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Conversación con Carolina Botero
“Los perdedores son los pobres”

Carolina Botero, de la Fundación Karisma de Colombia, habla sobre democracia e inequidad, sobre las falacias del enfoque tecnopositivo en la política pública y sobre la necesidad de educar críticamente en tecnología.

De Camilo Jiménez Santofimio

Directora de la fundación Karisma y líder en la investigación y búsqueda de soluciones en la intersección entre tecnología y desarrollo social, Carolina Botero ha tenido un rol determinante en la vigilancia del diseño y la ejecución de la política pública con enfoque tecnológico. Recientemente, su trabajo copó titulares por cuenta de las críticas de Karisma a la corona app que lanzó el gobierno de Iván Duque y por abordar a un congresista que buscaba prohibir el uso de celulares en las escuelas, sin considerar que, en especial en las zonas rurales, esos dispositivos tienen un rol más bien positivo, tanto en lo educativo como en la seguridad de los estudiantes.

¿Qué se le pasa por la cabeza cuando oye hablar de “crisis de la democracia”?

Es difícil. La globalización viene produciendo cambios en las nociones de democracia y soberanía. Hoy, por ejemplo, tenemos sectores privados muy fuertes, con capacidades y poderes que nunca habían tenido. Nunca antes se hacía dinero y se reunía poder tan rápidamente: Google y Facebook son casos obvios. Todo eso hace que hoy las inequidades se vean más marcadas que cuando nos entendíamos solo como Estados nacionales. Son tiempos de transformación de nuestras lógicas y de ahí está surgiendo una democracia distinta que no sabemos a dónde va.

¿Podría ahondar en lo que dice sobre las inequidades de hoy?

Al reflexionar sobre la democracia y los cambios que vivimos yo me pregunto siempre quiénes son los perdedores. Y la respuesta es que son los pobres. Con un Estado nacional en crisis y un sector privado enorme, son ellos los que sufren. Eso es algo que me interesa porque ahí hay una posibilidad de trabajar desde la convergencia entre tecnología y desarrollo social, que es la misión de Karisma.

¿Cómo se conjuga eso —tecnología e inequidad— en un país como Colombia?

Aquí las cosas son muy contradictorias. En América Latina, en todos los indicadores, Colombia aparece en el promedio. Pero al revisar los datos, surge otra realidad: tenemos una deuda brutal de inequidades. En la intersección entre la tecnología y la sociedad, sucede lo mismo con las mediciones. En penetración de internet, Colombia está en el promedio, en uso de internet, también, etcétera. Pero si miramos con cuidado, aparecen las inequidades. La penetración es mayor en ciudades que en lo rural. Las mujeres, los indígenas y los pobres tienen menos acceso a internet. Son inequidades terribles.

Estos son problemas comunes en América Latina. ¿Cuáles son las razones?

En el caso colombiano hemos visto algo particular. El país dice estar en la cresta de la ola en materia digital y el gobierno habla de Economía Naranja (economías culturales y creativas) y anuncia que vamos a ser el Silicon Valley de la región. Hay un discurso tecnosolucionista y tecnopositivo muy impresionante, que justo por eso choca con las diferencias que esas políticas no abordan. Para mí, el problema grave es que tomamos decisiones políticas en Bogotá, buscando tener impacto afuera. Carecemos de aproximaciones diferenciales en la política en todos los campos.

Ustedes también han criticado fuertemente la corona app que lanzó el gobierno colombiano. ¿El diagnóstico aquí es similar en cuanto a la aproximación?

Sí. En Colombia, el 50 por ciento de la población no está conectada, y la mayoría de los conectados no tienen un celular de alta gama, ni una conexión que permita un uso de datos amplio. Entonces, salir como gobierno a decir que la gran solución a la pandemia es la corona app es contraevidente. Vuelvo a lo que había dicho antes. Esa app la hicieron desde la ciudad, para el hombre blanco de Bogotá de entre 20 y 50 años. Revela un gran desconocimiento de la población. En Colombia, por solo darle un ejemplo, los indígenas todavía usan sms y los viejos y las personas más pobres no manejan un smartphone.

¿Cómo aporta Karisma a la mejoría social de la política pública en tecnología?

De nosotros muchos esperan que también seamos tecnosolucionistas o tecnopositivistas. Pero cuando ven que nuestra mirada está vinculada a los derechos humanos y la justicia social, nos consideran un palo en la rueda, casi opositores. Pero se equivocan. Lo que buscamos es tecnología para el desarrollo, para fortalecer la democracia, para la superación de las brechas.

Otra parte del debate sobre el futuro de la democracia en un mundo digital tiene que ver con el problema de la opacidad. ¿Cómo lo abordan en Karisma?

La opacidad está en la naturaleza de la tecnología, pues no todo el mundo la entiende. Hay algo que se llama el efecto de caja negra: no sabemos cómo funciona un computador, pero nos da lo que queremos. Eso no excluye, sin embargo, la posibilidad de la manipulación, y si no eres ingeniero, no sabes en realidad si la hay. Ahí se esconden desafíos muy grandes en asuntos de transparencia y desarrollo. Por ejemplo, en las elecciones en Colombia estamos trabajando con la Misión de Observación Electoral (MOE) para auditar los procesos tecnológicos involucrados: ¿quién define los algoritmos? ¿Con qué fin?
 
Para terminar, ¿qué opinión tiene del concepto de fake news y estupidez colectiva?

Soy escéptica del término fake news porque confunde muchas cosas. Es un costal en que se puede meter todo y es peligroso porque no es lo mismo la manipulación de noticias en el contexto electoral que la manipulación en la salud. Depende del tema y, además, para mí nada de eso es nuevo. La manipulación, darle la vuelta a la realidad, no es nuevo. Lo que hubo en el plebiscito por la paz en Colombia en 2016 se dio por radio y por altavoz, no por redes sociales. Estamos en deuda de pensar bien qué es lo que queremos llamar fake news. Si me preguntan, yo diría que deberíamos obviar esa etiqueta y admitir que nuestra deuda es con la educación. En América Latina somos malos educando. No generamos espacios para educar críticamente, tampoco en la tecnología. Así, no tenemos ciudadanos con capacidad crítica suficiente.

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