Lo bizarro de la política actual se refleja en el uso de humor de dudosa calidad, en la subversión de los ritos tradicionales y en una dinámica de confrontación permanente. Cuando lo histriónico, lo burdo o lo grosero dejan de ser meros artificios electorales y se convierten en una actuación estratégica y planificada, pueden poner en riesgo la institucionalidad e incluso el Estado de derecho.
El gobernador de Minas Gerais, uno de los estados con una participación significativa en el Producto Interno Bruto de Brasil, come plátanos con cáscara como forma de criticar la alta inflación. La diputada federal más votada del país en las últimas elecciones lleva una peluca rubia en el podio, para invocar irónicamente el "lugar de expresión" al pronunciar un discurso transfóbico. Senadores de la República lanzan, sin ningún reparo, ataques misóginos explícitos contra el titular del Ministerio de Medio Ambiente. El alcalde de una ciudad del interior del estado de São Paulo, que tiene casi cinco veces más seguidores en Instagram que la población total que gobierna, anuncia la "guerra entre Israel e Irán" como una gran oportunidad para los exportadores de fertilizantes de la región. Un video de la alcaldesa de una ciudad del norte del país, bailando en bikini, se viraliza en redes sociales y su perfil consigue más de un millón de seguidores en 24 horas.Brasil ha experimentado una serie de escenas políticas inusuales en los últimos tiempos, que no pueden entenderse como un aspecto inofensivo y excéntrico de la vida pública nacional. Lo que presenciamos en el período histórico actual, bajo un estado de inercia entre votantes y ciudadanos, es un fenómeno: lo inusual ya no es solo un artificio electoral, un instrumento para atraer votos, sino que ahora forma parte de la vida institucional y política como una puesta en escena estratégica y planificada que sustenta el auge de la extrema derecha.
Rarezas calculadas
La cuestión de qué constituye la rareza en la política brasileña actual intriga a los investigadores, pero existe una línea de pensamiento y reflexión casi unánime: la “rareza” ha adquirido nuevos contornos y plantea graves riesgos para la democracia cuando se asocia con la institucionalidad, las políticas públicas y, obviamente, con un político electo: un líder con el poder de tomar decisiones en nombre de la mayoría.Lo extraño, lo espantoso, lo inaudito, siempre ha existido. Dicha percepción depende de lo que se considera normal, observa Luciana Villas Bôas, profesora del Departamento de Literatura Anglo-Germánica de la Universidad Federal de Río de Janeiro. “Esta distinción, entre lo que escapa a categorías desconocidas y lo que encaja en lo que esperamos, tiene una historia”, explica. Es nuestra tarea, añade la profesora, intentar comprender lo específico del momento histórico que vivimos. Y este momento es único y peligroso. “Estos actos extraños parecen espontáneos, pero están calculados: es una forma de escenificación de los populistas de extrema derecha”, añade.
Según Villas Bôas, el populismo “es una tendencia inherente a la democracia desde la antigüedad, pues invoca el principio de la soberanía popular y siempre está ligado a la narrativa de que las élites han traicionado al pueblo. Esto termina generando una oposición muy fuerte entre el establishment y el pueblo”, afirma la profesora. El problema, continúa, surge cuando populistas como Donald Trump, por ejemplo, llegan al poder y continúan criticando a la élite política, de la que irónicamente forman parte. “Junto con esta postura tan extrema, entre el pueblo y la élite, existe una descalificación sistemática de las instituciones. Esta actitud antiinstitucional contra toda forma de mediación está estrechamente vinculada a lo que llamamos rareza o extravagancia”, dice Villas Bôas.
Amenaza al Estado de Derecho democrático
La investigadora fue invitada a formar parte del grupo “Normalizando la Extrema Derecha” de la Universidad de Kiel, Alemania, dirigido por las profesoras Paula Diehl (Kiel) y Birgit Sauer (Viena). El estudio, finalizado en febrero de 2025, evaluó el populismo de extrema derecha en tres episodios: el intento de invasión del Reichstag en Alemania, en 2020; la invasión del Capitolio en Estados Unidos, en 2021; y los atentados del 8 de enero de 2023 en Brasil, en los que los edificios de los Tres Poderes fueron tomados y vandalizados en Brasilia.“La invasión de Brasilia destruye la arquitectura del poder; va literalmente en contra de la permanencia de determinada configuración de poder. Todo esto contribuye a la normalización de la extrema derecha y representa un riesgo muy grave y real para las instituciones democráticas y el Estado de Derecho. Eso es lo que está en juego. Y esto se está normalizando”, advierte Villas Bôas.
“Mala educación”
En el contexto actual de crisis democrática, afirma Guilherme Casarões, politólogo y profesor de la Fundación Getúlio Vargas (FGV EAESP), “los mediadores tradicionales de la democracia, como los partidos políticos, la política institucional y la prensa tradicional, son cuestionados y descalificados”. Según él, esto abre la puerta a la predominancia de un tipo de actuación populista, sustentada, según la definición del investigador australiano Benjamin Moffitt –autor de The Global Rise of Populism: Performance, Political Style, and Representation (“El auge global del populismo: Actuación, estilo político y representación”)–, por en una triple base: “la división de la sociedad entre el pueblo y la élite, el uso de la ‘mala educación’ y la construcción permanente de crisis y amenazas”.Para Casarões, lo extraño o bizarro en la política brasileña, que hoy se traduce en “la producción de memes ofensivos, el uso de humor de dudosa calidad, la espectacularización y subversión de los ritos tradicionales y la dinámica de confrontación permanente, encaja en la definición de performance populista”. El politólogo también enfatiza que este tipo de performance es común, especialmente en el ámbito de la derecha radical, donde los políticos utilizan estos recursos “como una forma de crear algún tipo de conexión con sectores de la sociedad que se sienten ‘oprimidos’ por lo que llaman la ‘dictadura de la corrección política’ o, más recientemente, la ‘cultura de la cancelación’”. En su análisis, “el uso de lo bizarro es una válvula de escape que rehabilita al ciudadano promedio y, sobre todo, sus prejuicios y convicciones más profundas”.
Radicalización de discursos
Desde la redemocratización de Brasil tras la dictadura que terminó en la década de 1980, la percepción de lo extraño en la política se ha vuelto aún más evidente, observa la politóloga Camila Rocha, investigadora del Centro Brasileño de Análisis y Planificación (Cebrap) y investigadora de la nueva derecha y el bolsonarismo. “Con la fragmentación de las afiliaciones partidarias y la multiplicación de partidos de alquiler, figuras antes consideradas raras a menudo se convirtieron en captadores de votos, con candidaturas que incluían discursos radicalizados y subcelebridades, como Tiririca”, explica la especialista al referirse al payaso que se convirtió en el diputado federal más votado del país en 2010. Desde entonces, enfatiza Rocha, las redes sociales han amplificado este fenómeno gracias a los algoritmos.“La radicalización se populariza ante la incapacidad del sistema político para impulsar cambios sociales. Esto ocurre en Brasil y en otros países. Mientras la izquierda brasileña defiende el sistema y el orden, la extrema derecha adopta el discurso antisistema. Como el discurso del sistema es 'educado', 'pulido' y 'artificial', el discurso de la oposición suele recurrir a lo histriónico, lo bizarro, lo crudo y lo grosero para demarcar su postura antisistema, ya que esto se percibe como 'más auténtico'”, añade Rocha.
Nuevas metas
Al recordar la época del rinoceronte Cacareco, “elegido” concejal de São Paulo en 1959, y la candidatura de Macaco Tião, un chimpancé que se convirtió en candidato a la alcaldía de Río de Janeiro en 1988, el politólogo Fábio Kerche señala que, en un análisis intuitivo del presente, lo extraño del pasado parecía estar estrechamente vinculado a una estrategia electoral para diferenciarse y destacar entre la multitud de candidatos.Investigador de Casa Rui Barbosa y profesor del Programa de Posgrado en Ciencias Políticas de UniRio, Kerche señala que lo bizarro ha alcanzado un nuevo nivel hoy en día. “Quizás, en aquel entonces, no teníamos gobiernos bizarros, pero hoy tenemos a Trump, Bolsonaro, Milei... Lo bizarro no es solo que Bolsonaro desayune con leche condensada. Es que él realmente gobierne. Cuando se trata de una estrategia de gobierno, cuando se trata de un gobernante bizarro, eso es preocupante, porque, al fin y al cabo, la política es un asunto serio”.
Los gobiernos excesivamente extravagantes y estrafalarios, analiza el investigador, pueden ser fácilmente destituidos mediante votación si no producen resultados satisfactorios. “El problema es cuando esto contamina la propia democracia: perdemos entonces la posibilidad de cambiar gobernantes, incluso a los estrafalarios. Ese es el peligro: cuando los gobiernos estrafalarios se convierten en una amenaza para la democracia”.
Algoritmos y clics
Y en medio de este hervidero de criminalización de la política, entran las redes sociales en la era de la economía de la atención, plataformas que median la vida y las relaciones sociales y políticas, observa la politóloga Helga de Almeida, profesora de la Universidad Federal del Vale do São Francisco. El freak show político se ha naturalizado. ¿Y qué influye en un mundo de algoritmos opacos? “Es odio, miedo, controversia. Estos políticos se aprovechan de esto y crean repertorios de comunicación basados en estas variables. Lo que ocurre es una manipulación de las emociones. Lo bizarro atrae clics”, enfatiza Almeida.Como señala Casarões, hemos sustituido el contenido tradicional de la política –programático e ideológico– por un mero performance. La producción de la verdad ahora se lleva a cabo en las redes sociales. En lugar del consenso y las virtudes cívicas, apostamos por la amplificación de las controversias de forma grotesca. Aceptamos lo extraño como normal. “Son tiempos difíciles”, afirma el profesor Fábio Kerche.