Al parecer, en Buenos Aires existen varios museos sobre temas que, al menos a primera vista, parecen ser algo excéntricos. Aquí presentamos tres de esos “museos raros” de la capital argentina.
Varios museos de la Ciudad de Buenos Aires y alrededores permiten descubrir mundos desconocidos, olvidados o extraños, más allá de los espacios expositivos convencionales. A continuación, un recorrido por el Museo del Agua, el Museo Fotográfico Simik y el Museo del Ladrillo.“Museo del inodoro”
El Museo del Agua, conocido también como el “Museo del Inodoro” por su gran colección de estos artefactos sanitarios, se encuentra en el emblemático Palacio de las Aguas Corrientes de Buenos Aires.Esta ecléctica joya arquitectónica, diseñada por el estudio de ingenieros ingleses Bateman, Parsons & Bateman, fue inaugurada en 1894 para alojar los tanques de suministro de agua de la ciudad.
En el museo en el barrio de Balvanera se encuentran piezas inglesas de terracota esmaltada, que corresponden a las que cubren la imponente fachada. Pero una de sus grandes curiosidades, y a la que responde su apodo, es la enorme variedad de “amigos íntimos”, los inodoros. Así, se pueden encontrar diversos modelos de artefactos sanitarios como el inodoro a la turca, el “slop sink” o vaciadero usado en hospitales, un bidet portátil de alrededor de 1910 y mingitorios esquineros.
A lo largo del recorrido guiado por la arquitecta Celina Noya, responsable del museo, aparecen además un inodoro-bidet diseñado en 1940 para el tratamiento de hemorroides (el aparato nunca fue aprobado) o un artefacto con lavatorio e inodoro en un solo cuerpo de aleación de aluminio, usado en cárceles hacia 1969.
El museo gratuito, perteneciente a la empresa AySA (Agua y Saneamientos Argentinos S.A.), también exhibe cañerías de distintos materiales, medidores de múltiples colores y tamaños y griferías diversas.
Asimismo ofrece una sala ambientada en las décadas de 1920 y 1930 con mobiliario artesanal y máquinas de escribir, tableros de dibujo, ficheros y cuadernos de registro de la época.
El recorrido culmina en el corazón del gran tanque de distribución de agua que abasteció Buenos Aires entre 1894 y 1978. Aunque ya no cumpla su función original, el magnífico palacio –declarado monumento histórico nacional– sigue dando testimonio de la importancia otorgada a la higiene pública y al agua potable
Museo fotográfico Simik
El maniquí que representa a un fotógrafo de traje y sombrero delante del Museo Fotográfico Simik anticipa que este pintoresco espacio integrado a un café en el barrio porteño de Chacarita no es un museo tradicional.En la puerta de entrada se lee “Bar Palacio” en letras doradas. Y, sobre el toldo rojo de rayas blancas, la marquesina antigua indica: “Museo Fotográfico Simik”. Ya en el salón, la primera sorpresa: bajo las tapas de vidrio de las mesas aparecen diversos artículos relacionados con la fotografía.
El dueño del bar, el fotógrafo Alejandro Simik, se describe como “un juntador de cosas desde chiquito”. Durante la crisis económica del 2001, armó la primera vitrina en el café, con cámaras que compró en mercados de pulgas y pueblos del interior. Después, el museo fue sumando más piezas, también de donaciones particulares.
“Siempre me gustó compartir, mostrar, enseñar”, cuenta Simik a pasos del mostrador, coronado por un gran panel con innumerables cámaras. Y, ante una cámara de fotógrafos ambulantes en el campo, reflexiona: “Por qué lugares habrá andado [este fotógrafo] ]en la época de 1870, 1880; barro, lugares empedrados, carretas. Es decir, cuántas vivencias ha habido detrás de cada aparato”. Luego señala otro maniquí vestido de fotógrafo tras una cámara minutera, que revelaba fotos en un instante. “Los inmigrantes italianos se pusieron a sacar fotos en las plazas, en el zoológico”, recuerda.
El Museo Simik exhibe también antiguas cámaras de reporteros gráficos y fotografía publicitaria, cámaras de espionaje y visores de imágenes estereoscópicas, así como daguerrotipos, ambrotipos y ferrotipos. En definitiva, una gran variedad de aparatos antiguos, clásicos y modernos con incontables accesorios, miles de fotos antiguas y, en el fondo, una biblioteca con libros de fotografía.
Para visitar el Simik, no hace falta pagar entrada ni consumir en el café, declarado sitio de interés cultural. En el libro de visitas apoyado sobre la cámara alemana de un estudio fotográfico de más de un siglo y medio atrás se leen comentarios como: “Uno de los cafés más singulares de Buenos Aires”.
Museo del ladrillo
“Ladrillo: masa de barro, en forma de paralelepípedo rectangular, que después de cocida sirve para construir muros, habitaciones, etc.”. Esto leemos en un panel de este museo en Ringuelet, en La Plata, a unos 60 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Pero la propuesta del Museo del Ladrillo en la antigua administración de la fábrica Ctibor va más allá de este material. Dirigido por la Fundación Espacio Ctibor, el museo enlaza pasado y presente de 120 años de actividad ladrillera con memorias familiares y urbanas. Para Eugenia Ctibor, directora del museo y de la fundación, el espacio inaugurado en 2009 relata “la historia familiar y el vínculo de la empresa con La Plata, ciudad planificada para ser construida con ladrillos".En la entrada, una desgastada escalera original refleja el movimiento de la fábrica que Francisco Ctibor, bisabuelo de Eugenia, compró en 1905. El ingeniero checo traía experiencia de sobra: había trabajado en la construcción de la Torre Eiffel y en el Canal de Panamá.
En la primera de cinco salas de exposición del museo se encuentra el escritorio original de Ctibor junto a numerosos objetos de época. En las salas siguientes se puede aprender sobre las etapas de la fabricación del ladrillo y ver objetos como volquetes, vagonetas, zorras, moldes y herramientas. Una gama de ladrillos de distinta factura, asimismo europeos, se exhibe en la galería junto a los ladrillos de Ctibor, que se encuentran en edificios emblemáticos de La Plata, pero también en los docks de Puerto Madero en Buenos Aires o el Faro Cabo Blanco en Patagonia.
Muy cerca, la gigantesca chimenea del antiguo horno Hoffmann –que revolucionó la producción ladrillera– da cuenta del esfuerzo de numerosos trabajadores inmigrantes que dieron vida a un ambicioso proyecto industrial que perdura con vigor hasta hoy.