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Las bibliotecas como “tercer lugar”
Estar en casa fuera de casa

La biblioteca municipal en Mülheim del Ruhr, un hogar fuera de casa
Biblioteca municipal de Mülheim del Ruhr | Foto: © Eva Härtel

Las bibliotecas han sido y son lugares donde encontrarse y comunicarse. Pero también tienen que cambiar si la sociedad se transforma. ¿Qué pueden hacer para que la gente siga encontrándose a gusto en ellas en pleno 2019?

De Isabelle Sawatzki

El sociólogo estadounidense Ray Oldenburg acuñó en la década de 1990 el concepto del “tercer lugar”. El término hace referencia a espacios para la vida social y la interacción creativa situados entre el “primer lugar”, o sea la casa propia, y el “segundo lugar”, o sea el puesto de trabajo o el centro educativo.

Se trata de espacios a los que se puede llegar y acceder fácilmente, acogedores y cómodos. Otro de sus rasgos es que los usuarios de un “tercer lugar” no están obligados de ningún modo a quedarse allí. Llegan y se marchan cuando quieren. Se trata de un sitio para estar en casa fuera de casa, por lo que a menudo ocurre que los visitantes de un “tercer lugar” perciben la misma cálida sensación de pertenencia que en su propio hogar. Notan que en ese lugar hay algo de ellos mismos; pasar tiempo allí les sirve para renovar la mente y cobrar fuerzas.

Un lugar abierto para todo el mundo

Las bibliotecas cumplen en muchos puntos la definición usual de un lugar de este tipo, y desempeñan un papel social de gran calado al poner a disposición pública espacios para actividades diversas. Las crisis financieras y la digitalización han contribuido a que estos últimos años hayan crecido las cifras de usuarios. Muchas personas carecen del dinero suficiente para poder permitirse un ordenador propio con conexión a Internet. Por esa razón, acuden a la biblioteca para utilizar los aparatos que se encuentran disponibles allí.

Un grupo nutrido de visitantes es el de los denominados “internautas”: escolares y estudiantes que utilizan la biblioteca como un lugar de aprendizaje y para estancias diarias extensas. Un rasgo común de los internautas radica en que no establecen límites claros entre los usos o búsquedas por razones de estudios y los de carácter privado. En vez de realizar en el PC de la biblioteca conectado a Internet búsquedas solo para los estudios, tienen abiertas a la vez varias ventanas de navegación: Wikipedia para las tareas de clase, la página web de un operador turístico para las próximas vacaciones y la programación de eventos de la ciudad para esa misma tarde. La vida del estudio y la vida social cohabitan en el mismo sitio.

La biblioteca del siglo XXI, por lo tanto, no es solamente un “tercer lugar”, sino una combinación del primer y el segundo lugar. Ofrece espacios con un ambiente de bienestar en los que se puede trabajar y estudiar, pero también encontrarse con amistades y dedicar tiempo a aficiones personales.

¿Qué pueden hacer las bibliotecas para llegar a ser un “tercer lugar”?

Kate Meyrick, del Horney Institute de Australia, ha hecho un listado de las diez cosas que una biblioteca tiene que poner en práctica para consolidar a la larga su papel de “tercer lugar”. Para ella, un factor totalmente decisivo es el de que haya también una oferta gastronómica. La idea es que las personas se reúnan allí planificándolo, pero también casualmente. Las bibliotecas deben estar abiertas a nuevas ideas y ser conscientes de la imagen conjunta que ofrecen, de la marca que representan. Si no consiguen todo esto, aconseja Meyrick con un guiño, “más les conviene asegurarse de tener el mejor café de la ciudad”.

Durante décadas ha estado prohibido comer y beber en las bibliotecas. El mayor terror del personal era encontrarse los estantes llenos de vasitos de café desechables usados. En muchas bibliotecas de Alemania, sin embargo, los refrigerios y el café son ya un elemento fijo de la estancia en ellas, y las bibliotecas de nueva planta incorporan ya siempre en su arquitectura una cafetería.

De siempre se ha comido y se ha bebido, aunque fuera a escondidas

Si hacemos caso al politólogo Robert Putnam, las comunidades se fundamentan en la interacción social. Las personas entran en contacto mutuo y van formando redes sociales. En su libro “Bowling alone”, Putnam, basándose en 500.000 entrevistas, muestra que hoy en día las personas es menos frecuente que pertenezcan a alguna organización, conocen peor a sus vecinos, se encuentran menos a menudo con las amistades y se distancian también con frecuencia de sus familias. Las bibliotecas pueden asumir un papel importante en este punto reuniendo a personas y fomentando la interacción.

El papel de las bibliotecas hoy va más allá de limitarse a coleccionar información y ponerla disponible. Más allá de ello, ofrecen un lugar confortable y acogedor en el que las personas pueden leer, aprender y establecer contactos entre ellas. Y es esa combinación de, por una parte, soportes, bases de datos y acceso a ordenadores y, por la otra, actividades hechas en común lo que fomenta la implicación social y comunitaria. 

Opinión similar es la de Claudia vom Felde, directora de la Biblioteca Municipal de Mülheim an der Ruhr: “Los fondos y el préstamo van a seguir perdiendo relevancia, pero ganará importancia el fomento de la competencia lectora y en medios de comunicación. También hace falta un lugar que sirva como centro de reunión y de estancia. En el ámbito de la biblioteconomía se está hablando ya de un renacimiento del espacio. A fecha de hoy, la biblioteca está asumiendo ya también la función de un lugar de carácter social”.

Las bibliotecas ofrecen condiciones ideales para convertirse en un sitio donde “estar en casa fuera de casa”. En cualquier caso, sigue ahí el reto de crear un clima de bienestar sin forzar a consumir.

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