda social.

Todo esto significa para mí que no existe la “solución”, el remedio milagroso con el que podamos resolver el problema.

Necesitamos buenas becas para periodistas jóvenes, discriminación positiva, viviendas accesibles en las capitales (donde se concentran los medios), necesitamos también modelos de financiación pública de los medios, a través de los cuales los medios grandes y ya establecidos puedan mantener sus estándares de calidad y los medios nuevos, contraculturales,puedan desarrollar un periodismo innovador, sin que esto signifique inmiscuirse en los contenidos. Necesitamos soluciones inteligentes, sea para crear nuevos medios sociales sea para usar mejor los existentes, es decir, de un modo en que todos saquemos provecho, no sólo Zuckerberg. Y, probablemente, miles de otras ideas.
 

Antony Loewenstein Foto: Reuben Brand Antony Loewenstein: En esta época nos ahogan las relaciones públicas, y el que sufre las consecuencias es el periodismo. Según una encuesta reciente, en los Estados Unidos hace quince años, por cada periodista había dos relacionistas públicos, hoy hay 4, 8. El resultado es que la opinión pública se ve sacudida cada vez por declaraciones de prensa que se hacen pasar por noticias, y esto simplemente porque faltan periodistas que analicen críticamente el acontecer diario.

Un camino para contrarrestar esta preocupante tendencia sería proteger con dinero público la diversidad del periodismo. Pero una prensa auspiciada por el gobierno no es la única solución. Más bien tenemos que aprender a abandonar nuestra burbuja de filtro a una edad lo más temprana posible. Resulta urgente darle valor a una competencia mediática desde el jardín de infantes y después en las escuelas y las universidades y enfatizar la importancia de un periodismo responsable e incisivo. A todos nos haría bien repetir como un mantra la sentencia del periodista Claud Cockburn: “No creas nada hasta que esté oficialmente desmentido”.

En el procesamiento de las afirmaciones diarias que vienen de los círculos gubernamentales y empresariales habría que dejar que opere tranquilamente un buena porción de escepticismo. No habría que creerle a ningún periodista porque ocupa un puesto privilegiado. El periodista, más bien, debería ganarse el respeto por su modo de informar, porque agudiza nuestra mirada de la sociedad y genera empatía en aquellos que han sido silenciados u olvidados.

A pesar de la vertiginosa expansión de las redes sociales de la última década, para hacer que los hombres reflexionen, sigue siendo mucho más efectivo el contacto personal que retwittear una afirmación o compartir un post de Facebook. En suma: ¡hablen con la gente que tiene otra posición política que ustedes! Vayan a las mesas redondas donde haya escritores y políticos con los que no están conformes y pasen menos tiempo online.

¡Ah, y un par de consejos para la vida sana: disfruten del sol, lean un libro, vayan a comer con un amigo y no compartan sus comidas en Instagram!
Geraldine de Bastion Foto: Roger von Heereman / Konnektiv Geraldine de Bastion: Estas últimas semanas discutimos sobre las burbujas de filtro. Entre otras cosas, definimos el concepto y tematizamos las estructuras técnicas. Abordamos los modos de funcionamiento de las cámaras de eco y la responsabilidad individual de animarse a salir. Hablamos sobre la posibilidad de poder quebrar la “burbuja de filtro offline” mediante las redes sociales, y sobre posibles nuevos modelos de periodismo.

En comparación con nuestro anterior debate sobre el tema “hogar”, esta vez la discusión lamentablemente no nos llevó fuera de la burbuja de filtro. Si bien la contribución en video de Robert Misik fue vista por casi mil personas, no surgió una discusión en los medios sociales. Las únicas reacciones estuvieron vinculadas a los participantes del debate pero no al contenido de la charla.

A pesar de esto, espero que estas contribuciones se usen como referencias para futuros debates, aunque sea sólo por las demandas y propuestas concretas que se pusieron de manifiesto. Y sobre todo espero que los lectores tengan ganas de participar en el próximo debate, en los comentarios, en Twitter o Facebook. La próxima vez discutiremos sobre valores, sobre la democracia y qué significa concretamente para cada uno de nosotros. ¡Discutamos juntos... a mediados de septiembre!