Notas sobre la “narcocultura”  La sociedad del exceso

En varios países latinoamericanos, una estética marcada por la ostentación, la exageración y lo grotesco gana terreno. Inspiradas en códigos del narcotráfico, esta “narcocultura” y esta “narco-estética” alimentan la admiración por figuras como la del mafioso y asesino colombiano Pablo Escobar, y se confunden cada vez más con la cultura popular.

Las escaleras eléctricas de la Comuna 13 –un barrio preponderantemente pobre, antiguamente conocido como uno de los sitios más peligrosos del mundo y hoy uno de los lugares más turísticos de Medellín, en Colombia– están inundadas con la figura del capo más grande del narcotráfico, Pablo Escobar. Hamacas, camisetas, llaveros, placas, pequeñas esculturas con su rostro, bolsos y hasta una copia de su cédula se venden en las esquinas y los callejones de los barrios como el suvenir más representativo de la ciudad.

Aunque el alcalde de la ciudad, Federico Gutiérrez, ha intentado disuadir con campañas que sensibilicen a los comerciantes, la imagen del famoso mafioso permanece intacta como si se tratara del máximo exponente de la cultura local. “Quien hizo tanto daño a nuestra ciudad, no puede ser referente ni faro moral”, ha dicho Gutiérrez. “Cuando yo veo que en establecimientos comerciales están vendiendo camisetas de ese mafioso, le digo que la baje de ahí o vamos a intervenir como autoridad”.

En esa misma línea, varios políticos de México han sugerido prohibir los corridos [estilo musical mexicano] en las fiestas populares que hagan apología a la violencia, al consumo de drogas o referencia a personajes ligados a crímenes: “Tomar las previsiones necesarias para evitar que el talento artístico utilice cualquier referencia de personajes o actos ilícitos en imágenes, voz, audio o videos”, se leía en un comunicado político a inicios de este año.

Sin embargo, la cultura producida por el narcotráfico está tan naturalizada que cualquier intento por parte de las autoridades para contrarrestarla pareciera producir el efecto contrario. El fenómeno narco en Colombia –y, en las últimas dos décadas, en México y otros países latinoamericanos– es candidato a ser una de las representaciones culturales más intensas y efectivas que ha logrado calar en las diferentes capas sociales.

Porsches, Ferraris y Lamborghinis son parte del paisaje

Aunque Pablo Escobar, antiguo líder del cartel de Medellín, haya sido asesinado hace más de treinta años, en 1993, la venta, producción y consumo de drogas ilícitas siguen tan vigentes como en lás décadas de 1970 y 1980. Los traquetos (como se le conoce a quienes trabajan en el mundo del narcotráfico) han acumulado riqueza, pero, sobretodo, han generado nuevos comportamientos y códigos de valores (el dinero fácil) que han impactado la vida económica, política, social y cultural de varios países.

Hace cuarenta años, la narcocultura era un asunto de nicho. Hoy, el cine, las redes sociales y la televisión la han convertido en un fenómeno cotidiano. Series de televisión como “Sin tetas no hay paraíso”, escritas por el actual candidato a la presidencia de Colombia, Gustavo Bolívar, “El cartel de los sapos”, escrita por un ex narcotraficante colombiano, o „Narcos“ han alcanzado los ratings más altos y gran reconocimiento internacional, pero su verdadero logro fue popularizar una estética bizarra o chic, donde prima lo ostentoso, lo exagerado, lo desproporcionado; todo aquello que permita dar estatus o emular la figura del sicario, el capo y sus mujeres.

Una muestra de ello son los carros de lujo que, a pesar de la geografía empinada, estrecha y caótica de Medellín, es común ver en caravana por las calles del sur de la ciudad o en centros comerciales cerca al aeropuerto. Porsches de 100 mil, Ferraris de 200 mil y Lamborghinis de 500 mil dólares se volvieron ya en parte del paisaje.

Este año, por ejemplo, las redes sociales se llenaron de imágenes y videos de un Mercedes Benz AMG G63 avaluado en $1.400 millones de pesos con placas blancas, de seis números, que decía “Kuwait”. Símbolos de la ostentación que hoy pertenecen no solo a los traquetos sino a reguetoneros, futbolistas, influencers, negociantes de criptomonedas, médicos cirujanos estéticos y demás personajes con dinero en busca de popularidad y derroche.

Narco-estética como mainstream

Otro rasgo común de la narcocultura está en la arquitectura. En ciudades colombianas como Medellín, Cali o Barranquilla es fácil encontrar fachadas de portones griegos forradas de mármoles y enrejados dorados, a veces con esculturas de leones y pelícanos en yeso. Contrario a la costumbre de los años ochenta, donde solo los capos de la mafia podían mostrar la riqueza emergente y la acumulación de dinero, hoy dicha ostentación puede verse camuflada en superficies lisas y persianas de aluminio de cualquier barrio que copian las casas “modernas” de empresarios, que, a su vez, son copias de residencias de artistas e influencers de Europa o Estados Unidos que circulan en las redes sociales.

“Yo me pregunto si estos códigos estéticos del narcotráfico son casos aislados de ciertos grupos de la sociedad o si, por el contrario, ya hacen parte de nuestra identidad nacional y van más allá de si los consideramos buen o mal gusto”, dice David Cadavid, profesor de arquitectura de Medellín. La narco-estética en países como Colombia y México ya no pertenece solamente a los narcotraficantes sino que forma parte del gusto popular. Fenómenos como el reguetón, cuyas letras y videos musicales son, en su mayoría, una oda a las prácticas mafiosas, o telenovelas y series sobre sicarios, aseguran su continuidad en el tiempo y en las ciudades.

Es como si la narco-cultura fuera hoy en día sinónimo de la cultura popular, una donde la ostentación y la apariencia se convierte en el sueño colectivo. Un modo de pensar y de actuar que atraviesa a toda la sociedad. “Yo tengo prohibido a mis estudiantes usar el teléfono celular en el colegio”, dice Margarita Escobar, profesora de un colegio del Centro de Medellín. Y su prohibición, más que un arrebato dictatorial, tiene que ver con los videos de TikTok que circulan exhibiendo influencers con armas, deportistas con dientes de oro, mujeres con joyas en diamantes y vestidos de diseñadora y hombres presumiendo carros de lujo y su colección de Nike: “Esos son los referentes de identidad con los que están creciendo las nuevas generaciones. Mis estudiantes adoptan esas conductas consciente o inconscientemente. No tienen que ser narcotraficantes, pero pueden parecerlo”, dice.

Sin embargo, al igual que sucede con las prohibiciones por parte de las autoridades políticas, cualquier esfuerzo desde la academia parece perdido. La narco-cultura llegó
para quedarse en las narrativas populares y reconfigurar no solo lo que se luce y muestra en el barrio, la escuela y la familia sino las formas de pensar. Es una visión del mundo el exceso es la regla.

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