El filósofo brasileño Charles Feitosa cree que los términos “extraño” o “bizarro” son ideales para describir las tres primeras décadas del siglo XXI. Para él, lo extraño de nuestra época reside quizás en la mayor cantidad de ciertas “rarezas”, pero, sobre todo, en la mayor velocidad con la que éstas aparecen, causando grandes conmociones que se olvidan rápidamente y son reemplazadas por nuevos escándalos.
En 2017, el profesor e investigador Charles Feitosa reflexionó sobre la idea de que Brasil y el resto del mundo atraviesan una época extraña. En aquel entonces, afirma hoy, “no podíamos imaginar lo que estaba por venir en el país: la elección de Jair Bolsonaro, la pandemia, el negacionismo científico, el intento de golpe de Estado del 8 de enero de 2023”. Pero según Feitosa, “ya se veían indicios de una crisis, es decir, de ataques político-mediáticos-legales-económicos a la democracia”. Si bien, específicamente en Brasil, existe una tregua actual en contraste con aquel período, es necesario “seguir resistiendo el auge de la extrema derecha en el país y en el mundo”, afirma el filósofo, quien observa de cerca nuestra era impregnada de “incertidumbres radicales”.En lugar de “tiempos sombríos”, expresión inmortalizada por Hannah Arendt para referirse a la primera mitad del siglo XX, marcada por regímenes totalitarios, usted propuso el término “tiempos extraños”. ¿Cómo define estos tiempos?
La expresión “tiempos sombríos” u “oscuros” empezó a incomodarme en 2017, porque se convirtió en un cliché. Esto siempre ocurre cuando usamos repetidamente la misma metáfora para describir situaciones anormales. Creo que el término “oscuro” reproduce un viejo prejuicio metafísico que opone la luz (verdad, bondad, belleza) a la oscuridad (mentira, maldad, fealdad). Creo que este maniqueísmo simplista no explica la complejidad del período en el que vivimos. Son tiempos en los que necesitamos revisar no solo nuestros conceptos, sino también nuestras metáforas. No basta con luchar contra el totalitarismo, sino también cuestionar las soluciones igualmente totalitarias que se presentan con rapidez.
Así, surgen agencias de verificación de datos para combatir las peligrosas fake news o noticias falsas, pero ¿quién verifica a los verificadores? Para combatir el pernicioso negacionismo científico, surge un cientificismo arrogante, capaz de descartar como “absurdo” todo lo que no se ampara en la racionalidad técnica. Para combatir el preocupante exceso de tiempo frente a las pantallas que afecta a todos los grupos de edad, surge una ley que prohíbe los teléfonos celulares en las escuelas, como si esta simplista medida restrictiva pudiera abordar la multiplicidad de causas que nos dificultan prestar atención a cualquier cosa en el mundo contemporáneo. Vivimos en tiempos en los que tanto los problemas como las soluciones deben evaluarse, siempre en nombre de una pluralidad más amplia de perspectivas.
Usted describió el momento excepcional que Brasil atravesaba en 2017 como “tiempos extraños”. ¿Tiene sentido seguir utilizando este concepto hoy en día?
Creo que el término “extraño” o “bizarro” es ideal para describir no solo la actualidad, sino también las tres primeras décadas del siglo XXI. Debería usarse no solo en el sentido habitual de “raro” o “anormal”, sino también en sus acepciones agregadas de “audaz”, “admirable” o incluso “creativo”. Decir que vivimos en “tiempos extraños” requiere no solo rebelarse contra cualquier tipo de iniciativa fundamentalista en la política o la vida cotidiana, sino también reconocer y apoyar las innumerables acciones valientes, individuales o colectivas, en defensa de la existencia de cualquiera que piense o viva de forma diferente al modelo blanco-occidental-hetero-cristiano-tecnista, que pretende definir la esencia de la humanidad de forma hegemónica.
Hoy en día, fenómenos inusuales se están volviendo populares en las redes sociales, como los “bebés reborn”, muñecos hiperrealistas que parecen y se tratan como bebés humanos reales. ¿Podría ser esto un síntoma de tiempos extraños?
Ya sea como artículos de colección o dispositivos terapéuticos, las muñecas hiperrealistas no son nada nuevo y pueden ser importantes aliadas en tiempos de ansiedad y aislamiento. Lo preocupante son las numerosas noticias alarmistas que circulan sobre supuestas situaciones en las que se produciría una crisis en el discernimiento entre bebés reales y artificiales. Estas noticias han cobrado importancia gracias a la contribución tanto de los medios de comunicación como de las mentes más contaminadas por un cierto tono apocalíptico, es decir, en la búsqueda constante de signos de deterioro moral y social. Lo extraño de nuestra época es quizás la mayor cantidad y, sobre todo, la mayor velocidad con la que aparecen estas “rarezas”, causando gran conmoción y siendo rápidamente olvidadas, tan pronto como son reemplazadas por nuevos escándalos.
Todo sucede como si estas “rarezas" confirmaran la certeza de la inminencia del apocalipsis. Y esta certeza parece funcionar para muchos como la única verdad permanente en tiempos de incertidumbre radical. Existe un deseo de fin del mundo por doquier. Incluso existe una corriente reaccionaria de pensamiento político, autodenominada “Ilustración Oscura”, que busca acelerar el colapso de la sociedad tal como la conocemos para instaurar un nuevo régimen autoritario basado en jerarquías raciales. Reitero: las soluciones que inventamos para nuestros problemas pueden ser tan peligrosas como o más peligrosas que los problemas mismos.
Otro fenómeno “extraño” de la vida contemporánea, cada vez más reducida a las pantallas, son las relaciones emocionales entre humanos y parejas creadas por la inteligencia artificial. ¿Es lo extraño la “nueva normalidad”?
No considero que toda innovación tecnológica sea un presagio de la extinción de la humanidad, pero tampoco celebro acríticamente las nuevas tecnologías y los comportamientos que se derivan de ellas como si fueran inofensivos, o peor aún, mejoras que facilitan las relaciones humanas. La reducción de la vida contemporánea a las pantallas es, sin duda, importante, pero tengo la impresión de que la mayoría de los debates en torno a este tema se desarrollan de forma reduccionista, como si la única razón del empobrecimiento de las relaciones emocionales o las crecientes dificultades de aprendizaje de los niños en edad escolar fuera la omnipresencia de los teléfonos móviles. Sin querer subestimar la gravedad de la situación actual, cabe preguntarse: ¿Acaso los seres humanos no han tenido enormes dificultades para mantener la concentración desde los albores de la civilización?
Investigaciones recientes sugieren que incluso los monjes medievales se enfrentaban a diario a dificultades para concentrarse mientras vivían en reclusión. Al no haber pantallas a la vista, las distracciones se atribuían a tentaciones demoníacas. Hoy en día, el mal se sitúa de nuevo fuera de nosotros, en los algoritmos de las redes sociales. Pero quizás haya algo estructural en nuestra forma de ser humanos que nos impide alcanzar la atención plena, contrariamente a lo que prometen los gurús de la autoayuda. Pensar desde esta perspectiva nos obliga a buscar soluciones más complejas en lugar de conformarnos con restricciones y prohibiciones.
En el mismo contexto, cabe preguntarse: ¿Acaso no hemos padecido todos, durante mucho tiempo, un deseo omnipresente de conectar con los demás, es decir, de estar con alguien “diferente”, pero con la condición de que siempre se comporte como “el mismo”? Quizás las parejas creadas por IA sean solo una nueva versión de algo mucho más antiguo: nuestra dificultad para tolerar a los demás como otros, nuestra incapacidad para soportar la inestabilidad e imprevisibilidad de las relaciones románticas. Regular el uso de la IA sin duda ayuda, pero no aborda el problema en su totalidad.