Hannah Arendt y Carl Schmitt  Arendt y Schmitt: la razón intelectual frente a la dominación autocrática

Hannah Arendt y Carl Schmitt con una balanza al centro
Hannah Arendt y Carl Schmitt con una balanza al centro

En estos tiempos en que resurgen tendencias autocráticas en diversas partes del mundo, las lecciones contrapuestas de Schmitt y Arendt mantienen una vigencia inquietante y, a la vez, seductora. Recordar sus divergencias teóricas y políticas nos lleva a pensar otra vez qué significan la condición humana y la apuesta por la libertad en una época asediada por las sombras del despotismo y la deshumanización totales.

El siglo XX fue el escenario de una crisis radical de las realidades y categorías políticas, tanto clásicas como modernas. Las dictaduras totalitarias, en particular el nazismo y el estalinismo, pusieron en cuestión nociones como soberanía, ley y poder, despojando de cualquier límite moral y sentido humano a la convivencia social. Dos intelectuales alemanes, Carl Schmitt (1888–1985) y Hannah Arendt (1906–1975), ofrecieron lecturas distintas —y en ciertos aspectos antagónicas— de esa crisis.

Ambos reflexionaron sobre la erosión de las democracias liberales y el advenimiento de nuevas formas de autocracia y orden social, pero lo hicieron desde marcos teóricos, posiciones políticas y actitudes éticas divergentes. A partir de sus respectivas interpretaciones y posturas sobre la dictadura totalitaria, este ensayo recupera a Arendt y Schmitt como arquetipos y trayectorias intelectuales que sintetizan modos opuestos de comprender y vivir la relación entre poder, ley y libertad, vigentes ante los retos y transformaciones del mundo actual.

La apuesta por la dictadura, el reclamo de pluralidad

Con su origen católico, provinciano y pequeño burgués, Carl Schmitt fue el prototipo del joven académico que se abre paso entre las normas e instituciones del Imperio alemán y la joven República de Weimar. Sus preocupaciones intelectuales y políticas —y, desde cierto punto de vista, existenciales— están marcadas por la experiencia de la violencia desatada en Berlín, Baviera y otras regiones germanas entre el ocaso imperial y la alborada republicana. Las decisiones personales y académicas de Schmitt evidencian la preocupación por comprender y reforzar los fundamentos e instrumentos de un orden estatal capaz de pacificar y representar a la comunidad nacional.

El núcleo del pensamiento schmittiano remite a la primacía de la decisión sobre la norma. Frente al liberalismo parlamentario, que concibe la política como un espacio para la deliberación racional sobre bienes y asuntos públicos, y al derecho como un conjunto de procedimientos impersonales, Schmitt afirma que toda constitución se funda en un acto de voluntad política. La ley, según él, necesita un poder que la garantice, y ese poder se manifiesta plenamente en la excepción, cuando el soberano suspende el derecho en nombre de la preservación del Estado. Ante semejante desafío, el pensamiento schmittiano —entonces en su fase temprana de desarrollo— visualiza en la dictadura una categoría jurídica y política capaz de expresar el momento en que el orden legal se suspende para garantizar su propia supervivencia.
 
La teoría schmittiana de la dictadura se transforma en una teología política del poder absoluto, donde el soberano —aun vestido con ropajes republicanos— sustituye a Dios como garante del orden.
En La dictadura (1921), Schmitt distingue entre dos tipos: la dictadura comisaria, que actúa en nombre del orden vigente (como en la Roma republicana), y la dictadura soberana, que busca instaurar un nuevo orden jurídico. Esta última se vuelve central en su pensamiento posterior, donde el soberano se define como “aquel que decide sobre el estado de excepción”. En este marco, la dictadura no es necesariamente ilegal, sino el momento en que el poder constituyente se revela. Schmitt ve en la dictadura una respuesta legítima ante el caos y la desintegración del orden liberal de Weimar.

Esta concepción lo llevó, en la década de 1930, a justificar la concentración del poder en el líder como forma de restablecer la unidad política. En textos como El Führer defiende el Derecho (1934), Schmitt interpreta la acción de Hitler tras la Noche de los Cuchillos Largos como una decisión soberana que restablece la justicia más allá de las normas jurídicas formales. De este modo, la teoría schmittiana de la dictadura se transforma en una teología política del poder absoluto, donde el soberano —aun vestido con ropajes republicanos— sustituye a Dios como garante del orden. Semejante postura —que inicialmente pretendía ser una crítica parcial al liberalismo político, sin cuestionar sus expresiones económicas ligadas al capitalismo— termina ofreciendo una legitimación intelectual del totalitarismo.

Hannah Arendt frente al totalitarismo

Desde otras coordenadas, Hannah Arendt —formada en la tradición alemana, pero desde el seno de la comunidad y cultura judías— ofreció una visión radicalmente distinta de la dictadura y del poder. En Los orígenes del totalitarismo (1951) —a juicio de Thomas Meyer, la lectura primigenia necesaria para adentrarse en el conocimiento de su obra— Arendt distingue entre las formas autoritarias o dictatoriales clásicas y los regímenes totalitarios modernos. Mientras la dictadura tradicional concentraba el poder político en un individuo o grupo —al tiempo que conservaba la distinción entre gobernantes y gobernados—, el totalitarismo destruye esa distinción, absorbiendo todos los ámbitos de la vida social dentro de una lógica y estructura de poder concentrado, irrestricto y brutal.
 
El pensamiento arendtiano representa una rehabilitación del poder comunicativo y no coercitivo, y una crítica frontal a los regímenes dictatoriales.
Para Arendt, el totalitarismo no es una simple forma de dictadura más intensa, sino un fenómeno nuevo: un sistema que aspira a la dominación total, a la eliminación de la espontaneidad y de la pluralidad humanas. En este sentido, la dictadura —en su acepción clásica— todavía pertenece al campo de la política, aunque sea una política degradada; el totalitarismo contemporáneo, en cambio, destruye la política misma. Arendt no niega que existan situaciones de emergencia en las que se suspenden ciertas libertades, pero rechaza la idea de que la excepción pueda convertirse en fundamento del orden. Para ella, la política auténtica no nace del poder soberano ni de la violencia, sino de la acción concertada entre iguales y del reconocimiento de la pluralidad como condición de la vida pública. En oposición a Schmitt, que entiende la política como una relación amigo–enemigo, Arendt la concibe como el espacio donde las personas aparecen unas ante otras para hablar y actuar en común. Por ello, el pensamiento arendtiano representa una rehabilitación del poder comunicativo y no coercitivo, y una crítica frontal a los regímenes dictatoriales.

A partir de lo anterior, las diferencias entre Schmitt y Arendt pueden sintetizarse en torno a tres ejes fundamentales: a) los fundamentos del poder, b) el tipo de nexo que liga la ley con la política, y c) las interpretaciones ante un régimen autocrático. En cuanto al fundamento del poder (a), para Schmitt este nace de la decisión soberana que define la excepción; para Arendt, emerge del acuerdo y de la acción plural entre las personaslibres. Si abordamos la relación entre ley y política (b), Schmitt sostiene que la ley depende del poder; en Arendt, el poder legítimo solo existe cuando se ejerce dentro de un marco de legalidad compartido, fruto del consenso y de la acción común. Por último, en lo relativo a las posiciones frente a ladictadura (c), Schmitt la concibe como una forma necesaria de asegurar el orden frente al caos; Arendt la ve como un síntoma de la desintegración de la política y el preludio de su aniquilación total.

Dos trayectorias personales

En suma, de cara a los legados del violento siglo XX, Schmitt es el pensador de la decisión autocrática; Arendt, la filósofa de la pluralidad democrática. Sus obras encarnan dos respuestas antagónicas al colapso del liberalismo: la búsqueda de autoridad y unidad en el primero; la reconstrucción del espacio público y de la libertad en la segunda. Pero la obra intelectual difícilmente puede desligarse de la opción política personal. En este sentido, las trayectorias arendtiana—de la academia de su natal Alemania, por la resistencia y el exilio, hasta su regreso a la academia en su nuevo país de acogida, Estados Unidos— y schmittiana—circunscrita al mundo académico, pasando por periodos de auge, declive e insilio, siempre en Alemania— no pueden ser más divergentes.

Las diferencias entre Schmitt y Arendt no fueron solo teóricas: se reflejaron en sus trayectorias personales frente al nazismo y, en general, frente a las experiencias totalitarias y democráticas. Schmitt, tras la caída de la República de Weimar, vio en el ascenso de Hitler la posibilidad de restaurar la unidad política perdida. En 1933 se afilió al Partido Nacionalsocialista y fue nombrado presidente de la Asociación de Juristas Alemanes. Su apoyo al régimen se expresó en escritos donde defendía la eliminación de los “enemigos del Estado” y el papel del Führer como fuente del derecho. Aunque hacia 1936 cayó en desgracia dentro del propio partido —acusado de oportunismo y de antisemitismo insuficiente—, nunca renegó de su adhesión inicial ni expresó arrepentimiento. Su pensamiento siguió girando en torno a la defensa de la soberanía como poder decisorio, incluso después de la guerra. Para entonces, vivió una suerte de insilio en su residencia de Plettenberg, que con el paso del tiempo se convertiría, además de en refugio, en sitio de peregrinación y reunión dediscípulos y admiradores—de derecha e izquierda— del pensamiento schmittiano.

Hannah Arendt, en cambio, sufrió directamente la persecución nazi por su origen judío. Detenida brevemente por la Gestapo en 1933, huyó a Francia y luego a Estados Unidos. Su exilio la llevó a reflexionar sobre la ruptura de la tradición política occidental y la necesidad de repensar la libertad a partir de la experiencia de la pérdida. En obras posteriores, como Eichmann en Jerusalén (1963), analizó la banalidad del mal y la obediencia burocrática que hizo posible el genocidio. Su pensamiento se configura, así, como una respuesta ética y política al totalitarismo que Schmitt había ayudado, teóricamente, a legitimar. Arendt propuso reconstruir el espacio público desde la responsabilidad individual y la capacidad de juicio, frente a la obediencia ciega al poder soberano.

Resulta relevante identificar dos actitudes constantes en la biografía de ambos personajes que los contraponen ante un asunto clave de las dimensiones pública y privada de la vida humana: la lealtad a determinados valores y a sus semejantes. Arendt supo implicarse intelectual y prácticamente en la defensa concreta de las personas frente a cualquier forma opresiva de organización colectiva y orden político; lo cual no le impidió preservar un espacio de encuentro, diálogo y afecto con un académico comprometido con el nazismo como Martin Heidegger. Schmitt, por su parte, fue acrecentando una actitud negativa hacia la comunidad judía —fuente de apoyos e interlocutores relevantes en sus años formativos—, ejemplificada en la deslealtad hacia colegas que, como Hans Kelsen, apoyaron su inserción en los predios académicos de Weimar. Además, Arendt apostó por la defensa de la república y de la sociedad abierta; si bien estuvo dispuesta a discutir las formas, logros y pendientes de los regímenes democráticos concretos, a ambos lados del Atlántico. El antiliberalismo de Schmitt se expresó en actitudes variables frente a la defensa de la democracia, privilegiando siempre la necesidad de un orden fuerte, desdeñoso de deliberaciones y consensos, que paulatinamente lo condujo a abrazar, por una mezcla de cálculo y convicción, el totalitarismo nazi.

Dos caminos divergentes


Desde sus respectivas estaturas y legados intelectuales, Hannah Arendt y Carl Schmitt representan dos caminos divergentes ante la crisis de la modernidad política. Schmitt, atrapado en una lógica decisionista y autocrática de la soberanía, terminó ofreciendo una justificación intelectual de la dictadura y del poder absoluto, subordinando la ley a la voluntad del líder. Arendt, desde su exilio y su reflexión sobre el totalitarismo, elaboró una defensa de la libertad y de la acción política como espacio de aparición y pluralidad. Mientras Schmitt vio en el nazismo una restauración de la autoridad frente al caos, Arendt lo entendió —de la mano con el estalinismo— como forma de aniquilación de toda política y de toda humanidad.

La comparación entre ambos revela que el debate sobre dictadura y democracia no es solo una cuestión jurídico-institucional, sino una confrontación ética y filosófica sobre el sentido mismo de la política: ¿se funda esta en la decisión soberana o en la convivencia plural? Y, desde ahí, ¿cuál debería ser la postura coherente —en tanto compatibilidad de contexto, contenido y sentido de pensamiento y acción— de cualquier persona intelectual formada en las condiciones, imperfectas pero reales, de un régimen pluralista y una sociedad abierta?

Ante la crisis de la democracia liberal de entreguerras —problema que repetido hoy, en un nuevo contexto— emergen dos posturas claramente contrapuestas: la crítica democrática a la democracia arendtiana se ubica en las antípodas del juicio autocrático contra la democracia schmittiano. Arendt defiende los fundamentos de la libertad democrática consagrados por el liberalismo, pero celebra instituciones y acciones, participativas y deliberativas, capaces de expandir su potencial. Schmitt transita del cuestionamiento plausible de las debilidades de la democracia representativa, a su doble negación —en tanto componente liberal y auténticamente democrático—en formas iliberales cesaristas y plebiscitarias y, finalmente, en el abrazo al antiliberalismo totalitario.

En estos tiempos en que resurgen tendencias autocráticas en diversas partes del mundo, las lecciones contrapuestas de Schmitt y Arendt mantienen una vigencia inquietante y, a la vez, seductora. Recordar sus divergencias teóricas y políticas nos lleva, en última instancia, a pensar otra vez qué significan la condición humana y la apuesta por la libertad en una época nuevamente asediada por las sombras del despotismo y la deshumanización totales.

Bibliografía

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  • Arendt, H.(2004)Sobre la revolución,Alianza Editorial. (Publicada originalmente en1963)
  • Arendt, H. (2006).Los orígenes del totalitarismo,Alianza Editorial. (Publicada originalmente en 1951)
  • Arendt, H. (2009).La condición humana,Paidós. (Publicada originalmente en 1958)
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  • Schmitt, C. (2001): “ElFührerdefiende el derecho”en Aguilar, Héctor O. (compilador),Carl Schmitt. Teólogo de la política, México: Fondo de Cultura Económica,pp. 114-118(Publicada originalmente en 1934)
  • Schmitt, C. (2009).Teología política,Trotta. (Publicada originalmente en 1922)
  • Schmitt, C. (2013).La dictadura: Desde los comienzos del pensamiento moderno de la soberanía hasta la lucha de clases proletaria, Alianza Editorial.(Publicada originalmente en 1921)
  • Ullrich, V (2025)Elfracaso de la República de Weimar: Las horas fatídicas de una democracia, Taurus
  • Weitz, E (2019).La Alemania de Weimar.Presagio y tragedia, Turner Noema.