Entre dos mundos   Thomas Mann – Burgués y artista

 © Alessandra Weber

Thomas Mann llevó dentro de sí toda su vida la contradicción entre su origen burgués y la vocación por el arte. Una mirada al conflicto que, como ningún otro, atraviesa continuamente su obra.

“Apenas se vuelve ser humano, el artista desaparece”. Esta concepción, que Thomas Mann pone en boca del ficticio Tonio Kröger en la nouvelle homónima, parece paradójica. Y, sin embargo, resuena una y otra vez en la obra temprana del premio Nobel. La hipótesis es que sólo puede producir arte quien, ubicado en un margen de la sociedad, está aislado de los “comunes, los decentes” y, en consecuencia, mira con una mezcla de desprecio y orgullo a aquellos que no conocen el éxtasis ni el hastío de sí mismos o de la vida. Aquellos para los cuales, en la banalidad de su vida rectilínea, permanecen cerradas las puertas a las esferas más altas. Cuánta conmoción habrá sentido, pues, Tonio Kröger, poeta al borde del agotamiento, cuando su amiga Lisaveta Ivanovna hace el siguiente balance: “Usted es un burgués que va por caminos extraviados, Tonio Kröger, un burgués extraviado”, pero al fin y al cabo un burgués, y en última instancia este encarna una vida apática, poco espiritual y no apta para el arte.

El conflicto interno

Los paralelos entre la figura ficticia y su creador son casi evidentes. Thomas Mann nace en 1875 en el seno de una próspera y distinguida familia de comerciantes de Lübeck. Al igual que su personaje Tonio Kröger, de joven abandona su patria hanseática para establecer en Italia los pilares de una nueva vida, la de un literato. Pero aunque logre la distancia física, en espíritu Mann nunca podrá separarse por completo de sus orígenes burgueses, como tampoco puede su alter ego literario Tonio Kröger. En consecuencia, se ve expuesto de modo inevitable a la contradicción existencial entre burguesía y arte, contradicción que lleva dentro de sí ya por el mero hecho de que su padre, alemán del norte, encarnaba el primero y su madre, oriunda de Brasil, el otro proyecto de vida. Cuando le hace decir a Tonio Kröger “estoy entre dos mundos, ninguno es mi hogar y por eso todo es un poco difícil para mí”, esa declaración seguramente corresponde a la propia sensación de pertenencia ambigua y de estar nadando entre dos aguas, algo que trabajó sobre todo en las narraciones tempranas.

Artista vs. Burgués

Dentro de ese campo de tensión entre arte y burguesía, los personajes creados por Thomas Mann lidian con el dualismo de diferentes formas. Además de Tonio Kröger, también Gustav von Aschenbach se cuenta entre aquellos que portan en sí ambos mundos. El protagonista del relato La muerte en Venecia, surgido en 1911, es un famoso escritor que ha recibido un título de nobleza por sus logros literarios. Un escritor, pues, que no vive en disputa con la sociedad o al margen de ella. La vida de Gustav von Aschenbach es más bien la de un burgués, guiada por las concepciones prusianas de virtud y una disciplina que hace que sus días comiencen con “chorros de agua fría sobre pecho y espalda” y su consigna sea “resistir”. Sin embargo, a pesar de toda su moderación, sigue siendo un artista, un esteta. Y cuando Von Aschenbach, que está empezando a envejecer, se topa durante una estadía en Venecia con el joven de 14 años Tadzio, encarnación de la belleza absoluta, se pone en marcha una extática renuncia que conduce a la muerte en Venecia que da título al texto.

Por otro lado, en la nouvelle Tristán, publicada en 1903, el conflicto entre burguesía y arte no aparece bajo la forma de un único personaje. En el escenario de un sanatorio ubicado en las altas montañas, se encuentran dos hombres desiguales que representan dos proyectos de vida opuestos: el escritor fracasado Detlev Spinell y el comerciante Klöterjahn. Spinell, a quien por su fisonomía poco vital lo llaman en el sanatorio “bebé estropeado”, no está aquejado de ninguna dolencia corporal y permanece en la clínica sólo porque cree que la enfermedad y la cercanía de la muerte ennoblecen. Por su parte, Klöterjahn, que tiene el estómago y los bolsillos llenos, encarna la vida y su continuidad ya desde su sugerente apellido [klötern: tintinear//orinar]. En el medio simbólico entre esos dos hombres está Gabriele Klöterjahn, la esposa del comerciante, que tras un parto se encuentra débil, consumida y sufre de una lesión en la tráquea. El trato con Spinell, artista enfermizo que la fuerza a tempestuosas ejecuciones en el piano, termina costándole la vida.

Figuras autobiográficas

Y además está Hanno Buddenbrook, el retoño más joven de aquella familia que Thomas Mann retrató en su gran novela social, Los Buddenbrook. En esa obra monumental, el subtítulo lo delata, se trata de la decadencia de una adinerada y reconocida familia de comerciantes de Lübeck, en la que cada generación se orienta más al arte y menos al mundo burgués. El único heredero varón, Hanno Buddenbrook, demuestra ya de niño ser una persona delicada, solitaria y ensimismada. Totalmente incapaz de hacerse cargo de la empresa paterna, su única pasión es el piano y la música de Richard Wagner con sus anhelos de la muerte. Es sumamente significativo que Hanno Buddenbrook, a quien no le es concedido llegar a la mayoría de edad, trace en la crónica familiar bajo su nombre “un bella, limpia línea doble”, en la suposición de que después de él no vendrá nadie más. Ningún personaje ilustra tan claramente como Hanno hasta qué punto Thomas Mann recoge la materia para su prosa de la propia vida, de la insoluble contradicción de los dos mundos que lo habitan, pues Hanno Buddenbrook es él mismo más joven.

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